Notas de Autor: Hullo! Estoy comenzando con esto y con mucho más, pero como quiero hacer todo a la vez, no he podido terminar nada jaja. En fin, me decidí a darle una oportunidad a esta historia y ver si es recibida. Espero puedan dejarme alguna opinión! -smile- lo apreciaría muchísimo. ¡Nos estamos leyendo!
Advertencia: Este escrito puede contener BL/Slash, aunque aún no sé que tanto lo profundizaré. Pero mientras, es una historia de aventura.
Las "comillas" se utilizarán para los diálogos en telepatía.
Disclaimer: Ojalá Merlin me perteneciera pero es de la BBC.
"Cuenta la leyenda que su corazón era una llama brillante, que ardía con la vida misma. Su calor podía sentirse desde las montañas hasta el mar e iluminaba Albion con luz de ambrosía.
Al envenenarlo, firmaron la sentencia de muerte del reino y todo se cubrió de sombras. Hundido en la más densa oscuridad y odio, el corazón emitió un último grito de auxilio.
Dicen que la tierra lo escuchó."
Un día de fiesta
El mensajero llegó en una mañana dorada, su cabello negro moviéndose con la brisa mientras cruzaba la extensión de agua que rodeaba la isla. Los druidas, poco acostumbrados a recibir visitas del exterior, miraron curiosos cómo se acercaba, deteniéndose en sus tareas diarias.
Mordred salió de su cabaña como todos los días, con la camisa arremangada y listo para ir a los cultivos a trabajar. Sin embargo, se vio atraído por la multitud que de pronto se formaba muy cerca del embarcadero. El joven que se adelantó a Iseldir, el líder, llevaba un pergamino amarillento entre sus dedos, su mirada clara poseía la chispa que todos los seres con magia suelen tener y no esperó a que Iseldir se acercara antes de exclamar, tan fuerte que todos en la aldea le escucharon:
—¡La prohibición de la magia ha sido levantada!
El silencio que acompañó su retirada se extendió por alrededor de un minuto, luego todos los druidas que conformaban el gremio en la aldea se miraron y, posiblemente, intercambiaron palabras entre ellos. Se reunieron en un susurro de túnicas y, antes de cerrar la puerta, Iseldir hizo una seña a Mordred. Este entró sin chistar, demasiado aturdido para siquiera preguntarse por qué sería requerido.
—Esto es bueno. Debemos celebrar.
Parado en el interior la cabaña del gremio, Mordred vio a Iseldir fruncir el ceño hacia Aglain.
—¿Celebrar? Esto es serio, Aglain. No sabemos si es una broma de mal gusto o una trampa.
Gáine, la única mujer en la cabaña, acarició el papel con sus dedos, sus ojos cristalinos se encontraron con los de Mordred brevemente.
—No hay indicios de magia, es común y corriente.
—Ese hombre era un hechicero, y parecía bastante orgulloso de lo que aclamo —Aglain insistió—. No parece ser una broma.
Iseldir se tomó la molestia de rodar los ojos.
—¿Es que acaso todos estos años no te han enseñado nada? ¡No se puede confiar en Uther!
—Tal vez… tal vez no es suyo —Sugirió Gáine, había algo extraño en su voz que a Mordred le sonó a esperanza. Ella llevó una mano a la larga trenza que descansaba en su hombro derecho, acariciándola de forma distraída—. Podría ser…
—¿El único y futuro rey? —Terminó Iseldir, por la sorpresa en su rostro se podría decir que no lo había considerado en absoluto—. No ha llegado noticia sobre su coronación, ni sobre...
Tanto Mordred como ellos escucharon de pronto los susurros en el exterior. La cabaña estaba protegida por un hechizo silenciador, nada de lo que se dijera allí dentro podría ser escuchado fuera. Sin embargo, ellos podían escuchar, las personas en la aldea estaban comenzando a salir del shock inicial.
—Mordred —Dijo entonces Iseldir y le extendió el rollo. El chico se acercó y miró su mano, como si le ofreciera la cabeza de algún animal peligroso—. Has estado en Camelot, has visto y sentido lo que proviene de allí. Dime, ¿es este pergamino parte suyo también?
Mordred no dudó, su magia trajo a él un aroma a tierra muerta, ausencia de magia y terror. Gáine tenía razón, no había hechizo alguno en él. Pero allí estaba, un residuo, migajas de una magia poderosa que Mordred podría identificar en cualquier lugar.
—Lo es.
Iseldir confió en su palabra y rompió el cordón que le ataba. Sus ojos bailaron sobre el mensaje, que no parecía ser muy largo y, como si no pudiera creerlo, sus ojos se iluminaron por primera vez.
—Es real.
Aglain tomó el pergamino y, después de leerlo, lo rotó. Pasó por las manos de todo el gremio y fue a descansar en la mesa una vez terminaron. Mordred sintió una mano apretar su pecho y pensó en los ojos azules que habitaban sus sueños desde el día en que había abandonado Camelot.
Era real. La prohibición de magia había sido levantada.
Emrys lo había logrado, había traído la liberación de Albion, tal como las profecías dijeron que lo haría. Pronto su historia sonaría por todos los reinos y sería alabado, el hechicero mano derecha del único y futuro rey.
El chico druida se permitió sonreír cuando la puerta de la cabaña se abrió y Aglain salió, seguido por el resto del gremio. Tomó el pedazo de papel olvidado sobre la mesa, luego el gesto simplemente murió en su rostro. El pergamino amarillento era perfectamente legal, lo parecía por todos los ángulos, pero a diferencia de cuando estaba cerrado, no se sentía bien. Quizá tuviera que ver con la firma, la cual carecía de nombre alguno, no el de Arthur, ni siquiera el de Uther, simplemente Rey de Camelot.
"¡Mordred!" Llamó Kara, reclamando su atención desde fuera de la cabaña. Volteó a la puerta y la vio acercándose. Se veía incontenible, un poco saltarina. "¡Mordred! ¿Es cierto?".
"Sí". Mordred dejó de lado el papel y el sentimiento extraño que le invadió para ir a su encuentro. Kara perdió un poco el color y se lanzó a sus brazos, estrechándole en un abrazo suave.
"Somos libres". Dijo en su cabeza sin aliento. "Dioses, al fin somos libres".
Lágrimas se formaron en sus ojos claros, reflejándose a su vez en los de Mordred. Lágrimas por los padres que no vivieron para ver ese día. Por los niños que fueron sacrificados o dejados huérfanos. Mordred miró alrededor, había lágrimas en los ojos de casi toda su gente. Alivio, recelo.
Iseldir se colocó en el espacio donde solía ponerse la gran hoguera en Beltane, sus brazos se abrieron, pidiendo atención. Mordred y Kara caminaron más cerca, sus manos entrelazadas.
—¡Todos! ¡Escuchen! —Dijo, su piel pálida brillando en los rayos del sol—. Este es un gran día para todos nosotros. Mi gente, mi familia, la prohibición de la magia ha sido levantada y el rey promete libertad en sus tierras. Muchos hemos esperado esto por tanto tiempo, muchos por toda la vida. El tiempo de oro de Albion ha llegado y seremos guiados por la mano del gran y poderoso Emrys ¡Y hoy, al fin, somos libres!
Kara apretó la mano de Mordred con demasiada fuerza, tanto que incluso pudo sentir algo crujir. Pero no le importó, ya nada más importaba. Un suspiro colectivo se extendió por la aldea mientras el mensaje era pasado de mente en mente.
De pronto todo explotó en alegría y gozo, carcajadas y llantos abrumadores podían escucharse a la lejanía y Mordred incluso se estremeció de la fuerza del sentimiento que llenó su mente.
Kara hizo un ruido a mitad de camino entre una risa y un sollozo. Luego volvió a abrazarle. Le llegaron palmadas de todos lados, incluso una en el trasero que le hizo saltar y sonrojarse.
Por toda la isla se escucharon los bramidos, los vítores y algo estalló más allá antes de que chispas llenaran el cielo. El viento trajo la melodía que los músicos comenzaron a tocar y mucha gente bailó en sus lugares; esposos besaron a sus esposas y lanzaron a sus hijos al aire para después atraparlos.
Hubo colores y olores ricos, árboles y plantas que florecieron, pétalos de flores que volaron con la brisa. Mordred se dejó llevar por Kara entre la multitud, recibiendo los enhorabuena de sus vecinos. El mundo giro vertiginoso, un borrón de colores, comida y cantos. Pero lo que más brilló fue la magia.
Aunque la isla estaba protegida y no era muy peligroso practicar la magia, había una especie de acuerdo tácito en el que todos se habían dejado caer, no usaban la magia a menos que fuera necesario y nada muy ominoso.
Aquel día, la magia podía ser vista, olida, sentida e incluso saboreada. Y Mordred se sintió borracho de felicidad, obligándose a olvidar aquella molestia que sentía en la base del cráneo.
Cuando estuvieron satisfechos de pasteles de ambrosía, pasearon de la mano, se empaparon con los niños en el arroyo y, al final, se unieron a las celebraciones durante el ocaso. Eran incluso más grandes que las de Beltane o Samhain. Mujeres vestidas en telas hermosas alrededor del fuego y Kara, sus preciosos rizos coronados por flores.
Aceptó el aguamiel que fluía a cantaros, aunque no tomó demasiado. Nunca tomaba demasiado.
Lo que al principio fue una punzada se volvió un palpitar cuando, después de tanto bailar, sus pies dolieron. Mordred tuvo que sentarse y, de pronto, todo el ruido y la luz fueron demasiado.
—¿Estás bien, Momo? —Preguntó Kara, sentándose a su lado y pasando una mano por su espalda. Mordred detestaba el sobrenombre que ella usaba cuando estaba un poco achispada, pero nunca se lo diría.
—Sí, solo un poco mareado —Mintió. Sentía el dolor crecer y crecer hasta que pareció que su cabeza estallaría. Kara soltó una risita
—¿Cuánto has estado bebiendo?
Mordred gimió.
—Solo una jarra.
—Dioses, que poca resistencia. Yo llevo al menos cinco.
El chico sostuvo su cabeza cuando un martillazo llegó. Kara borró su sonrisa y entró en el modo al que él cariñosamente llamaba "mamá gallina".
—Vamos, te llevaré a tu cabaña. Será mejor que descanses.
Él no se negó, ni quejó. Se apoyó en ella y ambos caminaron tambaleantes hacia su cabaña. Fue un avance lento pero seguro y Kara le dejó tumbarse sin gracia sobre la cama. Le pasó un poco de agua y uno de los tónicos que Mordred usaba cuando se enfermaba. Sabía a rayos y centellas, pero calmó los golpes en su cabeza después de unos minutos.
Kara besó su frente.
—Hasta mañana, Momo.
—Buenas noches, Kara. No te quedes hasta muy tarde.
Ella se fue y al poco tiempo, sus párpados pesaban tanto que no podía mantenerlos abiertos. Quedarse dormido fue como hundirse en la oscuridad y por mucho tiempo no hubo nada, sólo silencio y la espesa negrura.
Luego hubo luz y vio los ojos de Emrys, de un azul cerúleo como el cielo poco después de morir el sol, el destello de la magia expandiéndose como fibras. La tierra respirando, los árboles meciéndose.
Había sangre, espesa y brillante, emergiendo como lágrimas de los ojos de un hombre vacío y luego gotas chocando contra el suelo. La bandera de Camelot izando al viento, el susurro de la tela. Mordred vio el filo de una espada encajada en piedra sólida y el llanto de una dama en un lago, sus sollozos llenos de dolor. Y aquellos ojos que se volvieron rojos, ardientes, quemando, siempre volvían. Las páginas de un libro, pasando y pasando hasta que se detenían en una. Siempre en la misma. Piel escamosa. Alguien diciendo su nombre.
Mordred despertó a la mañana siguiente, bañado en un sudor frío y el rostro cubierto de lágrimas, todo su cuerpo temblando. Cuando Kara preguntó, él no le dijo nada al respecto.
Había cosas que ella nunca debía saber.
