El amor es un pensamiento irracional del hombre, y de todas las criaturas pensantes, una manera de vivir para llegar a morir.
Aristóteles.
Prólogo
Él lo era todo para mí, sin saberlo. Lo que sentía llegaba más lejos del límite de lo increíble, más allá de lo desconocido y tan inmenso como el espacio, donde la gravedad no existe y que solo se puede flotar y sentirse seguro de no caer. Allí se encontraba él, mi espacio exterior, mi apoyo, la fuerza extraña que me permitía estar segura en medio de la nada, en medio de mi vida que no tenía sentido. Pero que equivocada estaba, al menos en lo de la gravedad.
Pero… ¿Qué es el amor? ¿Un sentimiento o una necesidad? ¿Algo de lo que dependemos? ¿Nos une o nos desune? ¿Tiene que ver con nuestro destino? O es el amor una sensación placentera cuya experiencia es cuestión de azar, algo con lo que una tropieza, si se tiene suerte.
Tenía entendido que amar poseía muchos significados, pero para mí, Nessie Cullen, la palabra "amor" consistía probablemente en la perfección. ¿Pero, cómo un ser perfecto puede amar? ¿Cómo sentir anhelo sin sentir ambición? ¿Deseo sin convertirlo en un capricho? ¿Cómo sentir pasión sin sufrir el ardor del frenesí como la sangre tibia al recorrer mi garganta? No podía existir tal excelencia en los términos del amor tomando en cuenta que cuando amamos reunimos todas las mejores propiedades de las cosas más maravillosas y perfectas que consideramos en el mundo olvidando por completo todo lo demás, sin importar nada en absoluto. Pero si debía existir ese sentimiento puro y real, algo innato en su totalidad, del que sin palparlo saber que tiene forma, sin saborearlo saber que es dulce, que sin verlo saber que está allí.
Ignoraba todo lo referente al amor, pero siempre tuve la certeza que estuvo dentro de mí, buscando salir y expandir sus alas como una mariposa preparada para su primer vuelo. Pero era la necesidad que sentía hacia él la que me atraía más a su cuerpo, a sus ojos, esa mirada. Ahora existía la gravedad, valla que si, solo que en vez de atraerme hacia el centro terrestre toda esa fuerza se confabulaba para conducirme a una sola dirección, a una sola persona.
Él sostuvo su mano con la mía por unos segundos en los que pensé que no iba a poder estar de pie por más tiempo. Solo su pecho caliente, su aliento, sus ojos oscuros, me permitían estar segura de que él existía, que estaba parado frente a mí y que era mío, solo mío, porque así lo exigía todo mi ser. Recorrió su mirada por mi rostro dejando que yo diera el primer paso. De un momento a otro sus brazos bordearon mi cintura atrayéndome a su abdomen perfecto, me sentí segura, confiada y por primera vez no tuve miedo de mis pensamientos ni de las sensaciones imposibles que ahora ahogaban mi delgado cuerpo. Me alcé de puntillas y crucé mis brazos en su cuello llevando mis labios cerca de su oído, me sorprendí de las pocas ganas que tenía mi garganta de emitir sonido alguno, pero hice un esfuerzo y susurré.
-Te necesito.
-Aquí estoy – murmuró en medio de un jadeo.
