Prólogo
La Visita
El viento bramaba con fuerza, parecía que me guiaba. Había escuchado que Forks gozaba de un tiempo establemente inestable y agradecí haber traído conmigo ropa de abrigo. Pasaba frente a la comisaría cuando comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia sobre el parabrisas. "Realmente debo querer mucho a esa mujer...,no me paga lo suficiente", pensé para mis adentros.
El viaje desde Vancouver por la interminable 99 me había resultado increíblemente tedioso, eso sin hablar de las largas horas de espera en la recepción del hospital. No le pude encontrar allí- era de suponerse, desde el inicio este asunto no había sido nada fácil- pero al menos, me dijeron dónde ubicarlo. No me pareció para nada una dirección clara. De hecho, me habían dicho que ni siquiera estaba dentro de los límites de Forks. Tuve que arreglármelas para pasar por el enramado que rodeaba el maltrecho camino sin dañar la pintura de mi coche. Apuesto que ella no me pagaría los daños. Al fin vislumbré la gran casona blanca. Era la típica casa con la que todos los hombre soñamos alguna vez, llena de niños y con una versión mayor de nosotros. Pero yo ya estaba hace un buen rato en mi versión mayor y a estas alturas no conseguiría obtener ninguna de esas cosas.
Todas las luces estaban apagadas y maldije con tan sólo pensar que mi viaje sería infructuoso, pero apenas aparqué frente a la casa, dejando mi auto flanqueado por dos frondosos cedros, la luz del vestíbulo se encendió. Bajé y activé la alarma del vehículo. No acostumbraba a hacerlo; no era necesario cuando vivías en uno de los países más seguros del mundo. Avancé a paso firme, con las manos en los bolsillos del sobretodo para protegerlas del frío. Subí las escalinatas y me dispuse a llamar a la puerta. Mi mano se quedó a medio centímetro de ésta. Una joven de baja estatura y cabellos cortos apareció tras ella.
-¿Puedo ayudarle?- preguntó con voz melodiosa, voz de soprano. Por un instante, me recordó a la voz de la pequeña Lizzie.
Buenas noches- dije con énfasis, para recordarle que había obviado sus modales- busco al Dr. Carlisle Cullen, ¿es ésta su casa?
-Sí- contesto con naturalidad. Luego guardo silencio, se mostraba seria.
-¿Se encuentra en estos momentos?
-Sí- su rostro continuaba imperturbable. Me irrité, pensé que por un momento me estaba tomando el pelo, pero en su rostro no había ninguna expresión que la delatara, ninguna expresión burlona. Al contrario, era deslumbrante. ¡Emitía tanta inocencia!una belleza angelical ante la que resultaba difícil no parecer turbado. Supe que debía formular mis preguntas con más precisión.
-¿Podría hablar con él?
-Eso depende- exclamó, como si saliera repentinamente de un letargo. Incluso el tono de su voz se volvió más agudo, más infantil – Tal vez Carlisle quiera verlo, tal vez no, ¿quién sabe? Supongo que alguien tendría que preguntárselo...
-Puso cara de reflexión, como si realmente ideara una forma de preguntarle al tal Carlisle si quería verme o no. Decidí seguirle el juego. No resultaría muy difícil dejarse llevar por aquella encantadora, asi que emule su tono infantil...
-Sí, eso definitivamente es un problema...,¿quién podría preguntarle?
-Hum...es una buena pregunta – se llevó una mano a la barbilla, pensativa.
-Tal vez alguien que le conozca...
-Por supuesto...
-Alguien que viva en su propia casa...-sugerí, suspicaz. ¿Realmente no se daba cuenta de que jugaba con ella?
-Lógicamente ...
-A lo mejor un linda señorita...- esperé que se diera por aludida.
-No..., Rosalie no está en casa
Se me paso por la cabeza que podría haber interpretado mal la situación de aquella chica. Por su actitud, bien podía ser una persona fuera de sus capacidades mentales.
-¿Y Carlisle?
-En su oficina
-¿Va a ir a buscarle?
-Eso depende- sentí que volvíamos al punto cero- ¿quiere o no que vaya por él?
-Sí, quiero- conteste como si fuera lo más evidente del mundo. Me sentí estúpido ante su respuesta.
-¿y cuando pensabas pedírmelo? No todos tenemos tiempo de sobra, ¿sabes?- ahora su tono era hosco, incluso dejó tratarme de usted. Se había cruzado de brazos, y aún así su presencia me era agradable.
-Creo que eso estoy tratando de hacer desde que llegué- mi voz reflejó mi desconcierto.
-¿Vas a pedirlo o no? Tengo cosas que hacer – no pretendía ser afable, en lo absoluto.
-¿Podría llamar al Dr. Carlisle Cullen, por favor?
Me miró fijamente, decepcionada. Al reflejo de la luz, pude ver sus grandes ojos amarillos. Continuó callada, asi que supuse que había algo mal en mi petición.
-Vaya a buscar al Dr. Cullen, por favor- dije en cuanto lo comprendí.
Puso los ojos en blanco.
-Por fin- murmuró.
Se dispuso a dar media vuelta, cuando una voz, igual de encantadora y suave provino desde el interior de la casa.
-Alice- había dicho. Por como la muchacha se giró al escucharla supuse que ese debía ser su nombre.- ¿con quién hablas?
La nueva voz tenía un marcado acento inglés e indudablemente era la de un hombre. Alice farfulló una respuesta tan rápido y despacio que me fue imposible oírla. Creí distinguir la palabra "busca". Tampoco oí respuesta, pero Alice se apartó de la puerta sin siquiera despedirse. Me pregunté si me fallaban los oídos pues tampoco percibí el sonido de sus pasos. No debía olvidar pedir una cita con el otorrino cuando regresara. Fue entonces cuando un hombre, alto, rubio y joven apareció en el hueco que había dejado la muchacha. Tenía, al igual que ella, la piel alba y ojos amarillos, aunque definitivamente más opacos.
-Buenas noches, yo soy Carlisle Cullen ¿en qué puedo ayudarle?- preguntó, al mismo tiempo me tendía la mano. ¿Acaso esto se trataba de una broma pesada?
