Ser Leah Clearwater es una maldición
La nariz te escuece, y es que tener que estar las veinticuatro horas del día rodeada de los asquerosos chupasangres te pone mala. Ni siquiera la constante lluvia de Forks es capaz de borrar su repuganante olor de tu hocico. Todo allí está marcado con su escencia.
Maldices a Jacob interiormente, una vez más, y te importa muy poco si él te está escuchando en esos momentos.
Tomas tu forma humana nuevamente, pues eso de compartir tus pensamientos con alguien más es algo a lo que jamás te acostumbrarás, ni aunque pasaran décadas. Detestas que todos sepan lo que piensas, a pesar de que eres capaz de reconocer las ventajas que esto conlleva.
Un suspiro se escapa lentamente, como si no quisiera salir, de tu boca, y es que estás preocupada. Sam se ha ido de tu mente tan pronto como dejaste la anterior manada. Estar lejos de él era lo que necesitabas para olvidarlo definitivamente. Pero jamás te ibas a imaginar las concecuencias que esto traería consigo.
Sam se ha ido de tu vida, ya nada más puedes hacer por su amor. Él ama a Emily y tú siempre estarás relegada a un segundo plano. Ni siquiera eso te interesa. Lo has aceptado y, por una parte, te sientes liberada.
Pero es que nunca estarás libre por completo, pues todo cuanto puedes ver en tu cabeza es la imagen de ese idiota. Y sientes como si quisieras desmebrarlo poco a poco haciéndolo sentir el mayor sufrimiento posible. Luego te arrepientes, pero sólo un poco. No es su culpa que te hayas enamorado, sí e-na-mo-ra-do, de él tan inesperadamente. Y te sientes una idiota, porque él ya tiene a su engendro maldito, y tú, no puedes más que enamorarte siempre del hombre equivocado.
Porque al parecer ser Leah Clearwater es una maldición y todo hombre en el que te interesas termina imprimado de la peor manera.
