No se trataba más que de una humilde cafetería en donde la gente se reunía de vez en cuando con sus conocidos a beber café, probar los postres tradicionales de la región que ahí se ofrecían y ponerse al día en cuanto a noticias y chismes actuales. El pan comenzaba a hornearse desde las cuatro de la mañana, cautivando con su dulce aroma a las personas que se dirigían a sus trabajos o simplemente pasaban por ahí.
Su propietaria, la señorita Euphine, amable por naturaleza, era la pastelera que se encargaba de hornear y decorar los dulces y pasteles. Aunque su baja estatura le acomplejaba un poco, ella poseía una belleza envidiable, sus ojos eran grandes y negros, su cabello largo hasta su cintura siempre iba atado con una pinza bajo la cofia que utilizaba para trabajar. Junto a ella trabajaba una mujer extraña para la gente, aunque nada tenía que ver su apariencia. Había llegado por su propio pie a diferencia de la mayoría que habían nacido y crecido ahí. Una misteriosa joven, unos centímetros más alta que su amiga, de piel clara y ojos azules. Su cabello rubio iba trenzado con simplicidad, sin ningún adorno además de la cofia. A pesar de su innegable belleza, la gente prefería evitarla pues no era un secreto que no compartía sus raíces y nadie tenía idea de dónde había salido.
Frewynd era una simple aldea, más allá del desierto Gerudo, nada más que un sueño y un cuento para todos en Hyrule. Se decía que si alguien era tan valiente como para adentrarse a las profundidades del desierto, seguro encontraría la mítica aldea; asentada en un paradisíaco oasis, con comida y frutos exóticos que solo crecían en ese lugar, creada por desterrados del reino que llevaron su riqueza con ellos para vivir libremente sin ley. Lo cierto era que, para los habitantes, la mayoría de esas cosas no eran más que inventos creados por alguien para incitar a los más temerarios a adentrarse al desierto, en donde la mayoría de las veces terminaban por perder la vida. Si bien casi todo se trataba de rumores, Frewynd en realidad había sido creada por personas desterradas injustamente y que juraron que, aunque su amor por el reino era grande, no seguirían más las órdenes de la corona.
-¡Feliz cumpleaños! –la joven frente a ella sostenía un pequeño bizcocho de color morado con una vela encendida—¡Pide un deseo! Pero date prisa, que Fin nos espera en el bar.
Parpadeó, un poco sorprendida, había estado perdida en sus pensamientos antes de que la joven apareciera frente a ella. La mujer esbozó una enorme y genuina sonrisa, mostrando su dentadura perfecta. Una vez más celebraba su cumpleaños junto a su inseparable amiga Effie. A diferencia de los demás locales, la joven dueña del café siempre mostró una actitud benévola hacia ella.
Una vez concluida la jornada laboral, cerraron cuidadosamente el pequeño lugar que se ubicaba en el primer piso de la que también era su casa y ambas jóvenes se dirigieron al bar situado a las afueras de la villa, uno muy popular entre los jóvenes de Frewynd. Al abrir la puerta se encontró con el abrumador olor a alcohol mezclado con sudor y su entrecejo se frunció ante el bullicio de la gente que se encontraba adentro. Su amiga, un poco más bajita, se abría paso entre la multitud mientras ella la seguía de cerca. Su estómago rugió con fuerza cuando sintió el inconfundible aroma de la comida recién hecha siendo servida en alguna mesa cercana, entonces recordó que no había comido nada en todo el día.
La cara se le iluminó cuando se encontró con la silueta de su amigo en una de las mesas del fondo. Finnian agitaba la mano con entusiasmo para llamar la atención de las jóvenes quienes al verlo se apresuraron a tomar un lugar en la mesa.
-Felicidades, Zelda –Dijo Finnian sonriendo mientras sostenía una enorme caja, adornada cuidadosamente con un listón rosa. Zelda sonrió agradeciendo a su amigo.
Mientras sus dos amigos discutían el menú con el mesero, ella observó el bizcocho que Effie le había regalado anteriormente. Veintiún años la convertían oficialmente en un adulto, estaba cumpliendo la mayoría de edad sin saber exactamente qué sería de su familia y de sus conocidos.
Un día despertó en los límites de Frewynd, ni siquiera recordaba haber cruzado el desierto. Fue una sorpresa cuando se encontró hambrienta y sin una sola rupia consigo. Caminando desorientada y sin rumbo, durmió varios días en la calle. Un día despertó en medio de la noche tras escuchar el sonido de una botella rompiéndose en mil pedazos. Escuchó la voz de dos hombres, no sabía lo que decían, pero por el tono de su voz supo que estaban borrachos. Comenzaron a hablar entre sí, pudo ver en sus ojos cuáles eran sus intenciones. Se levantó y se pegó contra la pared, mirando en todas direcciones, pero no había salida del callejón. Uno de los hombres sujetó sus muñecas, ella quiso soltarse, pero su cuerpo estaba muy débil, difícilmente podía ponerse de pie. Estuvo un momento forcejeando con uno de los hombres hasta que observó cómo su captor la liberaba de su agarre con una expresión de dolor en el rostro. La sangre del hombre comenzó a gotear en el suelo y de un momento a otro su acompañante se echó a correr dejando frente a ella a un joven alto que llevaba el cabello oscuro atado con una cinta. Se quitó el abrigo y se lo ofreció para que se cubriera del frío. Así fue como conoció a Finnian, un joven soldado que sin preguntarle quién era ni de dónde había salido, le ofreció todo lo que tenía: un techo, comida e incluso la enseñó a usar una espada, asegurando que en ese lugar debía ser capaz de defenderse por sí misma.
Eran las dos de la mañana, el lugar aún se encontraba repleto y aunque ya no era el cumpleaños de la joven, aún se sentía con ánimos de festejar. Finnian por su parte se limitaba a observarlas beber. Un joven sentado a dos mesas de distancia sonrió y se acercó a Effie para invitarla a bailar, ella se sonrojó y aceptó tomando tímidamente la mano del hombre.
Zelda sonrió mientras veía a su amiga divertirse. Había perdido la cuenta de lo que se había tomado y cuando su vista se tornó nublada, decidió que ya había bebido demasiado. Se levantó y se dirigió a la salida con discreción, lo último que quería era que sus amigos se dieran cuenta de su estado. Afuera el pueblo se encontraba en silencio, únicamente se podía escuchar el sonido del viento que soplaba. Cerró los ojos y sonrió sintiendo la brisa fresca de la madrugada mientras la letra pegajosa de una canción de cumpleaños Hylian venía a su mente.
-Feliz cumpleaños –Abrió los ojos avergonzada. Frente a ella, un joven con la mirada llena de curiosidad la observaba atentamente. No quiso ni imaginarse cuánto tiempo había estado ese hombre ahí. Parpadeó un par de veces para asegurarse de que no estaba imaginando cosas debido al alcohol.
Sacudió la cabeza, tratando de concentrarse en la apariencia del individuo. Al mirarlo detenidamente, le pareció que no debía ser mucho mayor que ella. Había visto por lo menos una vez el rostro de la mayoría de las personas en la aldea, pero el hombre frente a ella le resultó poco familiar. Su vestimenta no era ostentosa, por lo que debía tratarse de un aldeano común y corriente. El joven fingió que no había notado el terror en su mirada.
–No está ocupada ¿verdad? Espero que no, soy nuevo aquí y estoy buscando una posada, no soy bueno orientándome. Tal vez usted me pueda ayudar. –Sonrió –Me llamo Link, como ya se habrá dado cuenta, no soy de por aquí–Dijo extendiendo su mano. La joven lo miró cuidadosamente, no era posible que hubiera un Hylian en un lugar tan remoto como ese. No supo qué hacer por lo que asintió con torpeza y tomó tímidamente la mano del joven, correspondiendo el gesto.
-¿Cómo es que ha logrado llegar hasta aquí? –Preguntó, confundida. El hombre abrió la boca, dispuesto a darle una respuesta, pero antes de que pudiera decir algo, Zelda decidió que sería mejor no saberlo y se giró para marcharse de ahí. Link la tomó del brazo, impidiendo su huida. La joven le lanzó un puñetazo con la derecha que el hombre esquivó como si no fuera nada, luego lanzó otro y después otro sin lograr acertar ninguno. De pronto sintió cómo volvía a la sobriedad. La fuerza física no funcionaba con aquel Hylian, él parecía ser más fuerte que ella. Acorralada y sin muchas opciones, Zelda decidió que gritaría de ser preciso, tal vez alguien la escucharía.
-¡Basta! –Ordenó Finnian. Zelda cayó sobre sus rodillas, aterrorizada. El hombre se arrodilló junto a ella, examinando su aspecto como para asegurarse de que estuviera bien.
-¿Link? –Finnian le ofreció su mano a la joven y Zelda no dudó ni un segundo en aceptar su ayuda.
-Q-quiero…—Zelda se abrazó al cuerpo de Finnian—Quiero irme Finnian, no conozco a este hombre.
-Claro, lo siento. –Se disculpó el joven en voz tan baja que pareció un murmullo—Me voy. No fue mi intención asustarla, señorita—Inclinó levemente la cabeza con cortesía, dio media vuelta y desapareció en medio de la oscuridad.
Finnian se ofreció a escoltarla de vuelta a su casa pero Zelda rechazó su ofrecimiento en el acto, argumentando que a Effie le vendría mejor dicha oferta. Caminó a paso apresurado hasta el café y subió las escaleras hasta su habitación. Sus manos temblaban, ni siquiera se cambió la ropa cuando se metió bajo las sábanas.
A pesar de que no había amanecido aún, se levantó de la seguridad de su cama. No había logrado dormir ni un poco durante la noche, su mente repasaba una y otra vez las posibilidades de que aquel hombre se encontrara ahí para hacerle daño. Se hundió en la pequeña tina del baño con una extraña sensación de inquietud en el estómago. Bajó las escaleras de piedra mientras se ataba las cintas del corsé café que usaba sobre la blusa blanca. Aún estaba oscuro, pero conocía el camino de memoria así que no consideró necesario encender la lámpara de aceite. Sonrió cuando el aroma dulce de los pasteles recién horneados entró en sus pulmones. Seguramente su amiga también había decidido madrugar.
Tomó un platillo de cerámica de la barra y se dirigió a la cocina con la esperanza de probar un poco de pastel de frutos secos. El plato se estrelló en el suelo, rompiéndose en pedazos. Sus ojos estaban bien abiertos ante la sorpresa de encontrarse con la última persona que le habría gustado encontrarse en ese momento. El hombre se encontró con la sorprendida mirada de la joven, hizo una leve reverencia con la cabeza y sonrió lo mejor que pudo.
-Qué...—Zelda se aclaró la garganta, intentando recobrar la compostura—¿Qué hace usted aquí? —preguntó en tono demandante.
El hombre esbozó una sonrisa torcida, como si ella hubiera hecho la pregunta más obvia del mundo.
-Bueno, he sido contratado por la señorita Euphine—a ella le pareció que se estaba burlando.
Sin bajar la guardia, intentó seguir indagando. No pasó mucho tiempo cuando Effie bajó corriendo aún en camisón con una espada en la mano al escuchar el sonido del plato romperse. Se relajó al encontrar a su amiga frente al nuevo pastelero.
-Oh, veo que ya se conocieron—dijo mientras se frotaba los ojos.
Después de un saludo de cortesía, Effie se puso presentable y ambas se sentaron en una de las mesas mientras el hombre regresaba a trabajar a la cocina. Ella le contó que la mañana anterior mientras preparaba la masa, recibió la visita de Finnian para discutir los detalles de cómo celebrarían el cumpleaños de su amiga, pero no había llegado solo, venía acompañado de un viejo amigo que había conocido en uno de sus viajes fuera de Frewynd, un viajero que después de años de insistir había logrado que Finnian le indicara la ubicación de la aldea. Había sido llevado a juicio en su llegada y después de una serie de cuestionamientos y pruebas, el consejo decidió que no era peligroso y era bienvenido a quedarse aunque por poco tiempo. Ella siempre había tenido un corazón amable y no necesitó decir mucho para convencerla de ayudar al pobre hombre que acababa de llegar y no tenía dinero ni un techo en dónde dormir, justo como la había ayudado a ella algunos años atrás.
Zelda suspiró mientras se frotaba la cien con las yemas de los dedos. El joven seguía en la cocina mientras ellas discutían sentadas frente a la barra del café.
-No lo conoces, podría ser peligroso—susurró Zelda mirando en dirección a la cocina para asegurarse de no ser escuchada por el individuo en cuestión. Effie parpadeó un par de veces y después sonrió con su típica sonrisa despreocupada.
-No lo creo—contestó susurrando también—es un buen amigo de Fin y además... –cerró la boca de pronto.
-Además ¿qué? –Zelda la incitó a seguir hablando.
-Además es muy guapo y un excelente pastelero, creo que será bueno para el negoció—se rió.
Castle Town estaba a más de dos semanas de distancia, durante los seis años que pasó en Frewynd nunca había visto a ningún otro Hylian llegar a la aldea. Frewynd era famoso por su hostilidad hacia los foráneos, lo que se les inculcaba a los residentes desde el momento de su nacimiento.
-Link parece un buen chico—dijo aun sonriendo—no seas muy dura con él, ¿de acuerdo?
El hombre salió de la cocina con una enorme bandeja con pastelillos y un juego de té. Zelda hizo una mueca cuando los colocó sobre la mesa y sirvió el té como todo un experto en las tacitas de cerámica.
-Fin me ha dicho que eras un buen pastelero—comentó Effie mientras miraba los pastelillos sobre la mesa—veo que se ha quedado corto—sonrió—¿me enseñarías cómo prepararlos?
El joven sonrió.
-Será un placer señorita Euphine—contestó—espero que sean de su agrado, señoritas—miró a Zelda.
La joven resopló, fastidiada por la innecesaria formalidad del hombre.
-Espero que sí.
Hola!
Espero que todos se encuentren muy bien, yo de nuevo con otra historia aprovechando las vacaciones, ignorando el montón de trabajo que se acumuló y tengo que terminar para el lunes. Muchas gracias a las personas que comentaron Encuentro destinado, la verdad no tenía planeado una continuación para esa historia, pero después de leer sus comentarios intenté escribir algo más.
Espero que les guste esta historia, gracias por tomarse el tiempo de leer, lo aprecio mucho.
Saludos!
iilu.
