Bueno. Era un día común de la semana. Estaba de vacaciones, así que todas esas horas de ocio las gastaba en la computadora. No hacía nada más, puesto que no había nada más que hacer. Para que se den una idea, yo era rubia, bajita –Pero no tanto, eh!- y blanca. Pero bueno, la rutina se mantenía.

En uno de esos días, por alguna razón, reencontré un juego el cual no había jugado hace bastante. Decidí actualizarlo, ya que era una versión vieja la que tenía. Cuando terminó, volví a comenzar de cero. Con tanta mejora, no conocía nada y hay algunas cosas que no sabía cómo hacerlas. Jugué un buen rato, me morí varias veces, pero la perseverancia se mantenía. Cuando me aburrí –Luego de VARIAS muertes- decidí buscar por internet comics o Fan-Arts., Relacionados con el juego. Creo que eran las 2 am cuando decidí ir a dormir. Estuve un rato en la cama dando vueltas, mientras analizaba las razones de los finales de las historias que había visto. En algún punto, me cansé y dejé de pensar para poder dormir.

Tuve un sueño algo raro. Un hombre apareció frente a mí. Alto, con pelo negro corto, y un smoking color marrón claro que en los hombros tenía como unas puntas, con una rosa roja en el ojal de este. Estaba fumando un habano y se veía bastante calmado. Tenía una apariencia un tanto tétrica, pero por alguna razón no podía desviar los ojos de esa figura tan extraña. Noté que tenía una voz grave, porque luego de un silencio un tanto incómodo, dijo:

-Hey pequeña, no te ves muy bien. –Dudé a qué se refería con eso- Déjame presentarme. Yo soy Maxwell, Natasha –Me sorprendí a que supiera mi nombre-. A lo que me refiero, -Continuó - es que tu vida es muy aburrida, porque yo te he visto. Y sé que lo único que quieres es un poco más de emoción –En ese momento, creí que me había sacado las palabras de la boca-. Así que te propongo algo, te haré participar en mi juego. Si sobrevives, te daré un deseo de lo que quieras. Si pierdes, tendrás que quedarte ahí para siempre. ¿Aceptas?

Me había quedado completamente callada mientras hablaba. Dudé por unos segundos, sobre qué podría pasar según qué eligiera. No quería continuar esa vida tan común, tan cotidiana. Así que con la frente en alto, y en voz alta, dije:

-Acepto tu trato.

-Bien, mi querida niña. ¿Estás lista?

-Claro, no tengo nada que perder.

Cuando dije eso, dentro de mí sentí como si estuviera cayendo en una trampa, pero me ignoré.

-Que así sea, entonces.

Entonces, desperté.