Disclaimer: Prince of Tennis le pertenece a Takeshi Konomi.

Notas de autora al final de la página.


De envidia y otras debilidades

Capítulo 1: Envidia y cobardía

Ryoma era, en muchos aspectos, un muchacho distinto a los demás. Desde sus ojos amarillos gatunos, que destacaban por sobre el común del café y miraban desafiantes a todo aquel que se atreviese a retarlo a un partido de tenis, pasando por su cabello negro con pequeños tintes verdes hasta su definida y altanera arrogancia. Lo último, sin duda, era lo que más hacía resaltar al menor de los Echizen. Y lo que más hacía cabrear a otros tantos.

Muchas personas aceptaban al chico tal cual era, con todas esas características impregnadas fuertemente en su carácter. Su familia y sus amigos más cercanos ya estaban acostumbrados, y ya no batallaban por intentar cambiar aunque fuese un solo resquicio de su personalidad. Sus profesores, a regañadientes, habían tenido que aceptarlo, simplemente porque no les quedaba otra. Echizen Ryoma no iba a cambiar, y menos por ellos.

Sin embargo, había ciertas personas, tal vez más de las que Ryoma alguna vez pudiese imaginar —porque él no pensaba demasiado en esas cosas, aunque tampoco era estúpido—, que no soportaban al chiquillo endemoniado, y no tenían por qué esconderlo. Bien sabido era por él y por sus compañeros del Seigaku que varios jugadores de otros equipos de tenis le tenían sangre en el ojo. Un claro ejemplo fue Akutsu Jin en los tiempos en que se llevaba mal con él, tiempos en los que incluso llegó a maltratar físicamente al muchacho con pelotas de tenis.

Sin ir más lejos —y para recalcar lo ensañados que estaban con el novato—, un día, después de encontrarse con unos jugadores de un equipo que Ryoma no recordaba en absoluto, él y Momoshiro Takeshi sufrieron un incómodo incidente. Los muchachos les impidieron el paso, alegando que tenían asuntos que arreglar con el novato del Seigaku. El aludido, por supuesto, no hizo caso a las provocaciones de los chicos, lo que terminó por enervarlos más. Al final, Momoshiro fue quien arregló la situación, aunque no de forma tan diplomática. Simplemente los mandó al carajo y los miró de forma desafiante, como retándolos a que lo contradijeran. Los muchachos, por alguna extraña e inexplicable razón, no enloquecieron ante aquella acción, y dejaron que se marcharan. Cuando ya estuvieron lejos de ellos, Momo le comentó al ambarino que aquello se llamaba envidia. Y Ryoma, sin meditarlo demasiado, llegó a concordar con su amigo. Y así, el problema se solucionó y pronto cayó al olvido.

Pero otro día, tal vez uno demasiado desafortunado, las cosas se salieron de control. Ryoma nunca se había sentido acorralado o con miedo, pero esta vez era distinto. Siempre había una primera vez para todo y, sin lugar a dudas, ésta era la primera vez para sentir desasosiego.

Acababa de terminar el entrenamiento en el Seigaku, y poco a poco sus compañeros se iban retirando de las canchas, deseándole al peliverde una buena tarde mientras emprendían el retorno a sus casas. Ryoma se quedó practicando un poco más, porque el sabor de su última derrota se sentía amargo en su ego y, sobre todo, en su capacidad como tenista. Otra vez había desafiado a su capitán, sintiendo que ya había mejorado todo lo que había que mejorar, y otra vez había perdido. Ryoma parecía no aprender de sus errores, pues los seguía cometiendo una y otra vez, como un disco rayado que sobrescribe las canciones, y era justamente por eso por lo que nunca podría llegar a ser el pilar de su equipo. No así, no con esa mentalidad. Por eso debía entrenar más que el resto, y hasta llegada la noche si era necesario. Si tenía que derramar sudor y sangre para conseguir su objetivo, entonces sudor y sangre derramaría. No estaba en el diccionario de Echizen Ryoma el concepto darse por vencido.

Cuando el sol se hubo escondido por completo detrás de los grandes y portentosos edificios del distrito de Shinagawa, Ryoma comprendió que era tiempo de descansar. Un cuerpo mullido y agarrotado no sería de ninguna utilidad, menos en un partido largo —como los que siempre disputaba contra su capitán—, en donde la resistencia, tanto física como mental, era clave. Por lo mismo, decidió darse una ducha larga y tendida, pero en su casa, donde podría disfrutar del agua caliente recorrer su cuerpo y relajar sus músculos sin tener que pensar en que ya era de noche y que sus padres se preocuparían por él si llegaba más tarde. Podría soportar el sudor y la suciedad un poco más.

Ordenó con celeridad su equipo de tenis y partió raudamente hacia su destino. Imaginar una cena preparada por su madre no le hacía bien a su salud mental, y su subconsciente le decía que el trabajo duro debía ser recompensado con rebosante comida. Sacudió su cabeza varias veces para ahuyentar esos pensamientos porque, en esos momentos, no le hacían para nada bien.

Sin embargo, no necesitó repetir esa acción demasiadas veces. Ni bien hubo caminado una cuadra, una tropa de personas lo encerró en un círculo. Tampoco requirió forzar mucho su cerebro para notar que eran los mismos tipos de la otra vez. El que parecía ser el líder, un muchacho alto, de complexión mediana, cabello castaño y ojos color café, rompió el círculo y se acercó a Ryoma con una mueca de triunfo grabada en su rostro.

—Echizen Ryoma —dijo, apretando tantos los dientes que Ryoma pensó que se le iban a quebrar.

Como respuesta, el aludido dejó escapar un sonido que se situó entre la burla y la pena.

—No sabes cuánto he esperado este momento —prosiguió el muchacho. Ryoma pensó que aquel chico realmente debía ser muy estúpido, porque apenas habían pasado un par de semanas desde su último encuentro—. El equipo de tenis de Kakinoki te vino a saludar y a dejarte un pequeño regalo —un destello de maldad cruzó sus ojos, y su mueca se ensanchó en sus labios.

Ryoma suspiró mientras cerraba sus ojos y se dirigía directamente a terminar con la cháchara insufrible. Pero el séquito de personas no lo dejó pasar.

—Me parece que no me has escuchado —musitó con un hilo de voz impregnada en rabia—. Aún no te hemos entregado el regalo.

Ryoma alzó la ceja, pero fue lo último que pudo hacer. Dos grandulones se le acercaron con inusitada rapidez, lo agarraron por los brazos y lo tumbaron en el suelo. Sentía las rodillas de los hombres clavadas en su espalda, sus huesos haciendo contacto con su espina dorsal, y joder, eso realmente dolía. Pero no iba a rendirse tan fácilmente, no ante una panda de cobardes. Levantó su cabeza, y en sus ojos se podía ver una desafiante decisión.

Aquello no fue un error, pero de todas formas, Ryoma terminó pagando caro aquella insolencia. Con un chasquido de los dedos del líder, los hombres que lo apresaban comenzaron a pegarle patadas en el estómago. Ryoma sintió que aguantó al menos un minuto hasta que se desvaneció.

No volvió a abrir los ojos hasta que pasaron cinco minutos, y sus adoloridos ojos identificaron, no sin algo de dificultad, lo que era un terreno baldío. Sólo cuando se despabiló por completo pudo sentir un líquido caliente recorrer su cara. Estaba sangrando profusamente por la nariz.

—Siempre esperé poder darte tu merecido —dijo Kuki Kiichi, el capitán y líder del equipo, relamiendo cada una de sus palabras con malevolencia—. Siempre me pareciste un arrogante de mierda, y la verdad es que no eres la gran cosa, no al menos tirado ahí como un bebé —carcajeó, y sus compinches lo imitaron de forma bobalicona—. Finiquiten el trabajo, muchachos. Pronto ya no quedará nada del famoso Echizen Ryoma, el supernovato del Este.

Ryoma intentó pararse y escapar, pero sus piernas le fallaron y volvió a tumbarse en el suelo. Sus ojos se fueron cerrando lentamente mientras sentía golpes y patadas por todas partes de su cuerpo, y en esos momentos se maldijo a sí mismo por no poder ser más fuerte. Si hubiese sido más ancho, más alto, con más musculatura, podría haberle hecho frente a esa tropa de imbéciles. Pero no, él era un muchacho escuálido y bajo, y ciertamente no tenía la edad ni la experiencia para enfrentarse a ellos. Pero no era su culpa, pues ellos habían preferido enfrentarlo en solitario a hacerlo con todo su equipo, donde había gente que sería capaz de todo para defenderlo. Ahora entendía por qué ese día no le habían hecho nada: con Momoshiro a su lado, parecía que aquella panda no tenía tanto valor. Sin duda, aquello era obra de cobardes.

Escuchó, retumbando fuertemente en su oído, que los hombres se iban, riendo y gritando en señal de victoria. Y su última visión antes de que sus ojos se cerraran por completo y cayera inconsciente al suelo, fue unos ojos de un rojo furioso, abiertos de par en par, y un cabello carmesí.

Sakuno suspiró en silencio y cerró lentamente sus ojos al escuchar a su madre. Sintió una extraña opresión en el pecho y no supo explicar por qué le ocurría.

—Por favor, Sakuno, hazme ese favor. Tu padre te acompañará —volvió a decir.

La muchacha inhaló y exhaló antes de hablar, intentando liberarse de la presión.

—No te preocupes, madre, iré yo sola —declaró la cobriza.

Escuchó un chasquido de su madre proveniente de la cocina. Era evidente que estaba en desacuerdo.

—Es tarde, hija, tu padre te acompañará —dijo con un dejo de preocupación, y su voz hizo eco en la estancia.

—Madre, no me demoro más de veinte minutos en ir y volver, la tienda está cerca de nuestra casa y te aseguro que a esta hora aún queda arroz —aseguró la muchacha en tono convincente.

Su madre pareció meditarlo un momento pues el silencio imperó por unos momentos en la casa.

—Está bien —suspiró finalmente—. Pero lleva tu teléfono, sólo por si acaso.

—No te preocupes —Sakuno le sonrió cálidamente a su madre y depositó un beso en su mejilla—. No molestemos a papá, tiene mucho trabajo. Llegaré enseguida —aseguró, cogiendo los billetes del mostrador y guardando en su bolso las llaves de su casa y el teléfono celular.

Salió rápidamente de su casa y aferró el bolso en su brazo derecho. Sentía una preocupación punzante y creciente, y no encontraba la razón. Se quedó pensando un rato, mientras sus pies avanzaban como autómatas por la calle. ¿Habría olvidado algo en el colegio? ¿Habría olvidado una fecha importante, como un cumpleaños o, tal vez, el aniversario de sus padres? ¿Había quedado de juntarse con una amiga y no lo recordaba? Pensó y pensó, pero la respuesta llegó de forma sorpresiva al darse cuenta de que se había desviado del camino principal, y sus ojos se posaron en una escena horrible. Un tumulto de chicos pateaba lo que parecía ser un bulto en el suelo. Cuando ellos se alejaron, haciendo un bullicio terrible, vio con horror un cabello espantosamente familiar: verdoso y brillante.

Ni siquiera lo pensó dos veces: echó a correr a toda prisa y, al llegar, se dejó caer al suelo junto a él. Estaba impactada al verlo en ese estado, y no entendía nada de lo que estaba pasando. Sentía sus pensamientos nublarse, pero alcanzó a darse cuenta de que los párpados de Ryoma se estaban cerrando lentamente, y cuando ella atinó a acercar su fría mano al rostro del muchacho, sus ojos se cerraron por completo.

—¡Ryoma-kun! ¡Ryoma-kun! —sollozó desconsolada, saliendo de su pequeño trance y zarandeándolo para que despertara, acción que resultó ser totalmente inútil.

Rápidamente le tomó el pulso, y notó con alivio que su corazón seguía funcionando. Con sus manos temblando de forma exuberante, tecleó lo más velozmente que pudo el número de una ambulancia y, al cabo de diez largos minutos, el vehículo salvavidas llegó.

—¡Abuela, abuela! ¡Es Ryoma-kun, está herido! Por favor, abuela, avísale a sus padres —dijo entrecortadamente al subir a la ambulancia—. Vamos hacia el hospital.

La muchacha agradeció que su abuela fuera una mujer inteligente, ya que captó de inmediato el mensaje y no le hizo preguntas. Lo que menos necesitaba en estos momentos era relatar el estado de Ryoma.

Sakuno cortó la llamada, guardó su teléfono y se enjugó torpemente las lágrimas. Sus ojos se veían más rojos de lo normal, al igual que sus pómulos y su nariz. Miró a Ryoma y estuvo a punto de romper en llanto nuevamente, pero se contuvo.

"Debo ser fuerte, debo estar con él", pensó con decisión. "No debo flaquear, esta vez es él quien me necesita".

Se sonó profusamente la nariz con un pañuelo, exhaló con lentitud y se acercó al ambarino. Sus ojos lo miraban con un sentimiento de cariño impregnado. Tomó su mano entre las suyas y las envolvió con ternura.

"Voy a estar contigo hasta el final".


Notas de autora:

¡Hola! Sé que debería estar escribiendo la continuación de mis otros fics, pero éste hace mucho tiempo que venía rondando mi mente, y hoy, en un arranque de inspiración pocas veces visto, he podido escribirlo. Va a tener una continuación, no se preocupen.

Espero que les haya gustado y, por favor, háganme llegar sus comentarios, son muy importantes para mí.

Saludos y gracias por leer.