Suerte dorada.

Nunca había creído con demasiado fervor en el destino; es más, se replanteaba seriamente que existieran las casualidades. ¿Por qué iba a creer, alguien como él, en el hecho de que toda su vida estaba ya decidida desde antes de nacer? ¿Estaba todo escogido, sin ninguna mera posibilidad a la duda? Él, ante todo, era libre. Libre de escoger. Se negaba a acatar órdenes de los demás, él sabía lo que quería y siempre lo obtenía.

Así es como Draco Malfoy se aferraba a la idea de que la suerte se la forjaba uno mismo; creyendo en la condición de la fortuna.


Un resplandor casi efímero, una menguante ráfaga de luz, una claridad irradiante, una chispa dorada. Había sucedido como otras veces, de la varita de Hermione Granger volvió a salir una luz dorada en forma de pequeñas chispas. Suspiró cansada, en ocasiones su varita se comportaba de forma extraña, como si esta quisiera llamarle la atención. Y en todas las otras veces que ésta la había "llamado" Hermione había encontrado una conexión lógica entre los sucesos que devenían y el suave chisporroteo que desprendía su artilugio mágico.

Se reclinó sobre el asiento del expreso de Hogwarts, dirigiendo toda su atención hacía el mismo objeto. No lo entendió demasiado pues ni siquiera habían llegado a la escuela. Pero a la treceava chispa dorada la varita cesó su actividad y con otro suspiro de duda, Hermione miró a la ventana.