Historias envueltas en tu propio pelo
I. Madurez
Las puertas de shōji del antiguo hogar de Sasuke están impregnadas de susurros y silencios. Allí nadie eleva la voz; y su madre, cuando los llama a cenar, lo hace sin quebrantar la quietud del escenario. Su padre reniega de los aparatos electrónicos, tal es así que el desuso acabó por arruinarlos. Si algún integrante de esa familia se encuentra ocioso, siempre hay un libro o un pergamino de sellos al que acudir.
Pero Naruto lo acusa de pedantería, y Sakura suspira delirios sobre un "halo de misterio que lo envuelve". Ninguno de ellos sabe que en su niñez (su buena niñez), el llamarse al silencio era un bien inmaterial muy valorado por su familia.
El silencio que llegó después, no fue más que obligado.
En ese hogar, cuando los espacios se llenaban de momentos compartidos entre un ama de casa, y un niño que apenas iniciaba la academia, el pasar de las horas le era interminable como tirar del hilo de una inmensa madeja de lana. Estar a solas con su madre era algo mundano y soporífero, si lo comparaba con el desafiante mundo de los adultos, o las secretas misiones en las que el prodigio de su hermano solía irse por días o semanas.
Cuando sus pensamientos deciden tomar la ruta equivocada, y sus ánimos vagan en ríos turbulentos, amenazando con caer y descender hasta el súmmum de la desesperación, Sasuke se aferra a esos recuerdos.
Uno de ellos es el de su madre arreglándose el cabello. Mientras él hacia sus deberes en el corredor que daba al jardín, en algún día de sofocante calor, ella lo acompañaba metiendo los pies en una cubeta de agua fría. También se humedecía el cabello y preparaba, en un recipiente, un ungüento casero con un aroma demasiado dulce para su gusto: miel y yogurt.
Aburrido observaba todo el proceso: su madre separaba su melena negra en mechones medidos y exactos, e iba empapando cada uno de ellos en esa mezcla pegajosa, desenredando sus hilos con dedicación y paciencia. Como todo lo que hacía su madre.
–Okaasan, eso es una pérdida de tiempo.
Ella sonrió suavemente, y apenas corrió la cabeza para mirarlo.
–Ciertamente lo es, pero cuando era una kunoichi a tiempo completo, no había ocasiones para hacer estas cosas –explicó, llevando todo su pelo en un rodete alto, y cubriéndose la cabeza con una toalla–. Debo recuperar el tiempo perdido, ¿no lo crees Sasuke?
Él se encogió de hombros, con la intención de volver su atención al libro de tareas. Pero al rato, no pudo evitar calmar la curiosidad de algo que hacia un tiempo andaba aleteando en su cabeza, desde que encontró una foto de su madre vestida con el uniforme de los Jōnin.
–Okaasan, ¿extrañas tu trabajo de ninja?
Un gesto contrariado cruzó su rostro por menos de un segundo, pero fácilmente logró reimplantar su inalterable sonrisa materna. Sasuke apenas lo notó.
–Me gusta estar aquí, ¿a ti no te gusta que yo esté aquí?
Él se rascó la cabeza, confundido. No se imaginaba a su madre en otro lugar que no fuera aquel.
–Claro. –respondió resueltamente, y volvió a centrarse en su tarea, mientras ella a la suya.
En esos años su vida era tan serena que no rumiaba demasiado sobre las personas que lo rodeaban, pero años después, solía preguntarse cuál habría sido su respuesta si ella hubiese hablado desde la sinceridad. ¿Cuánto había renunciado de sí misma por ellos, por su familia, por ser la esposa del líder del clan?
–Okaasan –la llamó, sin apartar la mirada de la hoja. Su padre nunca prodigaba frases amables a su madre, como hacían sus tíos entre sí, cuando iba a visitarlos. Pero él podía intentarlo–. Tienes un cabello bonito, no necesitas de esas cosas.
Ella no era alguien de ademanes grandilocuentes o expresiones desenvueltas, por lo que la carcajada espontánea e inesperada que hizo su madre lo hizo sonrojar.
–Por eso mismo es que lo tengo bonito –respondió–. Para una mujer, el cabello es uno de sus valores más preciados.
…
…
Sasuke levantó del suelo un puñado de los mechones desperdigados en el suelo. Hilos rosas, suaves, y muy largos. Era irreal verlos separados de la cabellera de su compañera. Los empuñó, y esa comezón dolorosa que nacía en el sello maldito, se removió entre su hombro y el cuello.
–Sasuke-kun –Él volteó hacia la voz–, ¿te sientes bien?
Sakura lo buscaba, con ojos preocupados, y vio como ella bajaba la mirada hasta el manojo de cabellos que él sostenía entre sus dedos. Aun cuando su compañera había dado una explicación muy satisfecha y decidida a Naruto, sobre el porqué de su nuevo peinado, una mueca de tristeza cruzó su boca y agitó sus ojos verdes. El Uchiha no pasó por alto aquello.
"Para una mujer, el cabello es uno de sus valores más preciados", recordó. La voz de su madre regresó al presente con la misma frescura de antaño.
–Sakura –habló de pronto–. Crecerá nuevamente.
Ella se mostró confundida, pero luego sonrió.
–No, Sasuke-kun, así está bien en realidad. Hay ciertas cosas que deben crecer, antes que mi cabello –Se palpó las puntas de su pelo, que ahora apenas llegaban a rozarle los hombros–. Crecerá, pero lo hará cuando sea el momento adecuado.
Él no dijo nada, aunque creía comprender lo que ella estaba queriendo decirle. Ese bosque, esos exámenes, los estaban arrojando en un tiempo record al mundo al cual deberían enfrentarse luego. Y debían estar preparados.
Desde atrás, les llegó la voz cansada de Naruto quien les vociferó:
–¡Hey, tengo hambre! ¡Muévanse!
Sasuke chistó meneando la cabeza con resignación, y Sakura bufó de rabia.
–¡Deja de chillar así idiota, que nos delatas! –gritó desde su hombro. Luego se volvió hacia él, sonriendo con brillantez– ¿Nos vamos?
Sasuke asintió, y dándole una última mirada al manojo de cabellos rosas, los dejó caer. Estos se mecieron en el aire, se mezclaron con la hierba y las flores, y durante años la tierra absorbería, agradecida, aquella ofrenda realizada.
…
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