Desde aquella noche, las cosas cambiaron para Adrien. Le había gustado hablar con Marinette y que ella se sincerara con él. Estaba acostumbrado a los tartamudeos y los sonrojos de ella cuando se encontraban en el instituto, así que había disfrutado de su compañía sin la vergüenza de siempre. De hecho, se había sentido bastante aliviado cuando vio la sonrisa de Marinette al descubrir lo que había montado para Ladybug. Fue como si una parte de él se calentara y le calmara el dolor por el rechazo de su compañera de batallas.

Y fue por eso por lo que volvió a visitarla noche tras noche. Además, le intrigaba saber quién era el chico por el que Marinette sufría. Odiaba pensar que alguien le estuviera haciendo daño; a ella, que era la chica más dulce, inteligente y amable que había conocido nunca. Así que recorrió de nuevo los tejados de París con el sigilo que le otorgaba su traje de Chat Noir. Sabiendo que iba a salir y que no tenía ni idea de cuándo iba a volver (ya que sus charlas con Marinette se alargaban hasta bien entrada la noche), había cebado a Plagg con raciones extra de camembert, de modo que no habría ningún problema por el tiempo que estuviese transformado. Además, con suerte no aparecería ningún akuma esa noche.

Chat llegó a la terraza que había decorado para Ladybug y suspiró. Recordaba sus palabras, diciéndole que ya estaba enamorada de alguien, aunque parecía que ese alguien no le correspondía. Durante un tiempo, había albergado la esperanza de que Ladybug se rindiera con ese chico y se fijara en él. No obstante, la balanza no se había inclinado a su favor y, dos años después de haberse prometido que la esperaría, su corazón había empezado a resentirse. De hecho, ni siquiera se quedaba mirando a su compañera de batallas como lo hacía antaño, como si hubiese perdido la fe en su amor por ella y este se estuviese enfriando.

Tal vez por eso agradecía aún más la compañía de Marinette.

Saltó de nuevo y aterrizó sobre la balaustrada del balcón de su amiga. Aún había luz en su habitación y se preguntó qué tendría despierta a su compañera de clase a esas horas. Vio que la trampilla que daba a su cuarto estaba abierta, por lo que se puso de rodillas y metió la cabeza por el hueco.

―¿Mari?―preguntó con un susurro.

Alguien gritó y, lo siguiente que supo, fue que había recibido un golpe bastante fuerte en la cabeza que le hizo caer sobre un colchón. Parpadeó varias veces para regresar a la realidad y encontrarse con Marinette armada con el cuerpo de un maniquí.

―¿Chat?―murmuró ella, abriendo los ojos por completo al darse cuenta de a quién tenía en su cama― Por Dios, Chat…―suspiró, soltando el cuerpo del maniquí en el suelo y apresurándose a ayudar al héroe oscuro.

Chat se rascó la cabeza, justo en el lugar donde Marinette le había dado.

―Tienes buena puntería―bromeó, mirándola a los ojos.

La expresión de Marinette cambió, reflejándose ahora cierto enfado.

―Bueno, esto es lo que pasa si metes la cabeza por agujeros ajenos sin avisar.

Chat no respondió. Ambos se miraron sin decir nada hasta que empezaron a tomar consciencia de lo que Marinette había dicho. La chica se puso roja como un tomate y se llevó las manos a la cara para taparse.

―Qui… quiero decir que…―tartamudeó, haciendo que Chat se echase a reír.

―Te he entendido, tranquila―le aseguró con una sonrisa, sentándose con las piernas cruzadas una encima de otra, a lo indio.

Marinette se atrevió a mirar a través de sus dedos. Chat seguía riéndose por lo bajo, lo cual hizo que se molestará aún más.

―¿Necesitas algo?―inquirió con cierta sequedad en la voz― Hoy no puedo pararme a charlar, estoy intentando estudiar.

Chat dejó de reír, pero no borró la sonrisa al ladear la cabeza. Tenían un examen de matemáticas al día siguiente y a ella se le daban fatal. Había intentado ayudarla, siendo Adrien y siendo Chat, pero era una negada con los números. Lo suyo era el diseño.

―¿A las once de la noche?

Marinette se encogió de hombros.

―Tú estás haciendo una ronda, así que…

―Porque es mi deber―replicó Chat, siguiéndole la mentira―. Yo soy quien vela tus sueños, princesa, deberías estar encantada de que te haga una visita todas las noches.

Marinette farfulló algo sin sentido y volvió a coger el maniquí del suelo. Chat se encogió un poco, temiendo que volviera a golpearlo. Sin embargo, se lo llevó escaleras abajo, hacia la planta inferior de la habitación. Chat la siguió en silencio con las manos a la espalda, aunque tuvo que apoyarse en una de las paredes al ver la habitación.

En todo aquel tiempo, Chat nunca había bajado hasta esa zona. Siempre se había limitado a quedarse en la terraza o sobre la cama de Marinette mientras charlaban. Jamás se había atrevido a seguirla, no tenía ni idea de por qué había bajado esta vez. Y ver lo que vio, le dejó sin palabras. La habitación no estaba como la recordaba. La última vez que había entrado allí, no había fotos suyas esparcidas por todo el cuarto ni el fondo de pantalla del ordenador era un collage de él con un dibujo de corazones rosas. ¡Pero si hasta el cuaderno de diseño de Marinette estaba abierto por una página en la que él era el modelo de una serie de bocetos!

Tragó saliva con esfuerzo. Quizás fuese por eso por lo que tenía tantas fotos de él. Tal vez necesitaba saber sus medidas y no se atrevía a pedírselo en el instituto.

En ese instante, Marinette se giró hacia él con las mejillas rojas.

―No me mires así, ¿quieres?―dijo ella con la boca pequeña, completamente avergonzada― No soy una acosadora ni nada por el estilo.

―¿Tanto te gusta la línea de Gabriel Agreste?―preguntó, esperando ayudarla con el tema, porque no cabía duda de que no lo estaba pasando precisamente bien.

―Sí―admitió Marinette con una pequeña sonrisa, dirigiendo sus ojos azules a una de sus fotos favoritas de Adrien― y su hijo, también.

Fue como si le hubiesen echado un jarro de agua fría por encima y le hubiesen estampado una puerta en las narices. ¿Qué se suponía que tenía que responder Chat ahora? ¿Cómo podía actuar sin que Marinette se diera cuenta de que acababa de confesarle su… su… amor? «Oh, Dios, ella… yo…», pensó, aunque realmente no podía siquiera completar una frase en su cabeza.

¿Cómo narices no se había dado cuenta antes? Habían tenido que pasar dos años para descubrir el motivo que le llevó a visitarla la primera vez tras el episodio de Glaciator.

―Es una tontería―dijo entonces Marinette, sacudiendo la cabeza y esbozando una sonrisa triste que le atravesó el corazón a Chat; él era el culpable de su sufrimiento.

―No, no lo es―se apresuró a decir, a pesar de que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo―. Supongo que es normal que te guste, ¿no? Es modelo y…

―¡No!―le interrumpió Marinette enseguida, molesta de repente con Chat― No es solo por eso, ni siquiera le conoces. Y yo no soy así, no me enamoro de la gente porque sea el más guapo del universo o tenga más dinero que el alcalde Bourgeois.

Chat asintió, tragando con fuerza antes de dar un par de pasos más hacia ella.

―Así que… por eso estabas triste la otra vez―adivinó, pensando que se estaba metiendo en camisa de once varas; no podía corresponderle como ella quería, en una relación normal, al menos.

―Ajá―afirmó Marinette, dejándose caer sobre su silla de escritorio―. Siempre he admirado a Gabriel Agreste. Él es el motivo por el que quiero ser diseñadora. Pero no es por eso por lo que estoy enamorada de Adrien, aunque yo nunca seré para él nada más que "una buena amiga"―Marinette hizo la señal de las comillas con los dedos llena de amargura, recordando lo que le dijo a Kagami, la chica de la esgrima, frente al Louvre.

Chat desvió los ojos de ella, posando una de sus manos sobre el escritorio de Marinette. Allá donde mirase, su reflejo le volvía la mirada. Era como si su verdadero aspecto le recordase que, en realidad, no tenía ni idea de cómo relacionarse con las personas, menos aún con aquellas que sentían todo eso por él. Seguía sin entenderlo.

―¿Por qué no le has dicho todo eso?―quiso saber Chat, temiendo la respuesta.

―¿Que por qué? Solo mírame, Chat. Él jamás se fijaría en alguien como yo.

Marinette le miró y fue entonces cuando él se dio cuenta de las lágrimas acumuladas en sus ojos azules. Le dolió el corazón y el alma con solo verla, tanto que no pudo evitar dar una zancada y acogerla entre sus brazos, pegándola a su pecho, esperando mitigar su dolor con ese simple gesto. Marinette se dejó abrazar y se aferró al traje de Chat. No tuvo muchos reparos en que él la consolase, aunque se preguntaba cómo era posible que el héroe ligón de París le proporcionase tanta calma y serenidad con un sencillo abrazo.

―Lo siento muchísimo, princesa―musitó Chat contra su pelo, cerrando los ojos con fuerza.

―¿Por qué te disculpas?―sollozó Marinette, confusa, sin poder acostumbrarse aún a la forma con la que él se dirigía a ella en ocasiones― Tú no tienes la culpa de que yo sea tan torpe y patética que el único chico del que he estado enamorada no se fije en mí.

―Está demasiado ciego si no lo ha hecho ya…

―Le gusta Ladybug―añadió Marinette, secándose los ojos con el dorso de la mano y separándose un poco de Chat para poder mirarle―. ¿Y a quién no le gusta? Incluso tú no puedes negarlo. Yo soy nada en comparación con ella.

Chat no supo qué responder. Ella tenía razón en parte. Él había estado enamorado de Ladybug; sin embargo, ahora había algo dentro de él que le ardía al sentir a Marinette junto a su cuerpo. Era una especie de magnetismo que le arrastraba a ella. Se dio cuenta, entonces, de que ella siempre había estado a su lado. Le creyó cuando le dijo que no había sido él el responsable del chicle en su asiento. Fue la primera que quiso presentarse al concurso de su padre y puso todo su empeño para ganar; aquello fue increíble. Confió en que él le enseñara los pasos básicos de la esgrima e incluso devolvió el libro favorito de su padre cuando creyó que lo había perdido. Marinette jamás supo que él había escuchado desde su habitación su conversación con Nathalie y su padre. Había sido impresionante cómo se había presentado ante el gran Gabriel Agreste y le había plantado cara al asunto, encubriéndole, inventándose cualquier cosa para que su padre le dejase regresar al instituto.

Cuanto más lo pensaba, más veía que había sido un estúpido. Marinette nunca le había fallado, a pesar de su vacilación y su poca confianza.

―No tienes nada que envidiarle a Ladybug―susurro Chat, alzando una mano y recogiendo una de las lágrimas que recorrían la mejilla de Marinette.

―No intentes animarme con esas cosas, Chat―sonrió Marinette, sorbiéndose la nariz e intentando apartarse de él, pero fue imposible.

Chat la aferraba con tanta fuerza que no sabía cómo la sangre no había dejado de llegarle a las piernas.

―Créeme, por favor―insistió Chat, inclinándose un poco hacia ella―. Te he observado, ¿vale? Y sé que eres lista, valiente, amable, justa, desinteresada… Eres igual que Ladybug, solo que tú no llevas un traje rojo y negro.

―Ya…―murmuró Marinette, desviando los ojos hacia cualquier otro punto de la habitación.

―Marinette―la llamó entonces Chat, cogiéndola por la barbilla con delicadeza para obligarla a mirarle.

Ella se fijó en el brillo de sus ojos verdes de gato. ¿Cómo era posible que fuesen más intensos que el neón y no dañaran la vista al mirarlos fijamente? Sin saber bien por qué, una de sus manos subió hasta su cara y le recorrió el fino borde de la máscara que le cubría parcialmente el rostro. Chat dejó que le tocara, le resultaba placentera esa conexión, esa sensación de ser tocado por alguien que te quiere de verdad. Los dedos de Marinette se enredaron en los mechones rubios y rebeldes de su pelo, acariciándole con una suavidad que le puso la piel de gallina.

―¿Qué sientes por Adrien?