– ¡¿Shinigami?¡!¿Mi hijo quiere ser un shinigami?!
– Sí, como el gran Kumaru – respondí con una gran sonrisa.
Mi padre torció la cara y me dedicó una mirada de desaprobación. No le gustaba nada que optara por ser un shinigami, como aquel que años atrás había traido la deshonra a la familia, Kumaru, un capitán legendario que había desaparecido envuelto en un turbio halo de caos y confusión. Nadie sabía ahora donde se encontraba. Ni siquiera si estaba vivo.
– El gran Kumaru... ¡Deja de decir gilipolleces!¡Kumaru fue un traidor!
– Pero, papá, es un honor que un capitán como Kumaru haya sido parte de nuestra familia. ¡Además, nadie sabe realmente qué pasó!
– Yo lo sé – contestó enfadado – ¡Fue un traidor!¡Traicionó a toda la Sociedad de Almas!¡Se fugó!¡Y trajo la deshonra a esta casa!¡No te permito que vuelvas a hablar de él en esta casa!
Se dió la vuelta tratando de ocultar las lágrimas y cerró de golpe la puerta de mi habitación. Mi mirada, distraída, pensativa, soñadora, atravesó los cristales de la ventana y se perdió en los blancos edificios del Sereitei, lejanos físicamente pero próximos en mis ensoñaciones infantiles.
Sabía que aún quedaba tiempo para que pudiera ser admitido en la academia pero no me importaba. Mientras no pudiera llegar, invertiría mi tiempo en entrenar y entrenar hasta conseguir superar las pruebas de acceso. No había nada que me pudiera parar, nada que pudiera conseguir que yo, Akano Rido, del clan del gran Kumaru, no llegase a imitar a aquella leyenda.
Pasaba el tiempo, cada vez más despacio, y mi ilusión se acrecentaba con los años. Cada día que pasaba estaba un día más cerca de mi sueño y eso me daba fuerzas para aguantar un siglo más. En aquel momento creía que no había nada que pudiera detenerme...
Al fin llegó el momento, el día de los exámenes de acceso. Estaba preparado, sabía que podía hacerlo. La noche anterior apenas había logrado dormir un par de horas, los nervios no me dejaban descansar. Pero me sentía fresco, ligero, liviano, sin las taras propias de la falta de sueño. Era mi gran día, el día en que comenzaría mi aventura en el Sereitei.
Sin embargo, aún había un cabo suelto por atar. Desde el día en que me había inscrito para el examen, mi padre había dejado de hablarme. Era su forma de mostrarme el enfado que le había producido mi decisión.
– Padre, hoy es el día – dije, irrumpiendo en la cocina. – hoy es el día del examen de acceso. Quería que lo supieras.
El silencio fue su respuesta, el mismo silencio que me dedicaba desde hacía meses.
– Sé que no vas a contestarme pero no me importa – continué. – Esto es lo que quiero hacer, te guste o no. Seguiré los pasos de mi abuelo y me convertiré en el shinigami que devuelva el honor a mi familia.
Devolver el honor a la familia... Cuando me escuché me dí cuenta de que hablaba como mi padre. Realmente, yo no consideraría mi familia deshonrada y menos por aquel incidente. Kumaru se había comportado como un héroe y eso le había conducido al exilio. No era un motivo de deshonra, sino de orgullo.
El silencio se mantuvo en la sala así que decidí ir a terminar de empacar mis cosas. Muy pronto estaría despidiéndome de mi madre y de mi hogar. Sabía que lo echaría de menos, nunca había estado fuera, pero aquello no me asustaba. Era por lo que había luchado toda mi vida y no iba a renunciar a ello por un simple miedo infantil.
Me despedí de toda mi familia y emprendí el camino hacia la academia. Caminaba decidido hacia el Sereitei, sabiendo lo mucho que me quedaba por descubrir y recordando lo mucho que dejaba atrás. Cuando estuve lejos, eché un último vistazo a mi casa antes de perderla de vista. Lo que no sabía es que sería la última vez que la vería delante.
