ACLARACIÓN: Akiyoshi Hongo y Bandai poseen toda la propiedad artística de Digimon. Yo sólo utilizo los personajes y la historia, para entretenimiento, sin fines de lucro.

De la misma forma, las canciones que inspiraron el título de la historia "Solo la la la"; y el presente primer capítulo (título e historia), "Dos en la ciudad"; son propiedad intelectual de Rodolfo Fito Páez. Yo solamente las empleé como musa.

Solo la la la.

"Dos en la ciudad"

Era una hermosa noche estrellada, con las hojas de los árboles cayendo por la fuerza del otoño; y el viento volando los sombreros y revolviendo los cabellos.

La temperatura no estaba en un punto agradable, pero eso no era impedimento para que Shibuya estuviera igual de movida que siempre.

Entre la multitud de gente, un rubio caminaba a paso lento. Encorvado, con un bajo en la espalda; llevaba una chaqueta de cuero y pantalones de jeans gastados. Sus pies se movían, casi al ritmo de la música que estaba escuchando con unos auriculares, sus labios no podían evitar entonar, en un murmullo, la letra; y su cabeza se ladeaba de un lado al otro, siguiendo el riff; mientras que sus manos chocaban contra sus muslos al compás de la batería.

Él estaba en medio de un gentío, pero en su mente, viajaba solo, únicamente acompañado por la música.

Entre la multitud de gente, una castaña caminaba rápido, casi trotando. Llevaba una falda bordó con botas de cuero hasta la rodilla; y una chaqueta marrón con flecos. Su peinado, había perdido en la lucha contra el viento, y ella no dejaba de tratar –en vano– de arreglarlo. Los tacos de su calzado la hacían, al menos, unos diez centímetros más alta de lo que realmente era; pero no eran impedimento para que ella caminara completamente erguida y veloz. Toda una profesional en caminar con plataformas, no podía evitar chocar, cada tanto, con alguna persona en el medio del gentío.

— Lo siento —se disculpó, por enésima vez, pero sin detenerse— Esto es tan molesto.

De vez en cuando, su rostro se contraía en una mueca de molestia, pero rápidamente, volvía a simular una sonrisa.

Las damas debemos sonreír siempre. —era lo que solía decir.

Eran dos en la ciudad, una ciudad grande y llena de gente, bulliciosa.

— Rayos. —No pudo evitar decir al chocar fuertemente con alguien, y caer al suelo— Gracias, lo siento mucho. —continuó al tomar la mano que le ofrecía el muchacho.

— ¿Mimi? —cuestionó él, sorprendido, al percatarse de la identidad de la persona a la que estaba ayudando a levantarse.

Se encontraron en la calle, sólo podía ser una casualidad.

— ¿Yamato? —se asombró ella también, al levantar la vista y enfrentarse a la mirada azul de aquél viejo amigo.

La sorpresa, y los años de distancia provocaron un silencio incómodo entre ellos, que se quedaron estáticos en su sitio.

Quietos, en medio de la muchedumbre.

— No sabía que estabas de nuevo en Japón. —comenzó él, avergonzado.

— Acabo de regresar. —aclaró ella, frunciendo los labios, al recordar el nefasto arribo que había tenido a su país natal.

— Pues… ¿qué tal si te doy la bienvenida? Hay un bar muy agradable aquí cerca. —invitó él, percatándose de la molestia en su acompañante, para tratar de alivianar un poco la situación.

— ¿Ahora? —cuestionó ella, recibiendo un movimiento afirmativo de cabeza del chico— Bueno… —respondió dudosa, pero el muchacho la tomó la mano y comenzó a guiarla rápidamente.

— Entre tanta gente, es fácil perderse. —aclaró él.

Extrañamente, caminando de la mano de él, ella ya no chocó con nadie más.

El bar estaba decorado con un estilo entre campestre y sobrio.

El piso era de madera, al igual que las sillas y mesas. Las paredes estaban pintadas de colores bordó, blanco y gris.

De fondo, sonaba una tranquila canción de jazz.

Había bastante gente, pero el rubio caminó, seguido de su amiga, hasta un rincón alejado donde la música se escuchaba aún más suave, y de la gente sólo se oía un murmullo.

Con un simple gesto del brazo, llamó a un mesero, que se acercó rápidamente.

— ¿Lo mismo de siempre?

— Para mí sí, ¿tú qué pides Mimi?

— Eh… un daiquiri de fresa. —pidió un poco dudosa.

— De inmediato.

— Bueno… bienvenida de nuevo, princesa. —le sonrió, como pocas veces hacía.

— Gracias. —se sonrojó. No había dudas, tenía un amigo muy guapo.

— Y… ¿Qué tal estuvo el viaje?

— No quiero hablar de eso. —Suspiró— Mejor cuéntame, ¿qué ha sido de tu vida? ¿Cómo van las cosas con Sora?

—… —levantó una ceja— Estás un poco desactualizada, Mimi. Sora y yo terminamos como hace dos años. —aclaró él, para consternación de su amiga, que abrió los ojos muy grande, y se sonrojó—Si no mal recuerdo, ahora está saliendo con Jou.

— ¡¿Jou?! —se sorprendió ella.

— Aquí les traje su pedido. —anunció el mesero, mirando a la muchacha, que se avergonzó al darse cuenta del grito que había pegado.

— Gracias. —sonrió él; y el mozo se marchó, dejándolos solos de nuevo— Eso creo. Hace mucho que no los veo, estuve viajando por el país, de gira con mi banda… No, ya no toco con los Teenage Wolves, ahora tengo una banda llamada Pandemónium. —Aclaró él, para vergüenza de la chica, que comenzaba a darse cuenta de lo muy ausente que había estado en los últimos años— No he estado en Odaiba en un par de años, todo lo que sé de los chicos lo sé por Takeru, que me escribe a menudo, o por Taichi, con el que solemos encontrarnos por ahí, él también viaja bastante desde que está en la selección nacional.

— ¿En serio? —se alegró ella, pero rápidamente su semblante se tornó triste. Trató de disimularlo tomando un trago de su bebida, pero el rubio se dio cuenta, aunque no dijo nada— Creo que tengo mucho trabajo por delante si quiero ponerme al día.

— Bueno, puedes empezar escuchando lo que yo sé.

Ambos se pusieron a conversar amenamente mientras tomaban sus respectivas bebidas. Él contó un poco cómo estaban las cosas con el resto del "grupo", mientras que ella se sorprendió por algunas noticias, se alegró con ciertos acontecimientos y se entristeció por las partidas.

Se les pasó la hora hablando de lo que fue y lo que no, llamando al mesero varias veces para que les rellenara sus copas y volviéndoselas a acabar.

El alcohol comenzó a hacer efecto en la chica después de la tercera ronda, y se le soltó la lengua.

— Soy tan estúpida… Me olvidé de todo porque estaba muy feliz con Michael. Lo convertí en el centro de mi vida… —hipó— ¡Y mira cómo me pagó! ¡Acostándose con una zorra! —golpeó la mesa, sorprendiendo al muchacho.

— Pues… tendremos que darle una paliza con Taichi. Pero tú no deberías amargarte por eso. Es un estúpido por no haberte sabido valorar —fue lo único que atinó a decir él, estaba en sus planes hacer que la chica le contara sus pesares, pero no imaginaba aquello, ni mucho menos que su reacción.

— Ay… ¡Eres tan buen amigo! —lo abrazó por encima de la mesa, volcando la copa del chico, que aún tenía contenido en su interior— ¡Ups! ¡Mesero! ¡Necesitamos más alcohol aquí!

— Eh… Mimi, creo que ya has bebido suficiente.

— ¡Ni hablar! No te preocupes… yo pagaré… —explicó ella, sin dejar de hipar, y balanceándose en la propia silla— ¡Oh, espera! —se largó a llorar, haciendo que unas cuantas personas a su alrededor voltearan a verla, para vergüenza de su acompañante.

— Aquí tiene. —se acercó el mesero a llenar las copas, de nuevo, mientras que la chica seguía llorando, para consternación del rubio.

— Mimi, está bien… yo puedo pagar la cuenta. —intuyó el motivo por el que se había puesto a llorar.

— ¡Oh, Yamato! ¡Eres tan buen amigo! —Volvió a abrazar al muchacho por encima de la mesa, volcando, de nuevo, las bebidas— ¡Ups! —iba a levantar el brazo para pedir más alcohol, de nuevo, pero el rubio la detuvo.

— ¡No! ¿No crees que ya es tarde? Mejor te llevo a casa. —pero ella sólo se puso a llorar aún más fuerte que antes, haciéndole lanzar un ruego silencioso al cielo.

— ¡No tengo casa! —gritó ella, de nuevo, sorprendiéndolo, de nuevo.

— ¿De qué hablas, Mimi? Si no tienes donde quedarte, no te preocupes, puedes quedarte conmigo. —trató de consolarla, ubicándose al lado de ella, quien, de nuevo, lo abrazó efusivamente.

— ¡Yamato, eres un gran amigo!

— Ya es la tercera vez que dices eso, Mimi. —ya cansado, la ayudó a levantarse de la silla, y la cargó sobre su espalda, tomó su bajo y se acercó mesero que los estaba atendiendo, para pagarle la cuenta.

La paciencia no era justamente una de sus virtudes. Pero ella era un amiga, y él debía cuidarla.

De camino a la estación, ella le explicó, sin dejar de hipar y lloriquear, que al salir de aeropuerto, le habían robado las valijas en donde llevaba el dinero y…

— ¡Mi ropa! ¿Puedes creerlo? ¡Mi hermosa ropa!... —empezó a enunciar las hermosas faldas, vestidos, zapatos, collares y un montón de cosas más que llevaba en las dos valijas que le sustrajeron.

— Ya, Mimi. Mañana iremos a comprarte ropa nueva… —interrumpió él, cansado de escucharla hablar de prendas que ni sabía que existían, y utilizar un montón de términos en inglés.

— Pero… mi ropa. —refunfuñó ella haciendo puchero.

— Ya, mejor duérmete.

Arriba del tren, la chica dormitó con la cabeza apoyada en el hombro de Yamato, que no pudo más que suspirar de alivio.

¿En qué lío me he metido? —se auto cuestionó cansado.

Al llegar a la estación, él volvió a cargarla sobre su espalda, tratando de no despertarla.

Afortunadamente para él, su recién estrenado piso de Odaiba, no estaba demasiado lejos.

Ya allí, la acostó en su cama y se dispuso a guardar su bajo.

— Yamato… —le llamó ella, asustándolo.

— ¿Qué pasa, Mimi? —respondió él, temeroso de tener que aguantar otra perorata sobre moda o un ataque de llanto.

— Gracias. —le sonrió, para luego darse la vuelta, y ponerse a dormir en posición fetal.

Yamato sólo se pasó la mano por el cabello en un gesto de agotamiento, y caminó hacia la sala, en donde durmió en el sofá.

Se les pasó la noche entre alcohol, anécdotas y sollozos.

— Despierta, dormilón…

— ¿Eh?

Al abrir los ojos, Yamato se encontró con unos ojos casi tan azules como los propios.

— Takeru… ¿qué haces?

— Te estuve llamando toda la mañana, pero como no respondías, vine a verte.

Los hermanos Ishida-Takaishi eran un ejemplo de buena relación. A pesar de la distancia que los había separado durante los últimos años, continuaban llevándose de maravilla. Tanto así, que el mayor, no dudó en darle una copia de la llave de su piso al menor.

— Por cierto… ¿qué hacías durmiendo en el sofá? —cuestionó una vez que su hermano se desperezó y levantó.

— Mimi… está durmiendo en mi cama… ¿qué hora es? —peguntó Yamato sin darle demasiado importancia al asunto, mientras caminaba hacia la cocina dispuesto a preparar el desayuno.

— ¡¿Mimi?! ¡¿Nuestra Mimi?!

— Sí… nos encontramos anoche…

Tras contarle lo sucedido a su hermano, Yamato comenzó a desayunar tranquilamente.

— Es pasado el mediodía y tú desayunando como si nada…

— Gajes del oficio.

— ¿Cómo estuvo la sesión de anoche?

— Normal.

Ambos conversaron amenamente por un rato. Hablaron de la grabación que había tenido el músico; y los ensayos que estaba escribiendo el menor. Más bien, el joven le preguntó un montón de cosas a su hermano mayor, mientras éste respondía escuetamente, para luego ponerlo al corriente de su vida, sin necesidad de que se lo preguntaran.

El Ishida no era muy conversador, así que su hermano menor siempre tenía que llevar las riendas de la charla.

Finalmente, mientras Takeru limpiaba y ordenaba la cocina, Yamato se dirigió a la habitación en la que descansaba Mimi, para despertarla.

Al entrar, se la encontró durmiendo en la misma posición. Se veía tan a gusto que le dio un poco de pena perturbar sus sueños.

— Oye… bella durmiente. —le susurró, mientras sacudía suavemente su hombro.

— ¿Hm? —a ella la cabeza le daba vueltas, producto de una resaca.

— Bebiste demasiado anoche ¿eh? —Acotó él, al verla incorporarse con dificultad y masajearse la frente— Toma —le tendió una taza con un líquido espeso en su interior— no le hagas caso al aroma, o al sabor… Te hará bien, créeme.

— Esto es horrible… —se quejó al tomar el primer sorbo.

— Termínalo y verás cómo te sentirás mejor.

— Permiso. —Takeru se asomó por la puerta con una sonrisa— ¡Cuánto tiempo, Mimi!

— Takeru… —sonrió, pero no le duró mucho— ¡Oh, no! ¡No me miren! ¡No quiero que me vean toda despeinada y sin maquillar! —exclamó ella, tapándose con las sábanas.

— ¿Ves? Ya te sientes mejor.

— Mimi, ¿pero qué dices? Si te ves bien, hasta parece que no te acabas de levantar. —trató de consolarla el más joven de los hermanos.

— ¡No mientas! He de estar más fea que la bruja de Blancanieves. —continuó gritando desde debajo de la sábana, para risa de Yamato.

— Hermano… —le reprochó.

— Vale, ya… Te dejaremos sola. La puerta que está al lado del armario conduce al baño, eres libre de usarlo a tu antojo, aunque yo no tengo nada que puedas usar para maquillarte… ni para vestirte… —aclaró rascándose la cabeza.

— Podemos llamar a Miyako, ella podría prestarte ropa.

— ¡No! Si se viste igual que la última vez que nos vimos… ¡No! ¡No! ¡No! —Aunque ella estimaba a la chica de cabello morados, no pasaba lo mismo con su sentido de la moda— Me las arreglaré con alguna camisa y el pantalón más ajustado que tengas.

— De acuerdo…

Mientras Mimi tomaba una ducha, Yamato comenzó a buscar entre los muchos bolsos que tenía desperdigados por el apartamento, lo que la chica le había pedido. Una vez que encontró las prendas, las puso encima de su cama. Por su parte, Takeru hizo un par de llamadas, cancelando compromisos, y se fue a la tienda a comprar algunos víveres. Su hermano estaba acostumbrado a alimentarse con comida chatarra y yendo de restaurante en restaurante. Sin embargo, él estaba seguro de que eso no agradaría a Mimi.

Al terminar las compras, regresó al edificio y abasteció el refrigerador. Lamentablemente para él, no podía quedarse con Yamato y Mimi, pues tenía compromisos, algunos ya los había cancelado, pero otros, los tenía que cumplir sí o sí. A pesar de tener sólo 20 años, el Takaishi era un muchacho muy ocupado. Estudiaba periodismo, trabajaba como asistente en un periódico local, era voluntario en un hogar de huérfanos y tenía una hermosa novia a la que no podía –ni quería– descuidar.

— Bueno, Mimi, ha sido un placer verte.

— Lo mismo digo, Takeru.

— Nos estamos viendo.

— Bueno, en agradecimiento a todo lo que hiciste por mí, ¡voy a cocinar! —comentó alegremente, juntando sus manos y balanceándose sobre sus pies; una vez que el más joven de los tres se marchó.

— Para eso estamos los amigos Mimi, no hace falta que me agradezcas…

— Bueno, entonces, te prepararé el almuerzo como una muestra de amistad.

— De acuerdo.

Ella llevaba unos ajustados pantalones de cuero, que a pesar de todo, le quedaban algo sueltos. Encima, una camisa que le quedaba demasiado grande, pero ella lo resolvió arremangándosela y haciéndole un nudo en el torso, que dejaba al descubierto, parte de su –plano– abdomen.

Mientras Mimi cocinaba, Yamato se quedó en el comedor escribiendo la letra de una canción.

No tardó demasiado tiempo en darse cuenta del error que había cometido.

— ¿Y bien? ¿No vas a comer? —cuestionó con una sonrisa, ajena al efecto que provocó en su amigo, el ver el platillo que había preparado.

Una torre de panqueques, con un extraño color verde, cubierta por una mezcla de natto y dulce de leche.

— Los panqueques están hechos con una masa de verdura y arvejas picadas —comenzó a explicar, ante el silencio del muchacho— Los cubrí con natto, y dulce de leche para darle un toque más dulce. Genial ¿no? Es el almuerzo ideal, dulce, pero rico en vitaminas, proteínas y fibra.

Y antes se quejó de mi mezcla anti resacas… ¿De verdad espera que me coma esto? —pensaba él mientras desviaba la mirada del plato a su amiga, y de su amiga al plato; una y otra vez, sin poder quitar la expresión de asco.

— ¿No… vas a comer? —le increpó ella, con los ojos acuosos.

Iba a llorar, de nuevo, y ante ésta perspectiva, él no pudo más que ponerse a comer.

La idea de escucharla gimotear otra vez resultaba peor que la de tener dolor estómago.

Total… ¿cuánto me puede durar? ¿Una semana? Ya luego me sentiré mejor; pero algo me dice que si no como, ella no me va a dejar en paz en años.

— ¿Y bien? —le preguntó cuando ambos acabaron sus respectivas raciones y se dispusieron a lavar los platos juntos.

— Estuvo bien —le respondió sorprendido, pues, en realidad, no estaba mintiendo.

Pese a la imagen no tan agradable, y a la extraña mezcla de sabores, el almuerzo no le provocó arcadas ni nada parecido. El sabor no le fue del todo agradable, pero tampoco le resultó feo.

Fue mejor que las comidas de Taichi, de lejos.

— ¡Genial! Creo que voy a hacerte de comer más seguido de ahora en más. —se alegró ella, para horror de él.

Aunque su estómago no había sufrido –nada– él no tenía la más mínima intención de hacer que las extravagantes recetas de Mimi se convirtieran en un habitual en su vida.

— Yo tenía pensado invitarte a un restaurante… Ésta noche podríamos reunirnos con los chicos. No sé si todos puedan, pero…

Astutamente, él desvió la conversación hacia otros temas.

Tras terminar la limpieza, ambos salieron juntos, dispuestos a solucionar los problemas de la muchacha; que volvía a vestir con su propia ropa.

Primero, presentaron la denuncia por el robo de las maletas; y después fueron de compras juntos.

Llegaron al acuerdo de que él le pagaría todos los gastos hasta que ella pudiera acomodarse, y luego Mimi le devolvería el dinero, poco a poco.

Yamato y su banda eran bastante famosos, por lo que no tenía problema en prestarle dinero a su amiga.

No obstante; ni la noche entre el llanto de una Mimi alcoholizada, ni su exótico almuerzo lo prepararon para la odisea de ir de compras con ella.

La castaña no era sólo una adicta a las compras; era una profesional.

Durante cinco horas, que para el rubio transcurrieron como todo una vida, la chica fue de tienda en tienda, probándose todo lo que encontraba.

Un poco para ayudarlo a él, y no ponerlo en tanto gasto, también se dedicó a regatear en cuanta compra realizó.

¡Y con qué habilidad!

Lástima que Yamato no pudiera apreciarla, puesta estaba al borde del colapso.

¡Mátenme!

Y para empeorar las cosas, unas cuantas personas lo habían reconocido y él ya se veía venir los rumores de pareja. Últimamente, los paparazis estaban ensañados en encontrarle alguna historia romántica; aunque él estuviera completamente alejado de todo eso.

Para cuando volvieron al piso, ya era de noche.

Él estaba sumamente cansado, pues no sólo debió acompañar a la chica durante todo su día de compras, sino que debió cargar la mayoría de las bolsas.

¡¿Cómo rayos hace ella para caminar todo eso con semejantes tacos?! —se asombró el verla quitarse las plataformas de quince centímetros.

Aunque él estaba completamente agotado, ella lucía radiante.

— Gracias, Yamato. Prometo devolverte el dinero lo más pronto que pueda. Y bueno…

— Puedes quedarte el tiempo que quieras en mi piso. Sobre el dinero, no te preocupes —le respondió lentamente, estaba cansado hasta para hablar.

— No quiero abusar de tu amabilidad.

— No es ningún abuso.

— Bueno… ¡prepararé la cena! —se levantó ella dispuesta a ir hacia la cocina, pero fue detenida por el grito de su amigo.

— ¡No! ¡¿Qué dices?! —Trató de disimular— Acordamos que íbamos a ir a cenar con los chicos, fuera. ¿Recuerdas?

— Pero te ves muy cansado, además, ya es tarde, no podemos hablarles de última hora.

— ¡Pero si yo estoy genial! —mintió él, descaradamente, levantándose del sofá y pegando saltitos para trata de demostrar su punto. Aunque lo único que logró fue verse ridículo y sentir que las piernas se le acalambraban.

— ¿Estás…?

— ¡Por supuesto! —La interrumpió, tratando de sonreír— No voy a exponer a mi estómago a tanto peligro. Mira, ya mismo me pongo a llamar a los chicos. —finalizó tomando su celular y disponiéndose a realizar lo dicho.

La chica sólo se encogió de hombros y se fue a la habitación a cambiarse.

Efectivamente, una hora más tarde, estaban todos juntos, los doce, cenando en un restaurante cercano al departamento del Ishida.

Afortunadamente, Takeru ya les había pasado el dato a sus amigos; así que los que vivían más lejos, como Taichi y Joe, se habían vuelto a Odaiba ese mismo día, para poder visitarla durante el fin de semana.

Gracias Takeru —agradecía mentalmente el rubio, que por fin, podía descansar un poco.

Tras una amena cena, el rubio y la castaña caminaron de vuelto al piso; y se dispusieron a dormir.

El domingo siguiente pasó normalmente, entre visitas y salidas con amigos.

Para el lunes, Mimi se había marchado.

Miyako y Hikari, que compartían apartamento, la invitaron a vivir con ellas; y aceptó gustosa.

No es que no le agradara estar con el rubio, pero no quería ser una molestia.

Él, por su parte, no pudo evitar sentirse un poco solo al principio. Aunque solo fueron dos días, Mimi había hecho que su rutina se volviera más alegre. No obstante, pronto regresó a las grabaciones, y con ello, se fue el tiempo para pensar en la ausencia de la castaña; y al poco tiempo, volvía a irse de gira.

Sí, aquél fin de semana juntos sólo había sido una casualidad. Dos amigos que se encontraron en la ciudad… sólo cuestión de azar.


NOTA: Ésta será una serie de historias inspiradas en canciones. Los capítulos no serán independientes (los acontecimientos de uno, afectarán a los demás). No obstante, no seguirán una cronología estricta y los protagonistas irán variando; siempre entre los personajes de Adventure y Adventure 02.