-No puedo creerlo...- murmuraba Nasuada, a la vez que sacudía la cabeza, agotada- Es increíble que Murtagh nos haya traicionado de esa forma.
-Yo tampoco lo esperaba, mi señora- dijo Arya- .Parecía un buen hombre y un valiente guerrero. Decía odiar a Galbatorix y se ha unido a él.
-Ten en cuenta que ese malvado es más listo de lo que pensábamos. Además, no esperábamos que los gemelos nos traicionaran también. Eso fue un factor sorpresa importante. Los vardenos le estaremos eternamente agradecidos a Roran, el primo de Eragon, por habernos librado de semejante amenaza. Si no llega a matarlos, habríamos perdido.
-Desde...
Uno de los generales entró en la tienda interrumpiendo a la elfa. Llevaba una ensangrentada venda alrededor de la cabeza y otra en el brazo. Se notaba que venía corriendo, puesto que respiraba entrecortadamente.
-¿Qué desea, general?
-Una...Una mujer se acerca a nuestras tropas atravesando el campo de batalla. No sabemos qué hacer. ¿Cuales son sus órdenes?-Ambas mujeres se miraron a los ojos y compartieron un mudo pensamiento. Nasuada lo miró y le ordenó que fuera a buscar a Eragon, Roran y Orik. Cuando el hombre se marchó ambas tomaron sus armas y salieron en dirección al linde del campamento. Al cabo de unos minutos, Eragon, Roran, Orik, Horst y algunos aldeanos llegaron corriendo junto a ambas. Saphira venía detrás con cuidado de no pisar a los heridos o de darles un golpe con la cola.
-¿Qué ocurre?-preguntó el joven jinete-¿Más soldados?
Al ver que no contestaban y que todos miraban al frente asombrados, dirigió la vista hacia allí. Gracias a su vista élfica, pudo vislumbrar lo que los tenía a todos anonadados.
Una mujer montada en un caballo negro como la noche, tapada con una capa bruna también, se dirigía hacia ellos. No se le veía el rostro, puesto que lo cubría con una capucha. Se sentaba muy recta, aunque temblaba ligeramente y su cabeza se encontraba gacha. Junto a ella, caminando junto a la montura, un lobo del más puro blanco la acompañaba. De repente, alzó la cabeza como si acabara de reparar en la presencia de todos ellos. Entonces, paró el caballo con delicadeza y bajó con cuidado, con movimientos perfectamente calculados, como de alguien que lo hace siempre de la misma manera. Tomó las riendas del animal y apoyó la mano en la cabeza de la fiera, que parecía mansa y fiel como cualquier perro de compañía que te cuida la casa de los ladrones. Eragon notó algo extraño en ella desde el principio. Un gemido de angustia hizo que todos reaccionaran y miraran a la elfa, la cual, tenía puesta una mano en la boca y estaba al borde del llanto. Antes de que alguno de ellos pudiera detenerla, ya había echado a correr hacia la mujer. Cuando llegó hasta ella se quedó parada unos instantes y dijo algo en el idioma antiguo que solo Eragon pudo entender y que lo dejó muy impresionado. Segundos después, Arya se echó al cuello de la mujer y la abrazó con fuerza. Esta no le devolvió el abrazo, puesto que antes de poder reaccionar, cayó desmayada en brazos de la elfa.
