N/A: Headcanon. Y posiblemente muchos me tiren piedras por sólo pensar en la posibilidad de que Iberia sea el padre de España pero los que estudiamos historia sabemos que realmente no es así del todo. Otra cosa. Es cierto que en la serie se nos muestra que España posee Italia del Sur como territorio pero nadie piensa que realmente ese territorio italosureño -el Reino de Nápoles vamos- ya pertenecía a la Corona de Aragón en la Edad Media, mucho antes de que España existiera como país propiamente dicho. De hecho en la serie está correcto porque se nos da a entender que la época de Chibitalia y Chibiromano es el Renacimiento y España pudo perfectamente heredar el Reino de Nápoles de su "padre", la Corona de Aragón.
Respeto los otros headcanons, pero por favor, no seamos estrechos de miras.
Octubre de 1469
La aguja subía y bajaba, dejando atrás el hilo y las puntadas. Reluce el hilo de oro y las perlas sobre el brocado y la seda. Y es siempre lo mismo, coser, coser y coser. No existe nada más que coser.
Castilla se cansa de bordar, y si pudiera, bajaría al patio de armas, tomaría una espada y pelearía con alguno de los caballeros que allí entrenan. Como hacía cuando era más pequeña. Cuando tenía más libertad de movimiento y de acción.
—Debo darme prisa o no acabaré el vestido a tiempo—La responsabilidad y su determinación rompe el viaje al pasado antes de que este comience y la Dama retoma su labor.
Lleva trabajando a destajo durante todas las noches desde que se enteró del compromiso secreto de Isabel con Fernando de Aragón. Pocas personas sabían de ello, sólo las doncellas de la princesa de Asturias, el príncipe Fernando mismo, Alonso Fernández, la representación de la Corona de Aragón y ella, Inés Carriedo, la representación de la Corona de Castilla.
Es tradición que las mujeres de alta cuna sean las que hagan sus propios vestidos y su caso era aun más importante. Ella más que nadie tenía que cumplir con las costumbres de su pueblo. Sosteniendo la tela sobre su falda, punteando dobladillos y volantes, Castilla rememora muchas cosas de su larga vida como territorio. Primero como condado dependiente de su medio hermano, el otrora Reino de León al que destituyó y acabó "matando" por asimilación. Luego como reino propio y más tarde como corona.
Suspira, mirando a través de los grandes ventanales de su alcoba, pensando, siempre pensando. Recuerda también a Aragón por culpa de su vestido, el que deberá llevar en tres días para la boda de Isabel y Fernando y la unión dinástica de los reinos. Le conocía desde siempre porque habían luchado juntos contra Al-Ándalus durante todo lo que llevaban de Reconquista. La primera vez que lo había visto, Aragón era un reino mayor que ella, más grande y fuerte. Montaba un corcel zaino precioso y le centelleaba la armadura. Tras él, sus soldados ondeaban los pendones con el blasón del su rey y las trompetas silbaban estruendosas. Cataluña, que por aquél entonces era un condado también, iba con él cumpliendo la función de vasallo y escudero.
Ciertamente en esa ocasión y en muchas posteriores, Aragón siempre le había impresionado y hasta hecho suspirar como a otras tantas mujeres humanas. Sin embargo, lo que había sido una historia de lucha conjunta, a veces enfrentamientos entre ellos y políticas de alianzas, también se había convertido en un vínculo fuerte, que ahora se iba a culminar con una unión dinástica gracias a sus respectivos soberanos aun cuando Isabel no era su reina de nombre.
Castilla no se lo había dicho a nadie y le costaba mucho admitírselo a si misma, pero fuera de la política, Aragón le gustaba. Mucho. Era como uno de aquellos caballeros de las historias que leía en los libros que le traía ese jovencito del otro lado de los Pirineos, Francia. Y sabía que eran delirios de chiquilla pero siempre soñaba con que un día Aragón aparecería bajo su ventana con su caballo y se irían juntos a vivir aventuras. Pero eso era estúpido e irresponsable y seguramente aunque a Aragón se le ocurriese, ella misma le regañase por tonto.
Cuando el sol se ocultó tras las montañas, ella dejó el vestido bien doblado y guardado en uno de sus baúles para poderlo continuar al día siguiente. Tras eso bajó por las escaleras que conectaba su torre con el salón principal pero no accedió a dicha sala si no que siguió por el pasillo hasta llegar a las cocinas. Allí aun se encontraban los pinches, algunos sirvientes y una de las cocineras. Castilla no había bajado a cenar y esperaba que Isabel se las hubiese arreglado para hilar alguna excusa fiable ante la Corte.
Suspiró de nuevo al entrar y sentir el calor de los fogones. Eso también le hizo regresar a su infancia.
El día indicado, Isabel y Castilla viajaron al amparo de la noche hasta Valladolid, escoltadas lo menos posible para no llamar la atención pero igualmente bien protegidas. Ninguna de las dos tenía miedo. Quizá Castilla se sentía algo insegura porque estaba haciendo esto a las espaldas de Enrique y no quería armar más polémicas. Pero le había prometido a Isabel apoyarla, al igual que todos los nobles leales a su causa, que eran la gran mayoría. Los restantes apoyaban al viejo rey y su plan de aliarse con Portugal y Francia y eso a Castilla no le gustaba mucho tampoco.
Trataba de que no le temblaran las manos mientras esperaba en uno de los salones del palacio. Hacía un poco de frío y la capa, aunque abrigaba bastante, no era suficiente. Caminaba a pasitos cortos, observando de cuando en cuando los tapices y los cuadros de las paredes. Aún era de noche pero faltaban dos horas para que clarease. Se acababa el tiempo.
Soplaba su aliento caliente sobre los dedos para después abrazarse a si misma, cuando notó que otros dos brazos la estrechaban por la espalda, protectora y cariñosamente. Castilla no necesitaba ser una bruja para saber quién era. Su mero tacto ya le era tan tratado que podría haberlo reconocido incluso dormida. Sonrió débilmente.
—Mi señora tiene frío —oyó su voz enroscarse por su cuello hasta llegar al oído, algo que le produjo un estremecimiento del gusto — ¿Desea que solucione esa circunstancia, mi dama?
Aragón era muy cortés con ella, sobre todo desde hacía años, desde que pactaran para repartirse el territorio a conquistar a los musulmanes. Cortés y cálido. Castilla aspiró aire pero este era también muy frío. Terminó por separarse de él, aunque de una manera suave y lenta, dándose la vuelta y encarándole a corta distancia.
—No sé que pensaría el obispo si os oyera, mi señor—pero el tono de la mujer no era de regaño, sino de sutil y dócil juego. Aragón sonrió y sus ojos claros chispearon. Llevaba el pelo rubio algo más largo, casi por las orejas, y le caía lacio, suavemente rizado en las puntas.
Tomó las manos de Castilla entre las suyas y las alzó un poco, hasta besarlas lentamente y con dulzura.
—Pensaría que cumplo con mi deber de cristiano ofreciéndole ayuda a una bella dama como vos.
—Exageráis.
Pero Aragón mantuvo aun sujetas las manos de Castilla, rodeándolas con las suyas y llevándoselas de nuevo a los labios, exhalando su aliento caliente sobre ellas. Castilla profirió un suave suspiro de alivio y se acercó un poco más a él. Hubo un momento en que sólo se miraron en silencio. Estaban solos por primera vez en mucho tiempo aunque podían oír algunas voces provenientes de otras partes del palacio. Ya no debía de faltar mucho.
—No sabéis los deseos que tenía de veros.
Castilla desvió un momento la vista, solo un momento.
—Puede que yo también los tuviera, mi señor.
—Pronto podréis llamarme "mi amor", mi dama.
—Eso sólo si os amara, señor mío.
Aragón no se molestó en ofenderse porque conocía la respuesta real. Simplemente quería oírla de su boca.
— ¿Y me amáis?
Castilla sin embargo, se tomó su tiempo para pensar sobre eso. No dudaba de que Aragón le gustaba y le atraía my sobremanera y que más de una vez había tenido sueños impuros con él de protagonista. Pero de ahí a amarlo, había muchos pasos. Sin embargo, pensando también recordó muchas otras cosas de él, como la primera vez que se enfrentaron en un duelo de espada, o la ocasión en que él le regaló un libro de poemas, o como cuando Aragón sonreía, se le formaba un gracioso y adorable hoyuelo en la barbilla. Todas esas cosas la hacían sonreír en la intimidad, igual que en ese momento.
No dudaba de su respuesta.
—Sí, os amo.
Aragón sonrió también, al escuchar ese tenue susurro. La habría besado pero en ese momento irrumpió un sirviente, muy aturullado diciendo que la ceremonia iba a comenzar y que por favor, se ruega su presencia.
Esperan no obstante, a que ese humano se retire de la habitación. Castilla y Aragón se habían soltado las manos al oír los pasos por simple temor pero ahora que ya se había ido ese individuo, él volvió a tenderle una, galantemente.
—Si mi señora me honra, estoy listo para ir.
Castilla hizo lo propio y dejó una de las suyas propias en la de él, dando pie a un nuevo beso en ella. Inmediatamente después de eso, la soltó de nuevo y ambos comenzaron a caminar hacia la gran sala del palacio para asistir a la boda.
El sol relucía con fuerza cuando los sirvientes descorrieron las cortinas. Aragón abrió los ojos algo molesto por eso y enseguida echó a las doncellas que entraban con una orden seca. Después de eso se volvió a tumbar pero enseguida le comenzó a molestar la luz. Se removió para levantarse y correr las cortinas, al menos la que estaba justo delante del lecho. Cuando lo hizo, volvió a él, pero esta vez no pudo evitar fijarse en el cuerpo tendido en el lado contrario al suyo.
Se recostó junto a él, observando suavemente las hebras castañas desparramadas por la almohada y la espalda de Castilla, la piel tan suave, de color crema claro y sus ojos cerrados. Se inclinó sólo muy despacio para besar su hombro. Un par de mechones rubios se escaparon de su recogido y rozaron también la piel. Castilla abrió entonces los ojos pero no se movió. Exhaló un suave suspiro mientras levantaba un poco el brazo y le rozaba la mejilla a su ahora marido. Cuando se dio la vuelta pudo apreciar su sonrisa y su hoyuelo, uno que podía besar ahora siempre que quisiese.
Había transcurrido una semana desde la boda secreta y la unión dinástica y desde entonces habían querido permanecer un tiempo juntos antes de tener que separarse por razones de gobierno. En Castilla había estallado la polémica que el propio territorio había temido pero tenía apoyo dentro y fuera del reino. Por eso no estaba muy asustada aunque sí se sentía nerviosa. Temía por su princesa.
—¿Preocupada, mi señora?
Ella negó aunque realmente sí lo estaba. Tan sólo se irguió un poco hacia él y le tomó del rostro, dándole a probar un beso que ningún miembro de la Iglesia calificaría como puro.
Se mareaba. A veces vomitaba y otras sentía muchas ganas de comer. Otras veces, ninguna. Y le cambiaba el humor constantemente. Se volvía irascible, a veces lloraba y muchas otras se sentía feliz. No sabía qué le pasaba. Ni ella ni Aragón, que era el que más sufría estos cambios.
O al menos no lo supieron hasta que Castilla no se dio cuenta por si misma. Hasta que no pasó el tiempo. Hasta que no notó que esa desazón no se debía a ningún conflicto. El día que lo supo no sabía si llorar o reír porque significaba muchas cosas. Entre ellas su propia muerte y la de Aragón, su amado Aragón.
Estaba embarazada.
Glosario I / Un poco de historia.
Sobre la Corona de Castilla y la Corona de Aragón.
La Corona de Castilla es un territorio que nació como condado dependiente del anterior Reino de León, el cual a su vez nació del primigenio reino Astur.
El reino Astur fue uno de los primeros núcleos de resistencia cristiana que aparecieron contra la invasión musulmana de Al-Ándalus. Al expandirse hacia el sur, pasó a denominarse reino de León, del cual se separaría el condado de Castilla como entidad separada. Muchos después, al sucederse una serie de intrigas nobiliarias, el condado de Castilla se convirtió en reino, pasando a formar parte de la herencia real. Finalmente, el reino de Castilla, mucho más poderoso, absorbió al reino de León, unificando sus Cortes. A partir de entonces, al territorio se le conoce como Corona de Castilla.
El caso de la Corona de Aragón es ligeramente diferente. Nace siendo un condado dependiente del reino de Navarra como núcleo de resistencia, igual que el condado de Castilla más al oeste. Junto a él se constituyen los condados catalanes, que forman a su vez como conjunto la marca Hispánica carolingia. Aragón se convierte en reino al desligarse de Navarra por completo, trasformándose casi poco después en Corona debido a sucesivas alianzas y matrimonios entre el reino y el condado de Barcelona, el más importante de los condados Corona de Aragón representaba esta unión de reinos, siendo él la representación del reino de Aragón, teniendo bajo tutela al posterior reino de Valencia, el principado de Cataluña y el reino de Mallorca.
