Un tributo
La noche antes de la cosecha no pude dormir. No sabía por qué. No iba a ser la primera vez que mi nombre entraba en la urna. Y esperaba que no fuese la última. Me giré en la cama y el colchón chirrió. No pegué ojo en toda la noche.
Me levanté por la mañana cuando mi madre entró en la habitación a buscarme y fingí que había dormido algo. Me senté en la mesa a desayunar, donde ya estaban mi padre y mi hermano.
-Eh, Lils –levanté la cabeza de la comida cuando Luk me llamó y le miré-. ¿Estás nerviosa? -negué con la cabeza mientras le daba vueltas al desayuno con la cuchara. Mi pelo rubio me enmarcó el rostro al mover la cabeza. Mi hermano dejó escapar una risa- ¿Sabes lo mal que mientes?
Esperé a que mi padre abandonara la habitación para responderle.
-¿Y tú sabes que si nuestro nombre sale elegido moriremos? ¿Lo sabes? –casi grité- Puede que nos mate uno de tus vecinos, ¿y tú te lo tomas a risa? –estallé.
Dejé caer la cuchara sobre la mesa y dejé a Luk solo. Esa personalidad suya de reírse de todo siempre me había molestado, pero eso era colmar el vaso.
Mi madre es empeñó en que me arreglara para ir a la ceremonia. Me puse un vestido azul turquesa bastante sencillo: tenía de todo menos ganas de mover un dedo por ir a esa elección de sacrificios. Luk y yo llegamos al recinto, ese en el que nos trataban como ganado listo para matar. Nos pusimos cada uno en la zona que nos correspondía y nos dirigimos una mirada antes de separarnos. Por muy irritante que fuera, era mi hermano y le quería. Me junté con las demás chicas del distrito y miré sus caras, distraída. Algunas estaban nerviosas, otras lloraban, otras estaban inexpresivas. Cuando empezó la selección de los tributos, todos centramos nuestra atención en la urna. Esa urna. La urna. La urna.
Y salió un nombre. Y salió el segundo. Ya había dos tributos.
Cuando quise darme cuenta, ya estaba en el escenario, al lado de la urna, de esa urna de la que había salido mi nombre. Pero yo ya no escuchaba nada. Nada me importaba. Nada importaba. No prestaba atención a nada. Ni a mi compañero de distrito, ni al apretón de manos, ni a la despedida con Luk y mis padres, ni al viaje en tren, ni a la llegada al Capitolio, ni a las entrevistas, ni a los entrenamientos, ni a las puntuaciones, ni al desfile, ni a la arena, ni a la Cornucopia, ni al cuchillo que me clavaron en el estómago cuando trataba de huir. A nada.
Yo ya estaba muerta antes de empezar.
