DISCLAIMER: Los personajes de InuYasha no me pertenecen, son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi. La obra es mía, escrita sólo con el fin de entretener – a ustedes y a mí. Sin fines de lucro. Fic participante del reto "Reyes de la Noche" del foro "¡Siéntate".
— Pactum —
I
— Sangre —
Lanzó su arma con exactitud milimétrica, dando en el blanco tal como se esperaba, para luego recibirla de vuelta con una sonrisa soberbia en el rostro, sabiendo que, a pesar de los años, no perdía la práctica. De hecho, se había vuelto más hábil en algunas cosas, algo que le habían reconocido no sólo su esposo y compañeros de aventuras, sino también los aldeanos y hasta sus hijas, cada día más exigentes con su propio entrenamiento para ser Exterminadoras.
Se colocó el enorme búmeran en la espalda y comenzó el trayecto hasta llegar junto a su público, las gemelas exclamaban atropelladamente sus apreciaciones mientras le pedían enérgicamente que las dejara intentarlo; su esposo intentaba calmarlas sin mucho éxito, mientras sus dos hijos menores negaban con gestos reprobatorios hacia sus hermanas, murmurando frases del tipo "nunca aprenderán que la violencia no es la salida". Claro, ellos habían adquirido un carácter más parecido al de su padre, quien prefería no hacer uso de la fuerza a menos que fuese demasiado necesario. Por esta razón, Shin, el tercero de sus hijos había revelado su deseo de ser monje como sus ancestros hacía pocos días, y Miroku estaba planeando el viaje para llevarlo al templo de Mushin con el fin de que comenzara su preparación.
Sango asintió a la idea de su esposo de regresar a casa; el sol estaba ocultándose y, a pesar de que podían defenderse muy bien de los peligros de la noche, no les gustaba poner en riesgo a sus hijos.
Comenzaron el trayecto riendo ante la idea de que Yuta, el hijo de sus amigos, quisiera enfrentarse a las gemelas para determinar cuál de ellos era el más fuerte, a sabiendas de que el hanyō no podría contra las dos porque llevaba poco tiempo entrenando, a diferencia de ellas que ya habían cumplido dos años de preparación. De pronto, Sango se detuvo, mirando hacia el límite del bosque que estaba cerca de ellos, escrutando la espesura con detenimiento.
— ¿Qué ocurre, cariño? — La voz de Miroku la sacó de su indagación.
— No es nada, sólo… sentí como si nos estuviesen observando, pero debe haber sido mi imaginación — respondió, intentando restarle importancia, aunque la sensación aún le recorría la espalda. Además, no era primera vez que tenía esa sensación, aunque nunca lograba descubrir a qué se debía.
Él también observó alrededor en busca de alguna señal extraña, pero no logró sentir nada. Abrazó por los hombros a su mujer y continuaron el trayecto, directo a su casa para cenar y luego darse un merecido descanso. Habían tenido una larga semana después de todo, exterminando yōkais en los alrededores y cumpliendo con sus responsabilidades, quizá el cansancio o los últimos ataques estuviesen afectándola, provocando que estuviese un poco paranoica. Debía dejar de pensar en eso, ahora podía respirar tranquila junto a su familia.
Corría por el bosque lo más rápido que podía, sentía los músculos de las piernas acalambrados por el esfuerzo, pero sabía que no podía detenerse; algunas gotas de sangre se deslizaban por sus mejillas producto de los arañazos que había recibido de las ramas que se cruzaban en su camino y que apenas había podido evitar debido a la velocidad que llevaba. Esquivó otro par más que le hubiesen dado en pleno rostro de no haberlo hecho y se encontró de pronto en un claro, la luna llena imponente en el cielo parecía más cerca y más grande de lo normal, causándole un extraño escalofrío.
Se detuvo en seco al llegar ahí, mirando en todas direcciones y preparándose para defenderse, su wakizashi en su mano lista para arremeter contra lo que la acechaba en el bosque. Escuchaba el ruido de algo escabullirse entre las ramas de los árboles que rodeaban el claro, la risa gélida le llegaba desde cada rincón al que miraba y la sensación de estar en peligro, expuesta, cada vez se acrecentaba más en su pecho, acelerándole el corazón y causando que presionara con más fuerza la empuñadura de su arma.
Conocía ese claro como la palma de su mano, era el lugar donde entrenaba con sus hijas e InuYasha, incluso a veces algunos aldeanos se aventuraban a ir a sus sesiones para aprender algunas técnicas de defensa. Sabía y sentía que era ése lugar, pero nunca lo había visto así: frío, imponente, tétrico, rodeado de sombras y con ese ambiente asfixiante que comenzaba a marearla. Intentó determinar de dónde provenía la risa que no cesaba, iba a volverla loca si continuaba así. Se dio media vuelta para mirar de frente el sendero por el que había llegado cuando una figura oscura se abalanzó sobre ella tan violentamente que no pudo reaccionar o esquivarla, abrió la boca de golpe y gritó, pero su voz jamás se escuchó…
Despertó sobresaltada, el corazón latiéndole a mil por hora y golpeándole con fuerza el pecho causándole dolor, la respiración agitada era evidente en el subir y bajar frenético de su pecho, sentía la transpiración recorriéndole todo el cuerpo. Miró alrededor, intentando tranquilizarse. Estaba en su cuarto, Miroku dormía a su lado, su traviesa mano escapando de su mitad del futón y apoyada en su muslo como todas las noches, mientras un par de rayos de luna se filtraban por los resquicios de la puerta corrediza. Respiró profundo, calmándose de a poco y ordenando las ideas, luego tomó con cuidado la mano que reposaba en su pierna para dejarla con delicadeza sobre el futón, levantándose y saliendo silenciosamente, intentando no despertar a su compañero. Recorrió el pasillo exterior de su cabaña, que daba al límite del bosque y lo miró, dudando. Había tenido el mismo sueño por días, y siempre despertaba cuando esa oscura presencia se le lanzaba encima. ¿Sería alguna especie de señal? ¿Algo estaría acechándola?
Respiró profundo el aire fresco de la noche, tratando de hacer memoria. No había hecho nada particularmente distinto esos días, los demonios que habían exterminado habían sido purificados ya fuese por Kagome o por Miroku y, hasta lo que sabía, ninguno de los dos había sentido presencias malignas por los alrededores el último tiempo. No habían comprado tampoco nada, como para pensar en que algún objeto estuviese maldito o poseído y esa fuese la causa de sus pesadillas. No recordaba nada en esos momentos que pudiese ser el responsable. Incluso sus hijos ya habían aprendido que no podían llevar cosas extrañas a casa y Miroku ya no aceptaba realizar exorcismos en la cabaña para protegerlos de esas situaciones. Entonces, ¿por qué estaba teniendo esos sueños tan insistentemente?
Levantó la mirada, dándose cuenta de pronto que estaba en el claro donde entrenaban. Miró alrededor, asustada. ¿Cómo había llegado ahí? Era una distancia considerable y no recordaba haber abandonado la cabaña, menos a la velocidad necesaria como para llegar allí en tan poco tiempo. Quizá estaba demasiado absorta en sus pensamientos y no se había percatado de que había dejado su hogar. Sintió la brisa helada calarle la piel y se abrazó a sí misma, después de todo sólo llevaba puesta su yukata y no la iba a proteger del frío nocturno. Negó con un gesto, debía volver a casa. Quizá era momento de contarle a su esposo sobre los extraños sueños y entre los dos buscar una explicación. Intentó girarse para comenzar el camino a casa, pero no fue capaz de mover ni uno de sus músculos, como si de pronto el frío hubiese sido suficiente como para congelarlos. Sintió pasos tras de sí y pasó saliva, no era el caminar de alguien que ella reconociera. Cerró los ojos, se sentía indefensa y expuesta, estúpidamente no había llevado ningún arma consigo y, como pocas veces le ocurría el último tiempo, tenía miedo.
Sintió como algo la rodeaba por completo, el contacto era frío, pero extrañamente la contenía por todos lados. Abrió los ojos, a pesar del miedo también sentía una inmensa curiosidad por saber qué estaba ocurriendo. Se encontró con un par de orbes verdes zafiro fuertes, profundos, fieros y que reflejaban con demasiada intensidad un deseo que no hubiese podido describir con palabras. Abrió la boca, pero de ella no salió ningún sonido, no podía dejar de mirar esos ojos. Lo vio sonreír mientras acortaba la poca distancia que los separaba, sin ser capaz de responder de forma alguna, no sentía fuerzas para hacerlo, era como si estuviese atrapada por una fuerza invisible. Sintió el roce de su mejilla con la ajena, mientras su profunda voz le cosquilleaba en el cuello y el oído al hablar en un susurro sólo audible para ella, con una voz grave y penetrante que la recorrió por completo, dejándole una extraña sensación de relajación.
— Dulces sueños, Sango.
La luz del sol comenzó a molestarle los ojos, se dio vuelta para evitarla mientras los abría lentamente, se sentía un tanto desorientada, le dolía un poco la cabeza y los ojos le ardían como si no hubiese dormido nada. De pronto recordó la noche anterior y se sentó de golpe, con temor. ¿Acaso había estado fuera de su hogar? ¿Ese extraño encuentro había sido real o simplemente era parte de sus sueños? Recordaba demasiado vívidamente esos ojos como para pensar en que no fuesen reales…
— Cariño, es hora de desayunar.
La voz de Miroku fue como una bofetada. Parpadeó un par de veces intentando concentrarse, pero no podía sacarse esos ojos de la mente, la intensa mirada la había atravesado de tal forma que sentía que conocía cada uno de sus secretos. Un escalofrío la recorrió, tampoco podía dejar de pensar en su voz, el tono grave e íntimo aún le cosquilleaba la piel. Negó con un gesto, estaba confundida.
— ¿Qué ocurre, estás bien? — Las manos de su esposo de pronto estaban en sus hombros, su voz dejaba en evidencia la preocupación. Asintió con un gesto, pero a él no le bastó como respuesta. — ¿Estás segura? Estás un poco pálida… y fría — agregó al tomar su rostro para verla directo a los ojos, sintiendo la ausencia de calor corporal.
— Sí, tranquilo… no pasa nada — intentó calmarlo, aunque no estaba del todo convencida de que eso fuese verdad.
— Sé que se supone que hoy partiría junto con los niños al templo del maestro Mushin para que Shin comience su preparación, pero si te sientes mal puedo posponerlo…
Sango lo observó unos segundos, parpadeando nuevamente un poco confundida. Había olvidado por completo el viaje, llevaban días hablando sobre eso y ella había pasado por alto que ése era el día programado. Esbozó una sonrisa, llevando sus manos hasta las de su esposo para apartarlas suavemente, el contacto frío hizo que él frunciera un poco más el gesto.
— Lo han planeado por días, Shin no habla de otra cosa. Deben ir, yo estoy bien. Tranquilo, sé cuidarme muy bien sola. Y, además, los muchachos también se quedarán hasta que regreses. Nada malo va a pasar — la sonrisa en los labios de Sango no pareció calmarlo, tuvo que insistir un poco más —. Por favor, confía en mí.
— De acuerdo — soltó un suspiro, no estaba del todo seguro de que eso fuese una buena idea: además del estado de Sango, algo en su interior le decía a gritos que debía quedarse; sin embargo, confiaba en ella y quizá simplemente estaba nervioso por dejarla sola por unos días —. Sólo prométeme que te cuidarás.
— Por supuesto, tontito — tocó la punta de su nariz con su dedo índice, sonriendo más notoriamente —. Te lo prometo.
Repentinamente, Miroku sintió la necesidad de estrecharla entre sus brazos y sentirla junto a él. Lo hizo, sorprendiéndola con el acto mientras hundía su rostro en su cabello y disfrutaba de su aroma, siempre tan dulce… Acarició su mejilla con la de él, recorriendo el trayecto hasta sus labios y los besó, como si no hubiese un mañana, como si no los hubiera probado en mucho tiempo, como si fuese la última vez. Sango correspondió el beso, buscándolo también, aferrándose a su espalda y sintiendo la desesperación latente, sin poder reprimir el deseo de sentirlo con ella. Cuando él estaba terminando el contacto, mordiéndole el labio inferior mientras se separaban, ella abrió los ojos para mirarlo, pero no lo vio a él. Le supuso todo su autocontrol no apartarse de golpe al ver, en lugar de la mirada azul de Miroku, la verde profunda que la había atrapado la noche anterior. Volvió a cerrar con fuerza sus párpados, y al abrirlos nuevamente, se alivió al contemplar el rostro sereno de su compañero. Se negó a pensar en eso, no quería preocupar más al monje, así que le indicó que mejor fuesen a desayunar para que su viaje no se retrasara, con la excusa de que mientras antes se fueran, antes estarían de regreso.
Fue un desayuno alegre, ya que como cada vez que alguno salía de viaje, se juntaban con la familia de sus amigos para acordar los últimos detalles de las tareas que dejaban encomendadas quienes se ausentaban. Sango decidió no pensar más en el asunto de sus sueños, el par de ojos verde zafiro que parecían perseguirla ni en la voz profunda que aún le hacía eco en la cabeza. Simplemente intentaría alejarlos y cuando Miroku volviera, le hablaría de lo ocurrido. No iba a lograr nada haciéndolo ahora, sólo retrasaría el viaje y quizá fuese por algo que podía esperar. Además, necesitaba aclarar su mente y un par de días sola no le vendrían mal. Después de todo, ambos necesitaban su espacio y Miroku estaría de nuevo en casa, junto a ella, en 3 días.
Con ese pensamiento en mente, despidió a su familia luego del desayuno, viéndolos desaparecer en el horizonte rumbo al templo. Sólo serían 3 días, volvió a pensar, antes de ingresar nuevamente a su hogar, esta vez sola.
Volvió a despertar de la misma forma brusca y desesperada que las noches anteriores, producto del mismo sueño… o casi. Esta vez, en lugar de ver una sombra lanzándose sobre ella, vio los ojos verdes paralizándola mientras la fina boca se curvaba en una seductora sonrisa antes de hablar y dejarla paralizada por completo…
Negó con un gesto, mirando hacia todos lados y aferrándose a las sábanas. Estaba en su habitación, sola. Ahora ni siquiera podía contar con el cálido toque de Miroku para indicarle que todo estaba en orden. Y, aún consciente de que nadie más estaba en su casa en esos momentos, sentía que no estaba del todo sola. Como si esos ojos la acecharan desde la penumbra exterior, o incluso más cerca, desde alguno de los oscuros rincones de su habitación; como si esa voz le susurrara nuevamente al oído, diciéndole palabras que no podía comprender del todo. Cerró los ojos y se cubrió la cabeza, quería que esa situación terminara. Sólo deseaba poder volver a dormir tranquila, que los días pasaran y tener de nuevo a su esposo a su lado, contarle lo que ocurría para que buscaran una solución juntos, porque sabía que con él podía enfrentar hasta al yōkai más temible y saldrían victoriosos. Así lo habían hecho siempre, ¿por qué ahora sería diferente? Tal vez debería haberle hablado sobre sus temores, si tan sólo él estuviese con ella en esos momentos…
— Miroku… — Susurró su nombre, como si eso bastara para que su alma no sintiera su ausencia. Se arrepentía ahora de haberlo dejado partir, pero sabía que también tenía miedo de enfrentar lo que estaba ocurriendo. Intentó recordar su rostro y evocar su voz en su mente, aunque no lo lograba del todo pese a sus esfuerzos. — Maldición, ¿qué me está pasando?
Soltó un suspiro, tratando de ordenar sus ideas y calmarse para volver a dormir, cuando de pronto se sintió atrapada por un gélido abrazo, completamente inmóvil e incapaz de responder de alguna forma. Sintió como unos dedos fríos hacían a un lado su cabello para dejar al descubierto su cuello y hombro izquierdo, el tacto de un húmedo camino dejado en esa zona y haciéndole evidente un ardor palpitante que antes no había sentido.
— Te estás volviendo mía — la voz profunda la recorrió con un escalofrío, aún sin poder moverse, sólo pudo responder con una sacudida —. Aunque no del todo… todavía.
— ¿Q-Qué…? — Logró hacer salir su voz, pero no pudo articular más palabras, atenta a cada acción de quien la tenía prisionera sin mucho esfuerzo. Él estiró su brazo, descubriéndolo hasta el codo y llevándoselo a la boca para morderlo; la sangre brotó de la herida provocada, ella pudo sentir su aroma, el palpitar del líquido haciendo eco en su cabeza, sus ojos sin poder dejar de mirar el camino escarlata que dejaban las gotas y una inquietante sed naciente en su boca la ofuscaron un poco. — ¿Qué me hiciste?
Él sonrió de una forma perversa pero elegante, segura, hipnotizante.
— Te elegí — acercó el brazo con la sangre aún goteando fresca de la herida a su boca, causando que la necesidad de probarla aumentara —. Y no podrás rechazarme. No por mucho. También vas a elegirme.
— N-No, yo… — Intentó apartar el rostro e ignorar ese deseo creciente en su vientre, pero él la tomó por la nuca con su otra mano, no bruscamente pero sí con firmeza, impidiéndole alejarse y logrando su objetivo.
Cuando la sangre de hecho tocó sus labios, desató una sed que iba más allá de su comprensión y control, obligándola a probar el líquido, el gusto salado y un poco metálico envolviéndola, forzándola con un impulso frenético a beber sin darse cuenta, cerrando los ojos en un acto reflejo que ni siquiera fue procesado por su mente. Siguió bebiendo sin pausa, con apremio y desesperación como si eso fuese lo único que pudiese quitarle la agobiante sed que seguía presente en su boca. Cada gota que tocaba su paladar la hacía sentir más viva, más despierta, más fuerte. Y podía sentir también, con cada sorbo, la presencia de la mirada verde más manifiesta en su ser, su voz susurrándole e impregnándose en cada rincón, uniéndose a ella tan entrañablemente que sentía que no podría dejarlo nunca, como si fuesen uno solo. Estaba atada a él para siempre.
Abrió los ojos de golpe, apartando el brazo de su boca bruscamente y con una sola imagen en su mente: Miroku. ¿Qué estaba haciendo? Negó con un gesto, temblando ante la situación. Ella sólo estaba atada a una persona, y su compromiso con él era hasta la muerte. No iba a romperlo, ella lo amaba y, pasara lo que pasara, seguiría a su lado hasta el final…
— El Pacto ya está hecho — la voz volvió a cosquillearle el oído, provocando que se estremeciera de nuevo —. Pronto lo entenderás, Sango. Ahora, debes descansar.
Quería replicarle algo, echarlo de su vida, dejarle claro que ella no iba a elegirlo nunca porque esa decisión ya la había tomado hacía mucho tiempo y no iba a cambiar. Pero sus palabras fueron como una orden, y de pronto sus párpados le pesaron demasiado y volvió a caer profundamente dormida en su futón.
Prompt: Sangre.
Bueno, bueno... no pude resistirme. La verdad, esta idea hace mucho tiempo que rondaba mi cabeza y me tomó bastante tiempo animarme a escribirla, así que aproveché la sensualidad del foro para por fin sacarla del tintero. No puedo decir mucho, sólo que conociéndome, les prometo drama. Quizá algunas lágrimas, eso dependerá de ustedes, pero sí mucho drama.
En fin, me encantan los vampiros, pero esas criaturas crueles y frías que manipulan a sus víctimas, no les importan los sentimientos y sólo se preocupan de sí mismas. Así que no crean que este vampiro tendrá algún cambio para bien porque nope... no lo tendrá.
Mi más enorme agradecimiento a Nuez, quien esta vez las ha hecho de beta, guía y consejera en esto de los vampiros. Es un sol, no sé qué haría sin ella (y hablo en serio xd).
Si llegaste hasta aquí y te gustó la histora, ¿dejarías un review? Sólo para saber qué te pareció.
Nos leemos por ahí~
Yumi~
