Notas de la Autora: Ammm… Todavía me pregunto ¿Qué hago publicando aquí? Maldito Alfred (Si, tú, o.ó) Me terminaste convenciendo de subir…esto.
Hace tiempo que tenía la idea de escribir sobre mi amado Chilito, y como no vi ningún fic sobre él por aquí, decidí subirlo.
Pequeñas Acotaciones: José Ignacio González Riquelme es el nombre que le puse a Chile.
Emiliano es el nombre con que bauticé a Argentina. (Nunca le puse apellido)
En esta Historia aparecen España, América, Perú, Bolivia, Argentina y el resto de los sudamericanos que irán apareciendo con el paso de la historia.
Disclaimer: ¿Me creerían que yo tuve una idea parecida a la de Himaruya-sensei cuando pequeña? ¿No? Era de esperarse :/ Si Hetalia fuese mío, créanme, los Latinoamericanos ya hubieran salido hace bastante tiempo.
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Este fic está dedicado para mi hermano, al cual no le gusta Historia, e intento llevarlo al lado oscuro de la fuerza. ¡Te quiero mucho Hermano! ¡Eres el best!
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Debería estar camino a la Conferencia con mis hermanos a realizarse en un par de minutos más, en el Palacio de la Moneda, lugar donde me reuniría, además, con mi jefa. Ha sonado mi teléfono unas 30 veces, sin tener la más mínima idea de quien fue; me han llegado 5 mensajes diciéndome que si osaba llegar tarde nuevamente mi castigo sería muy severo. Aún así no tomé en cuenta el dichoso aparato.
A pesar de que estamos en pleno verano, hace un día horrible: corre una brisa que te congela los huesos, negras nubes recubren el cielo, esperando desatar su ira en la criatura más despistada mojándola hasta el alma, y el ánimo de mi pueblo pareciera haber caído abruptamente por el anormal clima.
Noto que el metro detiene su andar y desvío mi mirada, antes puesta en un par de asientos vacíos cerca de las puertas, hacia las, no tan congestionadas calles, que siguen paralelas al tren; me pierdo en ellas, contemplando y admirando a los distintos tipos de autos: alemanes, estadounidenses, coreanos, japoneses y chinos. En fin, eso es equivalente a un sinfín de tratados económicos que he hecho, para demostrarle a él que si puedo ser influyente en el mundo entero.
Bendita sea mi jefa, por implementar este "particular" sistema de transporte: Puedo sumergirme por completo en esta selva de cemento y ella comprenderá que su acierto fue más bien errado y pedirá disculpas a todo el mundo por mi oportunismo. Todo sea por evitar las estúpidas burlas de Argentina y Perú que solo acrecentarán el malestar que siento desde la mañana.
Hoy es 13 de febrero, día que se antepone al 14 y que viene después del 12. 12 de Febrero, tantas cosas sucedieron en esa fecha, tantas emociones se agolpan en mi pecho que apenas puedo respirar del todo bien. Mi cumpleaños, esa es una de las cosas más importantes que suceden en el día de ayer. Nadie se ha acordado de él, ni mi pueblo, ni mis jefes, ni los bastardos, ni mucho menos él. Todos creen que es el 18 de Septiembre, cuando le juré a mi "padre" que jamás me iría de su lado y en un par de años, el traidor huyó de su casa.
Todavía me sorprendo un poco al despertarme ese día y encontrar muchos regalos en la entrada de mi casa, y tampoco puedo evitar soltar un lastimero gemido al recordar esta fecha, cuando lo conseguí todo pero lo perdí a la vez. Sin duda alguien lo sabe y siempre, siempre, sin importar el paso del tiempo me lo hará recordar, como la sombra de la muerte asechándote hasta que te lleva consigo.
Pero, eso no es el porqué de mi angustia, total, algún día todos recordarán el 12 de febrero como el día en que la República de Chile nació de la gloria y majestad de España y el Pueblo Mapuche. Mi pena recae en otro tema: No puedo evitar revivir cada uno de los momentos de mi existencia. Cuando apenas era una pequeña nación, protegida por mi hermanos, alcanzando la gloria y a la vez perdiendo lo que yo más amaba, quedándome solo, triste y a merced del mundo...
2 de Octubre, 1814
Rancagua yacía completamente destruida, sin ninguna casa en pie por la extenuante batalla que se había desarrollado en la pequeña y poca acostumbrada ciudad. Los Patriotas sobrevivientes habían huido, dejando a un lado el deseo de liberarme de la opresión de mi padre, salvando sus propios pellejos y dejándome totalmente inerme a mí y al futuro de mi pueblo.
Quería escapar de ahí, correr lo que mis débiles piernas me permitían, desaparecer completamente de mis sentidos la sangre de mi gente esparcida e invadiendo todo el campo de batalla. Pero papá me tenía completamente rodeado, sin arma ni ejército del cual poder defenderme.
Yo solo pude mirarlo fijamente a los ojos, los cuales no expresaban más que alegría, a pesar de que hace 48 horas se encontraba despedazando y matando a mi pueblo. Como si nada hubiese pasado, a pesar de que su uniforme, el de sus soldados y el mío emanaban sangre, suya, mía y de ambos pueblos. Se acercó a mí y me tomó del mentón, acercándose a mi rostro. Podía sentir su respiración contra la mía.
Mi niño, sabes que no te puedes escapar de mí, así que, volveremos a casa y todo volverá a ser como siempre, claro que tendré que darte un pequeño castigo antes.
Sonrío, como siempre lo hacía, solo que esta vez su mirada reflejaba un dejo de ira. Imperceptible para sus soldados, que solo cumplían sus órdenes, yo no pude evitar suspirar resignado.
Todo se había ido a la basura, lo que habíamos avanzado en esta Guerra ya no servía de nada… Pérdidas humanas, arsenal y tiempo… Si tan solo Carrera y O´Higgins no fueran tan llevados a sus ideas… Podrían haber unido fuerzas y quizás esto nunca hubiera pasado.
¡Pero No! Tenían que comportarse como un par de críos, peleándose por quien se llevará la gloria.
Demasiado tarde para lamentaciones. Por suerte a ninguno los han capturado ni muchos menos muerto. La luz de la esperanza todavía no se apaga.
Papá ordenó atarme las manos, seguramente para que yo no pudiera escaparme, porque, el aún me quiere, y pesar de mi muestra de rebeldía, el me aprecia. Soy su hijo, el que lo mantiene, su esclavo, al fin y al cabo, el me necesita vivo, sano y salvo. Por eso no dio la orden de dispararme, por eso el no me ha herido, pero, tendré mi reprimenda. Papá jamás me había castigado.
Yo, con la cabeza gacha y el orgullo herido, caminé hacia papá. Él me recibió con los brazos abiertos, me abrazó contra su pecho como si no hubiera ocaso, y por primera vez no me sentí confortado, sino, mas bien el miedo se apoderó de todo mi ser y recién pude comprender el tipo de persona que era mi padre.
Mi niño, mi José. Prometo que nada ni nadie nos separará.-me susurró al oído, mientras que un escalofrió recorrió todo mi cuerpo. Su mirada estaba llena de maldad.
Horrorizado, desvié la mirada y me apoyé en su pecho, deseando que todo acabase, que fuese un sueño y que el padre que yo conocía me despertase ofreciéndome un par de calentitas sopaipillas mientras me regañaba amablemente por el haberme quedado dormido en medio de la biblioteca…
Pero todo era la más pura, y a la vez, cruel verdad. Eso estaba pasando.
Mi mundo se quebró por completo, quedando tan solo unos fragmentos. Pero ese sería el primer golpe que yo recibiría…
24 de Febrero, 1812
Estoy sumamente nervioso, me muevo de un lado a otro sin saber que hacer. Carrera solo sonríe mientras me observa en silencio.
- ¿No cree que yo debería estar más nervioso que usted, siendo que yo hablaré con nuestro próximo cónsul, José?-Exclamó sereno, revisando un par de documentos sin firmar.
-T-tiene razón, Don José Miguel, pero yo nunca he tenido contactos con otras naciones, a excepción de papá, mi hermano mayor y de Emiliano.-respondí levemente sonrojado.
-Por eso es que este día es muy especial, José. Hoy día cambiaremos eso. Estados Unidos, el mayor ejemplo de nuestro anhelo, será nuestro aliado.- Sonrío como si ya fuésemos libre del verdugo de papá.
La verdad es que me agradaba mucho la idea de poder conocer al Señor América.
Me había enterado por rumores, hace un tiempo atrás, que Don América se había logrado emancipar de su hermano mayor: Reino Unido.
Y con el paso del tiempo, llegué a admirarlo por haber logrado tan grande proeza. Porque el Reino Unido es una de las mayores potencias del mundo y trece colonias pudieron con el Grandioso Imperio Británico.
Pero, yo se que Estados Unidos ganó su libertad, a cambio perdió la estrecha relación que tenía con Inglaterra y yo temo que la historia se vuelva a repetir.
Amo a Papá, lo quiero demasiado y aunque Emiliano tenga mil fundamentos en contra de España, yo aún dudo si es verdaderamente la decisión correcta.
A veces, simplemente no puedo conciliar el sueño, porque la duda se apodera de mi mente y mi corazón, y se me viene a la imaginación la cálida sonrisa de papá…
-José- Me llamó suavemente Carrera. Me había sumergido nuevamente en mis dudas.
-El Señor Joel Roberts Poinsett y América han llegado.- Yo solo asentí y me preparé para la llegada de tan importantes visitas.
Carrera abrió la puerta y dejó pasar a un hombre de mediana edad, de expresión serena y con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro; el cual iba acompañado de un muchacho alto, rubio como los trigales en periodo de cosechas, de expresión alegre y portador de unos radiantes y hermosos ojos color zafiro. Don José saludó cortésmente a los recién llegados.
José, este es el Señor Poinsett y Don Jones.- Me presentó frente a los norteamericanos.
U-un placer en conocerlos, Señor Poinsett, Señor Jones.- Ofrecí mi mano derecha mientras sonreía sinceramente y a la vez temblaba levemente por el nerviosismo. Ambos me devolvieron el saludo con la misma alegría y sinceridad.
-Ok, Mister Carrera, nosotros debemos comenzar nuestro pacto de unión y cooperación mutua entre ambas naciones, y para eso primero deben conocerse chicos, los dejaremos unos momentos a solas para que puedan conversar y, tal vez, se hagan grandes amigos.- yo asentí mientras tragaba nervioso y Alfred levantó el pulgar en señal de estar de acuerdo.
-Alfred, José, si nos disculpan, iremos a discutir los puntos de este acuerdo.- Ambos hombres salieron de la oficina, dejándonos completamente solos. Yo golpeaba mis rodillas con las palmas de mis manos, intentando quitar el nerviosismo que en ese momento envolvía todo mi ser.
-Conque tu nombre es José- Murmuró de repente el Señor Jones, dejándome en shock.
-S-Si. José. José Fer… Digo, José González.- El sonrió. Yo me sonrojé.
-Yo soy Alfred F. Jones y, descuida, no es fácil acostumbrarte al cambio de apellido.- Me guiñó el ojo mientras me revolvía los cabellos. Le devolví el gesto con una tímida sonrisa.
-Señor Alfred y-yo quería saber como…-Mi voz se cortó. No sabía si debía continuar con la pregunta que iba a formularle. Quizás con tan solo un par de palabras abría heridas que el señor América deseaba cerrar.
- No debes temer a lo que vas a preguntarme. No me molesta en lo absoluto hablar de cómo le pateé el trasero a Iggy y obtuve mi libertad.- Habló como si no le importara en lo más mínimo. Pero su mirada reflejaba todo lo contrario: Tristeza, Sufrimiento y Soledad eran los sentimientos que se albergaban en su alma.
- Pero -Dijo con voz firme- el mejor consejo que yo puedo darte es que, sin importar lo que pase o que te digan, tú debes seguir hasta el final, porque, tarde o temprano te darás cuenta de que todo lo que sabías y sentías se desmoronará.- Por alguna extraña razón, sus palabras me dieron ánimos y me sentía capaz de realizar lo que me había propuesto.
- Y por último, cabe añadir que, tienes mi incondicional apoyo, tanto moral, económico y militarmente.- Me tomó suavemente de las manos y no despegaba su mirada de la mía.
Cada segundo que pasaba parecía que se acercaba más y más a mi rostro, y, luego de un lapsus pude comprender la situación: nos estábamos besando. Él con los ojos cerrados y los míos muy abiertos. Un roce de labios, casto, puro, sin doble intención, pero, aún así, me tenía temblando. Los segundos parecían minutos y yo me perdí en ellos. Quedé en blanco y solo disfruté del cálido toque.
El se separó, momentos después, con una radiante sonrisa, como si nunca hubiese ocurrido, y mi cara ardió. Bajé la mirada y Carrera con Don Poinsett, entraron en la habitación, contentos, hablando sobre la libertad de Hispanoamérica y la lucha contra la corona española.
Lo siento señores, pero nosotros debemos retirarnos.- Alfred se levantó, Carrera se despidió de él y de Mister Joel. Yo hice un tímido gesto con la cabeza, Carrera los guió hasta la salida y yo me quedé completamente solo en la habitación.
-El señor América es…Dulce.- Sorprendido por lo que acababa de soltar, traté de olvidar ese tonto pensamiento, sacudiendo la cabeza de un lado a otro.
Definitivamente todo este asunto de la emancipación me tenía completamente… Trastornado.
5 de Octubre, 1814
Frío. Hace mucho pero mucho frío, pero eso no me impide correr en dirección hacia la casa de Emiliano. Había cruzado la cordillera a pie. Fue todo una proeza para mí, e inclusive, para cualquier nación. Con todo los pies adoloridos, seguí corriendo hasta que divisé, no muy lejos, la casa de Emi.
Llegué a la entrada y pude comprender que ya se habían enterado de todo lo que había ocurrido: Apenas me vieron los guardias que resguardaban la entrada, corrieron a mi llegada y me hicieron pasar directamente a la oficina de mi hermano, en donde él estaba discutiendo con San Martín sobre la tragedia que había sucedido 3 días antes.
Yo solo atiné a sentarme en uno de los mullidos sillones que había en la oficina y Emiliano cesó de charlar con su comandante y se sentó rápidamente a un costado, abrazándome al instante, preocupado.
José, ché, tranquilo, todo estará bien- Me susurró cerca del oído, en modo de consolación, con su acento tan argentino y yo no pude evitar suspirar. Siempre me desagradó su acento.
Me tomó del mentón y me obligó a mirarlo a los ojos. Su mirada denostaba alegría y tristeza a la vez.
Emiliano, y-yo no sé q-qué hice mal…-Susurré al momento que bajaba mi cabeza, soltando una lágrima sin siquiera importarme el escozor que se producían en mis ojos.
Emi me besó delicadamente la frente y, momentos después, apoyó mi cabeza en su pecho.
Don San Martín, le pido que se retire en este momento.-Dijo con voz autoritaria. El trasandino obedeció al instante, saliendo rápidamente de la habitación. Emiliano suspiró y yo no pude contenerme: me largué a llorar como nunca lo había hecho.
Emiliano, todo fue un completo y total desastre ¡Por la cresta! Todo se fue al mismísimo carajo…- Apreté fuertemente mis puños, mientras mi cara era inundada por mis propias lágrimas.- Tenías razón, Emi. Yo no conocía ese lado de papá.- Gimoteé al recordar lo que había sucedido días después del encierro. El Señor América estaba en lo cierto.
¿Viste que tenía razón? Pero, este no es el momento. José, ché, miráme a los ojos.- Me tomó delicadamente del rostro, mirándome directamente a mis ojos, que, de seguro por el llanto, estaban hinchados.
Tú y shó, unidos, podremos vencer a Antonio. No te dejaré a merced de ese boludo.- Me secó las lágrimas que amenazaban con volver a caer. Forjé una pequeña y tímida sonrisa. Volví a recostarme en su reconfortante pecho, mientras el me acariciaba los cabellos.
Te prometo, José, que te protegeré, aunque se me vaya la vida… Te quiero mucho, hermano.
Con esa promesa, cerré los ojos y me quedé profundamente dormido, esperando que todo esto no fuese más que una horrible pesadilla…
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Lo sé, no es la gran cosa, pero hago el intento.
¿Me regalarían un review?
