Quién te conoce, Swei. (?) En fin, aquí estamos de nuevo. He estado ausente; la universidad no lo justifica, en realidad. Sólo que las cosas han cambiado. Por otra parte, gracias por los reviews que han dejado, realmente los aprecio aunque no los responda. Es que no sé qué decir. De cualquier modo, esta nueva... ¿serie? De viñetas y drabbles viene a colación porque he estado demasiado obsesionada con la literatura japonesa. Sobre todo la poesía, me genera un sentimiento indescriptible. Y nada, no sé si cuente como advertencia, pero... no es que las cosas tengan mucha acción. Una parte de mí siente que son historias un poco aburridas, pero pues a mí me gustan. (?) Si a ustedes les gustan también, me alegraría mucho. En fin... son de varias parejas, como he dicho en el resumen. Gracias por leer.
ANTE LA INMENSIDAD DEL MAR AZUL
Aquí estoy,
Ante la inmensidad del mar azul
- Taneda Santôka
Cuando Oikawa miraba sus ojos no podía pensar en nada. Revueltas entre las líneas que componían su iris, las historias se entremezclaban como las olas del mar agitado durante el invierno. La pupila, oscura y profunda, se asemejaba a aquellas noches que habían pasado separados el uno del otro. Ahora, cuando lo miraba durante el desayuno del otro lado de la mesa, todo lo que le venía a la mente era la primera vez en la que había visto esos maravillosos ojos.
¿Cuántos años habrán pasado? ¿Cuántas cosas habrán visto? ¿Cuántas veces habrán llorado? Se preguntaba a sí mismo, absorto en sus pensamientos mientras lo contemplaba beber café con la misma tranquilidad y paciencia con la que podría sentarse a observar los cerezos en flor. Lo cierto era que, a pesar de los años que llevaban juntos, había muchas cosas que todavía no sabía de Kageyama.
―Hmn… ¿pasa algo?
―¿Eh?
―Estás mirándome mucho otra vez.
―Ah, no, sólo pensaba.
―Siempre piensas mucho.
―¿Eso crees?
―Sí.
―¿Te molesta?
―No, sólo que nunca sé qué está pasando por tu mente. Y luego pones esa mirada rara.
―¿Rara?
―Es como si… uh… no sé, como si quisieras perforarme el cráneo.
Levantó una ceja y procedió a reír. ¿Como si quisiera perforarle el cráneo? Si quisiera perforarle el cráneo, pensó, sería más fácil con un taladro. Pero no es que quiera hacerlo, agregó después en su fuero interno. Lo amo. Nadie querría perforarle el cráneo a la persona que ama, finalizó. Luego asintió ligeramente.
―Hay muchas cosas que no sé de ti, Tobio.
―Pero no las vas a saber sólo mirándome, Oikawa-san.
―Por supuesto que no. Eso no es posible de ninguna manera.
Kageyama sólo puso una cara extraña, pero no insistió para que le diera una explicación. A veces hacía eso, simplemente dejaba morir los temas y Tooru no tenía idea de si eso se debía a que no le importaban o simplemente no los comprendía y no le interesaba hacerlo. Fuera como fuera, esos turbulentos ojos desviaron su atención al interior de la taza y se quedaron ahí, mientras los labios de su dueño se fruncían en un puchero bastante conocido. Se rindió ante el silencio una vez más, espiando el brillo de las olas entre la espesa playa formada por las pestañas. Desde esa perspectiva, todo le pareció una visión completamente nueva. Sus cejas, aunque delgadas, se fruncieron como nubarrones anunciando una tormenta y luego vino el silbido del viento, en forma de un bufido que escapó de sus labios.
―Yo tampoco sé muchas cosas de ti, Oikawa-san.
―¿Te irrita?
―Un poco…
―¿Por qué?
―A veces hablo con Hinata y… cuando menciona a Yachi-san, es como si supiera todo de ella. Su color favorito y lo que más le gusta comer, esas cosas.
―Voy a hacerte una pregunta, Tobio.
De pronto, Tooru se encontró mirando directamente un mar embravecido y se sintió arrastrar por la marea. Henchido de una especie de temor, se aventuró a llenar sus pulmones de aire y luego exhaló un suspiro.
―¿Por qué crees que seguimos juntos? ¿Por qué crees que volvimos cuanto nadie creía que nuestra relación pudiera repararse?
―Esas son dos preguntas diferentes, Oikawa-san.
―Da igual, Tobio, responde.
Lo vio parpadear un par de veces con una ligera confusión. Vio una tormenta que no se decidía a soltarse por temor a inundar algún pueblo costero de las cercanías.
―Creo que… es porque te amo. Y me amas. Algo dentro de mí me dice que es como si tuviéramos que estar juntos ― Murmuró ―. …es como si no tuviéramos otra opción.
Tiempo atrás, aquello le habría sonado ofensivo, pero no lo hizo en lo absoluto. En el tiempo que corría, después de toda la historia que venían arrastrado a sus espaldas, entendía por qué estaba diciendo aquello. Extendió una mano para tomar la de Kageyama, que descansaba tranquila por encima de la mesa. Entrelazó los dedos y le brindó algunas caricias con el pulgar.
―¿Crees que Hinata es capaz de decir lo mismo de Yachi-san?
La duda en sus ojos se disipó tan pronto como apareció.
―No.
―¿Entonces qué crees que es más importante, Tobio?
―¿..crees que es tonto que me preocupe por cosas así?
―No, para nada. Podemos hablar cuando quieras de colores y comidas y animales favoritos, aunque estoy bastante seguro de que te gusta el naranja y que tu comida favorita es el curry de cerdo. Creo que me lo dijiste alguna vez, pero no recuerdo cuando.
Cuando los párpados ajenos se separaron de manera tan desmesurada, Oikawa sintió que se hundía lentamente entre las olas. Kageyama no se atrevió a decir más y Tooru asumió que era porque no esperaba que recordase esas cosas y porque, seguramente, él no podía recordar esos datos acerca de él. No obstante, poca importancia tenía para su persona. Estaba seguro de que Tobio sabía mil y un nimiedades más: de qué lado le gustaba dormir en la cama, cuál era su poema favorito, por qué prefería el pan francés al pan tostado, el motivo de que usara calcetines en las noches y de que insistiera en abrir las ventanas durante el invierno; por qué apenas si visitaba a sus padres, por qué prefería el Obon al Tanabata, por qué siempre escribía el mismo deseo en Año Nuevo y por qué nunca lo vería cumplido. Sabía tanto de él que a veces le daba la impresión de encontrarse desnudo.
Aunque también había ido juntando información acerca de su amante a lo largo de los años, siempre había creído que Tobio era quien sabía más de lo que sabía él. Quizás se debía a su falta de expresividad, pero le era difícil enterarse del motivo por el que hacía las cosas cuando no se lo decía. En algunas ocasiones, simplemente no le contestaba o no entendía de qué estaba hablando y respondía cualquier otra cosa. Todo el tiempo se sentía como un marinero aventurándose en altamar, sin brújula alguna que pudiera llevarlo a tierra firme. Desde el inicio, todo lo que podía percibir desde su mirada era una mezcla informe de sentimientos, intensa y a veces embravecida, misma que no podía ser explicada en el lenguaje usual. Sentía que trataba de conducirse en medio de unas aguas que nunca iban a permitirle gobernarlas por más veces que recorriera la misma ruta. Se movían a su antojo, sin reglas y sin patrones; pero como buen marinero, su vida no se encontraba en tierra. El constante movimiento de ese océano le generaba una atracción increíble que había dado pie a esa relación de correspondencia de la que ninguno de los dos podría escapar nunca. Tarde o temprano, uno volvería al otro. Después de todo, ¿qué es mar si no hay nadie que lo navegue? ¿Qué es el marinero cuando le hace falta el mar? Ante ese pensamiento, un poco salido de quién sabe dónde, no pudo sino volver a reír por la epifanía que siempre había estado frente a sus narices.
―¿De qué te ríes?
―De nada.
―¿Entonces por qué lo haces?
―Porque sí.
―No es gracioso.
―Sí lo es
―Pues no te rías.
―Hago lo que me venga en gana.
No sólo eran sus ojos.
Kageyama era inmenso.
Kageyama era el mar completo.
