Este fic participa en el minireto de enero para "La Copa de las Casas 2015-16" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black, y debe empezar con la palabra tormenta y terminar con la palabra mirada.
Disclaimer: Todo lo que reconozcáis, es propiedad de JK Rowling.
Longitud: 399 palabras.
NA: El fic transcurre durante la guerra de Hogwarts, por si hubiera alguna duda. ¡Espero que les guste!
Tormentosa mirada.
Tormenta. Diluvio. Vendaval.
Sin miramientos, azotaron su mente en una milésima de segundo.
Sus ojos se habían cruzado en medio de aquel caótico y confuso ambiente, y, egoístas, quisieron ignorar por otra milésima de segundo que había gente a su alrededor que corría para ponerse a salvo y que gritaba de dolor.
Dolor, propio o ajeno.
El dolor de una herida abierta o el de la incurable e irrefutable pérdida de un ser querido.
En aquel conciso segundo en el que el tiempo se paró una eternidad para ellos, pudo observar con el detenimiento y la parsimonia del que no tiene nada que perder, cómo los dedos de la muchacha se entrelazaban con los de un indeseable pelirrojo.
Cerró los ojos. Aquello había dolido, más que el puñetazo que le propinó una vez, más que los cruciatus que recibió. Mucho, mucho más. Había lastimado de aquella manera porque había dado directamente donde se suponía que tenía un corazón, aunque él tuviera sus dudas al respecto.
Abrió los ojos ojos con la sensación de que habían pasado mil años desde que sus párpados de rubísimas pestañas se cerraran. Pero ella seguía allí, casi en la misma posición que cuando había abandonado la grotesca visión de ellos dos juntos para dar paso al tranquilizador y solemne negro de la invidencia.
Un chispazo violeta pasó lentamente entre ellos, ante sus ojos ambiciosos que se negaban a aceptar que aquel segundo eterno tenía que acabar algún día. Aquel segundo de gracia que les había concedido un último momento para recordar lo que habían vivido juntos, en secreto, aunque bajo la supervisión de millones de estrellas que podrían testificar y declarar culpables a esos dos del delito de enamorarse. Aquel interminable segundo en el que algo se rompió estrepitosamente en sus vidas al obligarse a admitir de la manera más brusca y dolorosa posible que aquello, de todas formas, no podría haber prosperado.
El rubio lloró sin lágrimas viéndola marchar, demasiado orgulloso para admitir que aquel estúpido se llevaba de la mano lo único bonito que había tenido en la vida.
Qué segundo más largo, qué porvenir más incierto.
Clavado en el suelo, observó cómo ella, ya a lo lejos, giraba la cabeza y hacía ondear su melena a un lado. Aquel movimiento pareció pegarle en la cara con su aroma a vainilla, mientras sentía otro puñetazo en el corazón con aquella última mirada.
