Disclaimer: Caraqueña, morena, bajita... No, no soy JK Rowling así que los personajes/lugares no me pertenecen.

Aclaratoria en cuanto al contenido

Este es un long-fic, no tengo idea de cuánto tiempo vaya a tomarme completarlo; la idea de escribirlo la tengo desde hace muchísimo tiempo y poder presentar este primer capítulo me emociona. Es lo más elaborado que he escrito hasta el momento, así que si en algún momento se pierden no duden en preguntar. Está lleno de incógnitas, de sorpresas, de asuntos bizarros. Van a encontrarse lime, incesto, homosexualidad, entre otras cosas. Si tienen los nervios a flor de piel, absténganse. Tiene de todo un poco, pero tampoco va a ser uno de esos fics explícitos que rayan lo desagradable. Los personajes son una gama muy amplia, hay veinte en total aunque la mayoría no participa activamente. El eje central será el conflicto entre Weasley, pero habrá cuatro parejas claves (que ustedes mismos podrán adivinar) para darle mayor movilidad. Dicho esto, leen lo que viene a continuación bajo su responsabilidad y queda constancia de que advertí todo lo que puede aparecer.

Trama

Arthur Weasley está a un paso de desheredarlos, a menos que cumplan al pie de la letra sus condiciones. Tras ocho años de no verse, los Weasley retornan a la Madriguera, una humilde casona ubicada en la pequeña isla Mollycodle; allí los demonios amenazan con liberarse y destrozar los débiles lazos que aún los unen. Una historia de amores, rivalidades, pasiones, engaños, ira y decepciones. Todo corazón oculta un secreto y los ecos del pasado… resuenan en nuestro presente.

Descubrí tras tu escudo de acero
el color de tus pesadillas
Quiero, pero ya no puedo
olvidar aquella otra vida

Cuervos negros devoran mi mente
Recordando mis errores
lucho por ahuyentar del presente
ecos del pasado indiferente

Ecos del pasado

Black Devil

Apertura

Diciembre, 2034

La primera intención que tengo para escribir estas líneas es extenderles la invitación para la celebración de mi aniversario con su abuela Molly, una vez más. No me hago más joven con cada año que pasa y temo que estoy en un estado delicado; su abuela muere de añoranza y la pena causa estragos en su salud. ¿Cuántos años han pasado desde la última vez que los vi corriendo por los jardines? Como cabeza de esta familia he tratado de lidiar con los roces que hay entre nosotros, pero tras mucho esfuerzo me doy cuenta que es prácticamente imposible. Por alguna razón inexplicable hay una brecha gigantesca entre los Weasley que amenaza con quebrarnos y, para ser franco, no estoy dispuesto a morir sin haber visto a mis nietos reconciliados.

Comprenderán, entonces, la segunda intención de esta breve carta: daré un ultimátum. Un barco de la empresa tocará el puerto de Londres el próximo viernes a las seis de la tarde para recoger los encargos de la fiesta; zarpará al rededor de las siete para retornar a Mollycodle. Por si no ha quedado claro, ustedes también son parte del encargo que debe abordarlo para ser entregado en La Madriguera.

Conociendo las inestables profesiones que han elegido para encaminar sus vidas, estoy enterado de la crítica situación económica en la que se encuentra cada uno de ustedes. Para ser más preciso: de no contar con mis doce nietos el próximo viernes para cenar, pueden olvidarse del apoyo económico que obtienen gracias a las acciones de Weasley Group. Como consecuencia, quedarán automáticamente eliminados de mi testamento y no tendrán acceso a la herencia de sus padres.

Espero que el clima del invierno no debilite sus ánimos y ansío verlos pronto.

Muchos abrazos,

Arthur Weasley.

1.

Scorpius Malfoy no pudo evitar soltar una carcajada al escuchar la lectura de aquella peculiar carta. Su mejor amigo, Albus Potter, lo observó con palpable irritación antes de arrugar el papel y tirarlo lejos. Sentía un sabor amargo en la boca, más por la idea de verse obligado a visitar la Madriguera que por perder su parte de la herencia. Jamás en todos sus veintiocho años de edad había recibido una amenaza por parte del abuelo Weasley, al menos no de forma tan directa. ¿Cuánto tiempo llevaban sin verse? Con ligera preocupación se dio cuenta que realmente comenzaba a olvidarse que significaba tener una familia, ni siquiera podía adivinar que apariencia tendrían sus propios hermanos.

-Tiene su gracia, no puedes negarlo – comentó muy ufano el rubio, acercándose hasta la bolita de papel para desdoblarla. No estaba escrita a mano y parecía ser la copia de un original; probablemente todos los nietos del clan Weasley habían recibido una. – No es tan grave, Albus. Es tu familia, después de todo.

-Precisamente, Scorpius… Es mi familia – replicó de mala gana mientras se lanzaba sobre el mullido sofá. La sala donde se hallaban era pequeña, apenas contaba con un par de estanterías repletas de discos y libros usados y un televisor de segunda mano. – Mi familia…

Albus nunca había sido una persona pretenciosa. Le gustaba su departamento sin calefacción y vivía alejado de los problemas; se conformaba con el escaso ingreso que sus pinturas recaudaban y trabajaba arduamente para llegar a fin de mes. No tenía recursos infinitos, pero tampoco pasaba hambre. Y para él era suficiente. Sin embargo, no podía evitar pensar en el golpe que su ego –porque incluso él tenía uno- recibiría si le quitaban la parte que le correspondía de las acciones para repartirla entre los suyos. De solo imaginar la burla contante a la que sería sometido por James o Fred la sangre le hervía a causa de la rabia. Aunque por otra parte, si lo analizaba con la cabeza fría… era la perfecta excusa para romper definitivamente los lazos con los Weasley.

Scorpius Malfoy, que tenía una vida mucho más acomodada que su amigo, emitió un suspiro y se sentó junto a él. Le agradaba Albus, era una de esas personas que pensaba demasiado las cosas y tenía buen juicio; más importante, no había entablado amistad con él en busca de dinero y beneficios, cosa que había comprobado cuando lo invitó a vivir en su pent-house para que dejara la horrible choza donde se ocultaba del mundo. Lo de ellos era una amistad de pocos años, pero valía mucho. Aun así, jamás le había cuestionado sobre su pasado porque –palabras literales del Potter- era doloroso recordarlo. Los Weasley eran un misterio para Scorpius, aunque su abuelo Lucius había despotricado que eran una familia de comadrejas sin clase. Para él eran solo dueños de una pequeña empresa dedicada a talar, procesar y vender madera que no rivalizaba con Malfoy Corp., ocupada en el negocio de los metales y las piedras preciosas.

Pero estaba allí, con la una carta impresa en sus manos y la curiosidad taladrándole los pensamientos. Arthur Weasley parecía verdaderamente desesperado por unir a los suyos y usaba métodos poco ortodoxos para lograrlo, tal vez porque había agotado todas las vías. Por un momento se preguntó qué cosa había pasado para descoser a una prole tan numerosa; sin duda había sido algo grave porque de lo contrario Albus Potter estaría haciendo las maletas en ese instante.

-Tu familia…

-Ni lo intentes, sabes que me molesta hablar de ellos.

Un silencio se instauró entre ambos, ensimismándolos en pensamientos opuestos. Por alguna razón, Scorpius consideraba necesario que Albus asistiera a esa importante reunión; Albus, entre tanto, creía que había sido un error leer la carta a su amigo porque le había dado carta blanca para que se inmiscuyera en los asuntos familiares. No era que no confiara en el heredero, simplemente odiaba la idea de retomar las riendas de una vida que para él no valía nada. Los Weasley, para el segundo vástago de los Potter, eran una peste; y él no estaba dispuesto a contagiarse, no de nuevo.

2.

Roxanne se mordió los labios, nerviosa. Lea Nott consideró el gesto lo suficientemente atractivo como para acercarse y robarle un beso, dispuesta a tener una sesión de placer con su flamante novia. Acababa de llegar del trabajo y estaba realmente cansada, mas nunca perdía oportunidad de compartir tiempo con ella. Sin embargo, pronto entendió que la pelirroja no estaba en condiciones de seguirle el juego porque parecía afectada. Lea, de ojos jade y cabello dorado, se fijó entonces en el papel que se agitaba entre las temblorosas manos de la Weasley. La miró un segundo, como solicitando permiso y ella accedió mientras se sentaba en la cama que ambas compartían desde hacía unos años.

A la rubia no le tomó más que minuto y medio leer el contenido de la carta que Arthur Weasley había enviado a sus parientes. Le pareció la cosa más absurda e increíble que había visto en su vida, pero por consideración a Roxanne no comentó nada. Dobló cuidadosamente el papel y lo depositó en la peinadora antes de sentarse junto a la persona más importante en su vida; le cogió la mano y la besó, dándole apoyo. Roxanne la miró con una leve sonrisa agradecida y se recostó en su hombro.

-Fred estará allí…

-Eso no lo sabes, Rox. – la ojijade pareció incómoda ante la mención de Fred Weasley, Roxanne lo notó y se sintió estúpida. Acababa de tocar un punto sensible para las dos, demasiado sensible.

-Conociéndolo, no arriesgará su parte de la herencia… - No podía evitarlo, aunque no le agradara evocar recuerdos del pasado.

-Me preocupa más que tu arriesgues tu parte de la herencia – alegó la Nott, acariciando la espalda de su compañera. Tenía la piel color canela y hacía un contraste especial con su cabello rojo; eran los mejores atributos que Roxanne tenía, además de las curvas y la habilidad de nublarle el pensamiento. – Debes ir.

A la Weasley no pareció gustarle la sugerencia porque se apartó inmediatamente. Se miraron a los ojos, Lea con una expresión de ternura y Roxanne con los ojos azules echando chispas. Se compenetraban muy bien, razón por la cual la relación había durado tanto tiempo tras haber atravesado terrenos pantanosos; ambas compartían un pasado turbio, habían cometido errores juntas que habían afectado los lazos que Roxanne tenía con su familia. Lea lamentaba haberla alejado de los suyos, pero no se arrepentía de tenerla a su lado; realmente la amaba. Y por los sentimientos que le profesaba, no estaba dispuesta a verla echar por la borda todo lo que le pertenecía; Arthur Weasley había tocado el punto flaco de todos sus nietos: el dinero. Ninguno era espectacularmente ambicioso, pero la mayoría no estaba en la capacidad de mantenerse sin el bono adicional que las acciones de la empresa les concedían.

Lea pertenecía a la familia de los Nott, era adinerada desde antes de nacer. Para mayor alcance, desde la temprana edad había entrado en un programa especial para personas superdotadas y había sacado una carrera universitaria antes de haber perdido la virginidad. Era abogada y acababa de inaugurar su propio buffet, donde Roxanne laboraba como secretaria a tiempo completo. Se habían mudado juntas luego de cumplir dos aniversarios juntas; llevaban ocho años de relación y no planeaban separarse en un futuro. Prácticamente tenían una vida hecha, pero a Roxanne no la satisfacía; ella quería terminar de sacar la carrera, cosa que no había podido hacer por falta de dinero, y llevaba ahorrando muchísimo tiempo; si de la noche a la mañana le cortaban su mayor fuente de ingreso, acabaría completamente frustrada.

-No te enojes conmigo, digo esto pensando en ti – se defendió la Nott sin hacer ademán de acercarse nuevamente. Sabía respetar su espacio. – Es eso o permitirme que pague las cuentas.

-No juegues sucio, sabes que no te dejaría – gruñó la pelirroja. Obviamente, jamás había dejado que Lea financiara nada. Le gustaba ser independiente, como su madre Angelina lo había sido en vida. – Tampoco me malinterpretes, la verdad es que pensaba ir…

Roxanne se debatía internamente, como si lo que fuera a decir perjudicara el buen ambiente que ambas emanaban. Pareció decidirse cuando, en un arrebato inesperado, se acercó para rodear el cuello de Lea con sus brazos y plantarle un beso en los labios. Se besaron con suavidad, con provocación, pero la rubia no se dejó llevar a sabiendas de que su novia no había terminado de hablar. La separó con delicadeza, pero sin alejarla de su cuerpo; se miraron de nueva cuenta a los ojos y Lea supo que lo que Roxanne iba a decir no le iba a gustar en absoluto.

-Iré solo si prometes que vendrás conmigo.

3.

Teddy supo que algo no iba bien con Victoire cuando, por tercera vez consecutiva en aquel día, dejó caer descuidadamente un objeto al suelo; esta vez se trataba de un florero donde acababa de colocar un ramo de claveles blancos. Una vez era mala suerte, dos una casualidad y tres rayaban el borde de lo absurdo; la mujer, que llevaba puesto un delicado traje color crema con la cruz roja dibujada en los hombros, pareció avergonzada y su rostro pecoso adquirió el mismo tono que su cabello: rojo granate. Todos en la sala de recepción la veían con asombro y Ted Lupin no pudo evitar dejar de lado sus obligaciones para acercarse y socorrerla; Victoire Weasley lo miró como si quisiera que la tierra se la tragara.

-¿Todo bien, Sra. Lupin? – saludó tratando de aligerar el ambiente mientras se agachaba para recoger los fragmentos de cristal. La pelirroja sonrió sutilmente, pero aún podía adivinarse la pena en sus facciones. Teddy pensó que se veía tan hermosa como en la mañana antes de despertar y tuvo deseos de besarla cariñosamente. – Realmente me preocupas, Vic. No pareces ser tu misma.

Era cierto. Victoire era la jefa de las enfermeras en el hospital y solía ser muy meticulosa a la hora de trabajar; no aceptaba errores y era dedicada en su labor, pedía lo mismo de sus compañeras. Se sentía sumamente torpe aquel día, pero era inevitable. El peso de aquella carta en su bolsillo era demasiado para sus nervios, ni siquiera sabía cómo mostrársela a Teddy y no estaba segura de querer hacerlo. Finalmente comprendió que un doctor tan respetado como Ted Lupin no tenía tiempo para estar recogiendo el desastre que su esposa había ocasionado y se agachó a su lado para ayudarlo e instarlo a irse. Lo que menos necesitaba es que dijeran que recibía un trato especial. Ted era su marido, pero odiaba que en el hospital la montaran en un pedestal solo por aquello.

-Ted, ¿No tenías una cirugía?

-No te preocupes, puedo…

-Vete, yo me encargaré de esto – pidió Victoire, dándose cuenta que todos en la sala continuaban mirándolos. La recepcionista le sonrió con suficiencia y supo que aquel desastre iba a ser parte de los cotilleos del día. Suspiró y tomó la mano del castaño, acariciándola brevemente – Llamaré a alguien, de verdad.

-Me iré, pero antes quiero que me digas qué pasa contigo. – pidió con real preocupación el unigénito de Remus y Nymphadora.

-Aquí no – Vic intentaba esquivarlo, pero Ted no parecía tener intención de dejarla marchar sin asegurarse de que todo iba bien. Por eso solicitó a la recepcionista, que continuaba sonriendo con desdén, que llamara a una de las empleadas de limpieza. A Victoire no le dio tiempo ni siquiera de levantarse por su cuenta; se vio arrastrada por su esposo al área de dormitorios que, afortunadamente, estaban vacíos cuando llegaron. El Lupin tenía aspecto ansioso y demandante, como cualquier niño de cuatro años. Se miraron unos instantes antes de que ella cediera, a duras penas, y extrajera la arrugada carta de su bolsillo delantero para extendérsela.

Su mirada azulina se desvió hacia las camas que empleaban los residentes cuando les tocaba quedarse en el hospital. Pensó que de no trabajar en el mismo lugar que Teddy, jamás lo vería. Casarse con un médico era como no estar casada; eran pocas las veces que tenían para estar solos y compartir cama a causa de los constantes encargos que recibía. "Si no me hubieran rechazado de la escuela de medicina…" pensó con ligera amargura; la enfermería le gustaba, pero jamás se había sentido contenta a pesar de que su arduo trabajo se veía recompensado con la confianza de la junta del hospital. Tenía un buen cargo, tenía una casita soñada y tenía a Teddy; no había forma de ser infeliz. Sin embargo, había ocasiones donde se preguntaba qué habría pasado con su vida si hubiera tomado otras decisiones. Probablemente no estaría a punto de perder la herencia.

Estaba tan ensimismada que no se dio cuenta el momento en el cual Teddy había terminado de leer. Él la observaba, detallándola a profundidad como si quisiera desnudarle el alma. Desde niños él había sido así, desde niños siempre la veía de la misma manera. Le causaba cosquillas en el estómago, la hacía sentir vértigo. "Estar con Teddy es estar en una montaña rusa" pensó, entonces.

-Asumo que irás, ¿verdad? – inquirió tras un largo silencio el moreno, devolviéndole la carta. Victoire suspiró. No entendía cómo había comprendido el significado de aquellas líneas tan rápido, a ella le había tomado toda la mañana releerla para asegurarse que no había escapatoria. Repasaba las amenazas del abuelo y sentía escalofríos.

-Realmente no me importa si pierdo la herencia, Ted. A nosotros nos va bien. – contestó la pelirroja guardando el papel en su sitio, pero su cuerpo se tensó cuando le escuchó replicarle.

-Victoire, ambos sabemos que eso no es verdad.

Cuando él la llamaba de aquella forma era detestable. Lo hacía cada vez que tenía razón y la enfermaba. Evitó encontrarse con su mirada, intentando que sus palabras no la atormentaran. Tenía un buen cargo que amenazaban con quitarle a causa de otra empleada con más experiencia; tenía una casita soñada cuyo alquiler empezaba a ser demasiado costoso; tenía a Teddy, que cada día se asemejaba más a un padre que aun esposo. No había forma de ser infeliz, ¿verdad? Victoire parpadeó con sorpresa, como si no imaginara que sus pensamientos pudieran tomar rumbos tan venenosos. En cambio pensó que no tenía argumentos para deshacer la validez de la frase que su marido acababa de pronunciar.

Victoire Weasley se preguntó si estaba condenada a vivir eternamente atada a los demás, porque con 35 seguía dependiendo de otros. Necesitaban dinero, porque el sueldo de Teddy Lupin no alcanzaba para cubrir la vida que ambos soñaban… la vida que ella soñaba.

4.

Lucy Weasley estuvo todo el día frente a su computador intentando escribir la continuación del capítulo de su nueva novela, pero perdió el tiempo. Por mucho que cavilara sobre sus personajes y la situación que debía desencadenarse, solo podía indagar qué significaba la carta del abuelo Weasley. El café servido ya estaba helado y después del desayuno no había tenido fuerzas para comer; recrear un encuentro con sus parientes le producía arcadas. La última vez que habían accedido a una reunión familiar todo había acabado en desgracia, incluida ella y sus sentimientos. Nunca había hecho nada que fuera en contra de los deseos de sus abuelos, mas desde el fatídico día nunca pudo verles la cara a sus primos. ¿Los demás se sentirían igual?

-Al menos no tienen dinero – masculló de manera infantil mientras se resignaba y apagaba el aparato. Estaba mal deleitarse con el mal ajeno, pero la idea de que los Weasley estuvieran pasando por épocas oscuras le producía satisfacción. – Vamos, Lucy… No eres así. – se reprochó a si misma tras un instante. Luego sonrió con ironía. – La verdad es que tú tampoco tienes…

Era otra de las razones por las cuales detestaba a los suyos: sacaban emociones tan negativas y virales de su interior que terminaba odiándose. Eso la atormentaba profundamente, porque no quería ser como ellos. Eso se repetía a diario para mantener frescos los recuerdos de aquella noche donde los demonios de la Madriguera se habían desatado. No había pasado un segundo de su vida en el que no se recriminara por haberles dejado decir barbaridades sobre ella. ¡Cuántos trapos sucios habría podido sacar de Dominique y James! Lucy recordaba aquello con una claridad asombrosa, porque fue la primera vez que la hirieron con saña e intención. Y también fue la última, pues llevaba ocho años sin poner un pie en la isla Mollycoddle y sin ver a sus primos.

Lo abandonó todo y se dedicó a terminar su primera novela, recibiendo dinero de la abuela Molly a espaldas del patriarca de la familia. Fue un gran éxito en las librerías nacionales, pero internacionalmente la describieron como una mocosa intentando escribir. El dinero había sido ahorrado, mas a falta de trabajo Lucy comenzó a usarlo para pagar las deudas del alquiler y poder llevarse el pan a la boca. Después de una breve aparición en los medios, otros best seller cavaron la tumba del suyo. Igual, el mérito le alcanzó para conseguir empleo en una pequeña revista local que publicaba microhistorias. Ocho años de "carrera" y continuaba siendo una novata cuyo alcance eran al menos trescientos lectores.

Lucy Weasley no podría negar que necesitaba el dinero que generaban las acciones de la empresa familiar, porque entre los doce nietos de Arthur y Molly ella era la del futuro inestable. O al menos eso daban a entender las preocupadas advertencias de Nana Molly, con quien continuaba hablando semanalmente. Realmente no sabía nada de los demás, unos habían logrado graduarse de la universidad mientras otros se limitaban a vivir la vida; hasta donde tenía entendido Molly, su hermana mayor, era la única trabajando en la empresa como administradora. Se la imaginó detrás de un escritorio impartiendo órdenes déspotas y no pudo evitar reírse, sabiendo que su padre estaría orgulloso de ella. Rápidamente el chiste perdió la gracia; Percival Weasley jamás se habría envanecido por tener una hija escritora.

Inevitablemente, tomó la carta para releerla por milésima vez. Lucy no pudo evitar fijarse que su abuelo hablaba sobre la salud de Molly Prewett y comentaba la posibilidad de su propia muerte. Una alarma se disparó en la mente de la pelirroja; jamás había cavilado lo que significaba la muerte de sus abuelos. Aunque los doce nietos tenían vidas hechas, dependían de la gestión que Arthur ejercía en Weasley Group. Era verídico que las acciones habían sido divididas entre los miembros de la familia, un sistema que les permitía tener dominio no solo de la dirección sino de la junta en su totalidad; la idea buscaba hacerlos parte del grupo, dándoles libertar de opinión y voto. No obstante, ninguno jamás se había entrometido en los asuntos de la empresa porque todo era equilibrado por el abuelo. Si repentinamente Arthur Weasley falleciera… ¿Quién sería el relevo?

La idea de que comentar la posibilidad fuera el real propósito de la reunión pautada para el viernes le produjo un ataque de migraña. Podía imaginarse a sus primos debatiendo alrededor de la mesa circular tallada en roble, también podía imaginar los improperios y los insultos que saldrían a la luz. ¿Estaba preparada para verse en la misma situación que hacía años? En el fondo sabía que no, no podía reencontrarse con ellos. Sin embargo, no estaba dispuesta a ceder su puesto con facilidad.

"Los Weasley somos una peste…" pensó con rabia, "…y yo no quiero contagiarme, no de nuevo".

5.

Lily y Hugo leyeron juntos la carta, como si aquello los librara del compromiso de asistir a la reunión. Bromearon acerca del escándalo que probablemente armaría Rose y luego se mantuvieron en silencio, pensando en la posibilidad de una tragedia. ¿Cuántos años iban desde que habían visitado Mollycoddle? A veces costaba creer que eran casi diez años los que llevaban alejados de los suyos. Londres era lo suficientemente grande para albergarlos a todos y evitar que se encontraran, aunque no podía evitar que se recordaran los unos a los otros con resentimiento e ira. Cada quien había seguido su propio rumbo, mandando todo lo anterior al demonio: tradiciones, juegos, celebraciones. El pasado donde habitaban sus padres desaparecía con más rapidez de la esperada. Hugo, que hacía minutos reía sobre la probabilidad de que su hermana mayor caldeara el ambiente, pensó en cómo reaccionaría él mismo al verla.

Lily lo veía de reojo si intención de interrumpir el rumbo de sus pensamientos. Por su parte solo podía repasar lo poco que sabía del presente de sus hermanos, Albus y James, de quienes se había separado con apenas dieciocho años. Pensaba mucho en ellos porque todavía tenía el mal sabor en la boca; la última vez los había juzgado, los había ubicado en sectores sumamente bajos. Se había marchado de la Madriguera con Hugo tomado de la mano y dos hermanos que la odiaban. Y tras tantos años, resultaba irónico que ella estuviera cometiendo el mismo pecado.

Sintió una caricia en la clavícula, los dedos de Hugo delineando aquella palabra que se había tatuado sin pensarlo demasiado: Dream. Cada vez que se veía al espejo recordaba que la única manera de salir adelante era tener sueños para proyectar en la realidad. Vivía por eso. Y Hugo vivía a través de ella. Lily fijó los orbes mieles en él con ternura, encontrando algo de miedo en sus gestos torpes; siempre la trataba con sumo cuidado, como si fuera a romperla. O tal vez se trataba simplemente del remordimiento que sentía. Porque lo de ellos estaba prohibido.

-¿Qué haremos?

La pelirroja esperaba no tener que responder la pregunta, no quería hacerlo. Se acurrucó contra el pecho de su primo, enroscándose aún más en las sábanas que los envolvían. De no ser por la tenue luz de la lámpara en la mesa de noche, estarían completamente a oscuras; Lily habría preferido apagarla y volver a dormir para soñar cosas buenas y olvidarse de los errores del pasado. Pero por mucho que Hugo la amara y la respetara, él no iba a olvidar el tema de la misma manera. A Hugo Weasley le hacía ilusión regresar a la Madriguera, le hacía ilusión regresar con los suyos; Lily Potter no sabía cómo explicarle que no podían hacerlo, que lo mejor era continuar escondidos en ese pedacito de mundo que habían alquilado con los ahorros de ambos.

Lily Potter no sabía cómo responderle porque de haberlo hecho, habría perdido para siempre a Hugo Weasley.

-Iremos – aun así pronunció la sentencia, tratando de ignorar la alegría que se pintaba en las facciones masculinas recubiertas de pecas. Tenía ganas de dormir y soñar, pero Hugo se incorporó de la cama y la obligó a hacerlo también. Ahora podían verse directamente a los ojos. Lily se preguntó cómo era que aun con veinticuatro años él podía seguir teniendo aquella mirada tan infantil. Sin embargo, antes de buscar alguna respuesta recibió un beso húmero y cálido; sintió que la sangre le bullía en las venas antes de rendirse a la demanda que le imponía. Para ella las cosas estaban resueltas: podría perder la herencia, aunque la necesitara, si eso conllevaba a permanecer por siempre en los brazos de Hugo.

Porque Lily Potter siempre había soñado con su primo.

6.

Tenía ganas de asesinar a alguien, sin duda. Por más que lo intentara, el día había empezado siendo un asco y parecía querer cerrar con broche de oro convirtiendo su día en un auténtico desastre. Anne Longbottom llevaba buena parte de la mañana tratando de ayudarlo, pero aquello solo lograba alterarlo más. Odiaba depender de los demás, desde niño aprendió a ser autosuficiente como su madre; le habría gustado también haber adoptado las costumbres bromistas de su padre. Nunca había podido cubrir las expectativas de George Weasley en cuanto al buen humor. Fred dejó caer el bolígrafo sobre los papeles que estaba firmando, decidido a marcharse a casa. Si continuaba en la oficina a esa hora era porque quería borrar de sus pensamientos la carta recibida, porque pensar en ella le hacía recordar a su hermana Roxanne. Y solo Dios sabía cuánto mal le hacía recordar a su gemela.

Visitar Mollycoddle no representaba un problema, no cuando acostumbraba a adelantar el trabajo y procurarse un fin de semana libre de papeleo. Sin embargo, no tenía ganas de un reencuentro familiar. Fred no lo sabía, pero guardaba los mismos pensamientos que Lucy Weasley con respecto a la carta: iban a tratar un tema muy serio y él no iba a quedarse por fuera. Desde la afamada desgracia del 2022, había intentado apoyar al máximo las gestiones de su abuelo Arthur en la empresa; además de Molly, él era el único que se ocupaba de empaparse con los negocios de Weasley Group. Merecía conservar su herencia a diferencia de la irresponsable Rose, quien continuaba bailando en los cabarets de Londres, o Albus, que no dejaba de creer que podía ganarse la vida retocando cuadros sin gracia.

No estaba en sus planes quedarse fuera del juego, menos si ello conllevaba a cederle su puesto a Roxanne.

-Maldición…

Odiaba pensar en Roxanne. Odiaba pensar en los Weasley.

Desde muy temprana edad sabía que sería el perfecto reemplazo para el fallecido gemelo de su padre, no daba otros motivos a su nombre. No obstante, con apenas cuatro años demostró ser demasiado aplicado e ingenioso para su edad y fue solicitado por un programa especial para niños superdotados. Se graduó de la universidad con honores en tiempo record y consiguió empleo antes que el resto de sus primos lograran concluir sus estudios. Era un reconocido contador de la banca y tenía docenas de clientes que pagaban una buena suma por sus servicios. Tenía una buena vida cosechada, pero el pasado había sido demasiado amargo. Odiaba también recordar su niñez y adolescencia, porque lo arrastraba a pensar en Lea Nott. Y Lea Nott estaba ligada, desgraciadamente, con Roxanne Weasley.

Repentinamente le dieron náuseas.

-Fred, ¿te gustaría ir a tomar algo? – la imprevisible entrada de Anne Longbottom, una colega de cabello cobre y ojos zafiro, logró animarlo un poco. Aunque para ser sinceros, no era una simple compañera de trabajo. Ambos se conocían desde la niñez gracias a sus padres y, por inexplicable casualidad, habían sido solicitados por el mismo programa. Fred la tenía en alta estima porque había demostrado ser no solo una persona de inteligencia ilimitada sino una verdadera amiga.

El ceño del joven pelirrojo se frunció levemente, pues aun pensaba en la carta del abuelo y todo lo que implicaba, antes de aceptar la propuesta de su compañera. La Longbottom parecía adivinar el rumbo de sus pensamientos, pero haciendo gala del tacto heredado por su madre evitó mencionarlo. Internamente se cuestionó si sería bueno para él aceptar la invitación de Arthur Weasley, a pesar de no tener otra salida. Conocía la frágil relación que lo unía con los suyos, desde que la desgracia había cubierto a la familia; ni siquiera se atrevía a jactarse de su amistad para hacer preguntas imprudentes.

-Podríamos ir al bar de la esquina, aunque tengo algo de hambre – comenzó a meditar consigo misma la joven.

-Te llevaré a cenar – concluyó con simpleza el Weasley, sonriéndole levemente mientras se ponía el saco. Anne se sonrojó imperceptiblemente y desvió la mirada hacia una esquina; se sentía increíblemente estúpida. – Anne, por cierto…

-¿Si? – inquirió al ver que se mantenía callado.

-¿Tendrías problema para conseguir un par de días libres? Creo que necesito compañía para el próximo viernes por la tarde.

7.

A Rose no le costó demasiado decidirse. Cogió el cigarro que hacía escasos minutos había encendido y le dio una última calada antes de clavarlo en el papel con letras impresas. El calor consumió la hoja y poco a poco se fue prendiendo en tenues llamas que borraron las amenazas de Arthur Weasley. La pelirroja se sintió satisfecha con su acción y lanzó el humeante trozo en el suelo para encajarle el tacón del zapato repetidas veces hasta que solo quedaron cenizas. Poco le importaba si acababa dañando la roída madera del suelo, quería eliminar cuanto antes aquella desagradable muestra de autoridad. Lo que más le molestaba era que su abuelo la había encontrado; lo que más rabia le producía era que el condenado viejo tenía una habilidad para manipularlos a su antojo. ¿Quién podría negarse a asistir si la herencia estaba en juego? Aunque no quedaba nada de la carta, Rose necesitó pisar la zona donde se esparcían las cenizas una tres veces más. Estaba furiosa.

Los recuerdos del último encuentro pasaron como un rollo filmográfico en su cabeza. Los tenía tan fijos en la memoria, tan arraigados al consciente… ¡Cuánto detestaba a su familia! Ocho años no eran suficientes para olvidarse de la amargura que le producía estar emparentada con semejantes especímenes. Ningún tiempo sería suficiente para borrar el pasado, que continuaba teniendo ecos en el presente. Pensó entonces que, realmente, nada la obligaba a regresar a la isla del terror que su abuelo había comprado tras los primeros diez años de la fundación de Weasley Group. No obstante, debía admitir –aunque odiara hacerlo- que estaba corta de dinero y amenazaban con echarla a la calle si no pagaba a fin de mes. Aunque contaba con acciones, por decisión de sus abuelos tenía prohibido emplear el dinero mientras se negara a la asistencia psicológica.

Rose Weasley se dejó caer en la cama, contemplando el demacrado aspecto que se reflejaba en el espejo frente a ella. Tenía ojeras pronunciadas, el cabello rizado convertido en un nido de pájaros y la piel de un color poco saludable. Ni siquiera el acentuado maquillaje color negro cubría aquel desgaste; la ropa holgada y de tonalidades oscuras no cuadraba con las botas de tacón ancho. Era la viva representación del desaliño e internamente se preguntó qué pasaría si sus primos la vieran en aquel estado. Tuvo ganas de reírse como una histérica, sabiendo que se convertiría en la manzana de la discordia otra vez. A Molly Weasley le daría un ataque y Fred haría lo posible por alejarse de ella; incluso Hugo no tendría ánimos de verla.

Pensar en su hermano siempre lograba entristecerla. Sabía por fuentes fiables que se estaba liando con Lily en algún departamento en Londres y que trabajaba como bartender en un bar de buena fama; continuaba siendo un niño perdido. Rose a veces sentía que Hugo había llevado una pesada carga toda su vida, pero nunca se había quejado lo suficiente; siempre dispuesto a cumplir las expectativas que ella no había cumplido, siempre dispuesto a cubrir a su alcohólica y drogadicta hermana mayor. Si había una razón por la cual Rose aún continuaba llamándose Weasley era para conservar el fino hilo sanguíneo que tenía con Hugo; del resto, los detestaba absolutamente a todos. Eran una prole enfermiza, llenos de vitriolo.

Sin embargo, podía repetir aquello decenas de ocasiones y sabría que no hablaba en serio. En el fondo existía una leve conexión con los suyos que la hacía añorar la niñez, que la hacía pensar qué habría pasado de no encontrar las soluciones en los lugares menos recomendados. En el fondo le habría gustado volver a ser la hija de Ronald y Hermione. Pero lo cierto es que desde hacía mucho tiempo había olvidado lo que se sentía tener afecto real y puro por alguien. Lucy solía excusarlos tras la vaga frase "familia es familia".

-La familia no te traiciona… - murmuró antes de suspirar y levantarse en dirección al baño. Incluso ahí, en la bañera, había resto de botellas de vodka y ron. También paquetes de varias marcas de cigarrillos.

Le tomó un largo rato, mas consiguió hacerse con un frasco de aspirinas y le llevó otros diez minutos entender que no tenía agua porque la habían cortado. Aquel fue el punto cumbre de su miserable día donde decidió que, efectivamente, le iba a tocar enfrentarse a los adorados Weasley si quería conservar lo poco que le pertenecía. Sabía, no obstante, que no podía hacerlo en esas condiciones. Al menos tenía una semana para prepararse.

-Voy a irme al infierno.

8.

Frank Longbottom observó la espalda desnuda de su amante, deleitándose con la extensión de lunares que ahí se hallaba. No se atrevía a acercarse. Reconocía cuando sus caricias eran bien recibidas y no tenía ganas de tomarse una cucharada del mal genio de Molly Weasley. Ella tenía el cabello rojo atado en una trenza, que rodeaba su cuello y cubría uno de sus senos; en sus manos todavía tenía la carta del abuelo Arthur e internamente debatía que hacer con ella. Las ansias de romperla en pedazos eran considerables, pero no quería hacer una escena frente al castaño, quien continuaba a sus espaldas recostado en el colchón de aquella cama cubierta con sábanas de seda. Decidió que lo más prudente sería guardarla y eso hizo, dejándola descuidadamente en el interior de su cartera.

-Ven aquí – pidió con necesidad la pelirroja, halando a Frank para que se aproximara a su cuerpo. Cuando estaban juntos no existía recato ni pudor, Molly se dejaba llevar por las sensaciones que él le producía. Entrelazó sus dedos con los del moreno al tiempo que hábilmente se sentaba a horcajadas sobre él. – Estoy molesta.

-Puedo darme cuenta, cariño – alegó el Longbottom atreviéndose a elevar la mano que tenía libre para acariciarle el rostro con dulzura. Ella se dejó mimar un rato antes de sonreír con picardía. – Molly, en realidad no tengo ganas de continuar con esto.

Ella suspiró, comprendiendo a lo que él se refería. Se dejó caer a su lado para contemplar el techo de la habitación y no quebró el silencio que los invadió. Últimamente Frank había dejado de lado la ternura y la culpa era totalmente suya; la paciencia se le había agotado tras ocho años. Pensó en el tiempo que llevaban haciendo aquello, en el tiempo que empleaban semanalmente para esconderse en algún recóndito hotel. Eran maestros a la hora de desaparecer del mundo cuando querían estar, especialmente Molly. No hacía poco tiempo se había percatado que la pequeña aventura de verano había dejado de ser una aventura para convertirse en un hecho real: amaba a Frank Longbottom. Lo amaba por sus besos, por sus caricias, por su mirada. No obstante, para él su amor estaba vacío. Estaba vacío porque ella jamás había sacrificado nada por él.

-Frank…

-No lo repitas, por favor. No si quieres que me quede esta noche. – la cortó él aparentando sencillez, mas el cuerpo se le tensó notablemente. Le enfermaba que ella lo consolara con tres simples palabras. Él quería respuestas concretas, ya no era un jovencito engatusado por una mujer cuatro años mayor. Ladeó el rostro para mirarla, encontrando los ojos azules de Molly llenos de cariño y pena. – Me lo prometiste.

-Vamos, Frank. ¿Crees que no quiero separarme de Lorcan? – cuestionó entonces ella perdiendo los papeles. Odiaba que él dudara con tanta frecuencia, detestaba que fuera tan insoportablemente repetitivo. – Sabes bien que mi matrimonio con él es una pantalla, yo no lo amo.

A Frank no pareció gustarle lo que escuchaba y, resuelto a no continuar con aquel teatro, se levantó para vestirse. Molly lo observó desde la cama con incredulidad; la había dejado con las palabras en los labios. Alcanzó a protestar débilmente, pero la pelirroja parecía francamente sorprendente por lo que estaba sucediendo. En tantos años jamás habían peleado. Jamás la había callado de esa forma tan brusca. Frank se vestía con rabia, cogía sus objetos personales con rapidez, y no la veía. De verdad no quería verla ni hablarle. Lo decían sus ademanes violentos, sus ojos decepcionados… lo decía forma como abría la puerta del cuarto alquilado y se despedía.

-Cuando te decidas a dejar a Lorcan, llámame. Pero no pretendas que te espere eternamente – gruñó antes de cerrar con un portazo. Molly ni siquiera le dijo adiós.

Nuevamente apoyada sobre las almohadas, la Weasley comenzó a reflexionar el juego que componía su vida. Se despertaba junto a un hombre que alguna vez había amado, le prepara el desayuno y no volvía a verlo hasta pasadas las once de la noche. La presencia de Lorcan en su casa era por mera costumbre; sabía que él no sentía nada especial por ella tampoco. En realidad mantenían una relación cordial, una vida ajena al matrimonio que compartían; cada uno hacía lo que quería. Lorcan era su esposo, había sido alguna vez su mejor amigo… y era el hombre que le había destrozado la vida también.

Recordó la carta del abuelo y pensó en lo que implicaba un reencuentro familiar. Le agradaba laborar para la empresa, se esforzaba por ser parte del grupo y merecer el número de acciones que su padre le había heredado. ¿Perderlo todo por el simple remordimiento que les guardaba a sus primos? No valía la pena. Era autosuficiente, pero la idea de tener un puesto en la junta directiva la hacía sentirse dueña de sí misma. Todo iba en perfecto orden, estaba acomodada en perfecta simetría… hasta que Frank se había cruzado en su camino y le había hecho sentir como nunca antes. Con algo de vergüenza admitió que si no se había divorciado de Lorcan era porque, aunque amaba con locura al castaño, no quería descuadrar su vida.

-No es la única razón, ¿verdad, Molly? – inquirió para sí misma.

Observó la cartera, que descansaba en la mesa de noche. Adentro reposaba la dichosa invitación escrita a base de amenazas. No había que pensarlo demasiado, iría a la isla aunque aquella decisión arrastrara también un inevitable encuentro.

9.

James Potter alzó la botella de cerveza y brindó con Dominique, quien de manera muy masculina bebió el contenido. Ambos sonrieron y continuaron la ronda, retándose mutuamente con leves intercambios de miradas. Era la primera vez en ocho años que se veían, pero parecía que el tiempo no había pasado. Dominique continuaba usando el pelo como un hombre, vestía chaquetas de cuero y se comía las uñas; James seguía teniendo esa estúpida trenza en la nuca, la ropa ajustada y zapatos de diseñador. Era la pareja de siempre: ella el hombre y él la mujer. Llevaban alrededor de tres horas tonteando en aquella barra y parecía que la noche no se acabaría; la pelirroja se preguntaba, mientras lo veía cantar sonoramente las canciones que sonaban por los altavoces, como es que había pasado tanto tiempo sin extrañarlo.

Al saludarse había recibido un beso en los labios muy tenue, característico de la relación que mantenían. Y fue como volver en el tiempo a aquellos días que compartían gustos musicales y se intercambiaban la ropa. Dominique ni siquiera recordaba porqué estaba peleada con James, pero bastó que colocaran el disco de Lana del Rey para que lo recordara. La sonrisa se le borró de los labios y una opresión le atacó el pecho, como alejando la nube alegre que amenazaba evaporar sus pensamientos a causa del licor ingerido.

-Oh, Jamie.

En su vida Dominique Weasley había llorado solo dos veces. La primera cuando su madre la castigó por haberle cortado la cabeza a las muñecas de Victoire. La segunda, fue después de haber sobrevivido a la tragedia del 2022. Siempre había creído que las mujeres habían salido mal paradas en la historia por tres simples razones: se quejaban demasiado, protestaban demasiado, lloraban demasiado. Solo aquellas que habían tenido agallas para plantarle cara a la sociedad habían dejado su huella en el mundo; Dominique quería ser una de ellas, por eso Dominique no lloraba. Sin embargo, ahí estaba lagrimeando sobre la sucia tabla de un bar de mala muerte por cada memoria que volvía a atormentarle el alma. Volvía a sentirse desgraciada, como hacía ocho años.

-Dom, no te pongas así… - James se vio preocupado, pero parecía entender a la perfección lo que le sucedía. Él también había sido víctima del peso que la familia le había colocado sobre los hombros. Él también se sentía desgraciado e infinitivamente culpable; a fin de cuentas, él también la había juzgado. – Dom, yo… siempre quise pedirte disculpas, ¿sabes? Lyssander me lo contó todo, que tú nunca…

-Basta, por favor. – suplicó con la voz quebrada la pelirroja, evitando levantar el rostro. No quería que nadie la viera llorar, no quería verle la cara a James y sentir la misma rabia de antaño. Ella había cambiado, había tratado olvidar. Porque mientras Lily Potter vivía por sus sueños, ella vivía para eliminar los recuerdos.

El Potter titubeó unos minutos, mas se rindió al cabo de un rato. No sabía cómo habían terminado los dos en aquel lugar tan poco higiénico, no sabía cómo es que habían pasado de reír a llorar. En su mente repasó los temas que podrían sacarlos del embrollo y pensó que a ella le causaría gracia saber qué había sido de Louis, su gemelo. Hacía mucho que ninguno de la familia hablaba entre sí, era verdad. No obstante, James había usado toda su habilidad cibernética para localizar a cada uno de sus parientes y mantenerlos en constante vigilancia; estaba al tanto del amorío de Molly con Frank, del enamoramiento de Anne por Fred, del lío sentimental entre Lily y Hugo. Sabía muchas cosas y le habría gustado comentárselas a Dominique, pero ella no le dio tiempo pues recogió sus cosas con prisa y le dio una última mirada lastimera.

-Espera, espera. – la detuvo el joven castaño, cogiéndole la mano y negándose a soltarla. – A lo mejor te gustaría saber que Louis…

-Ya sé que Louis anda liado con Emmy Nott, no es noticia nueva. – Dominique volvió a sentir que la voz se le quebraba. James pareció decepcionado, aunque no quería dejarla marchar. – James, no puedo seguir con esto. No puedo pretender que tú y yo estamos bien, no es así. – Evitaron mirarse – Lo que no significa que te odie o no te haya perdonado… lo que hiciste.

-Entonces…

-Aunque tratemos de olvidarnos, aunque tratemos de fingir que no nos preocupamos los unos por los otros… somos familia. Estaremos unidos por siempre – La Weasley parecía querer convencerse a sí misma de lo que decía. Sonrió levemente, pero sin honestidad. Aquellas frases eran parte de su monólogo diario que la ayudaba a superar las malas memorias – Mándale saludos a Lyssander de mi parte, por favor.

Se soltó con un ademán brusco, alejándose a largos pasos de la barra. La música de Lana del Rey continuaba sonando, aunque parecía ser la simple sonata fondo típica en las películas románticas. James no sabía cómo sentirse, pero tenía la certeza de que su alma había quedado hecha trizas tras la conversación. ¿Cómo podía el pasado pesar tanto? ¿Estaban realmente condenados a vivir de aquella forma? Todavía tenía sus orbes mieles fijos en la cabellera roja de su prima cuando ella se giró para regalarle una última mirada avergonzada y añadir:

-Nos veremos en Mollycoddle… el viernes que viene.


N/A

No planeo que esta nota sea demasiado larga. En cuanto al contenido del fic, basta con leer el principio de este capítulo. No sé si estoy cometiendo un error al publicarlo tan pronto, pero estoy satisfecha con mi trabajo y estoy ansiosa por conocer las opiniones que esta idea puede generar. Agradecería de corazón que quienes lo lean se pasen a dejarme al menos tres palabras xD Como bien dije, es una historia un pelín... enculebrada. Será como una telenovela y, puedo asegurarlo, los capítulos que viene serán más largos; esta fue solo la carta de presentación de mis personajes (que cabe acotar son exclusivamente de la tercera generación y un par de OCs).

Besos a todos los lectores fieles y a los nuevos.

¿Un review? ;)