Bielorrusia frunció su ceño, maldiciendo a la cabeza amarilla gritona. Oh, como odiaba a la representación humana de los Estados Unidos, ¡Era tan... tan estúpido! Lo detestaba, ojalá pudiera enterrarlo en un pozo.

—¡Y entonces, yo, el increíble América, el héroe del mundo, venció a esos terroristas con sólo una mano!—

Rodó sus ojos, aburrida y bastante molesta. Ya de por sí las conferencias mundiales eran muy aburridas -No podía acercarse a su hermano por más que quisiera-, ¡Y el idiota de Alfred sólo lo empeoraba con esas ridículas historias que jamás sucedieron!

Siempre era igual, contando esas historias ficticias, ¡Como la del virus mortal que supuestamente se esparció por todo el mundo y sólo él, porque al parecer era un secreto este experimento, pudo detenerlo ya que nadie sabia! ¡O la de la invasión extraterrestre en la Casa Blanca! ¡O incluso cuando dijo que salvo a su país, sí, a Bielorrusia, del ataque de árboles navideños poseídos por el espíritu del comunismo! Vaya mierda, él nunca la había salvado, y no lo necesitaba tampoco, no era una estúpida damisela en peligro. Al menos podría haber inventado algo mejor.

But England, i tell the truth!—

Shut up! Todos hemos tenido suficiente de tus inventos, ahora siéntate y has algo productivo.—

—¡Pero yo soy el héroe y el que da las ordenes aquí! ¡No me callare! ¡Yo...!

—¡Cállate de una vez, Alfred!—

Natalia gritó, sorprendiendo a todo el mundo y haciendo que rápidamente el país americano tomará asiento, mirando hacia el suelo y perdiendo, al parecer, la capacidad de hablar.

—¡Y tú!—Observó al país anglosajón.—Yo soy la única que puede ordenarle algo, así que si esto se vuelve a repetir, créeme Kirkland, te haré tragar tus bolas. ¿Entendido?—

"El héroe del mundo", "El increíble América", "El invencible Estados Unidos de América", "La grandiosa súper potencia heroica mundial"; Alfred podía seguir llamándose como se le diera la puta gana, inventando las historias que quisiera, pero no debía olvidar que quién lo protegía de los fantasmas era ella, que quién hablaba por horas con un supuesto espíritu asesino era ella, que quién lo defendía -a su manera- de los demás países era ella, y que obviamente, la verdadera heroína era ella, que él era la jodida damisela, y que, por supuesto, no debía molestar a su pareja, o sino ella le cortaría sus partes nobles.