Cuidando a Blaine

Blaine Anderson volaba de fiebre. Sus padres se habían ido de vacaciones, y no tenía quien lo cuidara. Sam Evans, su mejor amigo, se ofreció a hacerlo. Quizás porque estaba acostumbrado a cuidar a sus hermanitos menores.

El rubio se sorprendió cuando Blaine le abrió la puerta de su casa; primero porque la inconfundible gomina en el cabello del muchacho había desaparecido, en su lugar, se podían apreciar sus rulos naturales que iban hacia distintas direcciones. Segundo, tenía unas grandes ojeras, se notaba que había pasado al menos dos noches en vela. Y tercero, su vigor y entusiasmo de siempre se había esfumado, aunque claro, como le vas a pedir a alguien con fiebre que esté activo y actuando como una persona sana. A Sam tampoco le pasó por alto la vestimenta: Blaine estaba vestido con un buzo de Dalton y un cómodo pantalón deportivo.

Lo ayudó a recostarse en la cama nuevamente.

-¿Qué necesitas? Estoy aquí para ti-dijo el chico mientras lo ayudaba a taparse bien.

-Gracias. Hace un rato me levanté para tratar de hacerme un té con miel pero me fue imposible… ¿podrías hacerlo por mí?-preguntó con voz ronca pero suave.

El rubio sonrió ampliamente, para eso había venido a su casa.

Para cuando el moreno se quiso dar cuenta, el más alto ya le había traído el té.

-Ojo que está caliente-guiñó el ojo, entregándole la taza. Blaine se incorporó en la cama y sopló un poco para no quemarse. Mientras lo hacía, Sam lo observaba con ternura.

No se contuvo y acarició su cabello con suavidad, una vez que el chico había terminado de tomar el té. Las caricias del más alto le agradaron. Se sentía bien que lo hiciera, aunque no sabía por qué.

El rubio también hizo un descubrimiento: el cabello al natural de Blaine era precioso. Sus pequeños rulos eran muy suaves al tacto.

-Me… me gustó el té con miel-rompió el silencio.

-Me alegra que te gustara-replicó mientras observaba como el otro volvía a acostarse-¿Necesitas algo más?

-Si pudieras comprarme alguna medicina para que me baje la fiebre…

-Oh, sí, claro. Iré a la farmacia de aquí cerca…-se quedó pensando unos segundos-me llevaré tus llaves así no tienes que levantarte para abrirme la puerta.

Y así, Sam caminó unas cuantas calles para comprar la medicina. La farmacia estaba llena de gente, pero el rubio no se amedrentó. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por su mejor amigo, esto solo era un contratiempo. Además, apenas eran las tres de la tarde, el sol irradiaba más luz que nunca.

-Blaine, ya regresé-murmuró el chico entrando a la habitación. El de rulos se encontraba inmóvil, bajo las sábanas. En efecto, el chico se había quedado profundamente dormido.

Ahora sí, el enfermero se encontró en una encrucijada. Sin embargo, solo tenía dos opciones:

Despertar a Blaine y darle la medicina.

Dejarlo dormir y dársela cuando despertara pero… quién sabe cuántas horas pasarán.

Indeciso, se acercó más a su amigo. Lo miró con atención: su pecho subía y bajaba lentamente, su rostro era como el de un ángel que por fin había podido descansar. Se veía muy tierno… tanto que al chico le dio pena despertarlo. Decidió dejarlo dormir el tiempo que sea necesario. ¿Pero ahora que iba a hacer en todo este lapsus?

De golpe le dieron ganas de acostarse y echarse una siesta a su lado, pero nunca habían dormido en la misma cama y, tal vez, eso podría sobresaltar al más bajo.

Se terminó sentando en la silla de la computadora y dio un par de vueltas, siempre le echaba un vistazo al de rulos cada vez que giraba para el frente donde se encontraba su cama; este como hace un rato, dormía plácidamente. Al cabo de unos minutos, encendió la computadora para luego abrir el Facebook. Solo se encontró con lo mismo de siempre, aunque las fotos de gatitos que había subido Brittany S. Pierce en su biografía le habían sacado una dulce sonrisa.