Nota de la autora: Hola! Soy BlackButterfly34, y si no me conocen es porque… bueno, porque este es mi primer fic de Hetalia. Tuve que buscar mucha información, re-ver la serie completa, y escuchar los characters songs para poder meterme en ambiente. Aun así, como esta es la primera vez que los manejo me pueden resultar un poco… fuera de personaje.

La historia está en un universo alterno, y llevan sus nombres humanos. Haré un esfuerzo grande por meter tantos personajes de Hetalia como me sea posible. Solo ordenen y yo haré que tengan una aparición más o menos aceptable.

La verdad, es que desde que vi Hetalia siempre quise escribir una historia con PruAus, puesto que ellos son una de mis parejas favoritas de toda la serie. Incluire parejas como el Spamano, el GerIta y el Franada, pero creo que solo hare menciones de ellos, tal vez una que otra escena… Umm, si todo sale bien quizás les haga sus propias historias a cada pareja, quien sabe n.n


Summary: Tras un fracaso amoroso y un rechazo total por parte de grandes figuras de la música, Roderich cree que todo está perdido. Ya no tiene dinero y se ve obligado a trabajar en una constructora de la ciudad, haciendo labores arduas que no son de su agrado. Ahí conocerá a alguien especial: Gilbert Beilschmidt, quien, con el paso del tiempo cambiara la vida de Roderich de la manera más extraña, asombrosa y romántica posible.

Pero… ¿Cómo pasara eso si ambos se odian?


Adevertencias: Relación hombre con hombre, Universo Alterno, malas palabras, algunas escenas fuertes… tal vez más adelante, no sé. Variación de longitud de capítulos, actualizaciones lentas, podría parecer algo fumado (?). Creo que es todo por ahora.


Disclaimer: Esta serie no me pertenece, todos los derechos de autor son de la mente maestra de Himaruya Hidekaz. Tampoco hago esto para ganar dinero (es obvio, esta página no paga nada ¬¬)


CONSTRUYENDO UNA CANCIÓN DE AMOR.

Capitulo 1: Acabo de conocerte…y te odio.

Las notas salieron del piano de manera tan natural. Sus dedos paseándose por las ya conocidas teclas. Sus ojos cerrados, ni siquiera necesitaba ver las partituras. Entregando su alma, su corazón a la única pasión que tenía desde hace muchos años. Todo estaba en silencio, solo era la música, su música la que se escuchaba. Y era hermoso. En ese instante todo era perfecto.

Roderich en verdad era un prodigio tocando el piano. Nada importaba cuando se entregaba a la música, que era su don y su razón de vivir. La melodía empezó a cambiar un poco, tornándose más salvaje, más difícil. Y él solo continuo presionando las teclas, como si hubiera nacido solo para ello. Empezó a agitarse, él y la música eran uno. Él entendía, la entendía, los sentimientos que se quisieron plasmar en aquellas notas él podía sentirlas. La rapidez con las que sus finos dedos trabajan en el instrumento era simplemente prodigiosa, y nadie, ni siquiera su ex español, cuya relación había terminado en los peores términos, podrían nunca negarlo.

Dejó unos breves instantes de silencio, y luego retomo la canción de la misma manera que había empezado, con una tonada dulce, risueña. Y lo pudo ver, en su mente, la imagen de él deleitando a un público que aun conocía sobre arte, en algún teatro donde se hubieran presentado mentes maestras como Pavarotti ó Angela Hewitt. Y solo cuando el último estribillo era escuchado, solo cuando hacia ademán de detenerse, ese era el momento en que una gran ovación lo abrazaría, retumbaría en sus oídos, deleitándolo, casi como la música lo hacía.

La canción llego a su fin, dejándolo caer de vuelta en la realidad, y no sabía si se sentía triste, abrumado, o decepcionado. Tal vez incluso las tres. Él seguía ahí, en ese destartalado ático que había sido su único testigo de las noches en vela que pasaba cuando componía sus propias canciones. Que había visto todo el potencial que el joven tenía y, que aun así, nadie aceptaba realmente.

Sí, su vida era hacer música, era una lástima que ninguna sola orquesta lo haya aceptado para formar parte de la banda. Acomodo sus delicados lentes con fina montura en el puente de su nariz y bostezó. Realmente no había espacio para pensamientos tan insanos cuando aún no había pegado el ojo durante toda la noche. Miro su reloj de bolcillo y frunció el entrecejo.

06:09 a.m.

No pudo quedarse tanto tiempo despierto, que su mente recordara solo habían pasado dos horas, incluso tal vez tres, pero no más. ¿Cómo pudo quedarse despierto desde las 9:30 p.m. hasta las 6:09 a.m.? ¡Y aun peor, sin darse cuenta! ¡Qué mal semblante ha de andarse cargando en estos instantes! Y pensar que ese era su primer día en el nuevo trabajo que había conseguido.

–Bueno, lo más aconsejable es dormir por lo menos media hora – se dijo a sí mismo para restarle importancia.

Se levanto del banquillo donde estaba sentado, lo hizo a un lado con su delicadeza habitual y se dispuso a bajar hacia su cuarto. Y entonces sonó una alarma, y el viejo reloj de la cocina también empezó a hacer ruido, una musiquilla muy animada llego a sus oídos, lo que, de manera inexplicable para los demás, lo puso de mal humor.

–¡Ya los oí, relojes tontos! –insultó a los objetos inanimados mientras corría escaleras abajo para entrar en el baño. –No dormí nada, requeriré de toda mi energía para trabajar en la constructora –hablaba de manera tan natural que alguien hubiera creído que había una persona con él. Se deshizo de sus lentes, que dejo a un lado del lavabo y se llevo el agua a la cara, intentando desperezarse. Usó la toalla que estaba colgada al lado para secarse el rostro, y luego volvió a poner sus lentes donde pertenecían.

No quiso verse mucho tiempo en el espejo, lucía demasiado cansado que… ¡Oh cielos! Estaba peor de lo que imaginaban, y créanme que él se vislumbraba muy, muy feo. ¿Por qué la música lo absorbía de esta manera? Antonio tenía razón sobre él, era un enfermo con ilusiones de genio frustrado que no se concentraba más que en su viejo piano. Algún día de estos le terminaría dando un colapso de lo poco que dormía, y lo peor es que vivía solo en esa enorme casa como para que alguien pudiera socorrerlo si algo así pasaba.

Hace años Roderich tenía una vida, tenía amigos y un buen trabajo. Pero eso había sido antes de… ¿Antes de que? Ni siquiera se dio cuenta de cuando ocurrió ese brusco cambio de su personalidad, no se dio cuenta cuando se empezó a obsesionar de esa manera tan insana a su sueño de ser un pianista reconocido, solo sabía que había perdido todo cuanto poseía en el proceso. Aunque eso no le importo en lo absoluto, no en ese instante, no mientras pudiera hacer música.

Y así había terminado con el paso del tiempo. Buscándose trabajo en constructoras que no pasaban a ser más que solo temporales. Necesitando de toda su fuerza física para poder hacer tareas tan pesadas bajo el sol. El tiempo le cobraría factura por ello después, de eso no había duda. Él no estaba hecho para una vida así, nunca lo estaría, sus finas facciones y su figura esbelta no eran sus mejores aliados para ese tipo de labores. Él solo servía para algo, y solo para algo, y ese algo era llenar los corazones de los demás con miles de sentimientos cada vez que tocaba una suave melodía en su piano de cola.

Sí, Roderich Edelstein, solo servía para hacer música, era lo único en lo que era bueno. Realmente era una lástima que nadie más se diera cuenta de ello.

La alarma volvió a sonar, estaba vez un poco más fuerte. Era eso o Roderich por fin estaba completamente despierto.

–¡Oh, Mein Gott! –Gritó al volver a ver la hora marcada en su fino reloj –¡Voy tarde! ¡Y en el primer día!

Él solo servía para hacer música, pero eso, por ahora, no llenaría su estomago.

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Gilbert recibió los típicos rayos matutinos en plena cara, lo que no le dio más opción que levantarse de mala gana, que, por cierto, era lo que más lo ponía de mal humor. Se estiró un poco y luego bostezo pesadamente, mientras recuperaba la consciencia del todo. Se rasco la nuca y comenzó a ver alrededor hasta que sus ojos encontraron lo que estaban buscando. El despertador digital, que había sido el objeto de su búsqueda, marcaba la no tan asombrosa hora, 6:34. Uno debía estar loco para levantarse tan temprano.

De pronto el canto de un pajarillo rompió el silencio. Esa misma ave que silbaba tan alegre pasó al cuarto del albino a través de su ventana, que por cierto estaba abierta y carecía de cortinas, y el peliblanco no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en sus labios.

–¡Hey, Gilbird! –saludó a su asombrosa mascota, quien se posó en su hombro y le empezó a piar cerca de la oreja con desespero. –Ya te escuché, ¿ves? Estoy despierto, igual, dudo que comiencen sin mí, ya sabes cuánto me quieren en la constructora. –el pajarillo volvió a piar, esta vez demasiado alegre, como dándole la razón.

–¡Bruder! –su hermano, más musculoso y alto, entró por esa puerta casi derribándola por culpa de la patada que le aventó –¿Sigues dormido? ¡Ya vas tarde! –le reprimió con su típica seriedad. Era ridículo pensar que por aquella actitud tan típica en Ludwig todos creyeran que él era el mayor, pero no. Gilbert le ganaba por ocho años.

–¿Cuál es la prisa, Ludwig? –el susodicho le lanzo una mirada de reproche cuando noto que el otro aun seguía enredado entre las sabanas. –Se ve que estas ansioso por sacar mi asombroso trasero de tu estúpida casa –bromeó, aunque Ludwig no rió ni un poco con aquel chiste.

Negó con la cabeza, le era imposible que su hermano le tomara seriedad a las cosas, porque la verdad nunca había tenido la necesidad de hacerlo –Nunca maduraras, ¿cierto? –no tenía sentido pelear con él, porque Gilbert nunca aprendería de ninguna forma posible, todas las posibilidades con ese sujeto estaban perdidas –¿De cuantos trabajos te han echado en este año? ¿6? ¿5? –el albino solo frunció el seño cuando escucho la mención de sus antiguos fracasos.

–8 –ni siquiera supo porque contesto aquellas preguntas, si la respuesta ya era bastante humillante –¡Pero no hagas caso, hermanito! –le resto importancia con una sonrisa –Que esos trabajos eran poco asombrosos, y fui yo él que renunció a todos ellos, no es que me despidieran ni nada similar.

–No puedes estar toda la vida con esa actitud, ni pasártela viviendo en la casa de tu hermano menor, tienes que hacerte capaz de mantenerte a ti mismo –Ludwig se dio un golpe mental, ¿Por qué seguía insistiéndole?

–¡Oh, eres cruel! –siguió con ese tono tan despreocupado que empezaba a hartarle –Después de todo yo vivo contigo porque necesito cuidarte, no porque no pueda irme a vivir a otro lado. Yo fácilmente puedo conseguirme una casa más asombrosa que la tuya. Kesesese~

Lamentablemente para Gilbert, Ludwig ignoro aquel comentario. Realmente no tenía humor para discutir por cosas tontas.

–Si lo que digas, ahora solo apúrate a ir a trabajar –Gilbert se levanto de mala gana de la cama, caminando desganado hasta que se le puso a su altura para enfrentarle, entonces recargo un dedo en su bien trabajado torso y cruzo su mirada con la suya, como retándolo –Algún día vas a entender lo que realmente importa en esta vida, Bruder. No es sobre trabajo, o dinero –Ludwig espero a que continuara, rogando en su interior porque, lo que sea que dijera, tuviera un significado profundo, y no una de sus típicas mofas. Sin embargo, y pese a todo pronóstico, Gilbert solo se quedo callado frente a él sin dejar de mirarle, por supuesto.

–¿Cómo qué? –lo animo a proseguir.

–¿Cómo que, qué? –Ludwig sintió la amenaza inminente de un tic que estaba a punto de aparecer en su cara, y Gilbert solo sonrío más anchamente. El rubio hizo lo posible porque no se le notara lo abrumado que su hermano lo traía, porque obviamente eso era lo que él quería.

–¿Cómo que es lo que importa en esta vida? –volvió a preguntar con un tono tranquilo. El albino se llevo un dedo a sus labios e hizo ademán de pensar.

–Cómo la familia, los amigos, los momentos gratos… –Ludwig sonrió cuando vio que esta vez Gilbert estaba serio –y la cerveza. En definitiva la cerveza es algo que importa… ¡Oh, y el wurst también! El wurst es bueno–y ahí estaba el mismo Gilbert que él conocía.

–Solo… vete ya, ¿sí? –su hermano le dio un par de palmaditas en el hombro.

–Bien, bien. Extráñame mientras tanto, ¿sí? Ni siquiera sé porque te lo pido, obviamente vas a extrañar mi asombrosa presencia –Ludwig suspiró.

No se dijeron nada más. Gilbert salía de la habitación, seguido por su adorable mascota, dejando a su hermanito con una terrible jaqueca que amenazaba con aparecer en cualquier momento. Pero antes de abandonar por completo la estancia, el albino volvió a asomar su puerta dentro del cuarto, y con una sonrisa desquiciante agregó una última cosa –Y tu pagas esa puerta, bruder. Kesesese~

Ludwig solo asintió de manera casi estática, pero ni siquiera hubo necesidad de ello, pues, en lugar de esperar a que éste respondiera, su hermano ya sé había ido, totalmente convencido que su hermano no le diría que no.

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Roderich se apresuró a cerrar la puerta de su casa con llave, cosa que no le resulto fácil del todo, pues ésta se resbalaba de sus manos, las cuales estaban entumidas por el frio matutino. Cuando al fin lo logró ocultó la llave donde siempre la ponía para no irse cargando con ella: dentro de una de sus macetas. Después de eso corrió lo más rápido posible que sus pies le permitían hasta el metro, que no quedaba tan cerca de su casa como a él le hubiera gustado en ese momento.

¡Por dios! Hacía mucho frío afuera, a pesar de que el sol estuviera brillando a todo lo que daba. De haber imaginado que sería así se hubiera puesto una abrigadora bufanda. Pronto empezó a cansarse de correr, y tuvo la necesidad de abrir la boca para poder llenar más sus pulmones de oxigeno. El aliento que emanaba se evaporaba al instante, creando una fina nube blanca que era más o menos visible.

Su velocidad disminuyo considerablemente, Roderich no era la persona más atlética, y había que admitirlo, pues apenas había recorrido un par de cuadras. Se recargó en una pared hasta que se recupero más o menos, antes de volver a la carrera que traía. El esfuerzo y el frío calaban su garganta haciéndole toser de vez en cuando, pero no era nada tan terrible como la idea de un retraso.

Ni siquiera se disculpo cuando choco con un corpulento hombre rubio y una cara "voy a matarte", solo se alejó de ahí tan rápido como había llegado, dejándolo atrás con todos sus papeles regados en el piso, los cuales habían terminado así cuando su portafolio cayó al suelo por el impacto. Roderich solía tener más modales cuando causaba problemas como esos, pero ahora él tenía una terrible urgencia por llegar a trabajar y los modales le importaban un comino.

Adiós a sus planes de detenerse en su cafetería favorita para tener un desayuno más o menos aceptable. Ese día había comenzado con un mal pie y, sinceramente, Roderich creía que no podía ponerse aun peor.

–¡Disculpen! ¡Con permiso! ¡Disculpen! –era lo que gritaba cuando pasaba por banquetas concurridas de gente que iba en su sentido contrario, y, al parecer, iban tan apurados como él, porque ellos tampoco se molestaban en mostrarse encantadores.

Se abrazó a sí mismo para darse algo de calor, sus lentes estaban empañados. Por eso cuando diviso las escaleras que bajaban al subterráneo al final del camino sintió que se quitaba un enorme peso de encima de sus hombros. Bajó a toda prisa, incluso saltándose un par de escalones de vez en cuando. Pasó su boleto de metro en la maquina con cierta maestría, cosa rara, porque él prefería irse en taxi, pero desde hace algún tiempo estaba corto de dinero.

La línea que lo llevaría al trabajo estaba a punto de partir cuando lo alcanzó, e incluso tuvo ayuda de una hermosa mujer que lo vio desde muy lejos para subir. La chica le sonrió con genuina alegría, feliz porque él pudiera haber alcanzado su objetivo, éste solo le devolvió el gesto como muestra de gratitud pero no le dijo nada.

Avanzó por la cabina hasta que encontró un lugar vació y se sentó sin procurar ser delicado. Realmente su corazón estaba golpeando muy fuerte a su pecho por todo el esfuerzo que hizo, y su respiración aun seguía siendo muy pesada.

–"Por lo menos…" –pensó mientras intentaba relajarse –"Por lo menos todo lo peor ya pasó, ahora todo estará tranquilo" –o eso creyó.

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Gilbert camino tranquilamente por la calle con su almuerzo en la mano y una sonrisa arrogante en el rostro. Este día era tan asombroso como los otros, exceptuando… tal vez... por la idea de que tendría que ponerse a trabajar. Pero fuera de eso, ese día seguía siendo asombroso.

Su hermano era un exageradito, la verdad es que Gilbert tenía mucho tiempo de sobra para llegar a su no tan asombroso trabajo. O eso creía él. La verdad es que podía llegar ahí caminando, lo cual no estaba tan mal después de todo. Por esa razón, cuando el albino vio su cafetería favorita no pudo resistir la tentación de llenar su estomago con un buen cafecito… y quizás un burrito, si lograba de nuevo que el dueño le convidara como lo hizo la última vez.

Cuando entró sonó la típica campanita colgada en la puerta que avisaba la entrada de un nuevo cliente. Gilbert nunca le encontró gracia a eso, pues la mayoría del tiempo ese lugarcillo se mantenía tranquilo, exceptuando por un par de personas que iban y venían con suma rapidez. Se acerco a la barra donde tomo asiento y espero a que alguien saliera de la cocina para atenderlo.

–¡Fratello, hay un cliente esperando! –se oyó desde dentro, pero Gilbert lo ignoro por completo.

–¡Pues ve a atenderlo, joder! ¿Qué tengo que hacer todo yo?

–Pero si soy yo el que cocina, ve~ –esa clase de discusiones es lo que hacía a Gilbert volver siempre. El restaurante tenía un aire familiar que a él le gustaba.

–¡A ver! ¿Qué se le antoja al señor cliente? –de la cocina salió un chico con cabello café, ojos verdes y cara de pocos amigos. En una mano cargaba una pequeña libreta y en la otra una lapicera de las princesas Disney. Llevaba el ceño fruncido además.

–Amm… pues… –¡Genial! ¡El Abuelo Roma no sé encontraba atendiendo el local! ¡Adios a la idea del burrito!

–Rápido, no tengo todo el día, ¡coño! –Como que ese muchachito se tomaba muchas libertades al atender a los comensales.

–Ya te oí –Gilbert afino la mirada para poder bien el nombre que estaba escrito en el gafete – ¿George?

–Tsk –se quejó el empleado –, pedazo de animal… Me llamo Lovino, pero aún no tienen un gafete para mi así qué… –dejó la frase en el aire. El chico era listo, sabía que a Gilbert no le interesaba escuchar explicaciones, en lugar de eso presiono el botoncito de la lapicera y la punta salió al instante –¿Y… bien?

–Muy bien, Lovino~ –se burló un poco, a lo que solo recibió una mirada de reproche –Solo quiero un café cappuccino, con espuma, sin crema, mitad de leche y mitad de agua, el doble de azúcar y… calientito, para llevar, por favor.

–Hump –el chico le bufó en la cara mientras apuntaba todo lo que había dicho. Tan concentrados estaban en sus propios pensamientos que no notaron que la campanita había vuelto a sonar, indicando que alguien más había entrado.

–¡Lovi~! –ambos voltearon al instante que oyeron esa voz tan familiar para ellos. A Gilbert solo se le ensancho la sonrisa más, pero a Lovino… ¡Oh! El pobre solo pudo poner su cara más encabronada.

–¡Hey, Tony! –llamó a su gran amigo español.

–¿Qué haces aquí, bastardo? –el nuevo cliente se acerco a la barra, donde saludo a Gilbert con un cálido 'Bro fist' y luego le dedico toda su atención al mesero, quien solo lo veía con reproche y brazos cruzados.

–¿No me extrañaste, tomatito mio~?

–¿Tomatito? –preguntó extrañado el albino, aunque su duda del porque su amigo lo llamaba así pronto se disipo. Al notar que la cara de 'Lovino' se ponía tan roja como la fruta antes mencionada.

–¡Me cagó en la puta! –gritó de repente mientras corría para entrar en la cocina sin decir nada más a nadie.

–¿Acaso no es tierno? –interrogó Antonio a su compadre con una sonrisa bobalicona pintada en el rostro. Gilbert negó con la cabeza.

–¿Cómo es que tú y él se…?

–¿Conocen? –completó la frase y Gilbert solo pudo asentir –Pues un día entré al café y ahí estaba, tan lindo con ese gesto de concentración mientras limpiaba las mesas. Pero es muy tímido, y aun no se acostumbra a mi presencia –Gilbert le hizo una seña con la mano para que él se sentase a su lado.

–Solo tú, Toño, solo tú –su amigo solo se rió un poco al lado suyo –¿Cómo es que te metes con este tipo de gente tan… desquiciada? ¿No te basto con lo mal que te trató tu pareja anterior? –Antonio solo se encogió de hombros.

–Ese es el pasado, Gilbert, además, yo sé que Lovi~ no podrá resistirse por mucho tiempo –Bueno, dicen por ahí que la esperanza es lo último que muere ¿no?

–Pues te deseo suerte, viejo, porque necesitaras mucha –Antonio volvió a reírse.

–Lleva un par de meses resistiéndose, ya estoy a punto de hacerlo caer, Gil, debes creerme –sus ojos se iluminaron con una chispa de esperanza, y Gilbert no pudo evitar pensar que su amigo era un tanto… inocente, pero muy alegre, eso sí era de admirar.

–¿Y cómo vas con tu nuevo libro? –cambio de tema de conversación.

–Bien, bien, solo me faltan escribir unos cinco capítulos más. Lovino me da mucha inspiración~

–Eso es bueno, cuando salga lo comprare y haré que el autor lo firme para venderlo en eBay aun más caro del precio del que lo adquirí. Kesesese~ –Antonio solo lo ignoró.

–Como quieras. Y… ¿Ya conseguiste empleo? –inquirió intentando sonar lo más delicado posible.

–Sí, en una estúpida constructora, pero algo es algo. Te dije que el asombroso yo no podría estar sin trabajo por mucho tiempo –su amigo le dio un par de palmaditas en la espalda.

–¡Te felicito, Gil! Ya era hora –La puerta de la cocina volvió a abrirse, pero no fue el mismo mesero de antes él que se asomo, sino, uno muy similar a este, pero con cabello y piel más clara.

–¿Quién pidió el cappuccino, ve~? –Gilbert estiro la mano, a lo que el chico se acerco para dejárselo en frente. Algo prodigioso, contando que tenía los ojos cerrados. –Será un dólar con 5 centavos.

–Claro, claro –buscó en sus bolsillos el dinero hasta que encontró un billete arrugado en uno de ellos, el cual le entregó.

–¡Oh, Feli~! ¿Dónde está Lovino? –el chico se tomó su tiempo para contestar, pues estaba guardando el dinero en la caja registradora.

–Ve~, mi fratello se niega a salir. No sé que tiene –el nuevo mesero le devolvió un par de centavos como cambio, los cuales Gilbert metió sin ningún cuidado en su pantalón.

–¡Owww! ¿No te dije que era lindo? –le comento a Gilbert, quien estaba tomando su café, listo para irse –Se puso tímido de repente.

–Se puso de todo, menos tímido. Toño, debes conseguirte unas buenas gafas… o una vida, o sentido común… –su amigo lo vio con cara de no entender, pero su imborrable sonrisa seguía ahí –Olvídalo, será mejor que ya me vaya, tengo… trabajo que hacer –La sola palabra le daba escalofríos, pero ni modo, necesidad era necesidad.

–¡Claro! ¿Cuándo nos volvemos a reunir? ¿Vas a ir a tomar cervezas conmigo y Francis al bar de siempre éste viernes? –Gilbert sonrió, eso sonaba como una buena idea.

–¡Por supuesto, no me lo perderé por nada!

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La carrera de Roderich continúo cuando bajó del subterráneo y siguió con toda la prisa del mundo a unas calles más adelante. Incluso llego a resbalarse una vez en la acera, pero él fue más ágil y pudo evitar caer sentado en el suelo. Solo pudo sentir verdadero alivio cuando vio ante él el lugar en el que iba a trabajar las próximas semanas. ¡Y había llegado con un minuto de adelanto! Ya saben que dicen que es de mala educación llegar antes.

Camino los últimos pasos que sobraban para entrar verdaderamente en el área de trabajo, pudiendo relajarse por fin. Sacudió un poco su traje, aunque no tenía sentido hacer eso, pues ese tipo de labores no son muy limpias. Y en ese bello momento en el que Roderich había bajado la guardia, ¡Sí! En ese preciso momento, el destino quiso que cierto albino despistado, corriendo las ultimas cuadras porque se le había hecho un poco más tarde de lo planeado, sin ver a ningún punto fijo, chocará contra él y que ambos terminaran en el piso, donde fue aplastado.

Los últimos momentos pasaron muy lento. Roderich que en ese instante no había sentido a nadie acercarse, de pronto recordó haber oído el sonido de botas pesadas corriendo por la tierra suelta. Gilbert, quien nunca vio quien estaba enfrente, piensa que quizás… solo quizás, si vio una sombra frente a él.

Roderich se atreve a levantar la vista para ver quién fue el que causó que su persona terminara en el suelo. Gilbert se atreve a encarar al imbécil que lo hizo tropezar. Sus ojos se conectan, y el joven músico no sabe si es por el color poco común de los ojos del sujeto que lo tiró, o la intensidad de la mirada, pero pronto se le vio impedido despegar su vista de ellos. Gilbert de pronto siente que la sangre se le sube a la cabeza cuando nota las finas facciones del hombre debajo de él.

Ambos están sorprendidos y, pese a que Roderich lo intentaba, ninguno dijo nada durante ese momento.

–Y-yo… –inicia Gilbert sin saber que decir.

–¿C-cómo se atr-…? –Roderich se siente incapaz de terminar la frase, de repente ese tipo de actitud le pareció algo… grosera.

Una vez que el silencio se rompió, también lo hizo el encanto, y pronto ambos chicos se dieron cuenta que todos sus compañeros de trabajo los estaban viendo en ese instante. Muchos burlándose, otros… ¿Ese estaba sangrando de la nariz? ¡Pero qué…!

–¡Hey, tortolitas! –los llama un hombre robusto, quien ya llevaba consigo el equipo de protección y además tenía un cigarrillo en la boca. Ambos voltean a verlo cuando sienten que son llamados –¿Seguirán dándose pruebas de amor? No sabía que tuvieras esos gustos, Beilschmidt.

–¡No es lo que crees, Henry! Este estúpido se metió en el camino –de pronto Roderich sintió que tenía una reacción retardada de cólera, porque de la nada le dieron ganas de matar a aquel tipo.

–¿A-a quien llamas estúpido, Obaka-san? ¡Si serás… si serás…! –el albino le dedico una sonrisa burlona, lo cual exaspero más al castaño.

–¿Sí seré, qué, señorita? –la cara de Roderich de pronto se tiño de rojo debido a la ira. –Deberías dejar de estorbar y ponerte a trabajar.

–¡No es lo qué…! ¡Tú! ¡Mira lo que le hiciste a esta ropa! –Gilbert reparó en la camisa blanca de Roderich que estaba manchada con café.

–¡Maldición! –se dio un golpe mental –¡Hay se va mi cappuccino! Que desperdicio, tsk.

Roderich no sabía lo que lo ofendía más, si esa persona lo hubiera tirado al suelo o el hecho de que se preocupara más por él mismo que por ofrecer una disculpa. –¡¿Es todo lo que te importa?! ¿Tu tonto café? –Gilbert se mordió el labio inferior.

–¡Por supuesto! Costo dinero, ¿sabes? Tendrás que pagarlo –el joven músico hizo rechinar sus dientes ante el disgusto.

–¡Tú arruinaste mi camisa! ¡Tú me tiraste! ¡Tú tienes la culpa de todo esto! –Roderich de pronto no se recordó tan molesto desde que Antonio lo cortó.

–¡Wow, espera! Como que tienes mucha ira reprimida, ¿no? Mira que acusar al asombroso yo de cosas poco asombrosas es una falta muy grave. Kesesese~ –a Roderich le empezó a dar un tic en el ojo, ¡Lo que faltaba! Su risa también era molesta. –¿A qué payaso viniste a contratar, Henry?

El mencionado solo suspiró algo cansado, pues conocía la actitud del albino y sabía que ninguno admitiría que tenía la culpa, aunque era bastante obvio que el que causo todo ese disgusto fue Gilbert.

–¡SÍ! ¿A qué persona vino a contratar? Yo en su lugar lo despedía de una vez, ¡Por descarado! –a Gilbert ese golpe bajo le dolió, así que se defendió de la mejor forma que sabía.

–¡Wow! Espera, señorito, si tu eres el descarado aquí, culpar a todos por tus tonterías es algo no asombroso. Además, ¿Dónde aprendiste a hablar así? ¡Ni siquiera mi abuelo habla tan anticuado! Y vaya que ya tiene sus años.

–Eso solo muestra que vienes de una familia inculta y… ¡Cretina! –Ok, esto estaba pasando a asuntos más personales, porque nadie insultaba su familia y salía ileso después.

–¡Ya estuvo! ¡Vuelve a repetir aquello, señorito! Y verás como el grandioso Ore-sama te pone en tu lugar.

–Bien, me temó que ya es suficiente –Henry agarró a Gilbert de un brazo cuando le noto intenciones de golpear al chico nuevo y lo aventó un poco lejos, solo unos pasos. –¡Gil, ve a ponerte tu equipo de protección y a marcar en la tarjeta que ya llegaste! Yo me encargo de… esto. –A mala gana el albino tuvo que aceptar aquella propuesta, pues ese era su jefe y no quería ser despedido por culpa de un… señorito gay.

–Lo que digas –le dio una última mirada de advertencia a Roderich antes de alejarse de ahí.

–Escucha, chico, eres el nuevo, ¿no? –empezó inmediatamente una vez que Gilbert estuviera lo suficientemente lejos como escuchar.

–Pues, señor, verá… –Roderich se ajustó los lentes, mientras pensaba como proseguir para defender su nombre.

–No son necesarias las explicaciones, sé que él que está mal es Gilbert, pero… –de pronto tuvo toda la atención del joven austriaco quien lo miraba con ojos impacientes –No importa cuán cabreado estés con Beilschmidt, hay ciertas líneas que no debes cruzar con él… porque él es totalmente capaz de estrangularte sin importarle nada, ¿ok? –su superior lo rodeo con su brazo y lo estrujo hacia él. El aroma del cigarro era insoportable para Roderich, quien comenzó a toser sin poder detenerse.

–Si es así de pelig-…coff, coff… ¿Por qué sigue aqu-… coff, coff? –el hombre inhaló por completo todo lo que le quedaba a su cigarro y lo tiro al suelo para aplastarlo con la suela de su bota después.

–Mira, él necesita comer, como todos, por eso estoy aquí, por eso estas aquí. Y en realidad… Gilbert es inofensivo mientras no lo provoques, es una buena persona… muy en su interior – de pronto Roderich empezó a sentirse asfixiado con la cercanía que lo trataba aquel hombre. No es que fuera malo, pero él tenía una burbuja de espacio personal que debían respetar.

–Con todo el respeto del mundo, señor –dijo mientras disimuladamente se zafaba de su agarre –, usted no suena muy convencido de eso –Roderich miro hacia sus ropas y pronto se dio cuenta del desastre que estaba hecho.

–No importa realmente, mira, mejor olvidémonos de todo lo que pasó aquí, ¿sí? No le busques problemas al alemán albino y tu pellejo estará seguro, ¿te gusta esa idea? Ahora ve a hacer lo que le pedí a Beilschmidt hace rato, y pregúntale a los muchachos en que puedes ser útil.

Sin muchas ganas él fue a hacer lo que le habían pedido. Hasta le había prestado algo de ropa porque marcó la suya como 'inadecuada', y en cierta forma Roderich ya lo sabía, no era la primera vez que trabaja en lugares como ese. ¡Pero que la tierra se lo trague si algún día lo ven salir de su casa con harapos!

–¿Hay algo en lo que pueda ser de ayuda? –pregunto tímidamente a un grupo de hombres que estaban cargando columnas de hierro. Ellos en cambio le lanzaron un par de miradas lascivas que lo pusieron totalmente incomodo antes de contestar.

–Pues… –dijo uno de ellos.

–Tú eres el vástago que se tropezó con Gil, ¿cierto? –Roderich no se pudo sentir más indignado.

–¡Eso no es precisamente lo qu-…!

–¡Mírenlo, está muy delgado! Dudo que sirva aquí.

–Sí, en definitiva no es nada fuerte. ¡Y mira! Que piel tan blanca… y que manos tan más pequeñas –Roderich de pronto tuvo la necesidad de ocultar sus manos que eran señaladas con ningún tipo de discreción. Aparte, esos comentarios no eran muy amables… y eso que él estaba enfrente de ellos.

–Lo siento, chico, pero no tenemos trabajo para ti –Roderich torció la boca en disgusto.

–Oye, ¿eres gay? –el austriaco se puso totalmente rojo y alarmado.

–¡¿P-pero que clases de preguntas son esas?! –el tío que pregunto solo se encogió de hombros.

–Olvídalo –se detuvo para encender un cigarro y se lo puso en la boca con las manos sucias –¡Tal vez puedas ayudar a Gil! –Cambió drásticamente de tema –Él siempre hace todo solo. Y como son tan amigos… –se mofó, y sus insulsos amigos lo acompañaron.

–Yo… no creo… –¡Era oficial! ¡Ese era el peor día de su vida!

–Mira, niño aristocrático, es Beilschmidt o no hay trabajo, así de fácil. Y si no eres de ayuda… pues… ¡adiós, dinero! ¿Si entiendes? –Rod abrió y cerró la boca pensando en un comentario mordaz para responder, pero ocurrió, como en veces anteriores, que su cerebro estaba seco… de nuevo.

–Creo que pidió que le trajéramos un par de costales de cemento para la mezcla, ¿crees que puedes llevárselo tú, niño? –No tenía sentido pelear, ¿cierto?

–Me llamó Roderich –los hombres volvieron a reírse como si nunca hubieran escuchado nada tan gracioso –¡¿Q-qué… Porqué se están riendo?!

–Me llamó Roderich –lo imito uno con voz chillona y luego todos continuaron riendo.

–Se ve que es tío de clase, de esos que tienen todo peladito y en la boca –completo otro de ellos.

–¿Qué paso, ricachón, se te acabo la herencia? –Roderich apretó inconscientemente las manos hasta hacerlas un puño, usando tanta fuerza que los nudillos empezaron a hacérsele blancos.

–Bueno –habló otro de ellos que había permanecido callado todo el tiempo –, ¿Vas a hacer eso que te dijimos o no?

Roderich suspiró derrotado –Sí, ¿Dónde están los costales de cemento? –ese día lo habían humillado como nunca, no había desayunado, ya se había enemistado con uno de sus compañeros de trabajo, se le había hecho tarde para ir a la construcción… Bueno, el ánimo de Rod ya estaba por los suelos.

Se tuvo que apoyar de una carretilla para poder llevar los dos sacos que le pedían, porque eran bastante pesados como para llevarlos en los hombros como sus demás compañeros robustos. Camino hacia el albino con la mirada fija en el suelo y aura cabizbaja. Cuando estuvieron frente a frente, Roderiche levanto su cabeza mostrándose orgulloso, lo que en ese momento no estaba. Pero el otro, en cambio de mostrarse aun molesto o agresivo, le regalo una de sus sonrisas que hicieron que a Roderich se le pusiera la piel de gallina. Lo que no mostro, por supuesto.

Ahí, a dos metros de distancia del albino, Roderich pudo entenderlo. Por primera vez en su vida acababa de conocer a alguien… y ya lo odiaba.

Continuara…


Bueno, eso es todo por ahora. SI les gustó háganmelo saber, para poder continuar esta historia. Se acepta de todo: consejos, críticas constructivas, pedidos, dinero (el poderoso dólar), en fin… Estaré esperando n.n

Me disculpó si has encontrado un error ortográfico.

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