Prólogo

Las tupidas pestañas de Alisa Bosconovitch se separaron con un aleteo. Una potente luz blanquecina centelleaba ante sus ojos mientras se esforzaba por enfocar la mirada, pero los párpados le pesaban demasiado como para terminar de abrirlos. La estancia se oscureció.

-La corteza cerebral se ha cargado-anunció un hombre cuya voz profunda denotaba una mezcla de agotamiento y satisfacción.

-¿Puede oírnos?-preguntó una mujer.

-Puede oírnos, vernos, entendernos e identificar más de cuatrocientos objetos-repuso él-. Si seguimos introduciendo información en su cerebro, dentro de dos semanas tendrá la inteligencia y las aptitudes físicas de una típica quinceañera-hizo una pausa-. Bueno, puede que un poco más lista de lo normal. Pero tendrá quince años.

-Ay, Vladimir, es el momento más feliza de mi vida-la mujer ahogó un sollozo-. Es perfecta.

-Lo sé-él también ahogó un sollozo-. La niñita perfecta de papá.

Uno detrás de otro, besaron a Alisa en la frente. Él olía ha productos químicos; ella, a flores frescas. Juntos despedían un aroma a ternura.

Alisa trató de abrir los ojos de nuevo. Esta vez, apenas pudo parpadear.

-¡Ha pestañeado!-exclamó la mujer-. ¡Intenta mirarnos! Alisa, soy Irina, soy mamá, ¿Puedes verme?

-No, no puede-respondió Vladimir.

El cuerpo de Alisa se tensó al escuchar aquellas palabras. ¿Cómo era posible que alguien diferente determinara de qué era ella capaz? Carecía de sentido.

-¿Por qué no?-preguntó su madre, al parecer por las dos.

-La batería está a punto de agotarse. Necesita una recarga.

-¡Pues recárgala!

''¡Sí! ¡Recárgame!''

Más que nada, Alisa deseaba contemplar aquellos quatrocientos objetos. Quería examinar los rostros de sus padres mientras ellos los iban describiendo con voces amables. Deseaba cobrar vida y explorar el mundo al que acababa de nacer. Pero no podía moverse.

-No puedo recargarla hasta que las piezas terminen de fijarse-explicó su padre.

Irina empezó a llorar; sus débiles sollozos ya no eran de alegría.

-Tranquila, cariño-musitó Vladimir-. Unas cuantas horas más y se habrá estabilizado por completo.

-No es por eso-Irina inspiró con fuerza.

-Entonces, ¿Por qué?

-Es tan guapa, con tanto potencial y...-sollozó otra vez-. Me parte el corazón que vaya a tener que vivir..., ya sabes..., de esa manera.

-¿Y qué tiene de malo?-replicó él. Aunque algo en su voz delataba que sabía la respuesta.

Irina soltó una risita.

-Estás de broma, ¿No?

-Irina, las cosas no van a seguir así eternamente-declaró Vladimir-. Los tiempos cambiarán. Ya lo verás.

-¿Cómo? ¿Quién va a cambiarlos?

-No lo sé. Alguien lo hará... por fin.

-Bueno, pues confío en que sigamos estando aquí para verlo-repuso ella con un suspiro.

-Estaremos-le aseguró Vladimir-. Nosotros, los Bosconovitch, solemos vivir muchos años.

Irina rió con suavidad.

Alisa se moría de ganas de saber qué tenía que cambiar de aquellos ''tiempos''. Pero formular la pregunta resultaba impensable, ya que su batería se había agotado casi por completo. Poco a poco, Alisa fue sumiéndose en la oscuridad y acabó por dejar de oír a los que la rodeaban. No podía escuchar a sus padres ni percibir el olor a flores y a sustancias químicas de sus respectivos cuellos.

A Alisa sólo le quedaba confiar en que, al despertar, eso por lo que Irina quería ''seguir estando aquí'' se hubiera hecho realidad. Y que, de no ser así, la propia Alisa tuviera la fuerza necesaria para conseguírselo a su madre.