Rosas
Iwaoi
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El sonido del agua cayendo sobre los techos le recuerda dónde está. La desolación adherida en las paredes y el suelo húmedo le hace reparar en el frío ardor en sus mejillas. Había llorado.
La estación de trenes está vacía, él también. Tooru acaba de irse hace menos de una hora a Tokio, y a él le parece que ha pasado una vida, y que ésta se le ha ido también. Pensar que ese día llegaría antes le hacía gracia. Antes, cuando su mejor amigo no era tan necesario en su rutina, cuando no lo amaba (o quizás solo no lo sabía).
Levanta sus cansados ojos para ver el gris del cielo mezclarse con el de los edificios. Siente que no está ahí, no quiere estarlo. No si su pecho se contrae de dolor, no si Tooru no está.
La lluvia es ahora más densa, como si coordinara con su llanto. El ramo en sus manos le quema, y aprieta con fuerza el tallo lleno de espinas que roza la carne, y duele. Es un alivio inventado, pero lo es. La confesión volvió a su boca, amarga, muerta, sola e ignorada. Arroja el ramo de rosas a un charco a sus pies y nota lo patético del escenario. Hajime se siente un perdedor.
