Ángel para un final... es una canción hermosa e inspiradora. La he escuchado luego de saber que Felipe Camiroaga -conductor, animador y actor de la televisión chilena- deseaba que estuviese presente en su funeral, y me encantó. La oí y esto vino a mí solo. Hablando de eso, mis más sinceras condolencias a las familias de los 21 fallecidos -y ahora 22- y a todo mi país, porque es un duelo nacional.

Llendo a algo un poquito más alegre, no pude evitar subir este nuevo fic. Tengo que seguir Dulces Sueños, y lo haré, pero también seguiré esta. Ya me enamoré de la trama. Espero les guste, y la letra en cursiva, es una frase de la canción. Cada capítulo tendrá una. No creo que sea muy larga, a menos que me inspire, pero ojalá les agrade a ustedes también. ¡Disfruten!


Ángel para un final

Cuentan que cuando un silencio aparecía entre dos,

Era porque pasaba un ángel que les robaba la voz.

▪ 6 años

- ¡No, Alfred! Devuélveme mi oso. ¡Papá, dile que me devuelva mi oso! -lloriqueó el pequeño Matthew tratando de alcanzar su juguete.

- Alfred -sonrió con dulzura el mayor, Arthur, y ese poder en sus ojos verdes fue avasallante - pásale el oso a tu hermano.

- Pero no es justo, él siempre Alfreda mis autos sin permiso y tú nunca le dices nada -siguió reclamando, luciendo tan vulnerable como siempre y mostrando sus ojos azules, como el de su padre adoptivo.

- Claro que no, todo es igual para todos, para tí y tu hermano.

- Entonces, ¿mi oso? –sonrió Matthew.

Arthur recibió el juguete de Alfred y se lo devolvió a su hijo menor y éste, al tenerlo, lo abrazó con fuerza y dulzura, apresándola contra su pecho. En ese momento, los tres sintieron el ruido de la puerta y desviaron sus miradas hacia el movimiento, tal vez podría...

- Alfred -susurró Matthew, mirando a su gemelo.

- ¿Papá? -dijo éste- ¿Aún no llega père?

- No -respondió- No sé porque tarda tanto.

- Yo iré a afuera, voy a jugar.

Alfred exhaló con fuerza y caminó por el pasillo del living hasta la puerta de salida, sin dejar de conocer la tensión que se acumulaba en su hogar, pero queriendo evadirlo por el instante en el que saliera a vivir su infancia.

- Iré a verlo -comunicó Matthew, algo inquieto sin la presencia de su hermano y tratando de moverse torpemente.

- Bien. Pero ven aquí y limpia tu mejilla, está sucia-. El pequeño asintió y se acercó a su père, rodeando el cuello de el con sus delgados brazos y permitiendo que aseara su rostro, sonriendo.

- Estoy bien -rió alejándose- Voy con Alfred.

Arthur sonrió y vio a Matthew abrir la puerta, salir y cerrarla tras de sí.

Bajó tres peldaños de su casa hasta el patio buscando con la mirada a su gemelo. Uno de sus perros se le acercó y él lo acarició para luego seguir con su búsqueda. Atravesó el umbral de helechos, el pequeño puente y llegó a la placita: ahí contempló la terraza y la gran extensión de pasto verde que era el jardín de su casa. Vio, luego de algo de esfuerzo, a su hermano, que lanzaba piedras al agua con la vista perdida.

- ¿Alfred? -llamó Matthew y nadie le contestó.- Alfred. -repitió, acercándose y tomando asiento a su lado- Kumajirou y yo vinimos a hacerte compañía –susurró, mostrando su osito blanco.

- Hm... -resopló Alfred.

- Al, ¿qué pasa?

- ¿Has pensado en... père?

- ¿Père? -dudó el chico, meneando su cabello rubio- ¿Qué pasa con él?

- No lo sé -contestó- Está actuando extraño, ¿sabes? y no me gusta.

- ¿A qué te refieres?

- Tal vez...

- ¿Tal vez qué?

- Tal vez, no lo sé.

Sus miradas se clavaron fijas en los orbes del otro, intentando descifrar lo que el pozo del agua mágica tenía para ellos. No pudieron seguir hablando porque escucharon el sonido característico del auto de su padre y decidieron que era mejor volver a la casa.

Estuvieron dentro cuando Francis abrió la puerta para saludar a su familia. Arthur fue el primero en acercarse para saludar, luego Matthew y por último, Alfred.

- Francis, tenemos que hablar. -le dijo Arthur a su pareja, luego de todo el alboroto.

- Oh, claro. Vamos. -respondió y ambos se perdieron en el pasillo hacia su habitación.

- Bien -habló Alfred- mientras los papás no están, yo quedo a cargo.

- ¿Por qué Tú? -reclamó Matthew con un puchero sobre sus labios y Alfred sintió una molestia en su estómago.

- Porque yo soy el hermano mayor.

- Somos gemelos.

- Soy mayor que tú por 10 minutos.

Era un lujo en sus pequeñas cabecitas el pensar en llegar a tener ''el poder'', y a pesar de que eran sólo unos niños, ambos se sentían superiores y aislados en su propia burbuja. Alfred guiñó el ojo y tironeó del polerón rojo de Matthew, obligándolo a ir con él hasta el sofá.

- ¿Qué crees que conversan? -preguntó Matt, acariciando suavemente la mano de su hermano.

- Supongo que sobre lo de ellos, o algo así.

- No quiero que peleen, ni quiero que père se vaya de casa. -susurró Matthew.

- Mattie, père no se irá, y si así lo hace aquí estoy yo. -Cuando Alfred dijo esas palabras, una sonrisa se formó en los labios de su hermano- Yo nunca voy a abandonarte -declaró.

- ¿Y si lo haces por accidente? -Matthew frunció el ceño y le miró con los brazos cruzados sobre su pecho.

- Nunca -reanudó el la conversación- Te amo más que père, te amo más que papá.

Matthew sonrió, mordiendo su labio y sintiendo su corazón palpitar con cada palabra maravillosa.

- También te amo, Al

Alfred abrazó tímidamente a su hermano, rodeándolo con sus brazos e inundándolo de la temperatura y esencia familiar que Matthew necesitaba sentir con urgencia. Su mejilla fue besada y sus dedos entrelazados y así se quedaron, en silencio, disfrutando del contacto que sus pieles hacían hasta que Arthur y Francis regresaron.

- No quiero hablar más del tema -dijo Francis, sentándose en el sofá y encendiendo el televisor.- Enserio, estás paranoico.

- Yo sólo digo lo que creo. No es mi culpa que tú no quieras aceptarlo. -se defendió el de cabello corto.

- Porque es mentira, por Dieu, ¿podemos hablarlo esta noche?

- Estoy cansado de que siempre busques excusas para evadir lo que es importante -Arthur descansó sus puños en sus caderas, intentando calmar sus nerviosos sentimientos.

- ¡¿Qué cosa es importante? ¿Tus ridículos celos? No hago esos viajes por placer, los hago para mantenerte a ti y a los niños.

Arthur lamió sus labios y suspiró, nada bueno sacaría con esa pelea, estaban los niños presentes y no podía seguir haciéndoles daño, no era justo.

- Bien -se rindió- Hablaremos en la noche.

No obtuvo respuesta, así que ordenó su delantal y alisó un mechón de pelo, dirigiéndose a la cocina. Su mente estaba en una carrera y no podía concentrarse totalmente en nada... ¿cómo se le arruinaron tanto las cosas? No lo podía creer, hace un año todo era perfecto y ahora...

No era estúpido, sabía que probablemente Francis tenía otra persona y que la relación ya no era como antes, pero lo último que quería era romper el nido de sus hijos y dejarlos sin un padre. La situación de los gemelos ya había sido difícil en el orfanato, y se había prometido a sí mismo evitar lo más que pudiera, volver a repetirlo. Con estos pensamientos empezó a cocinar, tratando de despejarse y de olvidar un poco la situación, aunque se le hacía difícil.

- ¿Y cómo te fue hoy en la escuela, Alfred? -cuestionó Francis, observando la televisión.

Alfred no respondió, mas, se quedó mirando a su padre fijamente, sin decir nada, sin hablar.

- Alfred -volvió a insistir- Te estoy hablando.

Matthew se dio cuenta de la situación, rápidamente tomó la mano de su hermano gemelo, la estrechó y se dispuso a hablar.

- Estuvo bien, père.

- Ah, bien. -contestó con una sonrisa y revolviendo su cabello- Matt, ven aquí -señaló sus rodillas. Él asintió, pero pudo ver como Alfred suspiraba levantándose del sillón y se perdía por el pasillo. - ¿A ti cómo te fue hoy en el colegio?

- Bien, supongo...

- ¿Trajiste algún 10?

- Sí, en Ciencias Sociales y Lenguaje -respondió apresurado sin dejar de mirar el lugar por el cual su hermano había desaparecido.- Père, quiero ir a mi habitación.

- Claro, adiós. -dijo Francis, besando la frente blanca de su hijo y dejándolo ir.

Matthew subió corriendo las escaleras para llegar al segundo piso. Dobló en la esquina y encontró la puerta de su habitación que también era la de su hermano. Cuando aún eran más pequeños, Arthur había insistido en que cada uno tuviera su propio cuarto, pero ellos se habían negado.

Tocó con suavidad y como nadie respondió, decidió entrar.

- ¿Alfy? -consultó asomando la cabeza hacia el interior de la pieza. Pudo ver que Alfred intentaba sacar algunas notas de su guitarra.- ¿Qué estás haciendo?

El pequeño rubio le miró con una débil sonrisa, que colocó en su rostro sólo por su hermano menor, dejando el instrumento a un lado e invitándola a pasar.

- No debería estar haciendo esto -susurró- me la regaló père.

- Lo sé -respondió con voz muy suave y pasiva- ¿Es ése un problema?

- Ajá. No está bien. Père no debería gritarle a papá, de hecho, ellos ni siquiera deberían pelear.

- ¿Tú crees que se van a divorciar?

- ¿Podrían?

Matthew negó con la cabeza y suspiró, mirando hacia otro lado, tratando de despejar su mente. Su hermano quizás tenía razón.

- No quiero que se alejen y volvamos a estar solos, como en el Hogar. –el susurro fue suave y Alfred no logró oírlo, pero escucharon el llamado de Arthur a almorzar y ambos se apresuraron, tomándose de las manos y bajando las escaleras.

Anocheció. Arthur, luego de ordenar y dejar la casa limpia, se dirigió a visitar el cuarto de los gemelos. Cuando entró, pudo notar que todo yacía en silencio y sólo se hacía notar la oscuridad.

- ¿Matthew? -soltó al aire y nadie dijo nada- ¿Alfred?

- Estamos durmiendo -dijo el más pequeño, haciendo sonar su voz como de ultratumba.

- ¡Mattie! -gruñó Alfred.

Arthur dejó salir una risita tonta y encendió la luz, dándoles una mirada cariñosa a sus hijos. Avanzó y se sentó en la cama de Matthew, acariciando su cabello.

- Así que querían engañarme.

- No es eso, papá -sonrió el rubio.

- Papá... -dijo Alfred incorporándose- ¿Por qué discutías hoy con père?

Esa pregunta hizo que el estómago del inglés se revolviera de incomodidad y sólo pudo responder lo primero que se le vino a la mente.

- Por nada, niños. Sólo estábamos poniéndonos de acuerdo en algo.

- ¿Y tenían que gritar? -Alfred estaba mirando al piso fijamente, sin parpadear.

- Amores... -arrulló Arthur lamiendo sus labios, ahora secos.- Escuchen. No quiero que esto les afecte, ¿bien? Va a pasar.

- No lo creo -contestó el gemelo mayor, levantando la vista.

- Papá. -Matthew mordisqueó su labio con preocupación- ¿Vas a divorciarte de père?

- Matthew... -susurró su padre con aire de tristeza y secando las lágrimas que comenzaban a derramarse desde sus ojos por sus mejillas- Vuelvan a dormir. Mañana será otro día.

El rubiecito con el cabello más largo y levemente ondulado asintió como pudo y se cubrió con las sábanas hasta la nariz. Ambos niños recibieron un beso de su papá y entonces, la habitación volvió a caer en su ya cómoda y acostumbrada oscuridad.

Arthur entró a su cuarto y vio a Francis dormido, se preguntó si tal vez debería despertarlo y seguir con la conversación de la mañana, pero no quería gritar ni hacerse daño a sí mismo y a sus hijos.

Mañana sería otro día.


Sábado en la mañana. Toda la familia Bonnefoy-Kirkland estaba ya en pie y a punto de desayunar. Arthur cocinaba mientras Francis ayudaba a Matthew con sus tareas y Alfred alimentaba a sus mascotas en el patio. Todo estuvo listo y los niños fueron a la mesa junto con su padre y Arthur sirvió el alimento matutino sonriendo al ver a los pequeños comer de inmediato.

- Hoy despertaron con hambre. -comentó, sentándose.

- Sip -sonrió Matthew, echándose a la boca una rebanada de pan- Ayer nos fuimos a la cama temprano.

- Igual que siempre -resopló Alfred.

- No lo creo. Ayer no cenamos.- Matthew se acomodó en su asiento y miró a su hermano, pero éste no respondió nada a eso.

- Bueno, bueno, creo que para recompensar eso podríamos salir a algún lugar especial. ¿Qué dicen, niños? -la cara de Francis brilló con aquella invitación que le hacía a su familia.

- ¡Sí! -contestó Matthew, rápido y fuerte, pero Alfred calló, suspirando.

- ¿Algún problema, cariño? -Arthur se dio cuenta de la situación y le acarició la mano al pequeño rubio.

- No, papá -sonrió Alfred. Y es que el problema no era con su papá, era con Francis, había algo en él, algo que a Alfred le disgustaba o no le parecía correcto, es más, le producía cierto rechazo, desde que lo vio por primera vez. No era este el caso de su gemelo, que había sentido un flechazo inmediato a Francis.

- Entonces, ¿dónde quieren ir?

- ¡Al zoológico! -Matthew soltó una dulce risa, agarrando y moviendo la mano de Alfred- Sí, al zoológico, con los leones, y las jirafas, y los elefantes y...

- Decidido. Será al zoológico. Terminen su desayuno y partimos de inmediato.

- Pero Francis, ¿puedes esperar? Tengo que vestirme y arreglarme y los niños también deben hacerlo. -inquirió Arthur.

- Sí.

- Alfy -susurró Matthew, apretando otra vez la extremidad de su gemelo- iremos al zoológico y veremos a los animalitos.

Alfred y Matthew adoraban a los animales, y aun así, Alfred no supo que responderle a su hermano, sólo entrelazó sus dedos por debajo de la mesa y le besó la mejilla.

A la hora después, los cuatro se encontraban en el auto familiar directo al zoológico. El viaje hasta él era largo y agotador, pero para los niños de la última fila no se hizo así, estaban demasiado dentro de su mundo, jugando y hablando cosas que sólo ellos entendían, cosas que sólo ellos debían entender; la relación entre hermanos gemelos es siempre distinta a la que hay con el resto de la familia.

Para todos, el paisaje era ya conocido: grandes árboles, bosques espesos y la siempre visible cordillera marcaban el inicio del camino de entrada al recinto. Mirando por la ventana, mientras Francis pagaba las entradas, estuvieron ya adentro; estacionaron y bajaron.

Lo primero que Francis debió hacer, luego de saludar a los guardias que custodiaban también dentro de aquella Cárcel de Inocentes, fue comprar algodón de dulce para todos, y es que un día de paseo, no es un día de paseo sin algodón de dulce. Visitaron las distintas jaulas y los distintos ambientes, a los pingüinos, cebras, tigres, elefantes, chimpancés, animales de las más diversas especies e incluso, pasaron al establo, donde los chicos pudieron alimentar a los caballos, terneros y todos aquellos ejemplares que se explotaban para la ganadería; también podían pasear en caballos o burros y los dos gemelos estuvieron de acuerdo al instante con ello.

Fue una tarde divertida, considerando que volvieron a casa cuando estaba atardeciendo. Sus perros les recibieron juguetones y felices de ver a sus amos de vuelta; Arthur abrió la puerta y los niños entraron corriendo, Francis pasó y cerró la puerta tras de sí, suspirando. Como era de esperarse, Alfred y Matthew se quedaron en lo alto de las escaleras, su lugar favorito para esconderse y jugar; abajo, sus padres cerraron la puerta de la cocina, mientras los gemelos se miraban atónitos.

- ¿Qué están haciendo los pères? -le preguntó Matthew inocente a su hermano. Alfred no emitió palabra alguna.

- ¡Cállate, Francis! ¡No es necesario que grites, están los niños!- El tono de voz de Arthur hizo despertar a los hermanos del ensueño que estaban viviendo. Matthew agarró fuerte la mano de Alfred, estrechándola y se apegó más a él, arrimando su cara con violencia hacia el cuello de Alfred.

- ¡Siempre están los niños! Tú no puedes seguir ocultándoles esto.

- Aún son muy pequeños, ¿no lo entiendes, acaso? ¡¿Cómo les explicas a niños de seis años que sus padres se van a divorciar?

Matthew abrió la boca sin expresión y Alfred soltó su mano, a pesar de haberla tenida sujeta más fuerte que nunca en ese momento; Matthew se sintió desvalido, y se aferró a su gemelo.

- Haz que se detengan -susurró. Alfred abrazó fuertemente a Matthew, sin saber cómo lograr eso.

- Sólo cierra los ojos, como papá dijo. No más monstruos-. El rubio se despegó del infante y corrió hacia abajo, a acomodarse cerca del sofá.

- Ahora, ¿quién es la que dice cosas innecesarias? -disparó Francis de vuelta y Arthur calló al instante, bajando la vista con aire culpable.

- ¡Tú no puedes monopolizar mi vida! -dijo, sabiendo que aquello, por ahora, no estaba en discusión.

- ¡Tú tampoco la mía! -Francis se giró y apoyó sus manos en el mueble, cargando todo su cansado cuerpo en los brazos.

- ¡Sólo quédate con tu estúpida puta! -Arthur abrió la puerta de golpe y subió las escaleras corriendo hasta llegar a su habitación, evadiendo el rostro de obvia pregunta de su hijo mayor.

Afuera, Matthew se cubría los oídos con las manos al escuchar la reacción. Estaba cansado de oír aquellas peleas dentro de su casa.

Alfred pudo ver a su padre bajo el umbral de la puerta, apoyándose en él. Su cabecita no estaba confusa, porque sabía bien que era lo que tenía que hacer. El corazón le dictaba que corriera hacia él para descansar del trauma psicológico que significaba escuchar a su papá decir, con seis años, que ella y su padre ya no se amaban más. Doce incómodos segundos de silencio. Casi como doce años. Francis le dio una sonrisa débil y eso fue todo lo que necesitó el gemelo mayor para correr escaleras arriba, y lo que Matthew necesitó para lanzarse a abrazarle las piernas, porque aún no le llegaba ni a la cintura, Tomando en cuenta el hecho de que Francis era altísimo. El mencionado se dio el lujo de besarle y revolverle el cabello, mientras el escondía su rostro en su pantalón.

- Todo va a estar bien, se los prometo. El hecho de que Arthur y yo no vivamos juntos, no significa que los voy a dejar de ver, tú y tu hermano son mis hijos y...

- ¿Te vas a ir de casa? -susurró el, con los ojitos bañados en lágrima.- No quiero que te vayas, quédate con nosotros.

- Matthew... -habló Francis y se agachó, flectando las rodillas- ¿No crees que es lo mejor para todos?

- ¡No! No lo creo. Es lo mejor para ti y para papá, pero no para nosotros.

- Hijo -pronunció con dulzura- Va a ser mejor. Ya no nos vas a escuchar pelear.

- Prefiero escuchar peleas a no escuchar tu voz -dijo Matthew casi como un susurro y eso caló hondo en el corazón de su padre. Lo abrazó, cálida y protectoramente, atrayéndolo a su pecho, cuidándolo con recelo; Derramó lágrimas al pensar que ya no escucharía más su risa y su voz cantante preciosa y los rechazos de Alfred. Los rechazos de Alfred.

- Iré a ver a tu hermano, ¿está bien? -preguntó separándose.

Matthew no asintió, pero ya más calmado cuestionó:

- ¿Vas a irte ahora?

Francis mordió su labio y corrió su vista.

- Es lo más probable.

Matthew miró hacia abajo, aguantando por un momento la respiración y Francis pensó que estaba molesto, pero de un momento a otro, Matthew corrió fuera de su alcance, directo a la terraza. El francés ladeó la cabeza y sintió su alma romperse en pedazos, decayendo en obvio remordimiento, pero reaccionó rápido y se dirigió a las escaleras. Alfred ya no estaba ahí. Tampoco en su habitación. Divagó por los pasillos, y siguiendo el principal del segundo piso, hacia el fondo, encontró al pequeño. Estaba sentado, con las piernas en su pecho y su espalda se hallaba pegada a la puerta de la habitación matrimonial de sus padres.

Francis echó un vistazo a su alrededor antes de hablarle al niño: observó las paredes mostaza y uniformes que componían su hogar, el que pronto iba a dejar, el retrato familiar, donde los cuatro parecían tan felices, tan perfectos, enmarcados en madera fina, vidrio de cristal transparente y algo grueso, detalles dorados de oro, cosas que ellos nunca más podrían intentar ser. La cara de Arthur demostraba la serenidad, no como ahora; ellos se veían tan enamorados. Era el destino. La vida era así. Fueron jóvenes e ingenuos, y eso llegaba a su fin.

Su mano acarició la frialdad de las paredes y suspiró, apoyando su cabeza en una de ellas, va a extrañar todo eso. Luego de un rato meditando, sus ojos se posaron en Alfred, aún sentado en la puerta de la habitación, permanecía inmune a su presencia y Francis se cuestionó si se había dado cuenta de ella. Observó a Alfred detalladamente, sus ropas este día eran azules y su cabello estaba desordenado, su rostro tenía la apariencia de haber recibido una noticia horrorosa: ¿Y cómo no estarlo?

Francis movió su boca y por unos instantes el habla no le salió.

- Alfred. -dijo.

Alfred no hizo caso, ni siquiera parpadeó, ni siquiera respiró. No hizo movimiento alguno.

- Alfred. -repitió, y esta vez. Recibió respuesta.

- ¿Qué? -pareciera que los ojos del menor le miraban con rabia y totalmente fríos.

- Sobre lo que paso allá abajo...

- No necesito tus explicaciones, no las quiero, para ser sincero.

- ¿Sabes a dónde fue tu hermano? -la pregunta no tenía relación con el tema que Francis quería hablar con su hijo, pero de todas formas la hizo, porque de alguna manera, no deseaba seguir escuchando el tono hiriente y cortante de Alfred, le dañaba demasiado. Y Alfred siempre había sido así, por lo menos con él.

- No lo sé.

- Alfred -Francis se sentó a su lado, algo incómodo. Estar al lado de Alfred siempre se sintió como si entre ambos hubiera una pared que los separaba y era frustrante, Francis nunca pudo derribarla y pensó tristemente, que esa no sería la ocasión.

- Sobre... tengo que explicarte lo qué pasó con tu papá.

- No tienes que hacerlo, ya lo sé: tú engañaste a papá y ahora te lamentas, ¿no es así? Siempre ha sido lo mismo.

La expresión en el rostro de Francis era tan abrumadora que incluso el niño retrocedió un poco, pero sin demostrar los temblores que comenzaban a invadir su cuerpo. Se sintió mal, cuando llegó a esa casa de la mano de su gemelo, pensaron que todo estaría bien y por primera vez serían felices para siempre. Curiosa palabra. De a poco, Alfred aprendía que no existía.

- Alfred, ¿qué estás diciendo? -Francis se levantó con espanto, casi cayendo al tropezar con sus pies.

- La verdad.

- No. Yo sólo quería comunicarte que con tu papá nos daremos un tiempo para pensar acerca de nuestra relación.

- Tú no eres lo suficientemente bueno para el -susurró con los ojos llenos de fuego.

- Me iré esta tarde. Te quiero, Alfred. Te prometo que te veré cada vez que pueda.

- Yo no quiero verte.

El mayor tragó duro ante las palabras pero asintió con torpeza y se dio la vuelta, sintiendo descargas eléctricas por toda su humanidad. De pronto, se volvió a cuestionar:

- Alfred, ¿por qué eres así conmigo?

- Porque tú nunca me has dado razones para ser de otro modo.

Aquello le dejó con la lengua trabada y no preguntó más, porque se fue en busca de su hijo menor.

En su recorrido, las palabras de Alfred flotaban en su mente y él trataba de buscarles una explicación lógica. No era un mal padre. Nunca había hecho nada para ganarse el odio de Alfred de esa manera tan abrupta. Bueno, tal vez sí lo había hecho. Pero una infidelidad de su parte no debería ser el motivo más grande, además, Alfred parecía odiarle desde su llegada –y entonces tenía tres años-, nunca parecía estar cómodo a su lado, nunca disfrutaba de su compañía, nunca le parecía bien que él estuviera en casa demasiado tiempo. Alfred siempre le rechazaba y eso dolía, y mucho. De pronto, Matthew asaltó su mente. ¿Dónde podría estar? Porque como un muerto había recorrido toda la casa y el patio y no lo podía encontrar.

Matthew era diferente a su gemelo, jamás diría palabras sin pensar, y a pesar de tener seis años, su mente lograba formular las frases más correctas e indoloras para reclamar algo que le parecía injusto desde la perspectiva de un niño. Sonrió. Él sí tendría perdón sincero para él.

Subió los peldaños de la entrada de su casa, para buscar en el sótano, porque a su hijo le gustaba la oscuridad, pero escuchó sollozos provenientes del rincón más alejado del patio, cerca de la piscina: la terraza. Sí, ése era un buen lugar que no había pensado. Se dirigió con sigilo entre los arbustos, cruzando el pequeño puente y llegando al lugar indicado. Tuvo que agudizar su vista para ver a su pequeño hijo; finalmente lo halló bajo la mesa de la terraza, llorando. El corazón se le aceleraba más a medida que se acercaba al niño y tenía un poco de miedo de que reaccionara de la misma manera en que lo hizo Alfred. Se agachó y miró hacia abajo. Matthew, al escuchar todo el ajetreo, levanto la vista y Francis notó que lágrimas le rodaban por la mejilla y se deslizaban por su cuello.

- Père. -susurró con claridad y masajeó sus párpados.

- Hola Mattie -Francis cerró sus ojos por un momento, como descansando y sonrió.

- ¡Père!

Matthew corrió fuera de la mesa y con el impulso se pegó en la cabeza, pero no le importó, porque en ese momento, su padre estaba presente y nada más le interesaba. Abrió sus brazos y lo apretujó fuerte, abrazándolo con ternura, con amor y miedo, como solía abrazar a Alfred las noches en las que escuchaba los gritos de sus padres o cuando sentía terror de monstruos debajo de su cama, o cuando recordaba el tiempo en el orfanato; acarició su rostro y le miró a los ojos, mientras Francis le besaba la frente.

- ¿Qué fue lo que realmente ocurrió allá dentro? -cuestionó él, sin fuerzas.

- No es la gran cosa -sonrió- Bueno, no te va a afectar tanto, o eso espero.

- ¿Qué pasó?

- Con Arthur pensamos que lo mejor es darnos un tiempo para pensar lo de nosotros. No queremos hacerle daño a ninguno de ustedes, así que esta es la primera opción.

- O sea... ¿eso significa que te vas a ir de casa para siempre? -Matthew ya comenzaba a llorar de nuevo.

- Yo no diría ''para siempre'', porque eso es mucho tiempo -contestó con amabilidad, para tratar de aliviar el peso en los hombros de su hijo- Esto es sólo un ''hasta luego''.

- Pero nos vas a dejar. ¡Ya no te vamos a ver! Y père, yo te quiero mucho y no quiero separarme de ti. No quiero estar solo otra vez... -dichas esas tristes palabras, el rubiecito se escondió bajo la mesa otra vez.- ¿Por qué tenías que hacerle eso a papá? ¿Por qué tienes que irte ahora?

- Es mejor. Es mejor, Matthew. Tú odias que nos peleemos, ¿verdad? -habló al horizonte, al vacío eterno en el sol naciente. Recibió silencio como respuesta y supo que Matthew había asentido.- Entonces, si ya no estoy aquí, tu papá no tendrá con quien pelear y ustedes no tendrán razones para estar tristes.

- ¡Sí las tendremos! -gritó llorando desde abajo- ¡Tú no vas a estar aquí! No te veremos más, père. ¡No quiero, no quiero, no quiero! Voy a extrañarte mucho. Por favor, no te vayas.

- Que tu papá y yo no estemos juntos, no significa que no volverás a verme. -le dijo, tranquilamente y se agachó para que sus ojos hicieran contacto- Voy a venir todos los fines de semana y nos divertiremos juntos. Ya verás, no será diferente.

Matthew no dijo nada, simplemente se quedó allí, inmóvil. Francis exhaló fuertemente y se irguió, recuperando totalmente su altura y sintiendo el sol azotando en su cara que quemaba de a poco sus bonitos ojos azules. No esperó a que su hijo reaccionara, simplemente se dio la vuelta y se dirigió a la casa.

Nadie fue tras él.

Adentro, todo estaba muy oscuro y silencioso, excepto por el sonido que emitía la televisión encendida aún por los niños y que nadie se había dado el trabajo de apagar. No divisaba gente alrededor y Francis escaseaba de ánimos para buscarles; supuso que Alfred debía estar arriba con Arthur. Caminó por las escaleras y no oyó voces. Siguió por el hasta el fondo y su puño delicado se deslizó por la puerta suavemente. Dos toc y la puerta se abrió. Francis observó a un débil y casi acabado Arthur, ojeroso y con los orbes enrojecidos por las lágrimas que se mantenían contenidas y que no estaban dispuestas a salir en la presencia de aquel hombre infiel y sin corazón.

- Vengo por mis maletas -dijo él, con calma y Arthur asintió, dejándole pasar. Francis pudo notar que su hijo mayor se encontraba sobre la cama y le miraba inexpresivo. Avanzó hacia el armario y abrió las puertas de par en par, sacando tres maletas y tirándolas al suelo.

- Ven, Alfred. Deja a tu padre hacer las cosas tranquilo. –El rubio miró a su pareja y luego a su hijo. Esos dos pares de ojos le dieron las gracias por aquella intervención tan apropiada.

Alfred fue el primero en abandonar la habitación, porque se sentía sofocado con la presencia de su padre en ella. Arthur le seguía detrás, cerró la puerta tras él y antes de salir le dio una larga mirada a Francis, una severa y llena de melancolía, soltó un suspiro frustrado y se largó.

Francis reaccionó del todo a los minutos de encontrarse solo en la gran habitación; no se oían ruidos afuera y pensó que incluso Arthur y Alfred se habían marchado. No le hizo caso a su mente y se dirigió al guardarropa otra vez, mirando lo ordenadas que estaban sus prendas y la delicadeza con que habían sido guardadas y planchadas, cada una en el lugar que le correspondía y ninguna mostraba señales de estar desordenada. Su hombre. Iba a extrañarlo, sí, de eso no había duda, y tal vez esto de la separación iba un poco rápido pero no podía forzarse a vivir una realidad que le disgustaba, y menos hacerlo por sus hijos. Francis sabía que las cosas en un momento iban a empeorar y era mejor cortar todo de raíz, aunque eso le partiera el alma. Alzó la mano y alcanzó su chaqueta de tela, la sacó del ropero con movimientos suaves, y una vez con ella en la mano, se sentó en la cama, observándola y acariciándola con una delicadeza exquisita. Cada hebra, cada tejido, cada detalle, era tan fino y tenía tantos recuerdos. La olió. Olía a Arthur. Y esa chaqueta tenía historia. Era a rayas verticales negras y blancas y la usó cuando tuvo la primera cita con el padre de sus hijos; en ese acontecimiento, él lo había abrazado e impregnado su aroma dulce por toda la chaqueta.

Y jamás se borró.

Eran tantos recuerdos.

Tantos recuerdos que ahora debía dejar partir y hacer desaparecer de su mente, borrar de su corazón y asumir que era pasado, aunque fuera un pasado todavía presente en su corta vida.

Aquella chaqueta fue la primera en guardarse en la maleta y le siguieron docenas de otras prendas especiales para Francis, y es que a sus precarios veintisiete años, su vida se había visto envuelta en confusas y perdurables situaciones.

Su primera maleta quedó llena y tuvo que sacar y abrir la otra, repitió el mismo procedimiento con la tercera y cuando ya estuvo listo, se arrodilló en frente del mueble café que se encontraba a la izquierda de la cama y abrió el cuarto cajón -la cómoda tenía cinco-, ahí se hallaban las fotos y recuerdos de toda la familia: las vacaciones en Escocia, en las Islas Híbridas o en París, incluso recordó que este año pensaban viajar a Newcastle. Los primeros dibujos de sus hijos y tantas cosas inolvidables que quería llevar consigo, pero sólo se limitó a tomar las cosas que le pertenecían y guardarlas en un sobre amarillo que aguardaba encima de la cama. Lo metió en su tercera maleta y terminó por ordenar sus productos de cuidado personal: su perfume preferido, las cremas que hidrataban su piel y todas esas cosas. Había acabado de arreglar todo y aún no se disponía a salir de la habitación, le era un poco shockeante despedirse para siempre de las paredes blancas y de las alfombras suaves y de la cama espaciosa que compartía con la persona que amaba y el balcón y las noches de lujuria... Tomó los bártulos y se puso de pie, resignado. Había compartido nueve años de su vida con Arthur y tenía dos hijos con él, así que no era nada fácil desprender una parte de su historia así como así. Pero eran jóvenes y su destino había avanzado demasiado rápido, recién despertaban a vivir y conocer otras personas, y nueve años después, la magia en su mundo había desaparecido.

Suspiró frente a la puerta y la abrió rápido, sin prepararse aun psicológicamente para enfrentar a su familia y ver la cara de desilusión de Matthew, tal vez, pero él no estaba ahí. Francis bajó las escaleras, con esfuerzo y cuidado por llevar sus manos ocupadas y cuando arribó al living, se encontró con uno de sus dos hijos comiendo fruta y su rostro decaído. Su corazón se apretó un poquito y se cuestionó si valía la pena dejar a Arthur y su familia por largarse con Britney.

Matthew, único en el salón, se apegó al sofá un poco más y gritó por Alfred silenciosamente, pero nadie vino a socorrerle.

- Matt, yo ya me voy -pronunció Francis y Matthew soltó un largo, largo suspiro- Prometo que vendré a buscarlos y... mierda, yo pelearé por su tuición.

- Vas a tener que pensarlo dos veces antes de siquiera intentarlo, Francis -Arthur apareció desde la cocina, con su mirada penetrante invadiendo la habitación.

- No quiero discutir ahora, Arthur. Sólo espera la citación del juzgado, ¿está bien? -él sonó más frío que nunca y se dispuso a la puerta. Matthew tomó una maleta.

- ¿Puedo ir contigo? -preguntó. Francis se arrodilló en el umbral de la puerta de entrada y apartó un suave mechón que caía por los ojos de su hijo.

- No cariño, no puedes. Tu lugar es aquí, junto a tu papá y tu hermano.

- ¿Y dónde es el tuyo?

Francis no respondió, solamente se levantó y le quitó de la mano la maleta a Matthew, cruzó el bonito sendero que adornaba el jardín de su casa y dejó las petacas en el suelo para abrir su auto y el portamaletas. Metió ahí sus pertenencias y se giró, viendo a su hijo. Se despidió de él agitando la mano, con una sonrisa vacía y dolor en su alma.

Fue un adiós frío.


Me dio pena... la volá triste u.u Pero asi son las cosas xd Espero sus reviews, comentarios sugerencias y demás! xd Gracias por leer!