«Eternos»

19 de noviembre

Ciudad de Miyagi

Solo quiero decirte que aunque esta sea mi última carta, no es nuestro final. Aun no puedo creer que después de tantos años de mandarnos y recibir incontables cartas, esta sea la última. Me pondré en plan soñador, como tu lo llamabas, y diré que espero que este papel no se vuelva cenizas y pueda ser inmortalizado como prueba de que hubo una vez un Oikawa Toruu que amo, y amará, eternamente a un Iwaizumi Hajime... y nunca se lo dijo.

No podía decir que éramos felices aunque nunca dejáramos de reír, había algo más, mucho más grande entre nosotros. Nuestros cuerpos lo destilaban a cada paso que dábamos, porque sí, tal vez sí podíamos ser inmortales, en esos segundos que reíamos y nos mirábamos para volver a reír llegábamos al cielo luego de caer por el abismo.No tiene sentido para nadie más que para nosotros, lo sé. Pero quiero creer que en algun futuro habrá alguien que comprenda cómo se siente ese momento de catarsis donde sabes que no tienes a nadie más que la persona delante tuyo y en vez de asustarte, comienzas a reír.

La euforia que sentíamos por el simple hecho de estar ahí, uno junto al otro en cada momento, cuando nos equivocábamos, cuando nos caíamos, cuando el sueño nos volvía más torpes y más risueños, con mas predisposición a contar cada uno de nuestros secretos. Aquellas mañanas en las que reíamos, otra vez, por no poder diferenciar donde terminaba uno y donde acababa el otro en nuestro desorden de sabanas y peluches viejos, que nos servían de misiles cuando uno burlaba a otro. Aún recuerdo nuestras guerras donde solo se oían carcajadas.

Las noches eran nuestras mejores amigas, ellas eran la manta que nos envolvía cuando nos poníamos serios, o soñadores, y hablábamos de todas aquellas cosas que ocurrían fuera de esa burbuja de euforia en la que, por algunas noches, vivíamos. También eran nuestro trampolín en el cual nos impulsábamos para sentir que tocábamos el cielo, aunque, si te digo la verdad, en serio creo que más que tocarlo, lo hicimos nuestro.

Tanto que no me sorprende que hoy este lloviendo, o tal vez esta noche está despejada, tal vez las gotas que veo no sea nada más que mis lágrimas acumulándose. Todo se vuelve borroso y tembloroso, o por lo menos quiero creer eso. No puedo aceptar que las noches que siempre nos acompañaron en cada risa, cada lágrima, que aunque no fueran mis preferidas eran nuestras, nos estuviera dando la espalda, sin importarle este dolor, indiferente ante el nudo que se forma en mi garganta hasta hacerme explotar en gritos silenciosos. ¿A dónde se habían ido las sonrisas, las carcajadas, los susurros, las bromas? A pesar de que la noche era la que nos acobijaba, a pesar de que era la luna la que nos permitía vernos entre la oscuridad, tú eras la luz que brillaba en mis ojos y el calor que encendía mí pecho. ¿Por qué no pelee más? ¿Por qué no grite antes que mi mundo se callara? ¿Por qué no mire más la imagen soleada que había en mi interior cuando me sonreías?

Porque no quise.

Simplemente no quería seguir peleando, fui tan tonto como para creer que nada cambiaría cuando fui el primero en cambiar, en querer reír por felicidad y ya no por euforia, quería conocer, quería seguir explorando, salir del pueblo en el que había nacido y volar más. ¿Por qué no me di cuenta en ese momento, que aun tenía una galaxia completa para descubrir en tus ojos?

Perdóname, Iwaizumi, mi Iwa-chan, por no estar ahí, por olvidar que tu también eras dependiente de mi como yo de ti. Perdón por haberme ido a estudiar a Tokio, por no ver cómo te consumías, por no poder llegar a tiempo. Ojala me estés esperando allá donde fuiste Iwa-chan. Esta vez sí podremos ser inmortales y estar uno junto al otro eternamente.

Con amor, Oikawa.

Por favor espérame.