España está en su palacio, no puede dejar de mirar al fuego y, muy a su pesar, desear a Vaticano como nunca debió haberlo hecho. Está ubicado años después del Saco de Roma. La pareja es VaticanoxEspaña. Vaticano es mujer.

Calma Después de la Tormenta

España miraba el fuego arder. Ver el fuego era lo único que lo hacía sentir un poco en paz después de tanta tormenta.

–Que tonto fui… –Volvió a murmurar, ignorando todos los pensamientos racionales que le suplicaban que dejara de pensar en ese asunto.

¿Pero cómo podría? Desde la primera vez que la vio en esa iglesia, lo había hechizado en cuerpo y alma.

Deseo con todas sus fuerzas ignorar dichos sentimientos, mentirse a sí mismo una y otra vez diciéndose internamente que no le recorría la espalda de escalofríos de placer cuando veía a Vaticano y le sonría para él, solo para él.

Nunca aceptaría ante ningún Rey, Emperador, Obispo, Cardenal o hasta el mismísimo Papa en una confesión que sus pensamientos por la representación de Vaticano iban más allá del amor fraternal, rozando lo sacrílego en algunas ocasiones.

Nunca diría ante nadie que, cuando le tomo la mano por primera vez, no solo se sentía bien, sino que deseaba sentir más su toque en algo más, que aun por las noches extraña su calor y sueña con algo más profundo.

Algo que ella nunca me dará.

España frunce el entrecejo, volteando algo enojado su mirada del fuego.

Si sigue pensando en esto se volverá loco. Perderá el juicio.

–Necesito escribir– Se dijo decidido, tomando el papel y la pluma más cercana que tenía.

Por breves momentos no supo que escribir, pensando en todo tipo de asuntos: Estrategias contra los protestantes, asuntos concernientes al Imperio de Altamar, cuáles serán los próximos movimientos del Imperio Otomano y que hacer al respecto.

Pero, aun con esos asuntos en mente, recordaba la mirada distante y apagada de la Santa Sede cada vez que intentaba iniciar una conversación con ella, como rehusaba que le dejara besar su mano, como evitaba mirarlo a los ojos en muchas ocasiones.

España siente esa emoción, esa mezcla de tristeza e ira que lo carcome por dentro cuando recuerda lo que ha pasado con ellos desde ese desgraciado e infeliz día que está harto de maldecir.

Nunca borrara de su memoria lo cerca que estuvo de ella, de su cálido aliento mezclado con el suyo por la cercanía, de su agradable calor cuando recorría su cintura con sus manos cansadas de tanta guerra y sangre, de lo cerca que estuvo de hacerla suya de una vez por todas.

¡Estuvo tan cerca! Pero…

Respiro hondo, intentando borrar inútilmente esos recuerdos de su memoria, dejando finalmente que tomo lo que sentía fluyera por escrito con su pluma.

"Mi dulce señora, sois tan dulce como las flores de mi jardín, pero al menos esas dulces flores le hacen caso a España, usted, me temo, ninguna atención tiene conmigo, vuestro fiel devoto y servidor, que no la amado más porque no es posible crear un amor más grande que el que yo siento por vos."

España volvió a suspirar, sintiéndose algo mejor, arrugando la carta y arrojándola al fuego, como queriendo distanciarse de ella, teniendo vanas esperanzas de que su amor muriera como su carta de amor muere con el fuego.

El fuego en algún momento se consumirá, y al igual que su carta, solo quedaran cenizas de lo que alguna vez fueron. Pero España sabia, muy a su pesar, de que su amor por esa mujer (que nunca debió ver así) lo perseguiría por el resto de su vida.

–Que en mi pecado este mi penitencia– Murmuro, cerrando sus ojos, implorándole a Dios algo de paz después de tanta tormenta.