Para Reiner, lo más frustrante de vivir con Ymir no era su continuo sarcasmo, ni el arqueamiento de ceja con el que lo juzgaba cada segundo, ni tampoco su manía de dejar el sujetador allí donde se lo quitara. Era una de las personas más bordes que conocía y un incordio la mayoría del tiempo, pero eso no suponía un verdadero problema. De hecho, Ymir habría podido ser la perfecta compañera de piso plasta de no ser por un pequeñísimo detalle: era la novia de Historia.
No era ningún secreto que Reiner había pasado toda la secundaria locamente enamorado de ella, pese a la insistencia de Berthold en que aquello no podía ser amor porque apenas la conocía y en que solo le gustaba Historia porque a todos les gustaba Historia, como si fuera algún requisito imprescindible para integrarse entre sus compañeros varones.
Desde que terminó el instituto hasta ese momento había conseguido enfriar su corazón y esconder a Historia en un rincón oscuro de su mente hasta olvidarse casi por completo de ella, pero la primera vez que Ymir se la llevó a casa aquellos sentimientos enterrados afloraron de nuevo. Por el simple hecho de que ella tenía lo que él había anhelado durante tanto tiempo sin resultado alguno, le dolía vivir con Ymir. Pero necesitaba que alguien pagara la mitad del alquiler.
– Hemos quedado esta noche para celebrar el fin de curso – le dijo esa mañana de viernes cuando ella entró en la cocina bostezando, ataviada solo con la enorme camiseta que usaba para dormir –. ¿Historia y tú vais a venir?
Ella negó con la cabeza con la boca abierta todavía.
– Lo vamos a celebrar aquí – respondió.
Tanto Ymir como él eran uno o dos años mayores que el resto del grupo – habían repetido el mismo curso – y eran los únicos que ya habían dejado de estudiar, por lo que "el fin de curso" solo lo era para los demás. Sus vacaciones no empezaban hasta el mes siguiente e Ymir disponía de un montón de tiempo libre al no tener trabajo. Reiner no sabía de dónde sacaba el dinero para el apartamento, y prefería continuar ignorándolo.
– ... ¿Aquí?
– Tranquilo – ella le dio unos golpecitos en el brazo con la palma de la mano –. No vamos a ensuciar ninguna de tus preciosas pertenencias. Te prometo que ni siquiera saldremos de la habitación.
Reiner rechinó los dientes mientras ella echaba cereales en un bol. Sabía que Ymir lo hacía a propósito para fastidiarlo y que sería ella quien ganara si se enfadaba, pero siempre conseguía amargarlo.
Después de lavarse los dientes con fuerza innecesaria, se fue a trabajar. Su ceño fruncido no se movió durante todo el día, dándole un aspecto amenazador que amedrentaba a todo el que se cruzaba de frente con él.
Se sentó tras el mostrador de la ferretería, en la que ya era raro que entrasen más de dos personas al día, y pudo darse el lujo de pasar toda su jornada de trabajo mirando al vacío, perdido en sus amargos pensamientos. Hubo quien hizo el amago de entrar, pero se echó atrás apresuradamente al ver la expresión hostil del dependiente.
Reiner era consciente de que estaba perdiendo un montón de posibles clientes por culpa de su enfurruñamiento, pero no se sentía capaz de fingir buen humor. Si Berthold estuviera allí probablemente le diría, con aire preocupado, que lo único que podía hacer era resignarse, a pesar de que él mismo seguía mirando a Annie con anhelo desde primaria. Alguien entró en la tienda al fin y se plantó delante del mostrador, pero él no se dio cuenta hasta que un carraspeo lo sacó de su ensimismamiento.
– ¿Annie?
– Hola – saludó ella con su falta de entusiasmo habitual.
– ¿Querías algo?
Annie solo lo miró fijamente con cara de pocos amigos a modo de respuesta para una pregunta tan obvia.
– No voy a ir esta noche – dijo.
– ¿Y ya está? Podrías haber mandado un mensaje.
Ella resopló.
– Bueno, ya que estás aquí compra unos tornillos o algo.
– Berthold sí va, ¿no?
A Reiner le sorprendió que Annie lo mencionase. Algo le decía que ella había hecho sus planes basándose en lo que suponía que iba a hacer Berthold.
– Te has dado cuenta, ¿eh? – Annie hizo una mueca.
– ¿Qué problema tienes con él? Es un encanto – no pudo evitar arquear las cejas, sorprendido por su propio comentario.
– Ya. ¿Y? Es un chico majísimo, y un amigo que lo flipas, pero eso no quiere decir nada. Todo era maravilloso cuando solo era una amiga más para él, pero ahora me mira como un cretino y me hace sentir incómoda.
Reiner prefirió no decirle que nunca había sido solo una amiga para él.
– ¿No puedes darle siquiera una oportunidad?
– No.
Tal rotundidad le dolió como si la oportunidad se la hubieran negado a él.
– Berth te quiere – sonó más como un ruego que como una afirmación.
Annie resopló de nuevo.
– Ese es exactamente el problema. Él me quiere, yo no. ¿Por qué te cuesta tanto entenderlo?
Reiner se compadeció de Berthold. Realmente no tenía sentido seguir insistiendo si ella no quería saber nada del tema, pero era consciente del dolor que se sentía al ser ignorado por la persona amada. El rechazo de Annie hacia su mejor amigo lo hacía sentir tan derrumbado como la indiferencia de Historia hacia él. Y lo peor de todo era que no podía culparlas a ellas porque tenían razón. No le debían nada a nadie.
No acababa de comprender por qué Annie había ido hasta allí solo para decirle eso y hundirlo más en la miseria, pero entonces colocó una caja sobre el mostrador.
– ¿Para qué necesitas un taladro? – preguntó Reiner como si fuera asunto suyo.
– Para perforarte el cráneo si sigues haciendo preguntas estúpidas.
Por qué a Berthold le gustaba aquella mujer siempre había sido un misterio para él, al igual que el por qué a Historia le gustaba Ymir. Ambas eran bordes y antipáticas, y prefería resignarse a morir solo antes que intentar mantener una relación romántica con cualquiera de ellas. La imagen de una mantis devorando la cabeza del macho después del apareamiento cruzó su mente.
– ¿De verdad vas a quedarte sola en casa comiendo tarta? – dijo mientras le daba el cambio. Annie lo fulminó con la mirada –. Porque parece un planazo, tengo que probarlo – añadió.
Annie se fue sin despedirse siquiera y Reiner se pasó el resto de la mañana sentado sin hacer nada, recreando en su cabeza una realidad alternativa en la que Historia lo prefería a él. Le resultó demasiado irreal y poco convincente, así que prefirió imaginar la posibilidad de que Annie le diera una oportunidad a Berthold. Aquello fue incluso peor. Parecía que los únicos miembros del grupo destinados al amor y la felicidad eran Jean y Marco.
