Prólogo.

Habían cosas que no necesitaban ser dichas. Habían cosas obvias que saltaban a la vista de hasta los más despistados. Habían cosas que fácilmente podían ser descubiertas si se prestaba atención. Existen cosas, detalles, emociones, que son capaces de revelarse con una mirada escurridiza, y aterrada.

Así era como ellos dos se miraban. Éstas cosas en particular eran obvias para todos. Excepto para ellos, claro. Ezreal conoció a la Luz de Demacia cuándo apenas eran niños. Fueron amigos desde siempre. Para los padres Crownguard ya era un hecho la boda, desde hace años. Pero Garen, el primogénito, dudaba y discrepaba cada vez que el tema salía a flote por un motivo trascendental: ambos eran absolutamente iguales. Sus temperamentos, carácteres, formas de ver la vida, maneras de pensar, gustos para la música, la comida, la vestimenta y la batalla eran completamente iguales. Una fotocopia, un replicado, dos espadas gemelas forjadas por el mismo herrero y el mismo metal. Ellos eran su reflejo. Un joven inocente y soñador, rubio y de claros ojos celestes junto a una bella chica, inocente y soñadora; de cabellera como el sol y ojos como el cielo. ¿Qué clase de vida les esperaba juntos, si nunca criticaban o estaban en desacuerdo con el otro? No tendrían matices, siempre sería completamente brillante, lindo y tranquilo. Es decir, aburrido. Se supone que una pareja debe complementarse, ayudarse mutuamente a superar sus falencias y errores. Entonces, ¿Cómo rayos lo iban a lograr? Luxanna era la mitad de una moneda de oro nueva, y Ezreal la otra mitad. No eran la cara y el sello, el molde y el material, los bordes y el centro. Eran partes equivalentes y simétricas. Por eso no encajaban, por eso no resultaría, por eso iba a fallar, por eso era imposible. Porque lo cóncavo necesita de lo convexo. Más el joven se negaba a aceptarlo. Juraba amar a Lux más de lo que amaba cualquier otra cosa. Y esto a ella le lastimaba, porque ella no sentía igual.

Lux veía a Ezreal como un jodido hermano gemelo. Siempre preocupado por ella y sus necesidades. Como un Garen, pero más dulce y lindo. No la dejaba ir sola por los pasillos de La Liga de las Leyendas, ni en su patria y menos en Píltover, apelando a que nunca se sabía cuándo un Zaunita o un Noxiano podía atacarla. Ella solía obtener mucha diversion gastándole bromas pesadas o acercándose demasiado para verlo enrojecer hasta las orejas. Aún así, su corazón se retorcía por no poder corresponderle aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Nada podía ser mejor, una vida tranquila, junto a una persona confiable y fácil de querer. Pero claro, no iba a ser así. Su corazón tenía que fijarse precisamente en lo que no podía ser. De todas las otras opciones posibles, tuvo que ser justo esa, la que se anulaba al seleccionarla. Un completo revés, la otra esquina del ring, la cruz de la moneda. Usó todo su autocontrol, fuerza de voluntad y testarudez para impedir que aquel tormentoso sentimiento creciera en su interior, pero no lo logró. Falló y cada vez que lo veía pasar, con su enorme espalda y mirada asesina se preguntaba qué diablos le estaba pasando a su corazón. Una cosa era ser un poco ingenua y soñadora, pero otra transversalmente diferente era estar loca de remate y ser masoquista. Sabía que eso no iba a ocurrir, las ocaciones en que estaban cerca y tenían que comunicarse inevitablemente, Lux corroboraba ésto. "Nope, no pasará. Ahora da la vuelta y huye, por favor." Solía decirse a sí misma. La Dama Luminosa veía constantemente cómo su hermano sufría por el mismo motivo que ella, pero la gran e inesperada diferencia siempre fue que él, por lo menos, sí tenía oportunidad. Él ya lo había conseguido, su amor era correspondido con la misma intensidad suicida. El suyo no, ni hoy, ni ayer, ni mañana, ni nunca. A-sí-de-sim-ple. No pasará, porque él detestaba a todos los de su patria. No iba a ocurrir, además, porque ella era hermana de Garen. Hermana del bastardo mal nacido quién consiguió el amor de la Hoja Siniestra. Darius no ponía sus ojos en ella a menos que fuera exclusivamente para matarla en combate. Triste, cierto y justo en el corazón. Aún así ella estaba empecinada en por lo menos platicar con él. Pero obviamente no sabía por dónde acercarse, como dar un inicio a la conversación o si quiera cómo pedirle ayuda en los Campos de la Justicia cuándo les tocaba ser aliados. Se sentó en un sofá cualquiera con las manos en la cabeza y ganas de llorar como un bebé. Vaciló: ¿lanzarse por la ventana o quitarle a Annie su Tibbers? No supo cuál de las dos opciones de suicidio rápido era más viable y se hizo un ovillo color oro.

- ¿Qué te pasa, niña? - Una voz sensual y femenina la hizo levantar la cabeza con alarma predispuesta. Katarina se extrañó al verla decaída. Normalmente llevaba en la cara una sonrisa radiante e idiota, que nunca se le quitaba. Ahora parecía más un gatito abandonado que la Dama Fluorescente que normalmente era.

- N-no es nada... - Le contestó, nerviosa por la imponente prescencia que caracterizaba a los de la casa DuCoteau. - Sólo estaba refleccionando...

- ¿Refleccionando en posición fetal y con los ojos brillantes? - La perspicacia de Katarina acertaba el ochenta porciento de las veces. Ésta fue parte de un dudoso veinte porciento en que acertaba a medias. - ¿Te peleaste con tu novio el rubiecito?

- Ezreal no es mi novio... - Le explicó Lux, sentándose con la mirada gacha. - Ezreal es como mi hermano...

- Vale, entonces lo rechazaste, él se enojó contigo y por eso estás triste, ¿O se trata de otra cosa? - La Hoja Siniestra estaba sinceramente preocupada por la mocosa demaciana. Siempre quiso una hermana pequeña para molestarla y tratarla como a una muñeca, tal y como Cassiopeia hizo cuándo ella nació. Además, Garen le había comentado fugazmente que estaba preocupado por ella y sus sentimientos. De alguna manera Katarina se relacionaba con Lux. Retorcida, prohibida y secretamente se relacionaba con ella. - ¿Garen hizo algo estúpido? ¿Quieres que lo deje calvo a navajazos? - Ambas rieron con jovialidad. Luxanna siempre la admiró: era implacable en batalla, hermosa en aspecto y encantadora en presencia. Tenía ese algo de chica mala, ruda y completamente fuerte. Que no necesitaba ser protegida o cuidada. Una rosa que no se molestaba en ocultar sus espinas. Suspiró al notar lo abismalmente diferentes que eran la una de la otra, los gustos de Darius estaban muy lejos de ella. Katarina logró hacerla hablar, y ella aliviada le contó sus tribulaciones, miedos y agonía constantes. Su lucha interna por apuntar su amor correctamente y toda clase explicaciones y disculpas por su idiotez. A la Hoja Siniestra se le encogió el corazón. Ella había pasado por lo mismo, años atrás, cuándo conoció a un adolescente demaciano que no la asesinó al verla, argumentando que no era justo, pues ella estaba herida y había sido abandonada por su tropa. Pero Katarina sintió de inmediato que aquella chispa incandescente los había afectado a ambos. El caso de la chica a su lado era trágicamente diferente.

- Es complicado, y déjame decirte que incluso siendo mi enemiga, no te desearía esto. - DuCoteau apoyó su peso en el respaldo del sofá con la misma amargura que Lux sentía. - Darius es un mal nacido, frío, pedante, bruto y rencoroso general. No se llega muy arriba en Noxus si no lo fuera, en todo caso. - Suspiró y se puso de pie, sin ganas de dejarla sola. - Lo más recomendable es que te tomes tu tiempo para enterrar ese sentimiento, es innecesario y luchar sufrir por una causa perdida como ésta, ese hombre si se entera te llevaría al Abismo de Lamentos para degollarte y colgar tus restos en su estandarte, diciéndoles a todos su hombres que las tonterías amorosas no tienen lugar en el campo de batalla ni en la vida de un guerrero Noxiano. - Se alejó recordando el momento en que Darius le dijo eso, cuándo la vió fugarse una noche de celebración. La Mano de Noxus no estaba enamorado de ella, simplemente se encaprichó e indignó porque el hombre a quién le regaló parte de su corazón era un demaciano. O eso era lo que creía. Entró en la taberna de las Leyendas sin ningún ánimo de verles las agrias caras a sus compatriotas.

- Te dignaste en llegar, Kat. - Gruñó Cassiopeia, que jugaba a las cartas con una muy concentrada LeBlanc.

- Lamento llegar tarde~ - Dijo con sobre actuado arrepentimiento. - No quería venir. - Concluyó, sentándose también. Puso los codos en la enorme mesa para veinte personas, posando apenas su mirada en los dos hombres que tenía a los costados. Draven le sirvió la cerveza especial de Gragas mirando su escote y ella le dió una palmada en la nuca.

- Por éste tipo de cosas no tendrás hijos jamás, Draaaaaaaaaaaven. - Se burló, bebiendo cual Shurimano en época veraniega.

- Draven no necesita tener hijos. - Le respondió él. - Con un Draven basta y sobra. - Hicieron un brindis riéndo, compitiendo por el que aguantaba más litros de cerveza sin caer al piso inconsciente, bajo la mirada de un preocupado Talon: Kat ebria = violento desastre. Se podía armar una de las grandes, como las que ocurrían en Noxus los días festivos. Pero ahora estaban en la Liga, y él no deseaba ser sancionado por culpa de sus ebrios amigos. Warwick, Singed, Viktor y Swain discutían un proyecto complicado y arriesgado en un lenguaje técnico incomprensible para la Sombra de la Espada. Resignado se unió a la joda, bebiendo sin frenos y recordando cierto incidente a las afueras de Demacia*. Todo estaba normal, Darius serio e imponente a la cabecera, Swain, Viktor, Singed y Warwick en la barra, Cassiopeia y LeBlanc frente a frente y Talon, Draven y Katarina en los flancos, haciendo tonterías. El equilibrio de la rutina se rompió cuándo entraron Quinn, Garen y Xin sedientos y cansados por un día de batallas ininterrumpidas. Discretamente se miraron entre sí, para sentarse luego en la otra esquina de la habitación evitando cualquier roce que pudiera terminar en confrontación. Lo que Garen no razonó antes de sonreírle con amabilidad y empatía a las Alas de Demacia fue que se hallaban presentes y ebrios Talon y Katarina. Era poco habitual que la joven no tuviera puesta su armadura, dejándo relucir su pelo corto, que resaltaba a su vez el rostro de facciones femeninas y delicadas. Xin Zhao le sirvió una única bebida desprovista de alcohol que tenían en la taberna mientras Garen le llenaba de felicitaciones y le revolvía el cabello en un gesto más que nada paternal. Se detuvo cuándo una daga chocó con su armadura y volteó a ver a un par de ebrios, completamente enojados sin ningún motivo que se pudiera decir en voz alta. Todos los presentes quedaron en shock al notar que Talon y Quinn habían desaparecido de la habitación, pero su sorpresa les provocó un ataque al corazón cuándo Katarina se tiró a matar a Garen de una puñalada certera en la garganta, la que él bloqueó con su espada.

- ¡Xin, ve por Quinn, no sabemos qué puede pasarle! - Le ordenó, usando aquel tono que no dejaba lugar a réplicas. Aún así su fiel amigo se preguntó cuál de sus dos colegas corría más peligro. Salió raudo del lugar temiendo por quién dejaba atrás. Cassiopeia iba a convertir en piedra a su hermana en la desesperación, pero la joven saltaba por todas partes dándole estocadas al hombre que no hacía nada más que mantenerla a raya con una expreción de preocupación. El cuarteto de genios en la barra se retiraron sin decir o hacer nada, Draven alentaba a la pelirroja, y Cassiopeia yacía aún alterada intentando detener a una incesante Katarina. Garen vió su oportunidad de escabullirse cuándo la joven tropezó por la borrechera y quedó empapada con el agua que se suponía era para Quinn, más al salir al pasillo fue tacleado y cayó al piso sin gracia. La hermana mayor de las DuCoteau al ver la escena se fue a la habitación que compartía con Katarina para no ser juzgada como cómplice, negándo con la cabeza la idiotez de su hermana. Draven se largó diciendo que a la historia le iba a hacer falta más Draven y Darius se quedó pasmado en el umbral con una expresión de ebrio despecho.

Garen temió porque su espada había caído lejos de él. Miró a los ojos de la agresora y antes de pedirle que entrara en razón, ésta lo calló con un beso demandante. La mano izquierda del Poder de Demacia de inmediato tomó el rostro de la Hoja Siniestra mientras la diestra se acomodaba en su espala. Cuándo la guerra sesó, Katarina le gritó que era un idiota.

- ¡Sabes que hip, no deberías hip! ¡Porque yo no puedo hip, frente a todos los hip! - Le recriminaba, incapaz de hilar una frase completa por el alcohol que le corría en las venas. Le lloriqueó palabras inentendibles, mientras la ponía de pie con dulzura y una pequeña sonrisa en los labios. Los celos eran algo que se había prohibido entre ellos, por la falta del derecho a reclamar nada. Su relación estaba condenada a quedarse en las sombras, y el ver a Katarina molesta y cegada de celos era algo que él siempre creyó imposible. Al notar que era incapaz de caminar sin seguir tropezando la alzó sin esfuerzo alguno y se encaminó a la habitación de la Hoja Siniestra sin tomar cuidado de quienes los vieran. Garen pensó que Darius se había marchado junto a su hermano, así que no volteó para ver como se agarraba a la entrada del lugar para no tambalear de ira y frustración.

Al mismo tiempo en que Garen fue derribado por Katarina, en un extremo se asomaron Morgana y Ezreal, que pasaban por allí luego de ganar una batalla juntos y al otro llegó Lux, alarmada por el bullicio. La Dama Luminosa no se había movido del sofá en las cuatro horas que transcurrieron desde que Katarina se fue salvo para comer e ir al baño. Con asombro vió como la Daga Siniestra derribó a su hermano para callarlo con un beso y reclamarle sin pudor algo que no alcanzó a oir. Su corazón sintió júbilo al momento en que Garen la tomó en sus brazos y cual príncipe de cuentos de hadas se la llevó. Pero su alegría murió cuándo vió a Darius en el umbral de la Taberna. Nunca lo había visto reflejar algo más que seriedad y fuerza. Pero en ese momento sus ojos derramaban magma y sus manos hicieron añicos el pórtico.

Y justo en ese crucial momento ocurrió, aquello que los perseguiría por siempre. Esa cosa que les forjaría el futuro de manera completamente diferente a lo que planearon. Cuatro acciones, cuatro simples acciones provocaron caos, desesperación y tribulaciones que se quedarían impresas en las almas de los afectados, para siempre.