Advertencia: esto es la continuación de otro fic de 3 capítulos, para las interesadas, aquí el link:

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Disclaimer: los personajes no me pertenecen sino, que le pertenecen a la BBC.

Bueno, aquí estamos de nuevo. Perdón por dejarlas colgadas, pero la verdad es que no planeaba seguirlo, pero dada las circunstancias, aquí tienen…

Solo Mío, Segunda parte:

No podía ser cierto. Solamente no podía serlo.

¿Perder la memoria? ¿En serio? ¿Qué había hecho él para que los dioses lo castigasen así?

Mientras seguía agachado y mirando con dolor y tristeza a Merlín, este fijo la vista en el viejo druida, quién, para remarcar, estaba más sorprendido que todos

-¿Quiénes sois vosotros? – inquirió Merlín, asustado.

Intentó pararse, pero sus fuerzas le fallaron, y Arthur estaba lo bastante desconcertado para entender lo que su amigo intentaba hacer. No podía dejar de mirarlo, sintiendo como las estúpidas y malditas lágrimas resbalaban por sus mejillas.

-¿Merlín? – susurró una vez más, sabiendo que su amigo no lo iba escuchar. Y sabiendo, también, que no iba a reconocerlo.

-¿Recuerdas tu nombre, muchacho? – preguntó el ayudante del viejo, haciendo por primera vez algo útil.

-Merlín. – respondió rápidamente.

-¿Qué recuerdas exactamente? – volvió a preguntar, con una voz aguda y dulce.

-Yo…recuerdo mi vida. Mi infancia…. Esto es de locos, ¿qué está pasando aquí? – exclamó, exaltado.

-¿Recuerdas la herida, Merlín? ¿Recuerdas lo que ha pasado hace dos días? – El druida se agacho para quedar a su altura, preguntándole lo más importante.

Merlín negó lentamente con la cabeza, y entonces, el ayudante posó las manos en la herida, haciendo dar un grito ahogado a Merlín.

-¿Qué es lo que me paso? – inquirió, con la voz llena de duda.

Maestro y aprendiz se observaron lentamente, y luego de unos minutos, asintieron a la par con la cabeza.

-Merlín, ¿qué es lo último que recuerdas? – pregunto el ayudante, mientras el druida comenzaba a dar vueltas por la pequeña cueva, hablando en murmuros con una lengua extraña.

Arthur no despegaba la vista de Merlín, aunque él no se acordase de él, por un extraño motivo.

-Lo último que recuerdo… - se sentó mejor en el suelo y reflexiono esa pregunta. Luego de pensar, respondió: - Mi madre junto a mí, hablando sobre un viaje. Es lo último que recuerdo.

-¿No recuerdas una llegada a un Reino de gran importancia?

-¿Tendría que hacerlo?- preguntó al instante.

Arthur sintió otra gran punzada de dolor. Merlín se acordaba de su infancia, y de ese tal viaje, pero… ¿no se acordaba de la llegada a Camelot? ¿Ni de él? ¿No se acordaba de lo que acababan de vivir juntos? Oh, por los dioses, esto era un infierno.

-Es importante, Merlín. Acá acaba de pasar algo realmente…extraño.

Arthur no pudo soportarlo más, por lo que se paró y fue a hablar con el druida, para ver si tenía una explicación para lo que estaba pasando. Mientras tanto, el ayudante del druida aprovecho la oportunidad:

-Escucha, Merlín. No sé qué es lo que acaba de pasar, pero, ¿recuerdas que posees magia, verdad?

Merlín asintió con la cabeza, asustado por aquello. Pero, cuando iba a preguntar como sabia, fue interrumpido:

-Entonces harás bien en recordar que no tienes que usarla delante de nadie, absolutamente nadie. En el reino donde tú vives, la magia está prohibida.

-Pero si está prohibida, ¿Por qué vivo allí? – Aquello no tenía sentido.

-Porque...es difícil explicarlo. Lo único que tienes que recordar es no hacer magia. Es sencillo. Solamente uno sabe quién eres en realidad, Merlín. Y vive contigo. Pero, supongo que eso lo descubrirás cuando llegues allí.

-¡¿Llegar allí?! – exclamó Merlín, haciendo sobresaltar a Arthur y el druida. - ¡¿Tengo que ir allí?!

Arthur lo miró sorprendido. Pues estaba claro que la idea era que vuelva a Camelot, donde pertenecía.

-Pues sí, Merlín. – contestó, con la voz contraída por los nervios y el llanto.

Esta vez, Merlín dirigió sus faroles azules hacia los de Arthur.

-¿Y alguien me ha preguntado si quiero ir? – su voz contenía una dureza que jamás Arthur no había escuchado.

-Pues… - empezó Arthur, pero Merlín lo paro.

-¡No tengo idea de lo que sucede aquí! ¡No recuerdo haber pasado por otra cosa! ¡No recuerdo heridas, no recuerdo un reino de importancia! ¡No recuerdo nada!

-Merlín… escucha. – El druida se dirigió a él, con paso cansado pero seguro – Lo que acaba de pasar…es algo que sucede muy pocas veces. Yo soy un druida, Merlín, y poseo magia. Tú te encontrabas gravemente herido, al borde de la muerte. Tú amigo, el Rey de Camelot Arthur Pendragon, me ha pedido que utilice mi magia para salvarte. El hechizo que hice debería haber salido bien, pero aquí hay una presencia muy poderosa que lo ha impedido. Y tiene nombre: Morgana Pendragon. Es una sacerdotisa muy poderosa, Merlín, y por alguna razón, no te quería muerto, solo…olvidadizo. Los hechizos de olvido son muy difíciles de revertir, pero siempre hay esperanzas.

Merlín trato de entender a lo que se refería, pero no lo logró. ¿Por qué esa tal Morgana lo quería olvidadizo? ¿Qué había hecho él para ganarse su odio? ¿Y si levaba el apellido Pendragon…no significaba eso que era la hermana del Rey?

-No logro comprender…

El druida suspiró y lo ayudó a incorporarse.

-Tienes que ir a Camelot. – le dijo lentamente. – Tú lugar es ese. Y mientras Morgana siga en sus andadas, no estas a salvo. Su magia ha llegado hasta aquí. ¿Cómo? No puedo explicarlo. Al igual que el porqué. Pero necesito saber que te encontrarás a salvo para poder hallar la cura.

-¿Hay cura? – preguntó de repente.

Entonces, ¿era verdad? ¿Todo? Sólo había una forma de averiguarlo…

Levanto su remera y se miró el costado izquierdo, donde una gran cicatriz resaltaba en su blanca piel.

La cicatriz parecía vieja, cómo si hubiera sido hace un millar de años, pero al pasar los dedos por ella, le dolió cómo si recién se la hubiera hecho.

-Es verdad, Merlín. Y esa cicatriz es un hecho. – le susurró el druida.

Levantó la vista, para encontrarse con la mirada entristecida de Arthur.

-Me salvaste la vida. – le murmuró.

Arthur levanto al cabeza, cómo si hubiese querido escuchar eso desde hace rato. Pero, lentamente, negó con la cabeza.

-No fui yo quién te curo la herida, Merlín, fue la magia del druida lo que lo ha hecho posible.

El joven hechicero asintió con la cabeza, y dirigiéndose a su salvador, le murmuró:

-Gracias.

El rubio hubiese querido que ese gracias fuera para él, pero no sucedió. Sabía que él no lo había salvado. Y tampoco hubiese podido sí el druida no aparecía. Y eso era lo que lo apenaba. La posibilidad que tenía Merlín de haber muerto sí alguien no hubiese aparecido.

El druida lo miro atentamente, intentando descifrar que era lo que pasaba por su mente. Pero, sabiendo o no, lo único que le dijo fue:

-Iré de incognito al reino a informaos de lo que encuentre para la cura, Sire. Mientras tanto, recomiendo que no lo pierdas de vista. Al parecer, solamente se ha olvidado desde su llegada a Camelot. No recuerda haber partido de su casa.

Aquello Arthur ya lo sabía, pero ¿Por qué? ¿Para qué quería Morgana hacer olvidar a Merlín su estancia en Camelot? Aquello no tenía sentido.

Pero aun así, asintió con la cabeza.

-Merlín – llamó. Ahora iba a ser mucho más difícil tratarlo afectuosamente, porque no podía permitir que fuera su sirviente. Ni siquiera se acordaba de aquello…

Merlín lo observo, expectante.

-¿Qué eres de mí, además de Rey? – pregunto de repente.

No podía imaginarse que se hubiera acordado de lo que acababan de vivir, por lo que le contesto con sinceridad:

-Eras mi sirviente, Merlín. Un sirviente real.

-¿Yo?

-Sé que suena difícil que alguien tan… - iba a decir inútil, pero recordó que él no se acordaba de que se trataban así, por lo que cambio la frase al final. - .. Incapacitado como tú pueda serlo.

-¿Incapacitado? ¿En qué sentido?

-No eras un buen sirviente, Merlín. – agregó rápidamente el druida, para liberar del apuro a Arthur, quien se lo agradeció mentalmente.

Aquello no sorprendió al joven.

-Mi madre me lo ha dicho varias veces. –Hizo una pausa, y luego volvió a preguntar:- ¿Cómo cuantos años creen que he olvidado?

-Diría que unos cuatro… - contestó Arthur, inseguro.

Merlín abrió un poco los ojos, pero no contesto. Se sintió listo para marcharse.

Listo para marcharse antes de arrepentirse.

Esto era todo muy nuevo para él…era algo que no podía procesar del todo muy bien. Era algo muy…raro.

Pero quería saber qué era lo que se había perdido de su vida. Quería saber qué era lo que había olvidado. Quienes eran sus amistades, relaciones. Quería saber quién era él en ese reino, además de un sirviente.

Porque, para que el Rey le tratara de salvar la vida y llorase al no recordarlo, debería ser alguien muy importante. O eso esperaba él.

Arthur le dedico un último adiós al druida, quien le entregó dos caballos por arte de magia. En todos sentidos.

Y así, amo y sirviente partieron nuevamente hacía Camelot, esperando que esta vez no encontrasen más bandidos por delante.

El viaje era denso: densas ramas y follajes aparecían por doquier, y eran molestas para atravesarlas.

Además de que ambos estuviesen callados y concentrados en sus pensamientos.

Merlín sabía que la cabeza de Arthur no paraba de hablar, por así decirlo. Pero trato de no perturbarlo, ya que él mismo tenía sus propios problemas ya.

Por un lado, quería llegar a Camelot en cuanto antes, pero por otro, quería dar vuelta en dirección contraria y partir nuevamente hacía su aldea, donde se encontraba su madre.

Pero no, él tenía que afrontar aquello. Él tenía que ser valiente y seguir adelante.

Se irguió en el cabello, y tras aclararse la garganta, se atrevió a preguntar:

-¿Tengo amigos en Camelot?

Arthur giro al cabeza bruscamente, aliviado por escuchar su voz, qué, en cierta parte, no era su voz. Aquella voz contenía un deje de nerviosismo, ansias, y por sobre todas las cosas, desconfianza.

-Bastantes. – respondió cauteloso.

-¿Tengo que recordar las cosas como son, verdad? ¿No pueden decirme todo desde el ya?

-No, Merlín, ya quisiera que recuerdes todo. Pero, sí te decimos todo de momento, podría ser mucho más de lo que puedas tolerar. Dejaremos que las cosas tomen su curso.

Merlín asintió con la cabeza, y se quedó callado, pero aquello no podía soportarlo Arthur.

-¿Qué más quieres preguntar, Merlín? – dijo con un deje de diversión.

-Tengo tantas preguntar que no sé por dónde comenzar, Sire.

-Demasiado formal, Merlín. – respondió malhumorado Arthur. No soportaba también que lo llamase así. Estaba acostumbrado a ser llamado por su nombre, proviniendo de su dulce voz. – Llámame Arthur.

Merlín volvió a asentir con la cabeza tomando notas mentalmente.

-Arthur Pendragon.

Bueno, al menos se asemeja… - pensó Arthur.

Siguieron en silencio, sin volver a preguntar y contestar. Al parecer, Merlín no quería enterarse de todo en el momento. Había aceptado su consejo.

Cuando ya se acercaban a las puertas de Camelot, Arthur le comentó:

-Será mejor que no habléis con los caballeros. Ve de vuelta a tus aposentos, y cuéntale lo sucedido a Gaius, el viejo que vive contigo.

-¿Dónde se ubican mis aposentos, Sire? – volvió a preguntar con formalidad, y eso ya no le estaba gustando mucho a Arthur. No era típico del Merlín que él conocía.

-Te acompañaré, así no os perdéis.

Cuando traspasaron las puertas, los guardias de Camelot informaron rápidamente sus llegadas, y los caballeros llegaron a ellos en cuestión de segundos.

-¿Qué ha pasado? Nos tenían preocupados. – informo un caballero, con una nariz un tanto amplia y cabellera hasta los hombros.

-He ido a buscar a Merlín. – respondió Arthur, pensando solamente en decir aquello y nada más.

-¿Merlín, os encontráis bien? – pregunto toro caballero más alto, con grandes brazos y rapado.

-¿Perdonad? – pregunto Merlín, perdido completamente.

Los caballeros se miraron entre ellos, y luego clavaron la vista en Arthur, quien obligo brutamente a bajarse del caballo a Merlín.

-¿Sire? – preguntó, a la espera.

-No tienes que actuar como mi sirviente, Merlín. – le susurró al oído.

-¿No era lo que soy? – volvió a preguntar.

Arthur puso los ojos en blanco y les informó a los caballeros:

-Lo acompañaré hasta sus aposentos, no se siente bien.

Dieron varias vueltas por el castillo, y Merlín se perdió unas cuantas veces, pero siempre seguía a Arthur sin decir palabra alguna.

Y al llegar, un viejo abrió la puerta al primer puño y abrazó a Merlín, preocupado.

Merlín no supo que hacer, por lo que no hizo anda. El viejo lo miro, sorprendido.

Arthur cogió a Merlín del brazo y lo arrastro hacia adentro, informando a Gaius:

-Tenemos que hablar.

En las minúsculas habitaciones de Gaius, Arthur le informó de todo lo que había ocurrido, mientras que Merlín miraba e inspeccionaba cada rincón sin aportar algún comentario.

Sabía que el viejo llamado Gaius lo estaba mirando atentamente, mientras que el Rey relataba todo tal cual había sucedido.

Lo último que escuchó provenir del rubio fue:

-…por lo que no hay que perderlo de vista; en el estado que esta, es una presa muy fácil de atrapar.

-Está bien, Sire, haré todo lo que este a mi alcance. Investigaré sí puedo hacer algo para que recuerde.

-Gracias, Gaius.

El viejo asintió con la cabeza, lamentado. Y echó otra mirada de tristeza a su aprendiz.

Arthur le regalo una sonrisa afectuosa, aunque su cara decía todo lo contrario. Y antes de irse, le dio un apretón en el hombro a Merlín, murmurando:

-Todo estará bien.

Una vez solos, Gais soltó un largo suspiró. Merlín se sentía incómodo, sin saber a dónde ir y que hacer.

-¿Cómo llegué a parar aquí? – pregunto, nervioso.

-Por tu madre. ME envió una carta diciendo que tu aldea ya no era segura.

-Entonces, ¿sabe que…?

-¿Tienes magia? Sí, lo sé. Soy la única persona de aquí que lo sabe. Y créeme cuando digo que no ha sido muy fácil llevarlo.

Merlín asintió con la cabeza, confiado.

-¿Por qué mi madre me ha enviado aquí?

-Para que seas mi aprendiz. Yo soy el médico de la corte, y tengo mucha experiencia. Además de que tu madre me conocía desde hace añares y me ha tomado una gran confianza.

Merlín volvió a mostrarse callado y cohibido, por lo que el viejo comenzó a reírse.

-Merlín, no te hagas problemas en preguntar cosas. Y en andar por aquí libremente. Es tu casa.

-Quiero recordar. – dijo de pronto.

Gaius lo miro, comprendiéndolo.

-Merlín, yo no puedo decirte las cosas rápidamente, tenemos que ir de apoco. Algunas cosas las tendrás que recordar por tu cuenta. Es muy probable que los recuerdos te asalten en sueños, por lo que no sabrás diferenciarlos. Y por esa razón, es por la que tendrás que confiar en nosotros y preguntarnos sí son verdaderos, o solo sueños. ¿Entiendes lo que digo?

Claro que sí entendía aquello, pero lo que no lograba comprender era porque le había pasado a él. Y tampoco porque Arthur no querría que los caballeros se enterasen de su situación.

Algo cansado y de mal humor, pregunto al médico donde podía dormir. Y enseñándole la habitación, rápidamente se acostó. Rogando que ese día fuera solo un sueño, o que al menos, al día siguiente, se acordase de todo.

Lo primero que acudió a su mente fueron risas: carcajadas. Él feliz, riendo, con otros hombres que, al parecer, eran caballeros.

Pero luego también llegaba el llanto. Y una herida mortal; una herida que lo hizo gritar con todo sus pulmones.

Estaba apurado, quería llegar a un lugar…un Reino. Pero se había perdido, y hombres armados ahora querían hacerlo su trofeo.

Y ahora con su herida, ya no podía casi ni caminar.

Unas ásperas manos lo agarraron, haciéndolo separar del suelo. Y con unos murmullos, lo tranquilizaba, diciéndole que todo iba a estar bien.

Quería mirar quien era su compañero, quería recordar su nombre, pero su rostro estaba borroso, y no podía divisar nada más que el cielo azul que pronto se tornaba oscuro.

De pronto, todo rastro de recuerdo se borró de su mente, haciéndolo despertar sobresaltado.

Era entrada la medianoche, y tenía la camisa pegada al pecho por el sudor.

¿Qué había sido eso? ¿Un sueño, o recuerdos?

Maldición, maldición, maldición. No podía recordar más. ¿Por qué eso solo?

Bueno, al menos, se había acordado de la herida y del cómo se la había hecho, pero…¿aquel que lo sostenía quien era? Seguramente, era Arthur. ¿Quién otro sino?

Las dudas comenzaron a asaltarle la cabeza, y sin poder contenerse por mucho más tiempo, se puso un abrigo, y dispuesto a aclarar aquello, salió de la habitación.

No sabía a donde se dirigía, pero dejo que su instinto lo guiaría.

Recorrió varias veces numerosos pasillos, pero no estando conforme, siguió caminando; hasta que, seguro de lo que hacía, se paró delante de una puerta de madera, y tocando para que alguien le abriera, espero…

…y espero…

…espero…

…Y cuando se iba a marchar, una voz proveniente de adentro le informo que pase.

Al traspasar la puerta, se encontró con una habitación amplia, cubierta con grandes comodidades y muebles, donde, en un extremo, se hallaba un cama.

La cama del rey.

¡Maldición! ¿Se había dirigido a los aposentos de Pendragon?

Abochornado, Merlín dio marcha atrás, dispuesto a marcharse, pero Arthur lo freno:

-¿Merlín? ¿Eres tú?

-Lo siento, sire. En verdad, no sabía que aquí era donde descansabais vos… Me he despertado y me dirigí hacia donde mi instinto me guio. – trato de explicar. - No tuve que hacerlo. Mil perdones…

A sorpresa suya, el Rey rio.

-No te hagáis problema, pero, ¿porque estáis levantado a estas horas?

Merlín iba a responder, pero al acercarse a la cama del Rey, se tropezó con una armadura, la cual tiro y esparció por toda la habitación.

El Rey lo miró con los ojos cansados, cómo si hubiese vivido aquella escena miles de veces.

-Estaba recién pulida. – susurró, con un disgusto y principio de ira en su voz.

-Lo siento, Sire. – Merlín sintió como un calor iba expandiéndose en su cara.

-Bueno, al parecer, aun perdiendo la memoria, eres idiota. – Ahora sí estaba enfadado: por muchas cosas, pero todas tenían un punto en común: su enfado había nacido de Merlín.

Merlín iba volverse a disculpar, pero también se molestó. ¡No tenía por qué tratarlo así! Por ser un Rey no le daba derecho a insultarlo.

¿Siempre había sido así? ¿Siempre era tan…engreído? ¿Todas las veces le había dicho esa clase de cosas? Así no se había imaginado al Rey; lo había imaginado más culto y respetable.

Y por sobre todas las cosas, ¿a esto llamaba Gaius una gran amistad?

A él no le parecía tal cosa, a él le parecía más un acto de humillación constante.

Indignado y sin responderle ante lo que acababa de decirle, se encogió de hombros y se dirigió a la salida.

-¿Merlín? – llamó con voz extraña Arthur. Una parte suya sabía que no tenía que haber dicho eso: Merlín había perdido la memoria, y seguramente, no se acordaba de que ellos se trataban así.

-Me he despertado en sueños. – respondió, para que sepa a que había ido realmente allí. – Pero supongo que no os interesa.

Y cerrando la puerta de un gran portazo ruidoso y estridente, se dirigió nuevamente a sus aposentos, rogando en que mañana, "su amigo", se levantase de mejor humor, sin insultos, y sin actos de humillación.