Written in the stars
Capitulo 1. Lluvia de estrellas.
La mujer caminaba por el amplio jardín trasero de la mansión en la que había pasado toda su vida. Aquella era una noche especial. Por fin podría mirar la primera lluvia de estrellas que sería apreciable desde Westerville en muchos años. Caminaba tranquilamente sintiendo en sus mejillas la suave brisa cálida del verano y en su mano derecha, la suavidad de otra mano pequeña que se aferraba a la suya, una manita suave y blanca que pertenecía a un pequeño niño de rizos alborotados y grandes ojos color avellana que contemplaban el mundo con curiosidad y sorpresa. Se trataba de su pequeño nieto. El niño la miraba con verdadera adulación mientras paseaban por el jardín en busca del columpio atado al árbol enorme que se alzaba en medio de él. Aquel era su lugar especial.
Elena, que era el nombre de la mujer, había perdido la cuenta de las veces en las que se había sentado bajo aquel columpio meciendo en él los miedos, alegrías y tristezas del pequeño Blaine. Ese niño, que sonreía al contemplarla y que la seguía a donde fuera, era todo lo que tenía en el mundo y de algún modo, ella era todo lo que le quedaba a Blaine. Su madre había muerto el mismo día en el que Blaine había llegado al mundo, dejándolos sumidos a todos en una depresión que aún después de tanto tiempo les atenazaba el alma a ella y a su hijo, el padre de Blaine al ver en los ojos del pequeño la sombra de la luz de los ojos de Giselle, su madre.
El padre de Blaine, aunque cariñoso y atento con el pequeño, se había ido alejando de ellos lentamente, pretextando viajes, cenas, todo lo que pudiera mantener lejos del dolor de haber perdido a su esposa. Le parecía mirarla en Blaine a cada minuto y eso le causaba mucho dolor. Bien sabía que su niño no tenía la culpa de nada, pero aún no estaba listo para enfrentarse a aquello. Simplemente, no podía. Así pues, la maternidad y paternidad del pequeño habían pasado de forma natural a las manos de Elena quien aunque también moría de dolor a veces, entendía a su hijo, aunque no lo justificaba. Blaine necesitaba un padre y a veces había llegado a tener serias discusiones con Henry por eso.
Sin embargo y a pesar de la situación en la que se encontraban, el tiempo había pasado rápido y Blaine era ahora un pequeño de siete años que estaba lleno de preguntas, de alegría y de unas ganas terribles de vivir. Aunque echaba en falta a su padre, al lado de Elena le parecía que nada podía ponerlo triste, era después de todo un niño feliz. Un pequeño que pasaba las mañanas en la escuela pública de la ciudad y las tardes en medio del mundo mágico que creaba para él su abuela. Un mundo lleno de historias, canciones, colores y presagios de aventura y sorpresa en cada esquina. Un mundo cálido que pertenecía solamente a él y a la mujer de ojos verdes y cálidos que lo subió a su regazo apenas llegaron al columpio que los esperaba en silencio, como cada tarde.
-Mira al cielo- le dijo su abuela con la misma voz suave y pausada que tanto le gustaba a Blaine- ¿qué es lo que ves?
-Muchas luces- contestó el pequeño cuyas pupilas se iluminaban tanto que bien podían competir con los astros celestes que miraba- son estrellas.
-¿Sólo puedes ver eso?- contestó Elena fingiendo tristeza.
Ese era el tono que usaba con Blaine cada vez que quería decirle que tenía que ver un poco más allá de lo que le mostraban sus ojos. Elena, intentaba lograr que su pequeño obtuviera la casi nula capacidad de todos los demás humanos de poder mirar con el corazón.
-No lo sé…- contestó el pequeño enfocando sus ojitos en las luces que reducían la oscuridad del jardín- es como si estuvieran allá arriba para decir algo, como si no fueran sólo luces sino… letras… dibujos… ¡Una historia! ¿Ellas son una historia? ¿Quién la escribió? ¿Qué dice, abuela?
La cantarina risa de la mujer inundó el jardín mientras miraba con orgullo a su nieto. Sí, sin duda alguna Blaine no era un niño como los demás, era su niño, un pequeño tan especial que ni él mismo se daba cuenta de ello.
-Muy bien hecho Blainey- dijo ella acariciando sus cabellos- has mirado bien, has podido ver lo que ya no muchos pueden ver…
-¿Lo hice?- dijo Blaine emocionado- no entiendo por qué nadie más puede verlo, es… es tan claro… ¡Oh mira!
Los ojos avellana de Blaine se abrieron de pronto con sorpresa mientras su pequeña mano señalaba el cielo. En él, podían verse miles de luces cayendo en un concierto maravilloso de luz y belleza. Aquello era un verdadero espectáculo, algo que el pequeño recordaría toda su vida como una de las noches más dichosas de su vida. El cielo, parecía estarse cayendo por medio de chorros de luz y de brillo, y le pareció a Blaine, que la historia que había visto minutos antes en la bóveda celeste también podía tener movimiento.
-Es muy bonito- dijo Blaine en un susurro emocionado- ¿te ha gustado abuela?
-Mucho- contestó la mujer rodeando a Blaine con un brazo mientras con la otra mano limpiaba una lágrima que no había podido contener en sus ojos. Ella era así, un ser excepcionalmente sensible que se emocionaba fácilmente contemplando la belleza del mundo.
-¿Me contarás ahora lo que dicen las estrellas?- preguntó Blaine sin poder olvidar aún todas sus preguntas.
Su abuela lo miró un momento y sonrió antes de contestarle. La plática que tendría a continuación con Blaine, era una plática que tal vez era algo pronto para que el niño la entendiera del todo, pero Elena sabía que su pequeño Blaine era muy listo, muy inteligente y que por encima de todo tenía un corazón enorme que podría asimilar sin duda alguna todo lo que no pudiera llegar a su cerebro.
De la bolsa café que cargaba siempre al hombro y que regularmente estaba llena de dulces, juguetes y zumo de manzana, sacó un pequeño libro forrado en terciopelo azul. Aquel pequeño objeto era un regalo ancestral que los miembros de la familia Anderson habían recibido sin exceptuar a nadie.
-Te contaré un secreto- le dijo Elena mirándolo a los ojos- y ese secreto te acompañará toda la vida ¿sabes? Como la luz de las estrellas, como el recuerdo de esta noche…
El niño asintió en silencio, siendo consciente de que lo que le diría su abuela era de verdad muy importante.
-En el cielo- continuó Elena- hay muchas cosas que para nosotros pasan inadvertidas, sin embargo, para las personas que podemos mirar más allá, para quienes miran con el corazón que puede ver más allá de todo lo que es visible, el cielo encierra un bello secreto, una promesa que siempre nos dará la fuerza para seguir.
El niño contemplaba absorto a su abuela, entendiendo cada una de sus palabras. Estaba acostumbrado a escuchar historias como aquella. Nunca en su vida había pasado una sola noche sin que su abuela lo durmiera con la cadencia de su voz contándole un cuento o cantándole una hermosa balada épica.
-Las estrellas, todas ellas, son una promesa para nosotros Blaine, en ellas, se esconde la luz de un designio, de un hecho que te sorprenderá: hay alguien para nosotros en este mundo. En las estrellas, está escrito que encontrarás a esa persona, a ese que será una única estrella para ti ¿entiendes?
-Creo que sí…- contestó el niño algo confuso- es como… ¿Cómo encontrarme con alguien que me quisiera tanto como mamá quiso a papá?
-Sí- contestó Elena sorprendida por el pequeño de mirada sabia que la contemplaba en aquel momento- una persona que te hará tan feliz como Giselle, tu mamá, hizo a Henry.
Las pupilas color avellana se apagaron un poco al recordar a su madre. Nunca la había podido ver. La conocía por las miles de fotos que adornaban las paredes de la sala en las que se podía ver a una joven esbelta y hermosa de cabello negro y ojos avellana, como los de Blaine. A veces, el niño soñaba con ella, la veía sonreír entre brumas y soñaba entre sus brazos.
Él nunca lo había podido entender del todo, pero sabía que Giselle, su mamá, había amado mucho a su padre, había amado mucho a su abuela y sobre todo, lo había amado tanto a él que había decidido seguir adelante con su embarazo a pesar de que todos los médicos le dijeran que era muy peligroso. Blaine había sido educado en el más sincero amor, por eso era capaz de entender las palabras de su abuela. Pero de pronto una duda que brotaba desde lo más hondo de su corazón tomó a su abuela por sorpresa:
-¿Y tiene que ser una chica?- preguntó el pequeño- esa estrella ¿será una niña como tú?
Elena se quedó mirando el pequeño rostro que esperaba una respuesta de ella. Lo observó con más cuidado y de pronto sintió en ella la confirmación de otros de sus muchos presentimientos: sin duda alguna Blaine era distinto a los demás niños, incluso en aquel aspecto…
-¿Te gustaría que fuera un chico?- preguntó Elena con mucho cuidado
-No sé…- dijo el niño levantando los hombros con total sinceridad- no es como que en este preciso instante pueda interesarme encontrar a mi estrella… pero ¿sabes algo?
-¿Qué?
-Cuando la encuentre seré muy feliz ¿verdad? Sea como sea esa estrella creo que lo que importa es que me haga muy feliz ¿no crees?
-Sí- contestó la abuela sintiéndose de verdad abrumada por la sabiduría escondida en aquel pequeño. Blaine se había dado una mejor respuesta de la que ella le habría podido dar- sea quien sea lo que importa es que te haga feliz y que tú hagas feliz a esa persona… No estamos solos Blaine, eso quiero que te quede muy claro, nunca estamos solos mientras pensemos en la promesa de las estrellas…
El niño miró una vez más al cielo y sonrió. Ahora el cielo le contaría siempre una historia, le susurraría siempre un secreto al oído. Su abuela, le había hecho un regalo más hermoso que cualquier otra cosa que le hubiera dado antes.
-¿Y entonces en el cielo también está escrito cómo he de encontrar a esa estrella que es sólo para mí?
-¡Oh no! – dijo su abuela divertida por la pregunta- no, esa es la segunda parte de mi secreto Blaine… En el cielo está escrita una promesa, por así decirlo, el final de tu historia. Aunque sería más bien tu principio… el caso es, que tú debes de escribir el resto de la historia…
-¿En el cielo?- preguntó el niño imaginando cómo sería escribir letras de luz en el inmenso espacio que se extendía ante sus ojos.
- No pequeño- dijo ella acariciando su cabello y extendiendo hacia el cuaderno azul que había sacado antes de su bolso- aquí…
El niño tomó en sus manitas el cuaderno y sonrío al pensar que sería uno de los muchos libros de historias mágicas que su abuela solía llevarle, pero al abrirlo, se dio cuenta de que el pequeño cuaderno estaba en blanco. Ahí no había ninguna historia que él pudiera leer.
-Está vacío- dijo pasando sus dedos por las páginas en blanco.
-Tú vas a llenarlo. Ahí, escribirás el viaje hasta tu estrella…
-¿Yo?- dijo el niño entusiasmado de pronto- ¿podré escribir mi propia historia? ¿De verdad?
-Sí… lo harás. Cuando encuentres a esa persona maravillosa, a tu estrella, le contarás a estas hojas en blanco tu aventura. Será como hablar conmigo Blaine, será como tener siempre a la mano un amigo que te acompañe en el viaje. Será otra forma de estar juntos, aún si yo no estoy…
-Pero estarás cuando la encuentre- dijo el niño saltando del columpio e invitando a su abuela a entrar a la casa- tú serás la primera en mirar a mi estrella, y te sentirás tan feliz como yo.
La seguridad en las palabras de Blaine hizo que Elena se sintiera un poco triste de pronto. Le hubiera gustado decirle a su nieto que las abuelas no son para siempre y que llegaría el momento en el que ella tendría que partir. Pero no dijo nada, no tuvo corazón para borrar de aquellos labios esa sonrisa luminosa.
-Claro, claro Blainey, así será…
El niño corrió a ella y con sus pequeños brazos rodeó sus piernas. Ella puso sus manos en la cabeza de Blaine y sonrió agradecida por ese pequeño.
-¿Iremos mañana a Londres, a tu viejo colegio?
-¡Ah sí!- dijo Elena recordando el viaje de pronto- te gustará ¿sabes?
-¿Hay muchos pianos? ¿Y guitarras? ¿Podremos cantar?
-¡Claro que sí! Cantaremos en el teatro de la escuela ¿sabes? Y Blaine, cuando seas mayor podrás ir allá para estudiar música…
-¿Puedo?- preguntó Blaine con los ojos abiertos como platos por la emoción.
-Si es lo que quieres al crecer, sí…
-¿No puedo quedarme allá aún?
-No Blainey, eres muy pequeño- rio su abuela- pero si es lo que quieres, irás a Londres y allá te convertirás en un artista enorme, tienes mucho talento ¿sabes?
-Y tú cantarás conmigo cuando sea famoso- contestó el niño con emoción- Y haremos un concierto enorme en Central Park cuando vuelva de Londres y me verás componer y tocar y cantar…
-Sí mi pequeño, te veré hacer todas esas cosas y aún más…
Blaine tomó la mano de su abuela y la llevó hacia su habitación. Había sido una noche llena de emociones para él. Elena lo siguió caminando despacio, pensando en que tal vez, ella no estaría ahí para mirar a Blaine convertirse en todo lo que quería ser. Algo le decía que a pesar de lo que hiciera su paso por el mundo estaba cada vez más cerca del final. No quería pensar mucho en ello, no quería que fuera así de cualquier modo. Pero los deseos humanos nunca han podido ganarle una batalla a lo inevitable.
Elena nunca llegó a mirar a Blaine en un escenario, Elena no pudo llevarlo a su primera audición en la Real Academia de Música de Londres. Elena, dejó a Blaine sólo en el mundo, sintiéndose el ser más invisible del universo. Un ser que sólo tenía la fuerza de un sueño en su ser para seguir adelante. Eso, y la promesa azul de las estrellas que miraba cada noche suspirando, esperando, que el guiño de alguna de ellas fueran los ojos de su abuela sonriéndole, diciéndole que nunca lo había dejado solo.
El brillo del sol que se empeñaba en no moverse de su cara terminó por despertarlo. Se levantó de la cama algo desorientado y al abrir los ojos, la luz blanquecina del amanecer abrasó sus pupilas sin piedad hasta que estas se acostumbraron a la luminosidad del día. Blaine miró el calendario que estaba a su lado y suspiró pesadamente: 31 de agosto, un día antes del primer día de clases. Era hora de volver a la Academia Dalton.
Blaine se levantó sin ganas buscando la ropa que debía de ponerse y tropezó con el equipaje que descansaba al lado de su cama. El viaje de su casa a las afueras de Westerville, a pesar de no estar a más de 45 minutos de su escuela, era siempre una lata.
El sonido de un insistente claxon fuera de su casa lo sacó de la producción encarnizada de groserías que salía de su boca contra la necia maleta que le había causado tanto dolor en el tobillo derecho. Blaine conocía perfectamente aquel sonido: nadie era tan ruidoso en su vida como Nathan Bailey.
-¡Blaaaaaine!- oyó que le gritaba una alegre voz masculina- Blaine por Dios, no puede ser que cada semestre sea lo mismo… tenías que estar listo al menos hace… bueno, falta una hora y media para el viaje pero… ¿no extrañaste a tu mejor amigo acaso? Blaaaaaine, no te escondas¡ ¡Oh! Hola señor Anderson…
Blaine agradeció con creces la aparición de su padre frente a Nathan. Henry Anderson era la única persona en el planeta que podía acallar con una sola mirada la estridente voz de Nate. Blaine se vistió a toda prisa, y con esfuerzo llevó sus maletas hacia el recibidor de su casa. Encontró a Nathan y a su padre sentados y en silencio frente a la chimenea sin prender de la sala.
-Buenos días papá, Nate…- saludó Blaine sin mucho entusiasmo.
-Buenos días hijo- contestó su padre secamente y levantándose del sillón en el que se encontraba- antes de irte, ve a verme al jardín ¿vale?
-Sí papá…
-Bueno, pues… tengan un buen año, saluda a tu padre Nathan, hace siglos que no hablo con Erik…
-Yo le diré señor, no se preocupe- contestó Nathan reprimiendo la risa.
-¿Qué es tan gracioso Nate?- preguntó Blaine mientras veía a su padre alejarse hacia el soleado jardín de la casa.
-Tu padre es increíble, habló con mi papá el sábado pasado en la convención de Texas.
-Oh- contestó Blaine. Episodios como aquel eran frecuentes en su vida. A veces, su padre no podía ser capaz ni de reconocerlo a él- y ¿qué tal ha estado tu verano?
-Algo agitado, la Riviera francesa ha sido exquisita. Deberías de considerar ir allá Blaine, apuesto a que encontrarías esa estrella de la que siempre hablas.
-No…- contestó Blaine sin poder evitar que la tristeza surcara sus ojos- no te burles de eso, por favor…
-No me burlo Blaine- dijo Nathan sintiéndose un poco idiota por haber soltado algo como eso de aquella forma. Habían pasado sólo dos años desde la muerte de Elena, la abuela de Blaine- fue, fue un gran viaje… ¿Y tú? ¿Qué tal Londres?
-Pasé-contestó Blaine con una emoción tan tibia que Nate no sabía si sonreír o no- estudiaré ahí el año próximo, sólo tengo que componer una canción final. Si es lo suficientemente buena, podré estar de gira con los estudiantes mayores ¿puedes creerlo?
-Lo creo Blainey- contestó Nathan desordenando sus rizos oscuros y subiendo en un gesto cotidiano, los lentes de Blaine que insistían en caer en picada sobre su nariz- y apuesto a que conseguirás esa distinción que buscas.
-Me gusta mucho Londres- dijo Blaine un poco más alegre- es muy bella ciudad a pesar de que siempre está nublado y lloviendo. La escuela es hermosa, me hubiera gustado quedarme allá de una vez…
-¿Qué? ¿Y perderte tú último y mágico año de preparatoria en Dalton?
- Dalton…- susurró Blaine con verdadero pesar- no te ofendas pero, la preparatoria no ha sido nada mágica para mí.
-Porque tú no lo has querido… lo que me lleva a preguntar otra vez ¿por qué nunca has hecho una audición para unirte a los Warblers?
La carcajada estridente que Blaine emitió terminó por confundir aún más a Nathan. Sin duda alguna, a veces su amigo llegaba a asustarlo de verdad.
-¿Estás loco? Yo no tengo sitio en ese grupo. Además, ellos tienen a Kurt Hummel, ¿quién sería tan idiota como para competir con él?- Blaine suspiró sintiendo un regusto amargo al pronunciar ese nombre.
Nathan se fijó en la actitud de su amigo y sonrió tristemente. Blaine nunca iba a aceptarlo ¿verdad? Ahora era el momento de Nate para suspirar. A veces, Blaine era más tozudo que una mula, pero él no era nadie para juzgarlo, después de todo, el haber estado siempre rodeado de perdidas había helado el alma de Blaine volviéndolo invisible para todos, inaccesible para la mayoría de las personas que lo rodeaban. Nadie podía entrar a su corazón por las enormes barreras que el joven montaba a su alrededor.
-Apuesto a que podrías hacer buenos duetos con Kurt Hummel- soltó Nate sin pensar y notó como las mejillas de Blaine se coloreaban sólo por un momento imperceptible- pero bueno, trataré de hacerte menos amargo el año, lo prometo.
-Gracias- dijo Blaine sin inmutarse- voy a hablar con papá, después podemos irnos…
El joven se alejó hacia el jardín dejando a Nathan algo pensativo. Lo único que aquel joven de cabello cobrizo y ojos verdes quería para su amigo era que fuera feliz, pero Blaine se encargaba de manera magistral de no serlo. Menudo lío que era ese muchacho.
Blaine llegó junto a su padre que contemplaba fijamente el árbol del columpio en donde Blaine había pasado su infancia entera, meciéndose al compás del viento y de las canciones de su abuela. La esencia de la risa de Elena podía sentirse aún en aquel lugar.
-Papá- susurró Blaine, haciendo que Henry volteara a mirarlo como si apenas lo conociera.
-Has crecido mucho Blainey- dijo el hombre maravillándose de que aquel joven, casi tan alto como él, algo desgarbado, sumamente delgado, con los rizos negros brotando de su cabeza sin ton ni son, fuera su pequeño.
-Un poco- contestó Blaine sonriendo. Aquel hombre podía ser algo distante, algo distraído y perdido en su propio dolor, pero era su padre. Era lo único que le quedaba en el mundo.
-Sólo quería recordarte que mi viaje por Asia se prolongará hasta navidad, deberías quedarte en el colegio lo más que puedas, o ir a casa de Nathan, como tú gustes. Pero no quiero que estés aquí sólo ¿has entendido?
-Sí papá, puedo alternar un fin de semana en Dalton y uno en casa de Nate ¿está bien?
-Muy bien hijo… -suspiró Henry aliviado- y Blaine… bueno, si Nate es tu novio no tienes que esconderlo, yo… ya sabes que no tengo problemas con eso, es decir… ya lo hablamos y sabes que yo… bueno, sólo cuídate ¿sí?
Blaine reprimió la risa al escuchar el torpe discurso de su padre y se acercó a él dándole un abrazo que casi lo derriba. Era la única forma de decirle aquel hombre que había envejecido demasiado pronto y que sólo conservaba una chispa de juventud en sus ojos color esmeralda, lo que aquellas palabras dichas desde el fondo del corazón significaban para él. Henry lo quería a pesar de todo, Blaine lo amaba también sin condiciones y sin reclamos de ningún tipo.
-No te preocupes- dijo Blaine sin poder evitar sonreír- Nate no es de mi tipo…
-¡Oh bueno! Me alegro, es decir… bueno es que no creo que Erik Bailey hubiera disfrutado mucho la idea de ser mi consuegro.
-¡Papá!
-¿Metí la pata con ese comentario?
-Un poco…
-Oh bueno, perdona es que yo... El punto es Blaine, que quiero que te cuides mucho ¿sí? No dudes en llamarme si necesitas algo. Y disfruta tu último año en Dalton, quizá puedas unirte a esos Wairlers, Wooddles, Waffles… bueno, los chicos esos que cantan en todas las reuniones de padres.
-¿Warblers?
-Eso… tu voz es mejor que todas las de ese grupo, en serio. Bueno, quizá el joven pálido, el vocalista, él también es bueno, pero no tanto como mi Blainey.
Blaine palideció al escuchar de boca de su padre la descripción de Kurt Hummel. Ese chico era un tema que evitaba firmemente desde que lo había conocido, desde que había sentido dentro de él… No nada. No sentía nada por nadie. Aún así, le hacía sentirse sumamente feliz el que su padre confiara en él. Era todo lo que necesitaba.
-Veré que puedo hacer papá- dijo Blaine sin prometer nada- creo que es hora de irnos, Nate ya debe de haber vaciado la cocina. El pobre tiene serios problemas de ansiedad…
-Anda, ve- dijo su padre- ten un buen año hijo. Y después, Londres…
-Londres- sonrió Blaine con sólo pensarlo.
Dejó a su padre contemplando nuevamente el columpio y se alejó de él. Todo mundo se empeñaba en recomendarle que hiciera de su último año de preparatoria algo mágico. Él, de verdad no estaba muy seguro de que pudiera lograrlo. Hacía mucho tiempo que Blaine Anderson había dejado que toda la magia escapara de su vida y a veces, en la cotidianidad de la misma, estaba seguro de que era casi imposible poderla recuperar y sin embargo, no había tenido en cuenta que a veces, aunque uno esté muy seguro de que lo que vive nunca ha de cambiar, también nos podemos equivocar…
