Me invadía un sentimiento de culpabilidad junto con el miedo que me entraba al alma cuando lo veía reaccionar de esa forma, tan enojado, tan perdido, tan violento. Sabía que a mí no me haría nada, o por lo menos eso quería creer.

Abracé mi cuerpo con los brazos temblorosos, además de la situación, no ayudaba que llevara puesta una camiseta de tirantes con una brisa que más de primavera era de otoño con tintes de invierno.

Suspiré.

–Castiel... –dije casi en un susurro que se perdió con el viento

–Ni se te ocurra decir una palabra, ha sido todo tu culpa –escupió con los puños cerrados, como si tratara de encapsular todo su enojo en una sola parte del cuerpo. Ni siquiera volteó a mirarme, la vista de la ciudad era un mejor panorama que yo, al parecer.

–Lo sé, pero no sabía que la puerta se cerraría tras de mi por el viento – musité tratando de disculparme. Estábamos "encerrados" en la azotea del instituto, el único que podía salvarnos sin meternos en problemas era Lyssadro, a quien ya le había enviado un mensaje de ayuda.

–No estoy hablando de eso, idiota – bufó – ¿Lo hiciste al propio, no? –quiso saber. Esta vez se volteó para verme a la cara. Yo le devolví una mirada incrédula, tratado de entenderlo. Con mi expresión notó que no entendía nada y rodó los ojos molesto – Elegiste la Bella Durmiente solo para tener que besar a ese delegaducho – me miró con desprecio cruzando los brazos sobre su pecho.

Alcé una ceja sin saber si reír, sentirme ofendida, atacada o todos los sentimientos anteriores.

– ¿Pero qué te crees? –ahora era yo quien subía el tono. Lamentaba el haberlo seguido luego que huyó violentamente de la clase de teatro– Ni siquiera... No debí seguirte ni preocuparme por ti... –mascullé pisando violentamente el piso como una niña con rabieta.

–Nadie te lo pidió –contestó como niño mimado

–¡NI SIQUIERA ESTÁN ASIGNADOS LOS PAPELES DE LA JODIDA OBRA! – grité sobrepasada por la rabia si motivo de Castiel.

Estúpido Lyssandro, se tarda toda una vida en venir.

–Es obvio que... que... maldita sea –masculló entre dientes– Solo quédate en silencio hasta que llegue Lyssandro, quiero ordenar mis malditas ideas –atrapó el puente de su nariz entre sus dedos índice y pulgar

–¿Me culpas de algo en lo que nada tengo que ver y encima me pides que me calle? –Levanté los brazos al cielo desesperada por su actitud– Yo no sé que...

–Cállate antes que haga algo que he querido hacer hace mucho tiempo –amenazó penetrándome con su mirada más gélida. Un escalofrío se originó en mi nuca y de deslizó lentamente por mi columna hasta invadir todo mi cuerpo. A pesar de eso quise hacerme la valiente.

–No puedo creer que el gran macho de Castiel Proudhon esté amenazando a una mujer de menos de un metro sesenta, encima cu... –no pude seguir la frase, ya que Castiel se acercó violentamente hacia donde estaba logrando hacerme retroceder dos pasos. Sentí miedo e instintivamente cerré los ojos de golpe esperando lo peor.

Sentí como me rodeó fuertemente con sus brazos, pero lo suficientemente delicado para no hacerme daño. Mis palmas quedaron sobre sus pectorales apresándome en una cálida cárcel. No era la primera vez que estábamos tan cerca, pero ahora era demasiado.

Abrí los ojos y me encontré con los de él mirándome fijo, casi con rabia. Me perdí un poco en sus ojos y pude notar que tenían otro tono, no era el mismo verde de siempre, estaban un poco más oscuros, con algunas tonalidades de gris. Estaba tan perdida en su mirada que no noté su respiración húmeda y ruidosa en mis labios hasta que la punta de nuestras narices chocaron. Fue en ese momento cuando mi corazón comenzó a saltar como loco y aspiré un poco de aire, asustada, como estaba tan cerca el aire me supo a tabaco mezclado con menta, como odio que fume.

Cuando iba a abrir la boca para decir algo, probablemente una tontería, él acortó la poca distancia entre nuestros labios con un cálido beso que me tomó por sorpresa. Abrí tanto los ojos que dolió.

Me besó con rabia, profundidad, deslizando su mano tibia por mi espalda desde arriba hacia abajo. Me dejé llevar. Cerré los ojos y correspondí ese beso porque, al igual que él, parece que lo deseaba desde siempre. Todo daba vueltas y podía sentir los latidos de mi corazón en mi cabeza, nos separamos y no me atreví a mirarlo nuevamente a los ojos. Sentí que apoyó su nariz en mi frente y cuando creí que iba a besarme nuevamente sentí un golpe seco en la puerta. Ambos dimos vuelta la cabeza hacia la fuente de aquel ruido.

–¿Ya están ensayando? –Lyssandro alzó una ceja al vernos abrazados y tan juntos– Veo que Sucrette te ha hecho cambiar de opinión sobre la obra –le sonrió a su amigo como si nada.

–Yo bueno... –Castiel tartamudeó al instante que me soltaba– Yo...

–Bueno, ya los he salvado –Lyssandro se dio media vuelta, pero pareció dudar por un segundo. Giró sobre sus talones y nos volvió hacia nosotros– Castiel…

–¿Si?

–Tienes un poco de labial aquí –tocó su comisura de los labios e inmediatamente Castiel se limpió con la manga de su chaqueta al momento en el que yo sentía mi cara arder. Dicho eso se fue tan raudo como llegó.

–Lo siento –dije llevándome la mano a los labios. No sé por qué, pero tontamente me estaba disculpando por mancharlo con mi labial rojo carmesí– Yo... creo que debo irme.

–Espera...

Castiel gritó a mi espalda, pero sentí una gran necesidad de escapar y evitar la situación. Huir como una cobarde, rápido y sin dolor. Bajé los escalones de a dos y salí corriendo a mi casa. No sé porqué pensé que él me seguiría así que decidí tomar el autobús que justo pasaba fuera del instituto.

Llegué a casa con el corazón que se me salía por la boca, tanto por la conmoción que me provocó Castiel como por correr desde la parada del autobús. Cuatro calles que parecieron interminables.

Abrí la puerta y tontamente miré a mis espaldas antes de entrar, me sentía perseguida. Me saludó mi gato Lumiere. Cerré de un golpe, lo acaricié y me lancé en el sofá de estómago para luego soltar un suspiro sonoro a la vez que Lumiere se subía alegre a mi espalda.