¡Hola! En primer lugar, gracias por darle una oportunidad a mi historia. Llevo una semana trabajando en esto con mucha ilusión y, por más que lo he intentado, no he podido resistirme a publicar el primer capítulo. Tengo un pelín de miedo porque es la primera historia larga que escribo aquí y no sé cuanta gente la seguirá, así que espero que si os gusta, la apoyéis. ¡No me enrollo más, disfrutad!
Todos los personajes son propiedad de Gosho Aoyama (excepto el personaje de Gosho Aoyama, al que he llamado así en honor a él).
Martes, 10:42 a.m.
Sus stilettos grises de aguja, que habían sido un regalo de su padre al graduarse de la universidad, eran los únicos responsables de romper el silencio de aquel edificio. Caminaba con paso decidido, alineando cada nueva pisada en una perfecta línea recta, sin perder ni un ápice de elegancia a causa de un calzado tan alto. Esa elegancia se reflejaba también en su vestuario, que en contraste con la seriedad que portaba en su rostro, le daba un toque fresco a la vez que maduro. Su falda le caía por encima de las rodillas, a conjunto con su chaqueta rosa pálido, que dejaba entrever una blusa gris de encaje a conjunto con su calzado.
El ruido de sus pisadas cesó cuando se paró frente a una puerta junto a la que se leía Buffete de abogados Kisaki. Comprobó que habían dejado la puerta abierta para ella, al igual que las últimas veces que había frecuentado este lugar, pero aún así golpeó con los nudillos por cortesía. Accedió tras unos segundos, cerrando la puerta de nuevo.
–Buenos días, Midori-san.
Saludó a la secretaria, quien inclinó la cabeza como respuesta desde su mesa de trabajo, en el interior de la primera de las habitaciones a la que daba aquel pasillo. Continuó su camino hasta la habitación principal, a la que también volvió a llamar antes de entrar.
La abogada, dueña de aquella oficina, se giró en su silla, sonriendo ámpliamente a la recién llegada.
–Perdón por llegar tan tarde, mamá. –La joven se disculpó ante su retraso de más de media hora, visiblemente angustiada por ello.
–Un día es un día, Ran. No pasa nada. –Kisaki se puso en pie, maternalmente tomando el bolso de su hija y colgándolo junto al suyo propio.– ¿Puedo preguntar qué ha pasado?
–No mucho. Me ofrecí a llevar a Sonoko a su casting, pero he acabado en medio de un atasco...
Suspiró, maldiciendo una vez más en su cabeza haberle hecho aquel favor a su mejor amiga. No era llegar tarde, ni el tráfico lento, ni haber dormido poco lo que la frustraban. La escena por la que había tenido que parar el coche en medio de la carretera tras otros muchos que se agolpaban, curiosos por saber qué había pasado, era lo que realmente le molestaba.
Ambas se sentaron alrededor de la mesa de trabajo de la que más tiempo llevaba allí, a pesar de que Ran tenía un escritorio propio en aquella habitación desde hacía no mucho.
–Vale, ¿has leído el informe que te di ayer? ¿Lo entiendes todo? ¿Quieres que repasemos algo?
–Mamá, por favor, deja de preocuparte. Todo está bien, es un caso fácil. Tú misma lo dijiste.
–Lo sé hija, créeme, por eso te lo confié. No para asegurarnos de que ganes, mi objetivo es otro: quiero que te luzcas en tu primer caso como abogada y desmuestres quién eres.
–Lo haré. –Sonrió forzadamente la nueva abogada Mouri.
Eri Kisaki, como su madre, supo que algo le ocurría a su hija. Repasó una vez más la elección de ropa y maquillaje de la joven, elegidas con mucho gusto y cuidado. Aunque siempre se había preocupado por su aspecto físico (como cualquier chica de su edad, nada fuera de lo común), en los últimos años Ran se había estado cuidando mucho más. Nunca lo había dicho en voz alta, pero las personas de su alrededor que mejor la conocían sabían el motivo: los últimos años de su adolescencia le habían dejado una sensación de insuficiencia de la que trataba de librarse a toda costa. Sus esfuerzos por ser buena en lo que hacía y verse guapa a sí misma habían dado sus frutos, y para el alivio de todo su entorno, Ran era feliz.
La ausencia de su sonrisa contagiosa aquella mañana era indicativo de que había algo mal. A pesar de haber sido siempre una chica muy sensible, con los años había aprendido a entenderse a sí misma y no solía dejar que cualquier tontería le afectase.
–Cariño, ¿qué ocurre?
La pregunta le pilló de sorpresa. Había estado demasiado distraida pensando en el caso de asesinato que se había encontrado en medio de la carretera, suponiendo que una expresión neutra sería suficiente para que ni su propia madre preguntara nada. Había bajado la guardia, se había equivocado respecto a eso. Entonces, dejó ir su careta y sus ojos se tornaron tristes.
–Mamá...
Martes, 9:05 a.m.
–¿Ran, has visto mi termo de café?
–Lo dejaste en el salón, Sonoko. ¿Por qué no has recogido el correo?
–¡No me ha dado tiempo! Oye, ¿nos paramos en la gasolinera a ver si está el chico guapo que te gustó el otro día?
–¿Qué importa eso ahora? ¡Date prisa o no llegamos!
Todas las mañanas ocurría exactamente lo mismo. Mantenían conversaciones gritando de una habitación a otra mientras ambas terminaban de arreglarse a contrarreloj. Y siempre llegaban a tiempo milagrosamente.
Pronto haría un año desde que compartían piso en una zona de Tokyo relativamente cercana a Beika, aunque suficientemente alejada como para necesitar un medio de transporte. Para poder desplazarse con mayor facilidad, Ran y Sonoko se habían sacado el carnet de conducir al mismo tiempo, aunque siempre era la joven abogada quien acababa al volante. Sonoko había demostrado ser muy temeraria, por lo que ambas preferían reducir así el riesgo de acabar teniendo un accidente.
A Ran no le importaba para nada desviarse en su camino a la oficina de su madre, donde ahora ella trabajaba también, para dejar a su mejor amiga en los estudios de televisión de las afueras de Tokyo. Al igual que cada vez, ella misma se ofrecía a llevarla.
–¡Esta vez voy a conseguir el papel principal! –Exclamó la actriz con entusiasmo, acomodándose en el asiento del copiloto.
Ran puso toda su atención en salir del parking común del bloque sin golpear a ningún otro coche antes de sumergirse en la conversación, ya conduciendo por carretera.
–Va a ser genial cuando cruce la alfombra roja del brazo de Makoto-chan.
–¿Y si no consigues ese papel? ¿Aceptarás algún otro del reparto?
–Ran, hay que ver qué poca confianza tienes en mí... –Reprochó– Lo voy a conseguir, ¿vale? Quiero que Aoyama-san se fije en mí. Es mi turno de brillar, ya he hecho demasiados papeles secundarios.
Aquella mañana, la heredera de los Suzuki tenía una audición para una película. Lejos de lo que su familia se esperaba, había acabado por estudiar artes escénicas y se había negado a tomar el mando de los innumerables negocios que su rica familia poseía. Sonoko sabía que en algún momento su hermana y ella tendrían que hacer algo al respecto, pero tenía claro que sus años de juventud los pasaría dedicándose a lo que le apasionaba. Ya desde el instituto había mostrado tablas como actriz y directora de obras de teatro escolares, y poco a poco conseguía abrirse hueco en la industria del cine también.
–Solo te digo que no cantes victoria antes de tiempo. El triunfo sabe mejor cuando no te lo esperas.
Alrededor de veinte minutos más tarde, Sonoko se bajó del coche. Ran le había deseado suerte repetidas veces, preocupada por la confianza excesiva que su amiga mostraba en sí misma. Confiaba en ella, pero también conocía la dificultad de conseguir el papel principal en un casting al que se presentaría tantísima gente.
Volvió a pisar el acelerador, dirigiéndose ahora a su propio destino. Tenía que prepararse el primer caso que defendería en el juzgado como abogada y no como estudiante.
Eran casi las diez de la mañana, tenía el tiempo justo para encontrar aparcamiento y llegar a tiempo al buffet de abogados. Si por ella fuese, Ran saldría diariamente con mucha más antelación, pero era lo que tenía vivir con Sonoko: la responsabilidad de la una se compensaba con la despreocupación de la otra. Sin embargo, lejos de ser un inconveniente, las diferencias entre una y otra hacían que se complementasen y que la convivencia fuera divertida y sana a la vez.
Mientras había estado pensando en el tiempo que tenía, Ran se dio cuenta de que el tráfico se había empezado a ralentizar, hasta que llegó un punto en el que tuvo que parar el coche en medio de una de las carreteras principales de Tokyo, rodeada por un tapón de coches que hacían sonar sus cláxones desesperados por moverse de ahí.
Genial. Su primer día llegando tarde al trabajo.
Esperó unos minutos con la esperanza de que aquello avanzara, pero no lo hizo. Se inclinó hacia el asiento del copiloto y se asomó por la ventanilla intentando averiguar qué ocurría, pero no pudo ver nada. Contó al menos cuatro coches parados delante de ella, en el carril central de los tres que formaban la vía. Habría cerca de veinte coches parados en aquella zona.
Se le ocurrió algo y se le iluminó la cara. Quizás era peligroso, pero no le pasaría nada si actuaba con cuidado. Pisó el embrague y metió marcha atrás, girándose para ver el camino. Con lo que no contaba era con tener varios vehículos más parados detrás de ella. Estaba perdida y condenada a esperar a que los de delante volvieran a circular.
Ran se dejó caer en su asiento con una largo suspiro, sin despegar los ojos del exterior por si había algún avance. Durante el instante en el que se había girado un montón de conductores habían bajado de sus coches, entre curiosos por saber qué había ocurrido y frustrados por llevar parados más de lo que desearían.
Movida por lo mismo que todos ellos, se bajó por la puerta izquierda de su coche de estilo europeo. Se lo había conseguido comprar ella misma gracias a diversos trabajos que había aceptado durante sus años de estudiante, pero había sido su padre quien lo había encontrado para ella. Un modelo bastante exclusivo que uno de los amigos de Kogoro el durmiente vendía a un precio de ensueño. Ran no se lo había pensado dos veces a pesar de que eso suponía conducir por el lado contrario de la carretera.
Avanzó hasta la primera línea, abriéndose paso entre la gente. Lo que vio hizo que soltase un grito ahogado, llevándose las manos a la boca mientras observaba todo aquello con ojos muy abiertos. Daba igual cuantos hubiese visto a lo largo de su vida, no terminaba de acostumbrarse a los cadáveres. Volvió a examinar la escena, la cual parecía un atropello, pero pronto dedujo que a causa de las cuerdas que rodeaban las muñecas de la víctima aquello había sido intencionado. Ella no era detective, pero había aprendido bastante cosas de estos a lo largo de su vida.
No solo había sangre, coches destrozados y cintas rojas y blancas aislando la escena. También había personas, policías para ser concretos. En un primer vistazo, Ran reconoció una gran cantidad de rostros familiares que durante una época de su vida habían cobrado mucho protagonismo, pero a los que apenas veía desde que dejó de vivir con su padre. Reparó en cada uno de ellos, poniendo atención en identificar a cada uno. Y entonces, en su campo de visión apareció alguien que difuminó la presencia de todos los demás.
El detective que atraía a los muertos. Qué ingenua había sido. Pues claro que él iba a estar en esa escena del crimen.
Hacía alrededor de un año que no lo veía en persona y las intenciones de Ran porque ese período se hiciera aún más largo se vieron frustradas en aquel momento. No obstante, no pudo evitar fijarse en lo guapo que estaba, lo que hacía que por algún motivo se enfadase más. Aunque la última vez que le había visto ya era un hombre y no un adolescente, el aspecto físico de Shinichi Kudo parecía mejorar con el tiempo.
Su ex-novio casualmente levantó la vista hacia la zona en la que se encontraba ella, y sus ojos se cruzaron. Se mantuvieron la mirada durante un segundo. Ran lo miraba con una seriedad que no dejaba ver entre líneas, Shinichi con la sorpresa que ella ya había experimentado un instante antes.
–Perdone, ¿sabe qué ha pasado?
Ran retiró la mirada primero, sobresaltada ante la pregunta de una mujer de mediana edad detrás de ella. Simplemente sacudió la cabeza en señal de negativa, apretando los puños y dirigiéndose de vuelta a su coche sin mirar atrás.
Estampó la puerta con fuerza al cerrarla, sobresaltando a un par de conductores y pasajeros a su alrededor.
La chica se sujetó con fuerza al volante sin encender el contacto de la llave, intentando desesperadamente canalizar la mezcla de emociones que sentía en su interior.
Sabía que era inevitable que en algún momento se cruzasen en aquella ciudad en la que ambos vivían y habían vivido siempre, pero siempre que podía, Ran evitaba encontrárselo. No quería hacerlo porque sabía que con un solo cruce de miradas todos los sentimientos que había echado bajo llave reaflotarían: tanto los buenos como los malos. Los recuerdos de la persona que más feliz le había hecho en la vida a la vez que el responsable de sus miedos e inseguridades.
Quería llorar, pero también quería deahogarse asestándole una patada de kárate, aunque una parte de ella a la que definitivamente ignoraría le pedía ir corriendo a abrazarlo. No podía evitar preguntarse si él, al verla, también había sentido algo, si la echaría de menos o se daría cuenta de lo que ha perdido. También se sentía idiota por ser tan vulnerable a su sola presencia, mientras él había rehecho su vida con otra chica. Aunque Ran evitaba a toda costa artículos y noticias relacionados con él, era imposible no haberse enterado de eso.
Había pasado mucho tiempo desde que no estaban juntos, aunque era muy poco en comparación con haber compartido una vida casi entera. Se conocieron con cuatro años, en el palvulario. Crecieron juntos, se enamoraron, pasaron por momentos buenos, malos y peores. Finalmente empezaron a salir, duraron dos años: el último de instituto y el primero de universidad. Después, rompieron. Y tres años después, llenos de idas y venidas, se reencontraban en mitad de un caso (como no podía ser de otra manera) tras llevar uno entero prácticamente sin contacto.
Otra cosa que Ran se preguntó era si Shinichi se interesaría por hablar con ella, o al menos saludarla, ahora que sabía que ambos estaban en el mismo lugar. Decidió que no quería hablar con él. A pesar de los años todavía no le había perdonado, y no se refería a lo de Conan que intentó digerir como pudo por el bien de ambos. El detective se había ganado a pulso perder su confianza, y todavía no había mostrado señales de querer recuperarla.
Tras un buen rato encerrada en el interior de su coche, a la vez que intentaba encerrar sentimientos que no deberían estar ahí, para la alegría de Ran los coches de delante suya volvieron a moverse. Activó el contacto y, asegurándose de no girar la cabeza pues corría el peligro de volver a verle, salió de aquel sitio de una vez por todas.
Su rostro había adquirido una expresión seria y dura mientras maldecía entre dientes haberse encontrado con aquella persona. La situación no mejoró cuando se dio cuenta de la hora y confirmó lo tarde que iba.
Habían cruzado miradas durante un segundo y había sido suficiente para alterar el humor de Ran durante el resto del día. No quería imaginarse cómo sería si actualmente se hubiesen acercado o hablado. Lo cierto era que, aunque ella todavía no lo sabía, no le hacía falta imaginárselo...
…el destino se encargaría que lo descubriese poniendo a Shinichi Kudo de nuevo en su camino.
Este capítulo es solo una introducción, y como podéis ver, está más centrado en Ran. ¿Qué ha ocurrido en la vida de Shinichi durante todo ese tiempo? ¿Qué habrá pasado entre Shinichi y Ran para acabar su relación? ¿Qué les deparará el dichoso destino? ¿Y quién se esperaría que él tuviese pareja pero ella no?
Actualizaré en cuanto tenga el próximo capítulo listo y vea si mi trabajo da sus frutos. No quiero hacer una historia excesivamente larga para nada, ¡me he propuesto terminarla!
Si os ha gustado, tomad unos segundos para dejar una review o seguir la historia. Me motivará mucho a seguir escribiendo!
