Los personajes Sarabi, Mufasa y Simba pertenecen a Disney. Yo los uso con fines de diversión
Mi primer día de padre
Después de esperar mucho tiempo, Sarabi, mi querida esposa, va a dar a luz a nuestro primer hijo. A través de su vientre he podido sentir las pataditas del bebé, lo cual me embarga de la emoción. Deseo que mis obligaciones como rey me dejen ver el parto, y que no se complique, ya que me preocupa que cualquier cosa pueda pasar en ese delicado trance, mi corazón se desgarraría de dolor tras haber conocido la miel de la felicidad.
Afortunadamente, hoy ha sido un día más tranquilo de lo normal. Así que me dirijo con el alma llena de gozo a la Roca del Rey para poder ver el nacimiento de mi pequeño. Sarabi ya está lista para dar a luz y está asistida por Rafiki y unas leonas:
—¡Mufasa! Has podido venir— exclama llena de alegría.
—¿Voy a poder ver el parto?— pregunto con timidez.
—Quiero que veas nacer a nuestro hijo —asegura— porque además es el futuro rey.
—Gracias, mi amor
No puede responderme porque ya empieza a aquejar los dolores de parto, un grito agudo y penetrante como el de un águila pone mis sentidos en alerta máxima: le estrecho suavemente una de sus patas delanteras entre las mías y le empiezo a musitar palabras de aliento y tranquilidad al oído. Comienza a empujar al pequeño cachorro de sus entrañas poco a poco entre gemidos de dolor y suspiros hasta que, finalmente, oímos un quedo llanto de entre las manos del mandril:
—No os preocupéis, majestades, el niño ha nacido sanísimo y muy fuerte. Ahora os examinaré a vos, mi reina, solamente por si acaso.
Y deposita a una diminuta bolita de pelo dorada entre las patas de Sarabi. Una vez que sabemos que ella está bien, solamente tenemos ojos para el recién nacido: la única palabra que lo puede describir en estos momentos es hermoso, es tan tierno y delicado que parece mentira que en un futuro se convertirá en un león grande y con melena.
Su madre se lo acomoda mejor entre las patas para bañarlo, y durante esos instantes abre sus ojitos: son castaños rojizo, los ojos de mi esposa, y reflejan la misma bondad que los de ella, aunque también cierto toque de picaresca que no sé a quién me recuerda.
Esos iris castaños rojizo me están mirando con curiosidad, y me apetece aún más conocerle:
—Vamos, cógelo —me insta su madre, leyendo mi expresión como si fuera un libro abierto
—¿Y si se me cae? —pregunto, dejando traslucir mi pánico— ¿y si le hago daño?
—Mufasa, sé que lo tratarás con cuidado— afirma con la certeza de que va a salir el sol mañana.
Con infinitas precauciones, tomo a mi hijo y lo deposito entre mis patas. Una vez acomodado, el pequeño me obsequia con una sonrisa de cariño. Con el corazón henchido de amor, le miro tierna e intensamente a los ojos, él sostiene mi mirada y surge entre nosotros una profunda conexión entre nuestras almas, más allá de la vida y la muerte, que nos dará dicha y felicidad eternas.
El cachorro deposita una de sus zarpitas en mi mejilla, y poso la mía sobre la suya en respuesta a su muestra de afecto. En ese momento, decido el nombre que deseo para él:
—Simba
Y acaricio tiernamente su frente, prometiéndome a mí mismo protegerle eternamente de todo mal.
Minific sobre la paternidad de Musafa. Reviews please. Gracias Vizzle por incluir esta historia en tus favoritos :)
