Hola a todas. Vuelvo con otro fic francés. Este es cortito. Se trata de un fic AU, su título en francés es En plein coeur, lo he traducido por En pleno corazón. Su autora es Gottevil. Espero que os guste. Es diferente a todos los demás, como nos tiene acostumbrados esta escritora.
Un nuevo encargo
Su respiración era lenta, sus movimientos precisos. Los latidos de su corazón ralentizándose poco a poco, cada nueva expiración hacía ralentizar su ritmo cardiaco aún un poco más.
Por la mirilla telescópica veía que el hombre estaba inmerso en una gran conversación, visiblemente agitado, su interlocutor gesticulaba en todos los sentidos, ciertamente molesto por la situación o quizás simplemente decepcionado porque su plato de espaguetis no estaba a la altura de sus expectativas. El interior del restaurante era sobrio y poco atractivo, seguramente elegido por su discreción y por no ser nada llamativo, nada mejor para tratar un asunto de negocios o para hablar de cosas que no deben ser divulgadas.
Rápidamente, el hombre sentado frente a la víctima, el camarero que iba de mesa en mesa, los clientes que se movían se convirtieron en invisibles para ella, su mente hizo abstracción de todo lo que la rodeaba. Una única cosa importaba el objetivo, nada más que el objetivo.
El ruido del viento, el canto de los pájaros a algunos metros de ella, posados en la barandilla del balcón, el murmullo incesante provocado por las idas y venidas de los coches abajo, nada podía molestarla. Ella estaba encerrada en su burbuja, concentrada en una sola cosa, su respiración, lenta y reposada, y en el hombre que estaba delante de su mirilla.
A veces, sonreía pensando que los segundos que precedían a la muerte de un hombre estaban cerca de la meditación que practicaban los adeptos al yoga o al budismo. La ironía de la situación, a veces, le arrancaba una pequeña carcajada. Imaginarse que las personas hacían ese tipo de cosas para encontrar la paz interior le parecía idiota, pero sobre todo particularmente realista. Después de todo, ella misma no se sentía bien sino en momentos como este, muy extraños para ella. Su vida tumultuosa la había llevado a hacer muchas elecciones, a menudo malas, a veces muy arriesgadas, pero hoy, como siempre que se encontraba a punto de cumplir un encargo, estaba serena, y a veces, se preguntaba si el término era el correcto, feliz.
Desviando la mirilla algunos grados para verificar que el viento no había cambiado, posó su mirada en una pequeña bandera suspendida en la ventana vecina a la del restaurante. Frunciendo el ceño, hizo un cálculo rápido para ajustar su tiro a las modificaciones del entorno, una ligera brisa se había levantado. Posando su dedo sobre la estrella de su mirilla telescópica, ajustó ésta un poco hacia la izquierda. Satisfecha de su medición, volvió a reposicionar la mira sobre la sien del objetivo.
Delicadamente su dedo se posó en el gatillo, acariciándolo una vez, después dos, en un gesto habitual, casi supersticioso.
Ralentizando ligeramente su respiración y los latidos de su corazón, se tomó algunos segundos, cerró los ojos, y cuando los abrió de nuevo, aguantó su respiración. El gesto fue rápido, preciso, incisivo, casi instintivo. A trescientos metros más allá, el hombre llevó el tenedor a su boca y se desplomó, sin estertor, sin un grito. Estaba muerto antes incluso de tocar el suelo. Un chorro de sangre manchó las paredes beige situadas algunos metros más lejos. Los manteles blancos y rojos de las mesas adquirieron un tinte escarlata que sin duda nunca se iría.
Después de unos segundos de estupor, el hombre sentado frente a la víctima comenzó a gritar, alertando a los camareros y a otros clientes. Rápidamente la agitación que nacía en el restaurante dejó lugar al horror, la gente comenzaba a comprender que acababa de producirse un asesinato bajo sus ojos.
La joven mujer ya había guardado su fusil, desmontado pieza a pieza con delicadeza, cada una de ellas colocada en su sitio en la maleta. Sin darse prisa, dejó la habitación del vacío apartamento que ocupaba hasta ese momento, bajando los escalones uno a uno, tarareando una melodía solo conocida por ella.
Salió del inmueble sin echar la mirada atrás, y con paso seguro cogió la arteria principal de la ciudad. Después de algunos cientos de metros de caminata, se unió a un transportista que la esperaba en una plaza de un parking.
«Buenos días» dijo ella sonriendo, tendiendo la mano para saludar al joven mensajero que fumaba esperando el paquete.
«¿Señora Teller?»
«¡Yo misma! Tome, aquí está el paquete como convenimos. Tenga cuidado, es frágil»
«Ningún problema, señora, no se preocupe, su entrega se hará sin ningún inconveniente. Compruebe que la dirección es la correcta, por favor»
La joven cogió el documento que él le tendía, lo recorrió en diagonal. De todas maneras, salvo la dirección que era la de un almacén, todo el resto de información puesta en el formulario era falsa. Tras firmar rápidamente en la parte de abajo del papel, se lo devolvió al hombre que despegó la parte adhesiva del formulario y lo pegó en el paquete, y después añadió un sello.
«Ya está señora Teller, el paquete ha sido recibido, será entregado mañana como se acordó»
«Genial» respondió la joven sonriendo, y alejándose ya con paso rápido «¡Qué tenga un buen día!»
Sin esperar la respuesta del joven mensajero, continuó alejándose del lugar del crimen, sin la menor señal de estrés.
Algunas manzanas más lejos, se metió en una callejuela, se quitó rápidamente su abrigo y su peluca morena, tirando todo en una palera vacía y retomó su camino silbando, frotando sus largos cabellos rubios con gesto vivo para colocarlos en su lugar.
Sentada en la terraza de una cafetería, la magnífica rubia saboreaba su café pacientemente mientras leía el periódico de la mañana. El titular mencionaba su hazaña del día anterior, lo que la hacía sonreír. Era consciente de que su trabajo era moralmente discutible, pero siempre se sentía orgullosa cuando veía que los periódicos hablaban de sus hazañas, y sobre todo ver escrito, como en cada caso, que la policía no tenía ninguna pista.
Por el rabillo del ojo, vio que un hombre caminaba hacia ella, sacaba silla que estaba frente a ella, y se sentaba en la mesa sin pedir su permiso.
«¡Buenos días, Emma! Siempre tan bella» exclamó él sonriendo
«¡Gracias!» respondió la rubia sin alzar la cabeza. Hacía casi diez años que Graham era su contacto, y hacía casi diez años que intentaba meterla en su cama.
«¿Te afeitaste esta mañana con una cortacésped o qué?» dijo la joven al ver el aspecto descuidado del joven, sus cabellos negros apenas peinados, una barba de algunos días luciendo en su rostro.
«Sí…no, en fin, digamos que la noche ha sido larga»
«¡Dame los detalles!»
«Lo siento» respondió el hombre sonriendo «Veo que estás leyendo el resumen de tu gesta. Vas a tener otra página para añadir en tu álbum»
«Sí…pronto tendré que comenzar un tercero. Buen, basta de cortesía, ¿tienes lo que me debes?»
«Por supuesto…» dijo él tendiéndole un sobre bajo la mesa «Diez mil al contado, los noventa mil restantes son transferidos a tu cuenta»
«¡Super!» respondió la rubia estirando la mano bajo la mesa para coger el sobre que metió discretamente en el bolsillo interior de su chaqueta roja «Voy a poder cogerme algunas semanas de vacaciones al sol, me va a hacer mucho bien, ya estoy harta del tono gris de Nueva York»
«Bueeeenoooo, realmente….» dijo el hombre rascándose el mentón «Quizás tengas que retrasar un poco tu viaje a las Bahamas, tengo una proposición que hacerte»
«Si implica que tú y yo estemos en posición horizontal, olvídalo antes de que haga que tragues este periódico» dijo la rubia frunciendo el ceño
«Jajajaj, no, querida, aunque me gustaría mucho tener el placer de ver lo que eres capaz de hacer bajo unas sábanas» dijo él con un guiño «Lo que tengo que proponerte es un nuevo encargo»
«¿Para quién esta vez?»
«No te lo puedo decir, el cliente quiere mantener el anonimato»
«¡Bien!» respondió Emma levantándose y cogiendo su periódico «Buenos días, Graham, ¡hasta la próxima!»
«No, no, no, quédate, quédate, por favor…»
Sin decir una palabra, la rubia volvió a sentarse.
«¡Cómo de cargante puedes ser con tus principios» gruñó el hombre golpeando la mesa con los dedos.
«No trabajo nunca sin…»
«Sin conocer el nombre del cliente, lo sé, lo sé, ¡hace años que te conozco!»
«Entonces, deberías saber que no merece la pena intentar jugármela diciéndome que es top secret» respondió Emma inclinando ligeramente la cabeza «Sabes bien que me gusta saber para quién trabajo…por si le entran ganas de metérmela doblada, poder saber a qué puerta golpear»
«Tenía que probar, ¿no? Después de todo quién no intenta…»
«Nada, no consigue nada» exclamó la rubia terminando la frase «Déjate de blablabla, explícame todo antes de que pierda la paciencia»
El hombre puso los ojos en blanco preguntándose si una vez, una sola vez, conseguiría que la rubia no lo exprimiera como un limón.
«Objetivo de cuatrocientos mil…para la misma persona»
«¿El Señor Gold? ¿Otra vez? Definitivamente, ¿se le ha metido en la cabeza que mate a la mitad de la ciudad?»
«Digamos que un hombre de negocios tan poderoso a veces necesita alejar a ciertos competidores…de una manera u otra»
«Ya… en fin, después de todo, me da igual, todo lo que me importa es quién, cuándo y dónde»
«Aquí tienes todo lo que necesitas saber» respondió el hombre abriendo su maletín, y sacando un sobre acortando que entregó a la joven.
«¿Una mujer?»
«Sí, ¿por qué? ¿Va en contra de tus principios?»
«No…solo que es raro, es todo» respondió Emma encogiéndose de hombros.
«Rica mujer de negocios, viuda, 29 años, un hijo de diez años…»
Graham miró a la rubia con expresión inquieta. No conocía gran cosa de ella, pero sabía que se había pasado la mayor parte de su infancia de orfanato en orfanato. Temía que el hecho de tener que matar al único progenitor que le quedaba al muchacho la hiciera rechazar el encargo.
«Lo dejaré huérfano» murmuró ella, más para ella misma que para el hombre.
«Sí…pero Gold ha precisado que si deseas deshacerte de él también, eso no le molestaría en gran medida»
«No tengo por costumbre matar a niños» respondió la rubia fusilando a Graham con la mirada.
«Lo sé, es lo que yo le he dicho» afirmó él con una sonrisa de lado
«Bien…¿consignas? ¿Hay que hacerlo pasar por un accidente?»
«No, nada de accidente esta vez. De hecho, él quiere que la mates de una forma muy particular»
Emma se esperaba cualquier cosa. Desde que ejercía ese trabajo, había tenido pedidos especiales, unos más extravagantes que otros. Además de disfrazar la muerte como suicidio, o por accidente, algunos clientes tenían exigencias particulares como el hecho de tirar a la víctima a un rio, aplastarla en un compresor de coches, incluso tirarla desde lo alto de un helicóptero en pleno vuelo. Ya nada la asombraba de ese extraño mundo.
«Tienes que matarla de un solo disparo, de uno solo. En pleno corazón»
«¿En pleno corazón? No debería ser difícil»
«No me preocupo de eso» respondió el hombre sonriendo «¿Entonces?»
«Entonces puedes hacer el ingreso, doscientos mil en mi cuenta, te enviaré las coordenadas a lo largo del día, y el resto una vez el trabajo hecho, como siempre»
«¡Perfecto! Tienes un mes…»
«De sobra. Voy a estudiar un poco todo esto» dijo ella sacudiendo el expediente.
Sin dar tiempo a Graham para que respondiera, Emma se levantó, y se puso su periódico bajo el brazo.
«Hasta pronto, morenazo. Y la próxima vez, dúchate, apestas a perfume de chica a diez metros»
El hombre se apoyó en el respaldo de su silla sonriendo, siguiendo con la mirada a la rubia, o más concretamente sus nalgas apretadas en un ajustado vaquero, hasta que desapareció por la esquina de la calle.
Metiendo las llaves en la cerradura, la joven suspiró. Ella que había previsto tomar el aire, alejarse de la ciudad durante un tiempo, tenía que retrasar, una vez más, sus vacaciones. Cerrando la puerta tras ella, tiró las llaves sobre el mueble que había en la entrada. Dejando primero el periódico en la mesita, se quitó después su chaqueta de cuero rojo que dejó delicadamente sobre el sofá.
Con paso rápido se dirigió a la cocina, abrió la nevera para coger una cerveza fría. Desgraciadamente para ella, el servicio de planta no había todavía reabastecido su reserva de bebida. Suspirando con expresión desolada delante de su nevera vacía, cerró la puerta y se dirigió hacia el mini bar para servirse un whisky solo.
Con el dinero que ganaba con sus encargos se permitía vivir en lujosos hoteles o en residencias de alto standing con servicio de habitaciones. Pero como había previsto dejar su apartamento ese día, las mujeres de la limpieza no habían llenado su despensa.
Después de haber bebido algunos buches del líquido ambarino, dejó el vaso en la mesita y se fue a la habitación. Hurgó en su maleta para sacer su álbum de recuerdos que acarició con la palma de la mano.
Instalándose de nuevo en el salón, dejo el álbum en la mesita mientras se sentaba en el sofá. Con un par de tijeras en la mano, corto cuidadosamente el artículo de prensa que hablaba del asesinato del día anterior. Abrió el álbum, pasó las páginas, una a una, haciendo desfilar más de una década de trabajo. Cada página llevaba la anotación de una fecha, una hora o un nombre. En cada una de ellas, en el centro, estaba pegado un artículo del periódico local de la ciudad en la que había cometido el asesinato.
Cada encargo le evocaba emociones diferentes, a veces orgullo, alegría, pero bastante a menudo, eran las náuseas y un profundo asco hacia ella misma lo que predominaba sobre el resto.
Estar obligada a matar para ganarse la vida, aunque a menudo los encargos eran sobre personas sospechosas o totalmente podridas, a veces le revolvía el estómago.
Inspirando profundamente, se abofeteó mentalmente y se recobró. Yendo a la antepenúltima página del álbum, cogió un bolígrafo y escribió «20 de enero de 2014, Gregory Mendell»
Cogió la grapadora que tenía al lado, posicionó el artículo en el centro y grapó sus cuatro esquinas.
Acariciando el artículo, suspiró dándose cuenta de que su próximo encargo sería el último de ese álbum. ¿Comenzaría otro? ¿O era la señal de que era hora de bajar las armas y hacer otra cosa? A menudo se imaginaba retirándose, disfrutando de la vida bajo el sol con alguien a quien amar de verdad. Pero después de unas copas, esa visión onírica se desvanecía rápidamente. Desgraciadamente, maltratada desde su más tierna infancia, Emma se había convencido con el tiempo de que no estaba hecha para un final feliz.
Sabía que su trabajo la acompañaría hasta el final de sus días. Estaba hecha para eso, era buena y reconocida en el oficio, y estaba convencida de que moriría un día con el arma en la mano…o por sorpresa, abatida por un tirador colocado doscientos metros más lejos.
Levantándose para servirse otro trago, cogió el expediente que dejó sobre la barra. Lo abrió con gesto desenvuelto, recorrió las hojas una a una, intentando comprender a quién tenía que matar. Después de algunos minutos, Emma decidió dejarlo por ese día, el alcohol comenzaba a hacer efecto, pronto no tendría las ideas claras.
Pidió una comida rápida al servicio de habitaciones, y se puso a planificar su velada ideal. Un baño caliente y una serie tonta en la tele la ayudarían a conciliar el sueño, esperando que fuera tranquilo, y sobre todo, sin pesadillas.
Cogiendo la botella de whisky para llevarla con ella al sofá, cerró el expediente.
«Hasta mañana, señora Mills»
