Su corazón latía de manera estrepitosa. Sus manos sudaban y unas pequeñas gotas más recorrían su rostro. Él no era el típico chico nervioso ni nada de eso, de hecho era un tipo muy tranquilo. Pero este caso era diferente. Si no lo hacía bien era seguro que su vida terminaría en más de un sentido.
Miró de manera insegura su mano derecha entrelazada con la de ella.
—Cálmate Ichigo, que tampoco te vas a enfrentar a un hollow —intentó tranquilizarlo.
—Prefiero mil veces enfrentar a uno a hacer esto, Rukia —respondió él con total confianza en sus palabras.
—¡No seas idiota! No es tan malo —lo regañó la chica mientras le daba un zape.
—Eso dices tú… —murmuró por lo bajo al tiempo que rodaba los ojos.
Esperaron juntos en la mesa otros diez minutos, hasta que al fin llegó la persona por la que esperaban. El invitado tomó asiento, saludó a los dos y comenzó a platicar con ellos. El corazón de ambos empezó a latir más fuerte de lo normal, pero sabían que se lo debían decir de manera rápida e indolora.
—Sin rodeos —pidió—, ¿qué me quieren decir? —cuestionó de manera seria.
—Byakuya nii-sama, nosotros te queremos decir algo… Bueno, verás… Tú sabes que nosotros, esto…
—Nos vamos a casar —interrumpió el de cabellos naranjas.
Byakuya Kuchiki detuvo la copa de vino tinto en sus labios durante unas fracciones de segundo para luego tomar de manera elegante el líquido de color.
—¿Me quieren decir que vine al mundo humano sólo para esto? —inquirió de manera casi incrédula.
La fémina soltó un largo suspiro mientras sujetaba fuertemente la diestra de su prometido. Estaba casi arrepentida de haberle dado la noticia a su hermano. Se preguntó si decirle fue la mejor idea.
El semblante serio del capitán de la sexta división no se vio afectado para nada. Observó de arriba a abajo a Kurosaki, casi como si lo estuviera examinando. Se sirvió un poco más de vino y luego de manera casual les preguntó:
—¿Ya le avisaron a Rangiku Matsumoto?
Los ojos de Rukia se iluminaron, ése simple comentario significaba la aprobación.
Ichigo se recostó sobre la silla mientras que con su mano izquierda peinaba sus cabellos alborotados.
—¡Vaya cosa! —exclamó por lo bajo aliviado de no estar camino a la morgue, después de todo las razones para el matrimonio eran secreto de pareja.
Las manos entrelazadas de ambos bajaron hasta el vientre de la Kuchiki acariciándolo suavemente; sonrieron con complicidad…
