Esta historia se desarrolla en una época donde la magia y los seres fantásticos que hoy en día tan solo podemos contemplar en el imaginario colectivo eran algo tan común como respirar; donde nobles caballeros batallaban con feroces bestias; una época de reyes y reinas; pero también una época oscura y difícil…

Una época en la que brillaban los héroes.

Y si había uno que destacara por encima de todos ellos, ese era sin duda el gran y poderoso All Might.

Todos los libros hablaban de tan peculiar personaje; un individuo con tanta fuerza como la de 100 o incluso 1000 hombres, capaz de derrotar a un dragón de un solo puñetazo, cuyas hazañas ya sobrepasaban concreces lo increíble… en definitiva, una leyenda en el sentido completo de la palabra.

Sin embargo nadie sabía de dónde había salido. Tampoco se conocía la naturaleza de semejante poder. Era un completo misterio al parecer imposible de resolver, como si de algún modo aquel hombre fuese un enviado de los dioses.

Sin embargo así como un día apareció, se marchó.

El héroe que todos idolatraban, aquel héroe tan increíble y único, símbolo de la justicia y el honor… desapareció sin dejar rastro de la noche a la mañana.

Y nadie sabía por qué.

Desde que se propagó la noticia de su desaparición muchos fueron los que trataron de encontrarlo, más sin éxito. Las esperanzas de la gente comenzaron a decaer sin la fuerza del gran caballero todopoderoso protector del mundo. All Might había sido la inspiración para muchos jóvenes, la demostración de que el hombre podía ir mucho más allá de los límites establecidos, que nada era imposible.

Y asi la leyenda finalizó…

O tal vez no.

En un reino lejano y próspero había un rey con increíbles habilidades mágicas sobre el fuego. Descendiente de los llamados "Maestros de llama" del reino de Avador, había llegado a dominar todo el país de Arelis con fuerza y persistencia tras acabar con el difunto monarca, un tirano sin ley carente de escrúpulos que gobernaba el lugar con mano dura y ambición desmedida, sometiendo al pueblo sin piedad.

Su nombre era Endeavor.

Endeavor era un hombre de fuerte temperamento, pero también un rey benevolente y sabio que trataba a su pueblo con gran condescendencia. Todo el mundo lo apreciaba y respetaba en igual medida. Sin embargo pero tenía un gran defecto (si es que se le podía llamar asi):

Su gran obsesión por superar a All Might.

Dicha obsesión le había llevado a tomar decisiones nada correctas basadas en su propio ego. Pero más allá de eso le había llevado al matrimonio por conveniencia.

Buscando superar al gran héroe, Endeavor había estado más que dispuesto a todo. Sus aspiraciones y deseos de grandeza y poder lo llevaron hasta una joven y bella princesa de un reino lejano, cuyos poderes de control del hielo eran reconocidos a lo largo y ancho del mundo. La joven princesa, cegada por promesas de amor y una vida feliz se dejó atrapar por la red de mentiras de Endeavor, que tan solo la quería para un único y egoísta propósito: engendrar un hijo capaz de aunar los poderes de ambos, un niño que tendría la fuerza de las dos familias, cuyas habilidades superarían concreces las de los demás jóvenes.

Un niño que podría ser capaz de superar a All Might. Él héroe definitivo.

Endeavor había convivido durante años con esa ambición en mente, y para ello estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario. La joven princesa del reino helado, ajena a lo que se la venía, acepto gustosa la propuesta de matrimonio de Endeavor llegado el momento. Sin embargo una vez que el rey obtuvo lo que buscaba y logró desposar a la hermosa joven, el tormento no había hecho sino comenzar.

Como dictaba la tradición, una vez casados se mudaron al reino de Endeavor, donde el matrimonio fue consumado. Las gentes aceptaron a la reina con gran regocijo y júbilo, y era muy querida por todos sus súbditos gracias a su gran corazón y su naturaleza noble y amable. Los primeros años fueron bastante satisfactorios, y con ellos llegó el primer hijo. Pero las ambiciones del rey no fueron colmadas con ese nacimiento. No era lo que él quería, no era lo que él buscaba. No era ese ser especial capaz de aunar los poderes de ambas familias.

Era inservible, un niño corriente.

Con los años la presión se acrecentaba sobre la mujer al mismo tiempo que la paciencia de Endeavor disminuía cada vez más al ver que sus deseos seguían sin realizarse. El matrimonio se había vuelto un infierno debido al empeño del monarca, que cada vez estaba más y más molesto, llegando a veces incluso al punto de volverse violento.

En ese tiempo dos nuevos embarazos llegaron. Dos nuevos fracasos.

Endeavor lo había probado todo, incluso había recurrido a la magia, pero nada parecía funcionar. Ya estaba perdiendo del todo la mesura. ¿Es que nunca iba a lograr lo que tanto ansiaba? ¿Era mucho pedir que sus planes se realizaran de una vez por todas? ¿Qué era lo que tenía que hacer para que el intento fuera por fin fructífero? Los dioses ya lo habían bendecido con tres hijos pero ninguno de ellos era apto. Ninguno de ellos era único. ¿De qué iban a servirle entonces?

Pero cuando ya todas las esperanzas parecían nulas el día llegó.

Un nuevo hijo, un joven varón fuerte y sano nació con la estación de las nieves. Se trataba de un niño de aspecto peculiar, un aspecto nunca antes visto. No solo tenía una marcada heterocromía en sus ojos sino que su cabello parecía partido a la mitad, un lado correspondiente a los cabellos de su madre y otro a los de su padre.

Era él. El sueño de Endeavor estaba allí mismo, en forma de un pequeño bebé. Finalmente los esfuerzos habían dado sus frutos. Aquella nueva vida que superaría a All Might se encontraba entre sus manos en esos momentos.

El pequeño Shouto había nacido.

Ya desde edad muy temprana Endeavor se encargó personalmente de su hijo. Después de todo debía asegurarse de que su educación era acorde y se convertía en un muchacho digno del renombre de su padre. Para ello se dedicaba a entrenarlo duramente cada día, a veces hasta límites que superaban la crueldad, golpeándolo, insultándolo, castigándolo, cuando hacía algo mal. De este modo Shouto no había podido disfrutar de una infancia normal como la de sus hermanos, forzado a entrenar hasta la extenuación con su padre un día tras otro, sin descanso.

Afortunadamente, el joven príncipe siempre tenía a su madre para ayudarlo y defenderlo, incluso en la peor de las situaciones. Después de todo tan solo era un niño. Debía tener una infancia como las de todos los niños de su edad, hacer amigos, divertirse…

Pero ni con todos los argumentos del mundo había sido la reina capaz de convencer a su esposo, sino que por el contrario, el mal carácter de Endeavor no hacía sino agravarse y los entrenamientos eran más y más duros cuanto más crecía el joven Shouto…

Los años transcurrieron y con ellos la vida de todas las gentes del reino, ajenas a lo que estaba sucediendo con el joven príncipe. Shouto se fue volviendo más y más frio con cada nuevo golpe, cada nueva desgracia, cada nuevo llanto… hasta formar una coraza que nadie sería capaz de romper y tomando una decisión definitiva producto del odio hacia su padre, una decisión que cambiaría su vida y truncaría los planes del monarca.

Jamás volvería a utilizar sus llamas.


Capítulo 1: Un encuentro fortuito.

Nuestra historia comienza en un día especial, una fecha marcada y concreta de júbilo para el reino. Un día claramente señalado en el calendario en el que todas las gentes se congregaban, la música sonaba, y la alegría se repartía por todos los rincones de la capital del reino mediante flores, bailes y fiesta.

Ese era el día en que se presentaría al joven príncipe como el futuro sucesor al trono, un honor que en otras circunstancias debería corresponderle al hijo primogénito pero que el rey había relegado hace años en el benjamín de la familia por alguna razón desconocida para el pueblo.

Gentes de todos los lugares de Arelis acudían en masa a la ciudad, esperando con ansias la aparición pública de Shouto después de tantos años. La última ocasión en la que el príncipe había aparecido en la esfera pública fue poco antes de que la reina desapareciera de ella, siendo llevada al exilio por causas desconocidas que el rey había optado por mantener en secreto. Aparte de eso apenas tenían ocasión de contemplar al joven príncipe, bien porque estaba ocupado o porque prefería no dejarse ver. Tampoco es que a Shouto le gustasen las multitudes al fin y al cabo. Prefería pasar el tiempo con sus halcones, cabalgando por el reino o simplemente paseando por el jardín siempre que tenía ocasión.

En esos momentos Endeavor ya estaba listo para presentar al muchacho ante sus súbditos. Se había puesto sus mejores galas para ese día tan memorable y había engalanado el palacio de igual manera. Todo estaba listo y dispuesto para ese gran evento del que el reino hablaría sin dudar… Sin embargo en esos momentos ni uno solo de los esfuerzos empleados parecían haber servido para nada ya que el protagonista del día aún no estaba allí.

El rey daba vueltas en la sala del trono una y otra vez, viendo como el tiempo pasaba pero su hijo seguía sin aparecer. Y se le estaba agotando la paciencia. Cualquiera podía notarlo solo con ver la intensidad con la que comenzaba a balancearse el fuego que, a modo de barba, endurecía su semblante.

De pronto detuvo su interminable paseo al ver llegar a un par de sirvientes que había mandado a buscarlo hacía ya una media hora. Desafortunadamente regresaban con las manos vacías.

-¿Dónde está Shouto? –preguntaba el monarca, más que molesto.

La mirada de desconocimiento que intercambiaron aquellos dos fue suficiente para hacerle estallar. Nadie sabía dónde se había metido el príncipe. No había ni rastro de Shouto por ninguna parte.

-PANDA DE IDIOTAS ¡¿Es que no podéis ni siquiera encontrar al príncipe?!

Se dejó caer sentado en el trono, masajeándose las sienes y tratando de calmarse un poco. Ese chico… iba a terminar consumiendo su paciencia definitivamente ¿Dónde demonios se había metido ese malcriado hijo suyo? Ese era un día muy importante, no solo para él sino también para Shouto, para todo el reino. ¿Cómo podía permitirse el lujo de faltar?

-Encontradlo. Y no regreséis hasta que lo tengáis. –agregó indicándoles que se fueran por donde habían venido, apuntando a la puerta. No quería más incompetentes a su alrededor ni un segundo más.

Cuando ese chico apareciera se arrepentiría de lo que había hecho.

Mientras tanto en las cercanías al bosque, más allá de los muros que rodeaban la ciudad, en una pequeña casita de aspecto sencillo y coqueto en la que apenas vivían dos personas; un joven bajaba las escaleras a todo correr.

Sus cabellos verdes, completamente revueltos, se movían aún más alborotados con las grandes zancadas apresuradas que casi provocan que se caiga por las escaleras. De no haber decidido atarse los cordones de aquellas botas rojo intenso antes de bajar, seguramente hubiera terminado tropezando y dándose de bruces con el piso.

-Oh Izuku, buenos días. –escuchó una amable voz desde la cocina que lo veía entrar y sentarse a la mesa.

Era su madre, una mujer de aspecto afable y carnosas mejillas sonrosadas. Para Izuku, la mejor madre del mundo.

-Buenos días mamá. –contestó el joven peliverde con una sonrisa, mientras admiraba aquel delicioso desayuno que tenía delante, esperando a que la mujer tomase asiento para comenzar a comer.

Esta rió un poco al ver a su hijo casi atragantarse con la comida.

-Izuku para, te vas a atragantar. ¿A qué vienen tantas prisas?

Entonces Izuku se detuvo un momento para mirarla. Su madre tenía razón, ¿dónde estaban sus modales? Sus mejillas se tiñeron levemente, avergonzado por su comportamiento.

-Lo siento mama. Es que hoy comienzan las inscripciones para la academia y quiero entregarla pronto. –contestó con un gran brillo de ilusión en sus irises verdes.

Aquel era el día en que se abría el plazo para las inscripciones en la academia de caballería, un día que Izuku llevaba tiempo esperando. Desde que era pequeño había soñado con convertirse en caballero. Su mayor aspiración, al igual que la de muchos otros jóvenes de su edad, era ser como el gran All Might. Sin embargo debido a su total falta de talento mágico había recibido constantes burlas por parte de sus compañeros. Pero nunca había perdido la esperanza. La magia no lo era todo. Estaba seguro que con esfuerzo y dedicación podría lograr su sueño. Les demostraría a todos lo equivocados que estaban.

La mujer no podía evitar sonreir y a la vez preocuparse al ver a su niño tan ilusionado. Por un lado deseaba que Izuku pudiera presentarse a las pruebas para entrar a la academia, sin embargo por otro la preocupaba lo que podría pasar si no le aceptaban allí. Sería un duro golpe para su hijo que ni siquiera estaba segura de si podría llegar a superar. All Might era su mundo entero. Todos sus sueños y aspiraciones se resumían en torno a aquel peculiar personaje. Y si Izuku no lo conseguía… ¿qué pasaría entonces?

Suspiró tratando de disipar esos pensamientos, mientras observaba a su hijo. Su pequeño Izuku había crecido tanto. Y pensar que hacía dos días como quien dice que aún le estaba cambiando los pañales. El tiempo pasaba demasiado rápido. Su niño se había hecho tan mayor…

-¿Entonces hoy no tienes que trabajar? –cambió de tema tratando de no ahondar más en ello y a la vez disipar su nostalgia.

El peliverde levantó la cabeza del bol de desayuno, aún con la boca llena. No se esperaba que su madre fuera a preguntar algo así en esos momentos. Se dio unos segundos para tragar la comida y poder contestar.

-Sí, hoy también. Pero es por eso que quiero ir pronto a entregar la solicitud, así ya no tendré que preocuparme de ello.

Tanto Izuku como su madre trabajaban para contribuir a la economía de la casa. La mujer se dedicaba a hacer pasteles y tartas de aspecto delicioso y aún mejor sabor, que se encargaba de vender en la ciudad, en una pequeña tiendecita.

Izuku sin embargo, trabajaba en palacio. Había sido difícil conseguir entrar a formar parte del personal de la casa real, pero el esfuerzo había valido la pena. Con mucha constancia logró obtener un puesto como mozo de cuadra. No era el trabajo más importante ni nada del otro mundo, pero tenía un sueldo decente y unos buenos horarios asi que no se podía quejar.

Izuku terminó de desayunar en tiempo record y dejó los platos en el fregadero, cogiendo sus cosas y acercándose a dar un beso en la mejilla a su madre para salir de casa a toda prisa. La mujer enseguida al ver que su hijo se iba salió a la puerta para verlo marchar, como cada día.

-¡Izuku, hijo! ¡Ten mucho cuidado! –le gritaba desde la lejanía.

-¡No te preocupes mamá, lo tendré! –alzaba la voz el joven peliverde para responderla, acelerando el paso.

Izuku no escuchó las últimas palabras de su madre pero supuso que no sería nada importante y prosiguió su camino. No podía entretenerse. Si quería entregar la solicitud y llegar a tiempo a trabajar no podía perder un solo segundo más.

Sin embargo lo que su madre había tratado de decirle y el no recordaba era que ese día no era para nada un día como otro cualquiera.

Nada más llegar a las puertas de la ciudad el ambiente estival se respiraba en el aire. Guirnaldas de colores colgaban de un lado a otro de las calles, adornadas para tan señalada ocasión. Además había todo tipo de entretenimiento; desde tragafuegos, pasando por equilibristas, malabaristas… La música podía escucharse en cada rincón. Incluso había un enorme mercado. Izuku estaba seguro de que había mucha más gente de la que la capital albergaba normalmente.

Era como si todo el reino se hubiera reunido en el mismo sitio.

El despliegue era realmente increíble. Izuku nunca antes había visto la ciudad tan engalanada. ¿Que celebraban? ¿Se trataba de un festival? ¿Acaso la visita de un reino vecino? Por más vueltas que le daba no era capaz de acordarse. Y lo peor de todo era que en días como ese como la afluencia de gente aumentaba, los robos y los problemas lo hacían en igual medida.

El peliverde trataba de avanzar entre la muchedumbre, sin mucho éxito. Debido al mercado las calles estaban totalmente atestadas de gente, lo cual le estaba haciendo imposible seguir su camino. Era un verdadero caos. Ni siquiera había un orden específico. Unos iban, otros venían, otros se detenían de repente al ver algo que captaba su interés…

Tenía que buscar la forma de llegar hasta la academia lo más rápido posible. Y para ello tan solo había una opción: tendría que desviarse y coger un atajo.

Trató de separarse de la multitud para entrar en una callejuela en la que al fin pudo tomar aire y llenar sus pulmones. De haber seguido entre el tumulto, seguramente entre el calor y el espacio tan sumamente reducido podría incluso haberse desmayado, como estaba sucediendo con algunas personas a las que ya habían tenido que atender. Aquello era una locura. Era demasiada gente. ¿Cómo podían estar todos tan apelotonados?

Entonces se detuvo un momento a analizar la situación desde su nueva posición.

La calle principal estaba abarrotada, por lo que ir por allí sería sin duda lo que más iba a retrasarlo, y eso si no le daba una lipotimia por el camino, como casi acababa de pasar. Sin embargo era el trayecto más corto, y si callejeaba lo más probable era que acabase llegando tarde a trabajar. Entonces… ¿qué podía hacer?

Izuku se quedó pensando un buen rato, dándole vueltas una y otra vez, murmurando para sí, tratando de concentrarse tanto como sus neuronas le permitiesen… hasta que ante sus ojos se topó con la respuesta.

Nadie dijo que tuviera que ir por el medio de la calle.

Era tan sencillo, tan evidente… ¿cómo no lo había visto antes? La calzada estaba ocupada por gente y por los puestos del mercado, sí; pero en dichos puestos había un largo pasillo justo en el lugar donde se encontraban los dependientes, de espaldas a los edificios, ya que al fin y al cabo necesitaban un hueco para moverse.

Ahí estaba el atajo que buscaba. Había dado con la solución.

Tomó aire una vez más, fijando la vista en su objetivo. No sabía si funcionaría o no pero fuera como fuera tenía que hacerlo. No había tiempo que perder.

Se colocó en posición y tomó aire tratando de llenar sus pulmones al máximo. Entonces como si alguien hubiera dado la voz de salida, comenzó a correr tan rápido como sus piernas le permitían, tratando de evitar aquel despliegue de mercaderes que intentaban despachar a la clientela mientras Izuku iba pasando tras sus puestos a la carrera, uno tras otro, sin parar.

No faltaron los insultos y las quejas en mitad del camino, a lo que Izuku se disculpaba sin disminuir la marcha, una y otra vez. Algunos al verlo directamente se apartaban pero otros no se daban cuenta y el peliverde chocaba contra ellos de forma inevitable.

Y corrió y corrió y siguió corriendo…

La calle parecía interminable, el número de puestos era cada vez mayor pero Izuku siguió corriendo sin parar, incluso cuando llegó hasta la plaza. Una vez cogido el ritmo debía mantenerlo sin falta.

Pasó por más calles, por otras tantas plazas…

Hasta que por fin alcanzó su objetivo.

Se detuvo justo al llegar delante de la puerta de la academia, jadeante, inclinado con las manos en los muslos, tratando de sujetarse a sí mismo al mismo tiempo que procuraba recuperar el aliento antes de entrar, limpiando el sudor de su frente con la manga de la camisa. La carrera había sido eterna. El pecho le palpitaba, tenía la garganta más seca que si hubiera comido un puñado de sal y le dolían las piernas de tanto correr. Definitivamente necesitaba hacer más ejercicio. Si no podía con algo así fracasaría en las pruebas físicas de selección llegado el momento.

Pero pese a todo el calvario lo importante era que lo había conseguido. Su plan había funcionado, había llegado a tiempo.

Una vez recuperó el aliento y comprobó que su ropa estuviera bien, sacudiendo un poco la suciedad de esta, levantó la cabeza para contemplar la imponente fachada que se alzaba ante sus ojos con una amplia sonrisa y las emociones a flor de piel. Allí estaba, delante de la academia de caballería, ese lugar con el que tantas veces había soñado. Era mucho más impresionante de lo que había imaginado. Siempre la había visto desde fuera, cuando los muros se encontraban cerrados; o bien mediante los dibujos de los libros. Nunca antes había tenido tiempo para admirar toda aquella decoración…

Entonces agitó la cabeza para volver en sí. Se estaba distrayendo demasiado. No había ido hasta allí solo para contemplar el edificio, tenía un objetivo que cumplir.

Se colocó el cuello de la camisa y ató bien sus cordones, tomando aire para tratar de serenar sus ya de por sí alterados nervios. Ya solo tenía que entrar y entregar la solicitud…

Entonces la realidad le azotó en la cara como si acabaran de despertarlo de un sueño maravilloso para meterlo en una pesadilla. Justo cuando iba a avanzar se dio contra una imponente figura. Se trataba de un joven de gran envergadura que, una vez el peliverde se hubo disculpado avergonzado por el despiste, le dijo que esperase su turno como los demás. Al principio Izuku no lo entendió, pero al observar más atentamente la situación se percató de un pequeño detalle:

La cola llegaba hasta la puerta.

Tanto esfuerzo para nada. Hiciera lo que hiciera parecía que ese día estaba destinado a llegar tarde al trabajo. Maldita su mala suerte. Cómo había sido tan ingenuo. Por supuesto que estaba claro que todo el mundo iba a pensar de la misma forma que él y entregar sus solicitudes cuanto antes. Era lo más lógico.

Suspiró con desanimo sacando su solicitud de la bolsa y colocándose en su sitio en la cola. Por mucho que intentase comprobar dónde comenzaba había demasiada gente como para ver nada. Al ver que era inútil seguir intentándolo desistió en su empeño y bajó la mirada a sus manos, observando el sobre que iba a entregar cuando llegase su turno.

Solo esperaba que no le dijeran nada por llegar tarde…

Mientras tanto en esos momentos, en los tejados de la ciudad, lejos de la vista y la atención de la gente, se hallaba una silueta solitaria.

Sus peculiares cabellos bicolor ondeaban mecidos al viento suavemente, mientras observaba con atención el panorama con expresión de total indiferencia en su rostro. Todo el mundo parecía estar divirtiéndose. Su padre había insistido en celebrar ese día por todo lo alto y realmente lo había cumplido. Aunque no le importaba lo más mínimo lo que ese hombre dijese o hiciese. Mucho antes de que acudieran a buscarlo a sus aposentos por la mañana ya se había marchado. Quería contemplar la ciudad con sus propios ojos, aprovechar mientras pudiera y disfrutar de todo aquello antes de que Endeavor comenzase con sus planes.

Cerró los ojos para imbuirse de aquel ambiente por momentos. A sus oídos llegaron multitud de sonidos simultáneos diferentes provenientes de todas partes. Podía distinguir música, risas, las voces de los mercaderes anunciando sus productos, el griterío… incluso el batir de alas de las palomas.

Entonces sus parpados se abrieron de nuevo y tomó asiento en ese mismo lugar, observando a un grupo de niños que jugaban entre ellos en la plaza. Y lo cierto era que parecían divertirse bastante.

Contemplando aquella escena la cabeza de Shouto se llenaba de preguntas sin respuesta.

¿Por qué había tenido que nacer príncipe? O más bien, ¿por qué había tenido que nacer como hijo de semejante personaje como Endeavor? Muchas veces se quedaba pensando qué hubiera sido de su vida de haber nacido como un plebeyo más, como un niño común y corriente, o incluso si hubiera sido como sus hermanos. A veces no podía evitar pensar que estaba maldito de alguna forma.

Inconscientemente se llevó la mano a la quemadura de su ojo izquierdo, mientras los recuerdos inundaban su mente. Recuerdos de tristeza, de dolor y desprecio. La desazón que le provocaban hacía que se le revolviera el estómago. Cada vez que veía esa marca no podía sino acordarse de su madre, ahora en el exilio por orden del monarca. Su madre le hizo eso. Su madre lo despreciaba, despreciaba sus llamas, odiaba la sola idea de que parte de él fuese como Endeavor. Shouto lo sabía bien, y detestaba pensar que pudiera siquiera parecerse a su padre.

De pronto un sonido lo sacó de sus pensamientos y elevó la vista hacia el cielo, observando la gran sombra de una rapaz, que parecía ocultar casi por completo la luz solar tras aquella gran envergadura. Y Shouto sabía perfectamente de quién era esa sombra.

Ante la llamada del halcón alzó su brazo, donde se podía ver claramente un guante de cetrería. El ave no tardó en descender hasta él para posarse, batiendo las alas suavemente, como si tratase de expresarse con su amo.

Shouto acarició suavemente el blanco plumaje del animal, en un intento de evadirse como hacía siempre. Entonces notó la suave caricia del pájaro, que correspondía con afecto a sus mimos, sonriendo levemente. Le tenía un gran cariño a esa ave. Llevaba años siendo su compañera y además sabía que nunca le juzgaría como hacían las personas. Quizás si hubiera nacido halcón todo sería más fácil…

Agitó un poco su cabeza para disipar el amasijo de pensamientos que se agolpaban uno tras otro y miró a aquel grupo de niños por última vez antes de levantarse. Sería mejor marcharse de allí y continuar su camino.

Media hora había pasado ya desde que Izuku llegó a la puerta de la academia. Media hora había estado esperando a que aceptasen su admisión. Y lo peor de todo.

Ya llegaba tarde al trabajo.

Corría por las calles a toda prisa, ignorando sus alrededores, como si no existieran. No podía retrasarse más. No podía permitirse que lo echaran. Necesitaba el dinero, su madre necesitaba el dinero, la economía de la casa se desmoronaría si perdía su puesto. Si conseguía entrar a la academia todo sería mucho más fácil. Su madre tendría que dejar de preocuparse de su manutención, y el trabajo… lo cierto era que no había pensado en ello. Si lo aceptaban en la academia ya no tendría tiempo para ejercer su puesto. Pero por el momento lo necesitaba asi que no podía permitirse el lujo de perderlo. Una vez entrase ya se vería.

Corría y corría cuando de pronto escuchó algo. Parecía un grito, y además un grito de mujer.

Izuku se detuvo en el sitio de repente, preguntándose qué hacer. Si acudía solo perdería más tiempo, un tiempo que no tenía. Sin embargo… ¿y si aquella mujer estaba en problemas y necesitaba ayuda? ¿Y si nadie acudía? ¿Y si la pasaba algo?...

Sería mejor ir un momento a comprobarlo.

Como si sus piernas tuvieran vida propia la reacción de Izuku se transmitió a todo su cuerpo y comenzó a correr hacia el lugar en cuestión de segundos, casi de forma inconsciente.

Avanzaba por las calles tan rápido como podía, mientras a medida que se acercaba podía escuchar las voces más nítidamente. Todo estaba sucediendo lejos del bullicio del centro, en un pequeño callejón, unas calles más allá de la academia. Allí el peliverde pudo ver a joven dama que gritaba presa del pánico mientras un hombre la sustraía las joyas que portaba. Por su atuendo era más que claro que la mujer pertenecía a la nobleza. Seguramente trataba de evadirse del tumulto cuando fue sorprendía por el ladrón.

Izuku observó atentamente al malhechor. Se trataba de un hombre de unos veintitantos años, de espalda ancha, cuerpo fornido, facciones duras y barba de tres días, embutido en una capa negra cuya capucha se habría quitado seguramente debido al forcejeo con la dama.

Las piernas del peliverde temblaban, presa del miedo que sentía y se transmitía por todo su ser, mientras contemplaba la escena desde la entrada al callejón, inmóvil. Entonces vio que aquel hombre portaba un puñal en el cinturón, seguramente robado, cuyas piedras preciosas refulgían con la luz de los rayos del sol que se filtraban en el lugar. Era peligroso, muy peligroso. Aquella no era una situación en la que pudiera entrometerse, por muy injusta que fuera, por mucho que quisiera ayudar… pero cuando el hombre sacó el arma dispuesto a rajar el cuello de la dama, ya enfadado al ver que esta no le entregaba lo que pedía, las piernas de Izuku se movieron por inercia y corrió a defender a la mujer. Rápidamente se puso delante de la dama y agarró con fuerza la mano que sostenía el puñal para separarlo de ella, forcejeando con el ladrón.

-¡Corra! ¡Huya! ¡Yo lo contendré! –le gritaba a la joven tratando de aguantar como podía pese a la fuerza de aquel tipo, que trataba de librarse de él como quien se quiere quitar de encima a un niño.

La mujer enseguida salió corriendo, escapando del lugar lo antes posible. Entonces el ladrón detuvo su lucha con el peliverde, bajó la mano y miró al menor.

-Tú… enano… -mascullaba en un tono encolerizado, rechinándole los dientes de tanto apretarlos de rabia.

De pronto y en un brusco movimiento de fuerza bruta, Izuku se encontró contra la pared, mientras una mano le apretaba el cuello. Aquella mano era casi tan grande como su cabeza, dura y áspera, pero sobretodo estaba llena de odio, odio hacia él. Delante de sus ojos tan solo podía contemplar al ladrón, que lo observaba furioso al ver que el joven había hecho que su presa escapase.

El peliverde trataba de librarse del agarre inútilmente, pataleando y forcejeando al notar que el tipo apretaba más y más y comenzaba a faltarle el aire.

Por suerte en mitad de su desesperación logró llevar la mano hasta su cinturón, donde tenía enfundada su espada corta. La desenvainó con un hábil movimiento que hizo que el filo cortase la mejilla del hombre. Este soltó de inmediato al menor, pasándose la mano por la herida y observando la sangre entre sus dedos.

Pero aquello no había hecho más que acrecentar su enfado de forma desmedida.

-Maldito… -apretó el puño con fuerza, clavando sus pupilas en el menor. -Ahora pagarás por lo que has hecho.

Izuku quiso huir al sentir el peligro que emanaba de esos ojos y prácticamente podía respirarse en el aire. Pero antes de poder hacer nada el hombre lo agarró y lo tiró con fuerza contra la pared, dejándole algo aturdido y lejos de su arma. El peliverde trataba de volver en sí e incorporarse cuando notó un pie sobre su pecho. Entonces la presión se acrecentó, comenzando a costarle respirar, mientras sentía que sus costillas terminarían por romperse de seguir así.

Trataba de liberarse en un intento desesperado e infructífero, golpeando la pierna de aquel hombre con todas sus fuerzas pero sin éxito, cuando vio brillar el filo del puñal.

Su corazón bombeaba a un ritmo vertiginoso, mientras el nudo en su garganta así como la presión sobre su pecho, hacían de cada bocanada de aire un infierno. Iba a morir y lo sabía. Iba a perecer allí mismo, entre las garras de aquel inmundo ladrón. Su suerte estaba echada. No había nadie que pudiera ayudarlo. Nadie sabía que estaba allí, nadie iba a acudir en su rescate.

Todo estaba perdido.

La vista comenzaba a nublársele mientras las lágrimas comenzaban a agolparse en sus ojos mezcla del miedo y la frustración que sentía. Cada vez llegaba menos aire a sus pulmones. No podía aguantar más… Si tan solo hubiera hecho caso a las palabras de su madre. Si no hubiera decidido acudir ante aquel grito de auxilio. Si solo… se hubiera limitado a seguir su camino… no estaría en semejante situación y nada de eso hubiera pasado…

Ya daba por hecho su destino en manos de aquel tipo cuando de pronto vislumbró una sombra descender desde el cielo a gran velocidad. Poco después escuchó un grito de dolor procedente del maleante, sintiendo como el pie que antes aplastaba su pecho era liberado y podía volver a respirar con normalidad. Entonces al recobrar el control sobre su vista poco a poco después de varias bocanadas pudo contemplarlo.

El ladrón se revolvía y forcejeaba tratando de librarse de una enorme ave que había arañado su rostro por completo con aquellas grandes y afiladas garras que parecían cuchillas. El porte de aquel animal era majestuoso y tenía una envergadura considerable. No entendía mucho de pájaros, aunque estaba casi seguro de que era un halcón, pero… ¿de dónde habría salido?

Se incorporó como pudo y se llevó la mano a la cabeza, entrecerrando un poco los ojos aún algo aturdido, cuando vio su espada caída en el suelo cerca de él. Al ver que el ladrón lograba al fin librarse del pájaro, que parecía marcharse volando, la tomó rápidamente. El hombre se volvió hacia Izuku y este reaccionó de inmediato, levantando el arma dispuesto a defenderse…

Pero cuando el tipo se acercaba a él dispuesto a terminar lo que había comenzado y darle una lección a ese chiquillo por meterse en sus asuntos, una nueva sombra descendió de los cielos y se interpuso en su camino.

Delante de Izuku una figura de porte tan majestuoso como el del ave se alzaba apuntando al ladrón con su espada.

Este último se quedó mirándolo de arriba abajo. Ese chico… esas ropas… ¿acaso era de la familia real? ¿O tal vez trabajaría en palacio? Fuera lo que fuera no pensaba detenerse a averiguarlo.

Tomó las joyas que había robado y apuntó con su arma al joven intruso de igual manera. No se iba a dejar amedrentar y menos aún por un niñato.

-No sé quién eres muchacho pero hoy es el día en que los dos pereceréis aquí.

Shouto sin inmutarse ni cambiar un ápice esa expresión de indiferencia que parecía venir por defecto en su rostro, emitió un silbido. El ladrón se quedó parado, perplejo, sin saber muy bien qué estaba haciendo ese chico. ¿Acaso pretendía morir sin pelear por su vida? De ser así le daría el placer con gusto.

Ya se estaba confiando cuando de pronto el ave descendió en picado desde los cielos una vez más y en menos de lo que dura un parpadeo arrebató las joyas de las manos de aquel rufián. Entonces Shouto aprovechando el despiste de este, se acercó tratando de usar la ventaja a su favor. Desgraciadamente no contaba con que el tipo tenía buenos reflejos y esquivó el golpe del príncipe con relativa facilidad.

Al parecer librarse de él no iba a ser tan sencillo.

Izuku lo observaba sorprendido y fascinado en partes iguales, tratando aún de asimilar los hechos. ¿Quién era ese chico? ¿De dónde había salido? y ¿por qué lo estaba ayudando?

Apoyándose en la espada, usándola a modo de bastón, logro al fin levantarse. No importaba si era un desconocido, tenía que ayudarlo. No lo dejaría luchar solo.

Se adelantó hasta quedar a su lado, mientras Shouto lo observaba por el rabillo del ojo, como si esperase a ver el próximo movimiento del peliverde. Entonces fue el ladrón el que aprovechó su distracción para tratar de lanzarse a por el príncipe, con intención de noquearlo y arrebatarle todo aquello de valor que portase.

Shouto reaccionó en un milisegundo, tan alerta en todo momento como su rapaz, golpeándolo con fuerza en la boca del estómago con el mango de la espada antes de que el maleante pudiera ejecutar su golpe.

Izuku observó con asombro cómo el hombre de pronto se quedaba sin aire y caía al suelo inconsciente, mientras Shouto se acercaba a quitarle la capa para ponérsela. De no haber perdido la suya la estaría usando en esos momentos. La buena noticia era que ahora ya no lo descubrirían de vuelta a palacio.

Enfundó la espada, dispuesto a marcharse por donde había venido, cuando una voz lo detuvo.

-¡Espera!

El peliverde se acercaba a él, tratando de seguirlo. Shouto al principio pensó en ignorarlo pero por alguna razón se dio la vuelta.

Entonces Izuku pudo contemplar su rostro con claridad. Aquel joven de atractivo semblante tenía una apariencia que nunca antes había visto y ni siquiera hubiera creído posible hasta entonces. Además… ¿eso que había en su rostro era una quemadura?

Observaba la apariencia de su joven y desconocido salvador atentamente, para quedarse con cada detalle por si en el futuro podía devolverle el favor. Así el silencio se hizo por momentos... hasta que volvió a hablar.

-Gracias por ayudarme. Eh… -se rascaba la nuca, avergonzado. –Ni siquiera sé cómo te llamas. -lo miraba directamente a los ojos. -¿Podrías al menos decirme eso? ¿O es que no puedes hablar?

Shouto no sabía muy bien cómo reaccionar. Era la primera vez que se topaba ante una situación semejante. Había hablado con el personal de palacio, con su institutriz… incluso con los nobles en alguna ocasión; pero siempre solían ser cosas puntuales y triviales. De pronto alguien desconocido que no tenía nada que ver con todo ese mundo le hacía una pregunta y él no sabía que contestar. Además no podía revelar su identidad. ¿Y si al decirle su nombre se daba cuenta de que era el príncipe? ¿Qué haría entonces?

No hacía más que darlo vueltas cuando el peliverde prosiguió.

-Yo me llamo Izuku. –le contestó tendiéndole la mano con una sonrisa cálida y sincera.

Entonces Shouto se tensó.

La última persona que le había sonreído así alguna vez había sido su madre. Y ella ya no estaba a su lado. Demasiadas cosas habían pasado en todos esos años, cosas en las que ni quería pararse a pensar siquiera, y menos aún con aquellos ojos verdes mirándolo expectantes.

Abrió la boca sin que de ella brotase palabra alguna, lo cual hizo que el peliverde se le quedase mirando, con expresión confusa.

El joven príncipe cerró los ojos por unos instantes, tomando aire para tratar de calmarse. Después de todo solo le estaba preguntando su nombre. No era más que una simple palabra. ¿Es que ni eso iba a ser capaz de contestar?

-Shouto. –respondió por fin de forma escueta, tendiéndole la mano también.

Entonces una nueva sonrisa se dibujó en el rostro de Izuku, que apretó su mano a modo de saludo.

-Un placer Shouto.

El joven príncipe se distrajo por unos segundos contemplando aquella sonrisa ilusionada cuando de pronto escuchó voces acercándose. Era la guardia real. Debían estar buscándolo, seguramente por orden de su padre. Más le valía salir de allí antes de que lo descubrieran.

Se soltó del agarre y se puso la capucha bajo la atenta mirada del peliverde que no entendía de qué iba todo ese secretismo. Entonces antes de partir Shouto se giró e hizo una elegante reverencia para despedirse, marchándose de allí corriendo, desapareciendo de la vista del peliverde poco después.

Izuku parpadeaba perplejo, tratando de digerir lo que acababa de pasar. Eso… ¿había sido una reverencia? ¿Qué clase de persona se despedía de otra con una reverencia tan bien hecha?

Además y aunque no se había pasado a pensarlo hasta ese momento… esas ropas parecían de noble. ¿Tendría algo que ver con la casa real? Eso haría que las cosas cobraran algo de sentido. Aunque desconocía por completo la razón que le había hecho marcharse a toda prisa de allí.

Suspiró profundamente, dejándose caer sentado en el suelo, apoyando la espalda y por ende todo el peso de su cuerpo en la pared, aliviado de haber salvado la vida. Sin embargo ahora tenía más que claro que debía hacerse mucho más fuerte si quería entrar en la academia de caballería. Además…

Le dolía todo.

En esos momentos se daba cuenta de hasta qué punto le había afectado el enfrentamiento con aquel tipo. No había ni una sola fibra muscular en su cuerpo que no se resintiera en cuanto hacía el más mínimo movimiento.

Definitivamente tenía que volverse más fuerte.

Se tomó unos minutos para recobrar algo de fuerzas. Al fin y al cabo no parecía que ese ladrón fuera a despertar en un largo lapso de tiempo. Una vez se encontró con más energías se levantó con cuidado, envainó su espada y puso rumbo hacia palacio, dolorido y algo decaído. Al final iba a llegar tarde. No solo se acababa de llevar una señora paliza sino que seguramente lo despedirían y todos los esfuerzos serían en vano. Empezaba bien el día.

Suspiró desanimado caminando despacio para marcharse de allí cuando al salir del callejón un grupo de chicas pasó a su lado corriendo y hablando de "la presentación oficial del príncipe".

Izuku no entendía para nada de a que se referirían. Pero como lo iban a echar de todas formas y tenía que dirigirse a palacio igualmente, decidió ir a ver qué pasaba. Quizás así se le aclararía un poco la cabeza ya que aún no tenía ni la más remota idea de a qué venía semejante despliegue festivo.

Endeavor estaba al borde de tener un arranque de ira.

Ya pasaban varias horas y su hijo seguía sin aparecer por ninguna parte. Había enviado prácticamente a todos y cada uno de los miembros de la servidumbre en su busca, sin éxito. La única opción restante ya que no aparecía en palacio era buscarlo por toda la ciudad, para lo cual había tenido que avisar a la guardia real.

Sin embargo allí estaban de vuelta, disculpándose de mil y una formas ante el rey…

Y sin Shouto.

Endeavor los observaba desde el trono, perdiendo la poca paciencia que le quedaba. El fuego de su semblante había aumentado aún más y se agitaba con marcada violencia, amenazador, reflejando el humor de su portador. Esa panda de inútiles se merecía una lección.

-Estoy rodeado de incompetentes… -Endeavor no les dejó ni terminar, comenzando a levantarse al mismo tiempo que el fuego se propagaba por su cuerpo, intensificándose del mismo modo que lo hacía su enfado. –Y todavía tenéis LA POCA VERGÜENZA DE PRESENTAROS SIN HABER CUMPLIDO LO QUE OS MANDÉ.

Los guardias temblaban atemorizados por lo que se les venía encima. Hacer enfadar al rey era algo impensable. Cuando ese hombre perdía las formas y su poder se desataba podías acabar como una auténtica barbacoa humana.

Sin embargo antes de que el monarca pudiera descargar su rabia la puerta se abrió lentamente.

De repente todos los ojos de la sala se posaron en la silueta que asomó por ella y el fuego del rey se fue calmando lentamente. De inmediato se olvidó de los guardias y sus pasos se dirigieron hacia aquella figura, en parte aliviado y en parte furioso.

-Shouto ¿dónde te habías metido? Te dejé bien claro que hoy era un día muy importante.

Pero el joven de cabello bicolor simplemente desvió la mirada sin decir nada.

Solo había estado fuera unas horas. Tampoco sería para tanto… ¿no? A quien iba a engañar, claro que lo era, y más aún tratándose de Endeavor. No quería tener nada que ver con los planes de ese hombre pero hiciera lo que hiciese parecía que era imposible librarse de su influencia. Así que cualquier minuto lejos de él era prácticamente una bendición. Cualquier minuto de libertad fuera de los muros de palacio o el yugo de su padre valía la pena, aunque recibiera una reprimenda por ello.

-Luego veremos qué hago contigo. –decía el rey tirando de él al ver que no contestaba. -Ahora hay algo mucho más importante que hacer. Por tu culpa la gente ya ha esperado demasiado.

Rápidamente aparecieron un par de sirvientes que se encargaron de peinar y arreglar bien al príncipe, colocándole además su capa de gala, similar a la del rey pero sin tanta parafernalia. Shouto simplemente se dejaba, pensativo. Aquella sonrisa no se iba de su cabeza de ninguna forma. Hacía tiempo que no sentía una calidez semejante. Demasiado tiempo…

Pero hubo de regresar a la realidad. Era la hora.

Entonces padre e hijo se dirigieron al balcón de la fachada principal desde el que el rey siempre daba sus discursos, mientras se escuchaban los gritos emocionados del gentío allí congregado. Pero Shouto tan solo miraba su mano distraído, sintiendo aún aquella calidez envolviéndola, sin poder olvidarse del chico de pelo verde…

Izuku se adentraba en la multitud como podía, recibiendo codazos y golpes a medida que trataba de avanzar para ver lo que sucedía y la razón de que todo el mundo estuviera tan emocionado.

Le costó pero consiguió hacerse un hueco al fin. No es que estuviera muy cerca pero al menos parecía que desde ahí podría ver bien lo que sucedía. Todo el mundo miraba el balcón principal de palacio con emoción. ¿A que estaban esperando? ¿Es que acaso el rey iba a dar un discurso?

De pronto las sospechas del peliverde se confirmaron y vio una silueta asomándose. Ese fuego era inconfundible sin duda. El monarca hizo un solemne gesto con la mano y de pronto todo el griterío se calmó. A Izuku siempre le parecía increíble la autoridad y el respeto que tenía el rey Endeavor. No se sabía mucho de su vida personal pero conocía los grandes poderes que portaba, las grandes batallas que había librado… después de todo su mayor hobbie era estudiar a los grandes héroes del mundo y recopilar toda la información de ellos que llegase a sus manos. Y daba la casualidad de que su rey era el segundo héroe más fuerte.

Entonces Endeavor comenzó a hablar.

-Queridos súbditos. En este día de hoy tan importante para el reino, me llena de orgullo poder presentar a vuestro futuro rey, aquel que heredara el trono cuando llegue el momento. -se volvió hacia atrás con el brazo extendido y entonces una nueva silueta surgió de entre las sombras para acercarse al balcón. Izuku escuchaba los gritos de las jóvenes entre el público, que se habían puesto eufóricas en cuestión de segundos –El futuro rey de Arelis. Mi hijo Shouto.

El peliverde se quedó de piedra al escuchar ese nombre. El rey… ¿acababa de decir Shouto? ¿Shouto? ¿Como el chico que se había encontrado? ¿El mismo que le había salvado en aquel callejón hacía poco más de veinte minutos? Tenía que ser casualidad. Ni modo que se hubiera topado con el príncipe, imposible que alguien tan importante hubiese ayudado a un plebeyo como él a escapar de las garras de aquel sucio ladrón.

Entonces Izuku alzó la vista y sus ojos se abrieron impactados, incapaz de asimilar lo que sus verdes irises contemplaban, parpadeando y frotándose como si tratara de asegurarse de que realmente veía lo que veía.

Cabello bicolor, una expresión fría y sobretodo aquella quemadura en el ojo izquierdo…

¡¿Realmente había sido salvado por el príncipe?!


NOTA: El halcón de Shouto es un gerifalte blanco. Los gerifalte son los halcones más grandes del mundo.


Hey there! Bueno pues yo soy Ederis, la loca que ha escrito esto. Un gusto ^_^

En fin, qué puedo decir. Quedé marcada por el nuevo ending hasta el punto de que tenía que escribir sí o sí xD

Realmente es mi primer fanfic ya que hace años traté de hacer uno pero la cosa no salió bien y terminé dejándolo. Y pensé que nunca volvería a intentarlo pero casualidades de la vida que resulta que me dio por hacer uno :')

Además es que estos dos me tocan mucho el kokoro ❤️ Son tan tiernos. No podía resistirme. Fue ver a Shouto de príncipe y perder el control de mi cabeza.

Espero que os guste tanto como yo disfrute escribiéndolo (y muriendo de feels mientras me lo imaginaba).

Espero vuestros comentarios. See you soon~~