Considero esto, mi regreso al FanFiction, ha pasado muchísimo tiempo, debo decir que me sentí fuera del camino, desolada y sin ganas de muchas cosas que amaba, pero… el tiempo siempre pone las cosas en su lugar y creo que este es un excelente momento para iniciar cosas nuevas ¿Qué mejor que retomando algo que me apasiona? Escribir.
Este FanFic está dedicado a una persona especial, no daré nombres xD pero puedo decir que me ayudó a concebir la idea, eso y otras cosas que pasaré a mencionar en breve:
El fic está ampliamente inspirado en Flor de Verano, una de mis obras incompletas, además de que he tomado igual inspiración en Song of Ice and Fire, mi saga literaria favorita, Fate/Grand Order, Fate/Extella, tomando como referencia a la orden de Babilonia de Grand Order y la Orden de Salomón.
También debo aclarar que los personajes principales (Gilgamesh/Arturia) tienen la personalidad de sus versiones Caster y Lily, siendo el primero un hombre que ama a su gente y pueblo, dandolo todo por el mismo y tomando las decisiones que mejor le convengan, mientras que Arturia es como su versión Lily, demasiado noble e inocente pero capaz de entender el mundo como es.
El OC de Lyseritte no iba a ser incluida, pero por cuestiones de trama y desarrollo, decidí que sería un factor importante.
Ahora bien, las edades de los personajes han sido manipuladas dejándose de la siguiente manera: Gilgamesh: 34, Arturia: 17, Lyseritte: 14 casi 15.
Este es un canon divergente, por lo que Arturia mantendrá a Caliburn (Excalibur existe pero no la posee), Gilgamesh tiene a Ea y su Puerta de Babilonia, y más tarde mostraré otras cosas del universo Fate dentro de la historia.
Supongo que eso es todo asi que les dejaré pasar a la lectura.
Sé bienvenido a esta nueva aventura, si te ha gustado no dudes en dejarme tu maravilloso Review, eso me ayudaría muchisimo.
Abaddon Dewitt.
PROLOGO
Sus criadas apenas podían seguirle el paso, se apresuraba a caminar en los largos pasillos del palacio, mientras se levantaba las enaguas y se armaba de valor para enfrentar a su padre, sus puños se cerraban con fuerza contra la tela hasta tornar blancos sus nudillos. Finalmente llegó a la puerta, imponente escoltada por dos robustos guardias, ella ordenó abrir.
—Su gracia está con el sacerdote…
Lyseritte nuevamente exigió con voz firme, a lo que los guardias no se negaron, la sala del trono se revelo ante ella, imponente como siempre, dejando que el dorado y rojo se luciera por todas partes, excepto en los pilares y piso de frío mármol, alzó el mentón orgullosa y afirmó la postura, frente a ella el trono, sobre el que retozaba placidamente ese hombre al que llamaba Padre, el rey, a su lado la viperina lengua de un extranjero, oh, como extrañaba a su amada tía.
Los ojos negros del sacerdote cayeron en ella, indiferentes, jamás sabía lo que pensaba, era un hombre extraño, enarcando una ceja se aclaró la garganta y se dirigió a ella con fría cortesía.
—Debe haber un motivo de fuerza mayor para que la princesa venga a interrumpir una discusión de estado.
Fue hasta que los penetrantes ojos de su padre la escrutaron, que Lyseritte se encogió, perdiendo todo el brío y las palabras que había detallado en su habitación por horas. Pero ella era la hija de un león, la princesa de Uruk, su abuela era la diosa Ninsun, y debía mostrar fuerza frente a su padre, aun que luego una punzada de preocupación cayó sobre ella al ver que detrás de la severidad en los ojos de su progenitor, había cansancio. El hombre siempre había sido fuerte, un héroe, el rey de los héroes, su leyenda era conocida en cada rincón del mundo, el gran Gilgamesh.
Dicen que su risa se perdió cuando ella murió.
Gilgamesh era un hombre severo, arrogante y poderoso, todo lo que un rey debía ser era reflejado en él, honorable y sincero hasta los huesos, pero brutal en batalla, él edificó un imperio y unió a todo un pueblo, amaba a Uruk tanto como había amado a su madre. Lyseritte reverenció a su rey.
—Necesito hablar con mi padre, —anunció con voz trémula, sintiéndose avergonzada de si misma.
Cuando el sacerdote estaba por responder, un gesto de Gilgamesh lo silenció, luego le ordenó salir, si hubo enojo en él, no lo demostró, porque salió con calma, y entonces ambos estaban solos en esa fría sala.
—¿Qué es lo que pasa?
Pocas o ninguna eran las personas que llegaban a escuchar ese tono paternal y sabio en labios de su rey, aun que serio, demostraba un calido tono frente a la jovencita, Lyseritte suspiró, tal vez no debía decir nada, tal vez debía inventar una excusa, tratar de conseguir una sonrisa de su parco padre, o simplemente… envalentonada pero sin ser grosera habló:
—¿Es verdad que va a casarse? Su gracia…
No era nadie para cuestionar a su rey, porque antes de que Gilgamesh fuera un hombre o padre, era el rey de Uruk. Gilgamesh suspiró hastiado, tamborileo los dedos sobre el reposabrazos del trono.
—¿Dónde lo has escuchado?
—Una de las criadas lo dejó escapar hace un par de días, y hoy por la mañana supe de la llegada de una caravana extranjera… demasiado pequeña para ser comerciantes y demasiado lujosa para ser de nobles.
El rey se levantó de su trono, bajó las escaleras con la pose siempre firme, y cuando la tuvo a escasa distancia, sus manos fueron a dar sobre los pequeños hombros. Dioses que aquellos eran los ojos inquisidores de Jeanne…
Giilgamesh podía recordarla perfectamente, como si apenas fuere ayer cuando a puertas de su palacio, entró con una chiquilla en brazos, rescatada de la brutalidad de un pueblo pobre e ignorante, la niña que se volvió su amiga, su amante… Jeanne había sido todo lo que él deseaba que la humanidad fuera, suave, orgullosa y fuerte. Lyseritte era ya una señorita, casi quince años cumplidos, su largo cabello de un tono rubio casi plata era trenzado casi igual al de su madre, y sus ojos eran una combinación impresionante del escarlata y el púrpura, dando un tono magenta casi rojizo, la viva sombra de lo que fue Jeanne de Orleans.
—Es un matrimonio político, con el rey de Gran Bretaña…
Había escuchado hablar de él, un país pequeño en los confines del este bárbaro, gobernado por una mujer que se había hecho pasar por un hombre para defender el trono de su padre. Decían que era una belleza salvaje, de ojos casi tan verdes como el bosque indomable y una cabellera como el sol que la coronaba. Hace poco, Uruk había tenido una guerra, descarnada y cruel en la que su padre casi había muerto, las bestias de Tiamat desolaron el imperio pero no lo desmoronaron, se volvieron a levantar gracias a la valentía de su rey, pero en el recuento de los daños, Gilgamesh se dio cuenta de algo… no era un rey todopoderoso, y en algún punto, supo que necesitaba ayuda; eran las casualidades del destino que lo llevaron a ella, el rey de los bretones, Arturia Pendragon, necesitaba una flota para echar a su tío de la pretensión al trono del noble Uther, y Gilgamesh granos de la rica tierra bretona, entonces Kirei el sacerdote había intervenido en los beneficios que traería que Arturia se casara con Gilgamesh para fomentar una alianza poderosa.
Lyseritte tuvo sentimientos encontrados, ¿si la futura reina de su padre la exiliaba? Ella era una princesa, pero de bajo nacimiento, fácilmente tratada como una bastarda, sin derechos ni reclamos, sin nada que fuera de ella, aun más, hija de una mujer extranjera…
Cuando el rey de los bretones se presentó, Lyseritte se quedó pasmada, era una mujercita apenas mayor que ella… pequeña con el ceño fruncido permanentemente, de aspecto poderoso pero calmo, su voz resonaba imponente, como si cada palabra suya fuera una verdad absoluta e irrevocable, compensado la pequeña estatura y menudo cuerpo; entonces sus ojos se desviaron en dirección a su padre, y por un corto instante, divisó una sonrisa que se desvaneció de inmediato.
—Lady Lyserrite…
La firme voz de Arturia la llamó una tarde durante uno de sus paseos por los jardines, la niña se giró para verla, ella siempre acompañada por sus criadas, refinada y dócil de sonrisa fácil, se encontraba con la mujer de aspecto severo escoltada por dos altos caballeros de armaduras pulidas, a pesar del abrasador calor de Uruk, la mujer no abandonaba las ropas de su patria, prevaleciendo el azul y el plata.
—Mi señora, —Lyseritte dedico una graciosa caravana a Arturia.
Arturia se sentía tonta, toda su vida había sido criada por hombres brutos y hoscos, ahora en tierras ajenas, se encontraba cara a cara con la hija de su futuro a ser marido, sorprendiéndole que fueran casi de la edad, siendo ella uno o dos años mayor, notaba el menudo cuerpo gracioso y la piel tersa, totalmente diferente a sus rígidos músculos y piel curtida por las batallas, donde Lyseritte era suave, ella era callosa.
—Creí que sería una buena idea conocerla un poco más, puesto a que pronto seré su madre en ley…
Madre, la palabra casi le supo a cenizas, era extraño y debía admitir que le daba miedo.
—Podríamos, sí…
No muy convencida la princesa aceptó, dioses, Arturia era casi una niña, pero sus palabras y actos la hacían ver casi de la edad de su padre, mientras ella era criada entre lujos, Arturia parecía que siempre tuvo que trabajar duro para alcanzar lo que deseaba, era humilde, como su madre. Si algo había descubierto de Pendragon, es que de continuar siendo tan sincera y honesta, con ese honor inquebrantable, la comerían viva en la corte de Uruk, entre serpientes.
Cada noche antes de dormir, el cabello de Lyseritte era trenzado por Enkidu, la mujer que fue como su madre, pero Enkidu se había ido con la guerra, y ahora, era Ishtar quien se presentaba en sus habitaciones para cepillar las finas hebras casi plata.
Era una mujer hermosa, de cabello negro y ojos azules, con esa piel tostada y lisa que era alabada por muchos nobles, sin embargo, debajo de esa apariencia de refinada dama, había una serpiente, era un secreto a voces que Ishtar se sintiera celosa de Arturia, al ser elegida la segunda para casarse con el rey Gilgamesh, pero fácilmente lo ocultaba, años de trabajo y esfuerzos no se irían a la basura con la luz de su verdadera naturaleza.
—Me han dicho que hoy diste un paseo con la reina Arturia…
Fue extraño que se dirigiera a Arturia como reina, cuando desde su llegada, incluso Gilgamesh le otorgo el titulo de rey, el rey de los caballeros, pero la princesa no espetó nada, asintió y en silencio señaló el cepillo de marfil y plata, un recuerdo de Enkidu.
—Es una mujer muy agradable, tosca y un poco inocente, pero sincera, digna de confianza.
Ishtar apretó sus labios suavemente, los traviesos dedos se deslizaron en la sedosa cabellera de Lyseritte, inclinándose para que sus palabras fueran casi un susurro…
—Sabes que yo siempre voy a velar por tus intereses mi princesa, faltaría a mi palabra y a la promesa que hice a Enkidu… a la memoria de tu señora madre, y al honor de tu padre… prométeme que conocerás mejor a la reina Arturia antes de darle tus afectos como la madre que será para ti.
Lyseritte le dedicó una mirada de inocencia y un suave rubor floreció en sus mejillas al acercamiento de Ishtar.
—Lo prometo.
La mujer se irguió y dejó el cepillo de cabello sobre una mesita, se retiró sin decir nada, cerrando la puerta…
Tal vez Arturia había amarrado a Gilgamesh con la conveniencia política, pero ella poseía una pieza más valiosa, la hija amada de su rey, y el complot con Kirei, debía esperar un poco más de lo que le hubiera gustado, pero ella… ella tendría a Uruk, y si la suerte la acompañaba, también esa tierra bárbara llamada Gran Bretaña.
