Exoneración: los derechos del ministerio del tiempo pertenecen a los hermanos Olivares, la mitad de sus personajes también, la otra a nuestra memoria histórica.

Agradecimientos: quiero agradecer a Miguel y a Jorge que me invitasen a esta maravillosa iniciativa, a David y a Mario por sus dibujos que son geniales y, a Un ingeniero por sus aportaciones que me ayudaron a mejorar el texto.


A Excelente Senhora

No es sólo historia. Son personas de carne y hueso con sentimientos, cierto fulgor interior y sus dosis de oscuridad. Es algo que hace tiempo aprendió, algo que recuerda cada mañana y la envuelve en una niebla grisácea, una de esas que no se ve y que para cuando te das cuenta de que has estado bajo su influjo, ya ha intoxicado tus pasiones del alma. Soterra tal razonamiento. No tiene cabida en estos momentos.

Hoy se ha excedido en el apretado del corsé, a pesar de la molestia que ello le provoca para llenar el cántaro, procura llevarlo con dignidad. Detrás suya aparece Emilio, está tan concentrada que la asusta ligeramente.

─Ya lo tenemos. Prepárate. Nos vamos.

Unos pasos se escuchan a sus espaldas.

─Doña Inés, su Majestad aguarda y vos, soldado, dejad de galantear a las damas mientras laboran.

Recoge el ánfora llena y le dedica una mirada a su compañero de patrulla, una que dice "vete, ya me reuniré con vosotros en cuanto pueda". Sin necesidad de hablar, ambos se comprenden. Demasiado tiempo llevan ya trabajando juntos. Sigue a la mujer que ha venido en su procura, hasta los aposentos de la soberana, a la cual, Ana Furtado de Mendoça que le acaba de trenzar el cabello, le tiende una pieza plana de plata bien pulida, para que se contemple en ella.

─Você está muito formosa.

Doña Juana esboza una sonrisa genuina, la cual contagia por unos breves instantes la estancia de felicidad.

Durante las horas siguientes olvida porqué está ahí, hasta que Alfonso Carrillo y sus secuaces aparecen, impacientes por ver con premura a su reina. El bullicio que procede de fuera, indica que algo grave ocurre. Y antes de que el semblante de la regente se torne taciturno, ella ya sabe lo que han venido a decirle: el testamento de su padre, Enrique IV, ese que la proclama heredera y que le daría la victoria sobre Isabel y Fernando, ha desaparecido.

"Es sólo historia, Lola, es sólo historia". Intenta acallar los remordimientos con estas palabras.

En momentos como este, vuelve la vista atrás y se pregunta dónde habrá quedado aquella joven idealista que un día fue, la misma que despreciaba su vida y desafiaba la guerra y a la Gestapo entre otras calamidades de su época. ¿Cuándo se convirtió en la mujer que es ahora? Esa que camela a una niña, se sienta en su mesa, comparte su pan y luego la traiciona robando aquello que la legitima como soberana. Sacrifica a la pacifista frente a la usurpadora, la misma que impondrá un lastre de oscurantismo que durante siglos arrastrará España.

"¿Y si esta es la auténtica historia? ¿Y si somos nosotros quiénes la estamos modificando?". Las dudas aguijoneándole.

Lo suyo sería aprovechar la confusión reinante para escabullirse con discreción, en vez de ello, se postra ante la Trastámara.

─La guerra todavía no está perdida, Mi Señora ─. Miente con firmeza. ─De todas formas, pase lo que pase, siempre tendréis a Portugal ─, la niña hace un mohín, probablemente piensa en su consorte, ese hombre que casi le triplica la edad pero con el que se ha visto obligada a desposarse. El que no dudaría ni dudará en venderla. Otro gallo cantaría si el enlace se hubiese efectuado con el hijo, ese sí tiene agallas, también altanería. ─Y quiero que sepáis que para mí, vos siempre seréis la Reina.

Lo dice con sinceridad. Los portugueses se referirán a ella en el futuro como la Excelente Señora y, no hay duda de que excelencia es lo que prodiga Juana la soñadora. No sabe Lola cuánto peso tendrán sus palabras y acto en los días venideros, en la obcecación y orgullo que llevará a la de Trastámara a firmar hasta el fin de su vida como Yo La Reina.

Abandonada ya Toro, corazón de la corte de la desdichada y nunca proclamada Juana de Castilla, la patrulla vuelve al ministerio con el testamento. Son las dos y pico de la mañana. Caminan provocando eco en los pasillos. Los chicos sonríen, ella también. Pretende olvidar, aunque tiene la certeza de que no podrá. Otro nombre más que agregar al cementerio de víctimas históricas. Entregan su informe y se van a descansar. Mañana será otro día.

En su recorrido, de vuelta a su tiempo, Lola va cabizbaja, abatida por lo que ha dejado atrás. Levanta la vista y la ve, la puerta que lleva al 27 de febrero de 1439, Toledo. Una idea germina en su mente. En esa época, Abraham Levi aún no había entregado el libro de las puertas, pero ya estaba escrito, el ministerio no existía, la sinagoga donde se guardaba tan importante documento no había ardido ni se habían quemado parcialmente las hojas del libro. Se queda allí varada, mordiéndose el labio, hasta que cede a la tentación y arrastra los pies al umbral, mira en derredor y no ve a nadie. Esta será la primera vez de muchas que traspase esas jambas.

Porqué antes de ella ni siquiera a Salvador se le ha ocurrido la idea de viajar al pasado para recuperar tan importante documento, es algo que se halla fuera de la comprensión de Lola Mendieta.