Estoy re- editando esta historia, al igual que a medias con el capítulo 8, principalmente para hacer concordar los tiempos y cosas que se dicen en algunos capítulos y se contradicen en otros. Ya saben, para darle más continuidad a la historia, en fin, sé que a veces me demoro pero esto sigue en pie. Saludos.


1921

I

Thomas S. & Alfie S.


La lluvia de la noche recién pasada había disipado los últimos restos de la neblina que todos los días cubrieran la zona. Algo que, sin querer, animó a Thomas cuando se levantó esa mañana. La suciedad de Birmingham desaparecía después de la lluvia, los olores a mierda, alcohol y cigarrillo eran cambiados por el de barro y carbón, algún café que se estuviera bebiendo o incluso té. Todos aromas a tranquilidad, los aromas que él había extrañado en Francia. Por ello le gustaba y como esto afectaba en su ánimo era notado por sus hermanos, amigos y todos los que en vez de saludarlo como Sr. Shelby y casi huir le sonreían de vuelta.

En días así no era miedo lo que inspiraba sino respeto.

En ese escenario incluso la perspectiva de mantener una reunión con Solomons parecía agradable, le hacía sentirse optimista dentro de lo optimista que Thomas se permitía ser. Buenos negocios, un as bajo la manda y su hijo seguía creciendo en el vientre de Grace. Todo su instinto le decía que se trataba de un varón y Polly le había dicho que lo escuchara, al fin de cuentas eran gitanos, ellos entendían que los presentimientos, siempre, eran mucho más que solo eso.

Eso, más que todo lo otro, le tenía exultante. En un par de meses podría sentirlo moverse. ¿Estaría Grace emocionada como él? a veces parecía que si. En otras ocasiones se veía tan pérdida que le parecía su propio reflejo. Polly le había dicho que era normal, ningún padre primerizo puede estar tranquilo ante tal perspectiva.

"El que lo quieras y te hagas cargo ya es bastante en este lugar"

Según ella, eso lo convertía en un buen hombre. Era irónico pensar que una buena paternidad podría lavar todos sus crímenes. Y debería darle lo mismo, era la vida para la cual había nacido y la que había elegido. ¿Acaso no tuvo un par de medallas por matar a chicos como él en Francia? Si para el rey y su patria ese era el valor de la vida ¿Por qué debería él pensar de forma diferente? al fin de cuentas todo era perspectiva. Bajo su mando habían muerto los hijos de muchos. ¿Como podría vivir su hijo sin correr el riesgo que otros, que nada tenían que ver con él, habían sorteado?

En ocasiones eso le atormentaba, y en otras peores sentía que era un error traerlo a ese mundo, a su mundo. Era cuando la claridad llegaba a su cabeza; sería padre y Thomas se reconocía como un hombre egoísta; sería padre y protegería a los suyos con todo lo que tenía. No importaban sus temores como padre primerizo.

"Sácalo entonces, no lo dejes aquí. Aléjalo de Birmingham, alejado de los Peaky, edúcalo para que sea un maldito doctor, político o abogado. Veamos cuánto dura el hijo de Thomas Shelby sin volverse un Blinder, somos gitanos no lo olvides, lo bueno lo malo todo, al final, todo corre por la sangre"

Ese había sido el esperanzador consejo de Polly y Thomas no podía negarlo. La historia de su familia era testimonio claro y cierto de ello: Michael se había criado en un pueblo pequeño, con una madre respetable, cariñosa y atenta. Aun así, estaba con ellos. Aun así, había detestado su vida antes de regresar con ellos.

Pero nada de eso le oscurecería el día.

Había otras razones, no tan importantes pero esenciales que mantenían su ánimo a tope. Acudía a Camdem Town a iniciar y forzar, de ser necesario, sus negociaciones con el judío. Así era la vida, así era su vida. No se quejaba, era parte de los gajes del oficio. Pasar de caminar entre las bodegas de carbón en Birmingham a hacerlo en las bodegas de harina en Camdem Town. Era cierto, sin embargo, que las reuniones con Solomons siempre le fastidiaban, principalmente por lo impredecible e irascible que resultaba este. Y le resultaba difícil es imaginar un escenario para ese día, por lo mismo iba preparado para todo.

Respiró con profundidad una vez aparcó su auto y descendió en el territorio de los panaderos; la nariz le pico. Otra de las cosas que le molestaban de reunirse con Solomons: el aire, que tras la lluvia era limpio en su zona, le daba comezón cada vez que se acercaba a Camden Town, al parecer la harina pesaba mucho más que el carbón. Bueno, era una forma de saber dónde se encontraba. Aguantar las rabietas y cambios de humor de Solomons, no sería nada si es que pudiera quitar el maldito polvillo blanco que flotaba cerca de su panadería.

Uno de los chicos río de algo que John le dijo. No estaba prestando atención y su hermano no parecía preocupado de ello. En realidad, su cabeza estaba centrada en lo ocurrido en la última semana. De hecho, en el último año y medio. Se llevó una mano al bolsillo de su abrigo y sintió el frío tacto de los cristales. Se sentía como un mensajero de la desgracia que estaba a punto de dar la mejor noticia que pudiera haberle llegado. Pero primero debería ver la reacción ante su prueba, al As bajo la manga que Arthur, sin saberlo, le había traído, esa era la verdadera llave a la completa cooperación de Solomons.

En aquella ocasión no los recibió Ollie, sino que otro muchacho a quién no reconoció, aunque no le preocupó pues era mucho más joven, casi un niño. Tomaría nota de ello, si había algo que realmente le fastidiaba tanto como aquel polvillo blanco era que las cosas cambiaran de su rutina sin previo aviso. Thomas Shelby sabía que no era un hombre de sorpresas.

John, obedeciéndole, se mantuvo afuera de la destilería y los muchachos le acompañaron. A Solomons no le gustaría saber que más de un Peaky estaba en el recinto y menos que unas cuadrillas de veinte hombres los esperaban en los alrededores, pero aquello que guardaba en su bolsillo, si era cierta la historia que le acompañaba, ayudaría a disuadir al judío taimado de hacer cualquier locura que, a última hora, se le ocurriera. Era otra de las cosas que Thomas había aprendido de su socio semita, jamás ir con él sin tener al menos cuatro planes de respaldo.

John comenzó a hablar con los chicos sobre la chica que había amarrado al mayor de los Shelby. Thomas aún no la conocía, pero si había conseguido la fidelidad de Arthur, le daba crédito. Los dejó, realmente, en ese momento no le interesaba.

Al adentrarse en las bodegas de Camden Town, Thomas podía admirar la forma casi empecinada en la cual los judíos realizaban sus labores, continua y obstinada. Le parecía que eran capaces de repetir la forma errónea de hacer las cosas hasta mil veces antes de buscar otro método, pero cuando lo conseguían eran capaces de pontificar a todo el mundo sobre como a base de repetición eran capaces de lograr la perfección. Igualmente le parecía poco moderna, estaba seguro qué de tratar de incluir cambios o algo parecido a la modernización Londres se detendría por la falta de pan, sin embargo y esto jamás lo admitiría, le gustaba cómo funcionaba la pequeña empresa de Alfie; los judíos eran trabajadores metódicos y disciplinados. Era lo que hacían miles de años de persecución.

Conocía a varios, de varios tipos; judíos joyeros, abogados, contadores y médicos, le resultaba curioso que de todos confiara solo en aquél que era un reconocido asesino y ladrón. Sonrió para sí, la idea le había causado gracia.

La luz del día se filtraba en medio de los altos ventanales de la panadería, a paso firme se dirigió a la destilería y a la bodega del ron, en donde el polvillo de harina desaparecía. El suelo empedrado resonó bajo sus pisadas, mientras el chiquillo se esforzaba por seguir sus zancadas. Thomas ya sabía dónde o como llegar por lo tanto un chaperón era innecesario. Suponía que Alfie confiaba en él mucho menos de lo que él confiaba en el judío.

No le importaba y no se quejaba, así era la vida, su vida.

Alfie estaba de pie, revisando al amparo de una ventana lo que parecía ser el periódico. Thomas siempre había notado la dificultad del judío para leer, no era algo que este escondiera, claro y a la luz de la nueva información se preguntó si aquello sería también algún reparo de la guerra. Tenía expuesta su mejilla izquierda bajo la cual había un largo corte que dividía su barba en dos y las preguntas volvieron sobre lo mismo. De todas maneras, no dijo nada y procedió a sentarse.

― Thomas Shelby, como siempre hace lo que se le da la puta gana ― dejó de lado el periódico y le dirigió una sonrisa que podría ser la de un lobo a punto de matar a una presa ― trae a sus hombres y deja a cuatro de sus malditos Peaky fuera de mi destilería ― procedió a sentarse sobre su mesa y mirar hacia abajo a Thomas ― usted señor, es demasiado grosero para tratar a sus socios ― Thomas solo lo observó fijamente y se preguntó como luciría el miedo en los ojos de Alfie Solomons, era claro que se trataría de un escenario, a lo menos, peculiar.

― La última vez que un Peaky Blinder acudió a una reunión contigo mataste a su acompañante, lo culpaste de ello y lo entregaste a la policía, perdóname si tomo algunos resguardos ― dijo Thomas lleno de sarcasmo, sacó un cigarrillo y lo encendió con tranquilidad.

― La última puta vez que un jodido Peaky se metió en mi oficina, quiso volar toda mi maldita destilería y a mí con ello. Si quisiera tomar un puto resguardo ya te habría volado la maldita cabeza compa ― contesto Alfie, volviendo a su periódico. Thomas sacudió el fósforo que encendió su cigarrillo para apagarlo y sin inmutarse dijo:

― Trataste de robar mi negocio ― Alfie solo se encogió de hombros y procedió a sentarse estirando las largas piernas sobre su escritorio.

Centró la vista en Thomas, mientras este se recostaba en su silla y también fijaba su vista en él.

Aquél duelo de miradas duró tanto como la paciencia de Alfie, quién se removió entre incómodo y aburrido.

― Entonces... tú has pedido esta maldita reunión ― Solomon cruzó ambas manos y se encogió de hombros ― ¿en que puedo ayudarte compa? ― Thomas dio una calada de su cigarrillo y expulso el humo sin quitar la vista del judío.

― Hemos tenido un pequeño pero insistente problema con Sabini ― Thomas se acercó a la mesa de Alfie y apoyo los codos en las rodillas ― el último enfrentamiento dejó a mi bando y sé que al de él algo... delicados en cuanto a lo que se refiere el dinero y hombres ― vio como los ojos de Solomon se endurecían. Pero nada más cambio en su rostro.

― ¿Necesitas dinero, hombres? ¿Es eso? ― Thomas cogió su cigarrillo y asintió ― ¿Que problema te está dando Sabini? Tal vez yo podría hablar con él y mediar... ― lo medito unos segundos sin quitarle la vista de encima ― ... si quieres dinero y hombres, obviamente planeas arreglar las cosas de la única forma que ustedes putos gitanos saben hacerlo... ¿Como puede faltarte dinero si te llevaste todas las malditas licencias? ¿Que pasa con los Lee? ¿Ya no te apoyan? ― Thomas río y se acomodó en su asiento.

― La última vez que te reuniste con Sabini a mis espaldas fue para traicionarme, y Sabini ha recuperado la gran mayoría de sus licencias a expensas mías claro, gasto más manteniendo la paz en las carreras que lo que me costaría una guerra rápida contra ese italiano. Y si, aún tengo el apoyo de los Lee, pero ahora ya no son tantos hombres como lo eran antes, los gitanos se mueven siempre no puedo quitarles su naturaleza por mucho que me convenga ― Alfie volvió a encogerse de hombros y se rascó el mentón pensativo.

― Otra guerra, habiendo pasado poco más de un año del último enfrentamiento no es buena para nuestros putos negocios, no importa que tan pequeña sea ― volvió la vista hacia Thomas ― además tu maldita tía decidió que era bueno eliminar al puto agente de la corona ― y por primera vez en aquella reunión Thomas pareció tensarse.

"¿Como carajos lo había averiguado?"

Solomons leyó su gesto y sonrió, cogió un puro y con toda la calma del mundo lo encendió.

― También tengo putos espías ― dio dos profundas caladas mientras sacudió el fósforo que había usado para encenderlo ― nada muy elegante o sofisticado, pero si son eficientes ― se llevó el puro a la boca y extendió ambas manos ― y si voy a tratar con los malditos gitanos, tengo que nivelarme. Aquel movimiento ― le apuntó con el dedo anillado― no fue buena idea compa, ahora es más difícil comprar a la maldita policía.

Efectivamente lo había sido, sobre todo en el área de Londres.

― Creí que no confiabas en la policía — Alfie volvió a encogerse de hombros, con un gesto claro de que no le importaba — Por otro lado, Campbell era un peligro ― declaró relajándose ― era el momento de hacerlo... todo esto ― señaló haciendo un gesto con la mano ― será temporal, en un par de meses nadie lo recordará.

― Yo lo recordaré, oh si, siempre recordaré como es que un maldito Blinder no tuvo problema alguno en matar a un jodido agente de la corona ― volvió a darle una calada a su puro ― y te equivocas Shelby, mi compa, esto no hace más que empezar, no trates de calmarme como si fuera un puto niño demasiado ingenuo para saber que es lo que ocurrió en Epsom ― entonces se enderezó y puso los codos sobre su escritorio ― por lo que una maldita guerra, ahora que todos los putos ojos están sobre nosotros me parece una idea de mierda ― Thomas se tomó la negativa con calma. Aún, cuando encontrara razón en los términos del judío.

Con calma dio una calada a su cigarrillo y comenzó a calibrarlo; su gesto casi simpático, la mirada astuta y el rostro imperturbable. De aquella misma manera podía levantarse y de un movimiento volarle la cabeza.

Fue cuando se llevó la mano a su bolsillo interior, la reacción del judío fue instantánea; sin apuntarle cogió el arma que todo el tiempo había reposado sobre su escritorio. Thomas no se inmutó, sacó su mano del bolsillo empuñada y extendió sobre el escritorio de Alfie dos finos aretes.

― Déjame replantear mis argumentos ― dijo con calma. Mientras veía a Alfie Solomons mirar los aretes, esperando el cambio en su rostro.

A simple vista se veía que eran de valor, además Solomon -como todo puto judío- podía reconocer de inmediato cuando eran joyas verdaderas.

Thomas, que ya había consultado con joyeros - todos judíos, aunque no relacionados con Alfie-, se topó con la vaga sorpresa de que el valor de ambas prendas variaba entre las trescientas y quinientas mil libras dependiendo de quién las quisiera, Thomas se había encontrado con un coleccionista que le ofreció ochocientas. Eran piezas antiguas de más de doscientos años. Su diseño consistía en una cadena sutil y ancha de diamantes pequeñísimos que en su siguiente eslabón era adornada por un zafiro blanco, muy raro, de forma ovalada acompañado por dos rubíes en cada esquina; más grande que los diamantes, pero aun así pequeños y elegantes.

Ya Poll y Ada habían perdido el aliento al verlas, él sin ser experto, sabía que se trataba de una pieza de gran belleza, mientras que para Arthur solo habían sido piedras preciosas, él supo ver más.

Él había encontrado a la dueña, él se había topado con algo que podría hacer tambalear a Alfie Solomons.

Y no quedó decepcionado, cuando en algo parecido al espanto y la sorpresa se dibujó en sus ojos. No pudo menos que quedar exultante cuando Alfie titubeó al preguntarle:

― De... ¿De dónde sacaste eso?


La última carta de Mary le había tranquilizado, puesto que el embarazo de su hermana continuaba en la más absoluta normalidad, algo que, claramente le alegraba. Sobre todo, cuando consideraba el problema que se había suscitado una vez que Mary le informó sobre aquella pequeña operación para concebir. Eso le hizo pensar en su padre, imaginaba que las esperanzas de Lord Grantham se habían disparado al cielo al saber sobre la posibilidad de un nieto. Era cierto que ahora el futuro de Downton estaba resguardado bajo el halo de Matthew, pero de nacer un niño ese futuro se aseguraba por varias décadas más.

Había comprado papel y sobres para escribir la respuesta a su hermana y la biblioteca pública de Londres era un buen lugar para ello, así le daría tiempo para buscar a esa mujer; Ada Thorne. Según le dijera la trabajadora social del Hospital, ella podría ayudarle a encontrar un lugar económico en el cual vivir más cercano a su actual lugar de trabajo.

Jamás había estado en Birmingham y, al menos, cerca del Hospital para Niños no se veía muy diferente a Yorkshire. Claro que todo cambio cuando debió realizar las visitas a los hogares, ahí le pareció ruidosa, pequeña y sucia, al igual que East End de Londres, ella que había estado acostumbrada a los grandes espacios de su antiguo hogar, así como la tranquilidad de Downton no pudo menos que sentir que el lugar en el cual desarrollarse se veía reducido de una forma que siquiera en Francia vivió, aquello siempre contradecía sus ideas sobre dónde y cómo debería vivir un niño, un bebe. De todas maneras, la idea de que ahí no sería buscada por su familia le tranquilizó. Incluso la dirección a la cual Mary le enviaba sus cartas era un código postal de Londres el cual recogía, sagradamente, los lunes de cada semana. Quería sentirse tranquila para responder a su familia y esa biblioteca lo permitía, además también se sentía satisfecha, principalmente por todo lo que había logrado. Cerrar y terminar para empezar desde cero.

Quizás nadie más podría apreciarlo, pero eso no le importaba. Había tenido el valor para seguir a su corazón y no dejaría que nadie la juzgara por ello.

En cuanto a Birmingham: como luciera, el espacio que tuviera o los olores que emanaran de sus calles, realmente eran cosas superficiales. Había recorrido medio Reino Unido buscando su propia tranquilidad y la había encontrado en aquel lugar junto con su actual trabajo en el Hospital para Niños. Era solo que quedaba demasiado lejos de su hogar, sin mencionar que en Londres existía el doble de posibilidades de que su padre o Matthew dieran con ella.

No tardó en encontrar un lugar adecuado para dar su respuesta. Como siempre le decía a Mary lo feliz que se sentía por ella, así como reiteraba que no necesitaba ayuda alguna de su parte, le daba la buena nueva de que había encontrado trabajo en un Hospital para niños, aunque no entregó señales de su ubicación. Pero, sobre todo, enviaba su amor a ella, a Edith, aconsejándolas que no discutir por nimiedades, además de sus saludos a Carson, Thomas y Matthew y a sus padres.

Una vez que terminó su misiva, bastó con una corta vuelta en medio de los estantes para encontrar a Ada Thorne, una mujer que parecía más una chiquilla, fuerte y ruda. Una muchacha de rostro y facciones definidas, aunque de ojos gentiles. Que, sin embargo, no lo fueron para nada cuando la llamó por su nombre mientras esta ordenaba los estantes de la biblioteca.

― ¿Señora Ada Thorne? ― preguntó, esta se reclinó hacia adelante y con un tono desconfiado habló.

― ¿Quién pregunta? ― Sybil sonrió.

― Soy Sybil Crawley, la señora Desmond del Hospital para niños en Birmigham me dijo que usted podría ayudarme ― Ada volvió a su postura inicial y guardó los libros que llevaba con ella.

― La señora Desmond habla demasiado ― dijo con tono afilado, mientras descendía para quedar frente a Sybil ― de todas maneras ― continuó dirigiéndose al mesón más cercano, con ella siguiéndola de cerca ― ¿Que clase de ayuda necesita señorita... ― Sybil asintió y mostró su mano derecha, no había nada ― Crawley?

― Es sobre un lugar que yo podría rentar. Verá actualmente vivo en Londres y el viaje hacia Birmingham es demasiado largo ― Ada lo sabía eran poco más de tres horas si es que no se tenía automóvil. Y ella sabía de quienes podrían darle un buen lugar para vivir ahí. Pensó rápidamente en las opciones.

― Seguramente buscas un lugar tranquilo y respetable ― Sybil asintió entusiasmada, gesto que hizo sonreír a Ada ― ¿Cuánto puedes pagar al mes? ― Sybil hizo el cálculo mental.

Su sueldo actual, una vez recibiera su primera paga ascendería a 8 libras y 4 chelines, eso sin contar con los turnos rotativos. Si descontaba incluso hasta 4 libras para su renta estaría bien. De todas maneras, en la actualidad el dinero no era un recurso que le sobrase, así que con cuidado dijo:

― Hasta dos libras y tres chelines ― Ada asintió conforme, aquello le permitía rentar un departamento pequeño, pero con baño propio en uno de los sectores más tranquilos de Birmingham: Eyre Street, el problema es que se trataba de una de las propiedades de su hermano. Y Ada, en lo posible buscaba no relacionar a gente que parecía buena y tranquila con los Shelby.

Aun así, el edificio de Eyre Street era el que Thomas, bajo su recomendación, había dejado para aquellas personas que no podían permitirse una casa pero que a su vez eran personas de profesiones respetables. Algunos eran extranjeros, pero nada que llevara conflicto alguno al lugar, por lo mismo Thomas había puesto a cargo a un anciano desagradable con cierta facilidad para generar miedo. Aunque mentiría si dijera que sus hermanos llevaban los usuales problemas de renta a ese lugar. Sin mencionar que sería muy poco probable que algo los llevara a involucrarse con aquella señorita de rostro hermoso y gentil.

― Hay un edificio en Eyre Street ― dijo finalmente convencida de hacer lo correcto ― en la cual rentan departamentos pequeños por dos libras, tendrás tu baño propio, aunque el casero es un imbécil, pero imagino que si tienes paciencia para tratar con niños enfermos también la tendrás con él ― Sybil sonrió. De una rápida evaluación se dijo que le agradaban los modales agrestes de Ada Thorne, ya que siempre le había parecido que ese tipo de personas resultaban más honestas.

― Me parece bien ¿Con quién debo hablar? ¿Dónde debo ir? ― Ada realmente sonrió ante todo ese entusiasmo, sacó hoja, papel y anotó. Sybil se mostró en verdad agradecida cuando lo cogió, fue en ese momento en que Ada se tomó la libertad de cogerle la mano con aprensión y con toda la seriedad del mundo decirle.

― Ten cuidado allá.

Había una familia de polacos en el primer departamento del edificio, el padre la saludo con cortesía al igual que su esposa que llevaba a una pequeña en brazos. Sybil, que tenía galletas con ella, no tuvo ningún problema en entregarle un paquete entero a la pequeña quién le agradeció en su idioma natal.

El edificio estaba pintado de colores opacos tanto dentro como por fuera, pero se veía limpio y ordenado. Aun así, a Sybil le recordó más a Francia que a los edificios del East End , además no había mucha gente en el exterior, algo a lo que se había acostumbrado en su anterior residencia. El casero tal cual lo dijera Ada Thorne, resultó ser mucho más complicado de lo que ella misma se imaginó; el señor Carter era mal hablado pero ordenado y limpio, como si fuera un retrato del edificio que dirigía. Tenía cerca de sesenta años y la entretuvo con un largo discurso sobre que no le gustaba rentar a mujeres solas porque todas eran putas.

En el pasado aquellas palabras habrían conmocionado a Sybil pero habiendo trabajado en la urgencia de Trafalgar y el Hospital central de Londres había conocido a muchas prostitutas y la mayoría eran chicas adorables y de corazón de oro, a quienes la vida y la sociedad habían tratado muy mal.

Por lo tanto, y por extraño que sonara a ella no le parecía en lo absoluto un insulto. Y contestó con calma y tranquilidad cuando habló:

― Ya se lo dije, soy una enfermera no una prostituta, si no le gusto de inquilina puede negarme el alojamiento, es solo que la señora Ada Thorne me recomendó este lugar ― Carter parpadeó un par de veces y refunfuño, era obvio que el nombre de Ada le había hecho reconsiderar su trato. Sacó una llave de un manojo, era la número 22.

― El pago es todos los cinco de cada mes, ni un día más tarde ¿entendido? ― Sybil aceptó cogiendo la llave y sonriendo al señor Carter. Lo que descolocó al hombre.

Su departamento era considerablemente más amplio que el de su antiguo edificio, sin mencionar que la iluminación también era mejor. Se encontraba en el cuarto piso del edificio y tenía una ventana que daba a la calle. Dejó su cartera y las pertenencias que había podido cargar con ella para ir por su maleta, que seguramente aún se encontraba en la entrada, al lado del departamento del señor Carter.

Cuando llegó al primer piso no había nadie en el lugar. Era normal, siempre al principio la gente era poco dada a entablar relaciones con desconocidos, supuso que viviendo ahí y trabajando en el Hospital a más de alguno vería con el tiempo. No tenía importancia, imponer su presencia a la gente podía ser tomado como algo poco cortés y arrogante, no estaba ante los soldados en Francia y menos ante pacientes de un hospital, tampoco ante los hacendados de su padre. Era Sybil Crawley en un lugar en el cual su apellido no tenía relevancia alguna. El casero la había tratado de prostituta y solo una familia de polacos le había hablado con gentileza desde su llegada.

Debería sentirse molesta pero no lo estaba. No le molestaba en lo absoluto. Con todo el ánimo que un nuevo inicio podía dar cogió su maleta a dos manos y lentamente avanzó hacia las escaleras. Un hombre joven las bajaba mientras ella las subía, él se llevó la mano a su gorra a modo de saludo a lo que ella, sin dejar de moverse, contestó con una sonrisa. Avanzó un par de escalones más y lo escuchó.

― ¿Necesita ayuda con eso señorita? ― Sybil giró, el muchacho lucía fuerte, tenía el cabello muy corto y los ojos claros.

― Estoy bien, muchas gracias ― contestó agradecida.

― No lo parece, pero si desea seguir adelante ― la aparente brusquedad de su comentario no le molestó, ya estaba dicho Sybil había conocido y visto mucho más de los modales impecables de Yorkshire o el centro de Londres, por lo que solo asintió esta vez cortesía.

Aquello pareció motivar al sujeto a hablarle nuevamente, esta vez con más suavidad.

― ¿Se acaba de mudar? ― preguntó sin moverse, viéndola. Sin dejar de avanzar Sybil contestó:

― Solo hoy ― una vez llegara al primer rellano de la escalera se detuvo y lo buscó mirando hacia abajo ― ¿Vive usted acá? ― el sujeto negó sonriendo vagamente y sacando un cigarrillo de su bolsillo interior.

― Vivo en el sector de Wattery Lane, cerca del campo ― Sybil trato de hacer memoria si es que había visto un lugar o una calle así y negó.

― No conozco todo Birmingham aún ¿Es muy lejos? ― en esa ocasión la sonrisa del muchacho se extendió casi cortes.

― ¿Porque no me deja ayudarla y tal vez después podemos dar un paseo? ― Sybil volvió a negar, esta vez cogiendo con más fuerza su maleta.

― Lo siento, se veía que usted se marchaba, no debería interrumpirle. Además, debo arreglar mi departamento, adiós ― no se dejó, el sujeto la alcanzó al avanzar un par de escalones.

― Discúlpeme ― dijo y extendió su mano a modo de saludo ― no me ha dicho su nombre ― Sybil le miró extrañada y solo en ese momento pareció nerviosa.

― No estoy segura de... ― él hizo un gesto para tranquilizarla.

― No se preocupe, es solo para recomendarla con Carter, puede ser muy fastidioso con las mujeres ― Sybil asintió entendiendo, era algo que ya le había ocurrido ― se ve que usted es muy gentil y no me gustaría que tuviera problemas con él.

― Muchas gracias señor, pero creo que estaré bien ― aún, cuando parecía que daba por terminado el asunto, Sybil extendió su mano y lo saludo.

― Sybil Crawley ― el sujeto sonrió.

― John Shelby, dígame de inmediato si es que Carter le da algún problema ― Sybil siquiera se mostró halagada por ello. Solo asintió agradecida y sin decir nada más continuó el regreso a su nuevo hogar.


― No hagas ninguna estupidez compa ― dijo Thomas una vez que Solomons amartilló su revolver apuntándole directo a la cabeza. Había esperado alguna reacción solo que no esa.

De todas maneras, sabía que Alfie no le mataría, no con sus hombres dentro de la destilería y menos con el grupo que se encontraba afuera. Aunque, considerando su carácter, si podía hacerlo, pero aquello significaría dar inicio a una guerra aún más grande que la que él quería contra Sabini.

"Siempre tan jodidamente impredecible"

― ¿Dónde está? ― fue lo único que el judío preguntó.

― Cuando bajes la maldita arma, quizás te lo diga ― como respuesta a ello Alfie Solomons se levantó y extendiendo todo lo que le daba el cuerpo sobre su escritorio presionó el cañón de su arma contra la pálida frente de Thomas Shelby.

Thomas dio una calada final a su cigarrillo y sin inmutarse apago la colilla en un cenicero sobre el escritorio de Alfie.

― Lo repetiré solo una puta vez más compa ¿Dónde mierdas está? ― Thomas alzo la vista hacia él. Si, había miedo en los ojos de Solomons pero por sobre todo ira.

― Tendrás tu respuesta, solo guarda la maldita arma ― y de nuevo se enfrascaron en un duelo de miradas que duró mucho más que el último. Fue cuando supo que no tendría opciones de ganar. Alfie sostenía el arma contra su cabeza tenso pero fijo y decidido.

― Podría volarte de inmediato la puta cabeza de gitano que tienes y seguir con el resto de las ratas que te acompañan compa ― si, no era la reacción que esperaba, pero era lo que tenía.

― Olvidas que tengo a los míos en tu territorio ¿Crees que no saben lo que tienen que hacer si es que algo me pasa? ¿Crees que te traería eso acá sin tener un plan de respaldo y que son solo los que me siguen los que están dispuestos a volar todo este maldito lugar?

― Creo que quieres joderme muy profundo por el culo y esperar a que no haga nada compa, creo que como el meshugener* estúpido que eres no tienes idea en lo que te has metido ― fue Thomas quién debió alejarse del arma, no fuera que al maldito se le escapara un tiro. Solo que en vez de mostrarse asustado decidió actuar relajado.

― Guarda el arma Alfie ― dijo como si mandara a uno de sus criados a ensillar su caballo ― si incluso me matas no podrás dar con ella ¿Es eso lo que quieres? tantos años solo para arruinar esta oportunidad ― Solomons retrocedió y en el primer gesto de descontrol verdadero que Thomas le viera se paseó de un lado a otro con los aretes presionados en su mano izquierda y el revolver rascándole la frente en la derecha.

― ¿Como está? ― dijo sin mirarle. Solo entonces Thomas se relajó.

― Bien.

― ¿Que planeas hacer con ella? ― bien, esa era la pregunta.

― Eso dependerá enteramente de lo que tú decidas ― contestó Thomas, buscando de nuevo un cigarrillo. Era otra cosa que jamás admitiría, pero había estado seguro de que Solomons le volaría la cabeza, ahora necesitaba tranquilizarse. El peligro había pasado.

Escuchó el segundo clic del martillo y antes de la explosión supo que Alfie le había disparado. El maldito se había aprovechado de su distracción, pues no lo había visto, para efectivamente dispararle. El ruido retumbó en el despacho del judío con la fuerza que solo una Smith & Wesson* podría darle. De pronto se sintió como si hubiera vuelto a Francia, la primera vez que una bala de cañón se estrelló cerca de él.

Pero no le había herido, Alfie Solomons había disparado cerca de él, quizás con la intención de asustarlo. En cambio, la ira pareció subirle del estómago a la garganta.

― ¿Crees que puedes venir acá y amenazarme como si nada gitano de mierda? ― fue cuando los muchachos de Alfie irrumpieron en su despacho, atropellados y lo vieron a él recogido sobre la silla y a su jefe apuntándole.

― ¡Alfie!

― ¡Jodánse, ahora! ¡No quiero ver a ninguno de ustedes, hijos de puta! ― todo lo ordenó sin siquiera mirarlos.

― Alfie ― dijo Ollie, solo entonces Solomons giró hacia él.

― Mar-chen-se ¡Ahora! ¡Ahora! ¡ahora! ¡ahora! ¡ahora! ¡De una puta vez, ahora! ― obedecieron.

Inmediatamente Thomas se preguntó que estarían haciendo los chicos que le acompañaran. ¿Habría oído John el disparo, Isaiah? si así era estarían alterados buscando entrar y hacer estallar todo. Aunque a la falta de respuesta Thomas imaginó que todo era peor de lo que creía, realmente era factible que ninguno de sus acompañantes escuchara el disparo, lo que a todas luces sería una pésima señal. Alfie Solomons podía, efectivamente, volarle la cabeza sin que ninguno de los Peaky Blinders lo supiera.

Calmó la rabia que se había instalado en su garganta con toda la intención de no estallar.

― Tú, hijo de puta ― dijo, esta vez apuntándole al judío con la misma decisión con que este lo había transformado en su blanco.

Alfie dejó caer su arma sobre el escritorio y se le quedó mirando desafiante.

― Adelante gitano de mierda, dispara ― de inmediato supo que Alfie estaba alardeando.

― Tú no quieres que dispare compa.

― ¿Que te hace pensar eso, crees que no puedo aguantar una puta bala?

― Oh si, creo que puedes aguantar una maldita bala de cañón. Lo que no toleraras es lo que le ocurrirá a Lady Sibyl Crawley ― y dijo su nombre con toda la lentitud posible ― si esta reunión sale mal. ¿Sabes? John se ha vuelto un gran admirador, así como varios de mis Blinders ― de nuevo el miedo y la ira invadieron las facciones de Alfie Solomons, Thomas recogió el cigarrillo que había soltado cuando el maldito judío le disparara y volvió a ponérselo en la boca para encenderlo.

― Estás jodiendo demasiado compa ― Thomas negó.

― Solo quiero algo de ayuda, nada en lo cual no puedas cooperar ― Solomons se sentó.

― ¿Quieres el puto dinero?

― Quiero el puto dinero.

― ¿Y hombres?

― Quiero a tus putos hombres ― dio una calada y expulsó el humo ― no a Ollie, claro, quiero buenos hombres tuyos ― Thomas lo vio tragarse la rabia, el orgullo y el miedo.

― ¡Ollie! ― gritó y el muchacho apareció en la puerta con la velocidad de la luz, no dijo nada y solo esperó sus órdenes ― asígnale a nuestro socio; Thomas puto Shelby el grupo de Jeremiah, explícales a nuestros muchachos sobre la virtud de la obediencia ¿entendido? ― Ollie se le quedó mirando como si no entendiera, Thomas esbozo un gesto divertido ― ¿Hay alguna duda? ― preguntó Alfie visiblemente impaciente.

― Eh, no.

― ¿Entonces que mierdas haces parado ahí? ¡Ve de una puta vez! ― y a la misma velocidad a la cual llegó, Ollie desapareció.

Thomas dio una calada mucho más calmado y volteó, Solomons lucia tranquilo. Alzó su mano y apuntándole nuevamente con su dedo anillado sonrió. Sorprendiéndole una vez más.

― Eres un gitano taimado y jodido, ¿lo sabías compa?

― He aprendido a tratar contigo ― en esa ocasión la risa de Alfie fue más efusiva, de todas maneras, Thomas no se confió y no guardó su arma.

Lo vio inclinarse sin quitarle la vista de encima, con los ojos del judío fijos en él, el arma de Alfie estaba sobre su escritorio, pero Thomas lo conocía y sabía que tenía muchas más en su oficina. Aun así, se tranquilizó un poco más, cuando lo vio depositar dos rollos de dinero sobre el escritorio. Con movimientos bruscos cerró la cajonera y se puso de pie.

Mucho más en control de sus movimientos se acercó a Thomas a entregarle el dinero. Cuando este extendió su mano para recibirlo, fue cuando lo cogió. Thomas jamás lo habría imaginado. Solomons era robusto y fuerte, eso lo sabía, también que era rápido solo que siempre imaginó que no era tan rápido como él, al fin de cuentas Thomas se sabía más ágil y pequeño. Aun así, volvió a pillarlo desprevenido cuando lo agarró del cuello de su camisa, arrasando con botones y corbata.

Thomas solo amartilló su arma con el cañón enterrado en el estómago de Solomons.

― Quiero verla, este lunes, sin peros ― Thomas dio una última calada a su cigarrillo sin quitarle los ojos de encima.

― Te diré dónde encontrarla, aunque no pondrás un pie en Birmingham, te lo advierto en caso de que... quieras buscarla o seguirla.

Alfie lo soltó lentamente, Thomas no dejó de apuntarle y con tranquilidad el judío introdujo ambos rollos de dinero en el bolsillo interior golpeándolo amigablemente por sobre el abrigo, como si lo cuidara.

― Me quedaré con esto — dijo mostrando los aretes, que Thomas casi había olvidado — Ahora, vete a la mierda ― y sin decir más le dio la espalda, se sentó y volvió a su periódico.


N/A:

Así es Peaky Blinders y Downton Abbey.

Iré develando de a poco como es que Sybil se vio involucrada con semejante personaje como Solomons, y que fue de ella. En mi cabeza también aparecerán Matthew y Mary.

Pero no adelantaré más.

Saludos, y espero que hayan disfrutado este primero capítulo.

Meshugener: No sé absolutamente nada, del lenguaje hebraico o judío. Solo busqué en google un diccionario, asumo que rudimentario, presté atención al insulto más grave o fuerte que leí.

Smith & Wesson: Es el arma de Alfie, ta dá... pero quería decir que realmente existen apartados en internet que muestran los modelos de armas y autos de cada personaje. Lo que me servirá para darle más realismo, creo.