Disclaimer: Los personajes de estas series no me pertenecen, son propiedad de Bryan Konietzko y Michael Dante DiMartino.
Capítulo 1:
Una joven de tez pálida caminaba con rapidez por los grandes pasillos formados por paredes de piedra solida. La alfombra borgoña que cubría en totalidad el piso amortiguaba el sonido de su andar. La bulla del exterior se colaba por unas amplias ventanas situadas a las alturas, las cuales también dejaban entrar unos cálidos rayos de sol.
Todo se observaba tranquilo en aquel pasillo, dos guardias de armadura dorada se imponían con firmeza contra una puerta de roble tallada con finas figuras en sus bordes. Era una belleza digna de admirar, tanto por su tamaño como por sus detalles, pero para la joven que se dirigía a ese lugar aquello no le podía importar menos. Conocía ese lugar como la palma de su mano, era su "casa" después de todo. Aquel pasillo era una efímera parte de todo lo que ese hogar -semejante a un castillo- poseía.
Sin siquiera mirar a los guardias, y estos sin siquiera imponerse, la joven abrió aquellas puertas de forma brusca, denotando con aquel gesto su actual estado de ánimo. Sus cabellos negros y ondulados se mecían con cada movimiento de sus piernas, en un andar presuroso hasta llegar a su destino. Sus finas facciones amortiguaban ese ceño fruncido, sus ojos como esmeraldas filtraban molestia y desdén, sus labios rojos y carnosos iban contraídos en una mueca, dando el último toque a ese conjunto de rasgos que demostraban lo evidente.
Se detuvo hasta llegar al medio de la sala. Aquel cuarto era sinónimo de elegancia, de riqueza. Las paredes revestían un tapizado completo y colonial. A sus costados, tanto derecho como izquierdo, unos amplios ventanales adornaban y daban una visión exquisita a los jardines floreados del exterior. Al fondo y casi cubriendo la mayoría del centro de pared, una chimenea alta y de toques dorados la saludaba, sobre esta se encontraba una pintura enorme, retrato de la madre de la joven. El marco era de oro solido y forjado, casi tan hermoso como la pintura misma.
Infinitos detalles demostraban la opulencia de la estancia, los enormes candelabros, las sillas pulidas de la más fina madera, los retratos sutiles de algunos antepasados, las cortinas situadas en algún extremo de las ventanas. Una repisa llena de distintos tipos de botellas, todas repletas de alcohol, unos más excéntricos que otros, librerías y estantes llenos de material escrito. Y por último, casi en el centro, un escritorio imponente, madera selecta, pulida y tallada a gusto del dueño.
Aquel dueño no era nadie más que Hiroshi Sato, quien sentado trabajaba con cierto relajo, observando unos documentos. Levantó su mirada después de unos segundos ante la presencia que ahora tenía en frente. Asami Sato, su única hija, su heredera.
Una pequeña sonrisa se escondió bajo ese tupido bigote al ver su nueva visita, ignorando completamente el aura de pocos amigos que ésta traía consigo.
—Es una sorpresa verte por a-
—¿Qué es lo que pretendes? —La voz de la fémina se interpuso al saludo del padre, su tono no era dulce, al contrario, iba cargado de ira. Caminó unos pasos más hasta toparse con el borde del escritorio. Entre sus manos lucían unos papeles arrugados, aquellos escritos fueron rescatados antes de ser incinerados. Los tiró sobre la firme superficie para que su progenitor los viese, aunque no era necesario, ya sabía de qué se trataba. —¿Es acaso una medida justa lo que estás haciendo?
La mirada del mayor cambió completamente, al igual que todo su semblante. El mayor de los Sato no se caracterizaba por tener una tolerancia por aquellos que lo desafiaban, su hija no era ninguna excepción.
—No tienes derecho a involucrarte en esto —su voz fue dura mientras se levantaba de su cómodo asiento de cuero, imponiendo su porte ante su actual oponente en ese duelo dictado por palabras. —Las leyes ya fueron establecidas y este caso cerró de forma justa.
—Una justicia que sólo te beneficia a ti, estas enloqueciendo con el poder —Apoyó ambas manos contra la madera, dándole énfasis a su postura. —¡Ni siquiera le diste un juicio a ese hombre!
—¡No es un hombre! —Respondió de forma aun más agresiva a su hija, comenzando a alterarse con el asunto —¡Aquellas bestias no son hombres, entiéndelo!
Los Sato eran una jerarquía de familia que se mantenía de generación en generación. Eran la base de la Colonia Republicana, dueños de tierras y de mercados. El pueblo les debía a ellos y ellos trabajaban para el pueblo. Manejaban la economía, la justicia y sobre todo la seguridad.
—Razone y use lo poco que le queda de juicio, padre —las palabras salieron suaves de sus rojizos labios, calmando los humos por un momento, aun así el toque irónico invadió sus frases sin poder evitarlo. —Lo que hace no es signo de valentía… ni mucho menos justicia.
No dijo nada más, las últimas palabras se quedaron prendadas en la punta de su lengua para no herir a su padre. A pesar de ser alguien injusto seguía siendo su progenitor. Suspiró antes de alejarse de ese lugar, observando de reojo a una de las sirvientas que se encontraba casi en un rincón de la estancia, mirando todo porque no tenía otra opción.
—Eres tú la que tiene que razonar —La voz masculina volvió a hablar antes de que la menor se alejara. —¡Deberías odiarlos y no protegerlos!
Y aquello fue lo último que escuchó de esa conversación, la joven salió del despacho casi derrotada, era una lástima todo esto pero odiaba las injusticias.
Esa misma mañana se había enterado por la boca de un guardia despistado una noticia que la dejó impactada. Hace mucho tiempo que los humanos intentaban vivir con "las bestias". Aquellos eran seres con características especiales, unos más distintos que otros dependiendo de la zona donde viviesen. Por ejemplo, en la nación del fuego nacían humanos con la capacidad de manejar un elemento, este se trataba justamente del fuego, pero no sólo eso, también surgían hombres que tenían la habilidad de transformarse en distintas criaturas, leones de tamaños considerables, de pelajes exóticos y dientes afilados y enormes, una completa aberración o fascinación para algunos, incluso habían unos cuantos que aseguraban haber visto dragones nacer de un cuerpo completamente humano. En el reino tierra albergaban aquellos que manejaban su elemento y otros que se transformaban en criaturas más secas pero imponentes, mamuts, rinocerontes, etc. En los templos del aire las criaturas voladoras eran las protagonistas y en las tribus del agua los animales marinos eran los que dominaban. Además de esto se encontraban -en minoría- las cruzas de humanos y bestias, seres con cuerpos humanos nacían de allí, pero además tenían la destreza de poder manejar algún elemento o bien poder transformarse en criaturas aberrantes. Unos cuantos archivos escondidos notaban de criaturas que podían manejar un elemento y además transformarse en un animal, aquellos eran los más peligrosos según el mayor de los Sato, y no era para menos, la experiencia le daba la razón.
Hace unos veinte años aproximadamente, la mansión Sato sufrió un ataque. En todas partes del mundo existían los anarquistas y la Colonia Republicana no era una excepción a la regla. Cerca de veinte hombres encapuchados lograron traspasar la guardia de la mansión, aquellos eran agiles y escurridizos en la noche, aprovechando los puntos ciegos para poder adentrarse a esa estancia llena de lujos. Su misión: destruir a los Sato. No era algo sencillo puesto a la resistencia que tenía esta familia, pero después de meses de planeación el día había llegado.
Colonia Republicana tenía una cualidad muy particular, en ella nacían todo tipo de criaturas, tanto del mar como del cielo, tierra y fuego, no sólo humanos albergaban estas tierras, y la seguridad de los más débiles era trabajo de los Sato, los dueños. Castigar a las bestias era pan de cada día, la mayoría de las veces no existía jaula para estos seres, simplemente se les amputaba para que les fuese más difícil o casi imposible manejar sus poderes, en el peor de los casos se les dictaba la muerte. Era la única forma de poder defenderse de estas criaturas físicamente superiores a los humanos.
Las bestias, como se habían acostumbrado a ser llamados, comenzaron a hallar infinidad de injusticia en todo esto, y por eso y aprovechando su poder se dieron a la tarea de acabar con una dictadura, no podían verse prisioneros de alguien más débil que ellos, eso los llevó a intentar derrotar la casta de los Sato.
Todo iba de maravilla para los seres elementales hasta que un pequeño error alarmó a los guardias, poniendo en alerta a todo el personal. Las alarmas sonaron y la lucha comenzó. Los guardias superaban en número pero no en poder. Esa noche quedó marcada en la vida de la Colonia Republicana, el caos se esparció más allá de los grandes muros custodiados de la fortaleza donde vivían Hiroshi, su esposa Yasuko y Asami, su hija. El lugar ardió en llamas, las paredes caían con cada arremetida de los más duros, los cuerpos sin vida comenzaban a hacerse notar en el transcurso de la batalla. Yasuko sin pensarlo dos veces tomó a su pequeña en brazos y corrió a un lugar seguro, aquella estancia que parecía castillo tenía muchos pasillos secretos, también catacumbas, si podía llegar a uno de esos lugares entonces podría salvar a su hija. Pero no hubo tiempo, antes de poder llegar a su destino uno de los hombres la había interceptado, su rostro completamente cubierto a excepción de los ojos, unos de un color tan rojo como la sangre, de sus puños emergieron unas dagas de fuego y sin pensarlo dos veces se abalanzó para atacar.
Asami era muy pequeña en ese entonces, no tenía muchas memorias de ese incidente, pero había cosas que no iba a olvidar. Su madre se interpuesto a ese ataque, empujándola hacia un lado para que no la dañase. El primer corte ardiente de la mayor fue en la espalda, luego siguió con el rostro antes de que le propinase una patada. Al encapuchado no le importaba a quien mataba primero, su misión era matarlos a todos y acabar con toda la injusticia que sentía que llevaban sobre los hombros, y así lo hizo. Usando su fuerza comenzó a quemar el cuerpo de la mujer que gritaba de dolor. Asami no podía hacer nada, era muy pequeña y el impacto de ver algo así no la dejaba ni siquiera mover un músculo. Antes de que pudiese seguir observando tal barbaridad era tomada por unos brazos fuertes, alejándola del lugar. Un hombre con vestimentas distintas a los guardias había aparecido. A pesar de la corta edad que tenía la heredera de los Sato, esta sabía distinguir a esos hombres, eran cazadores, humanos entrenados de forma extrema para poder enfrentar a aquellos seres elementales de igual a igual. Expertos en armas y artes marciales, agiles tanto de día como de noche. Ese pequeño grupo de hombres había logrado detener el caos esa noche, pero por desgracia ya era muy tarde para la madre. A pesar de todos los esfuerzos realizados para intentar salvarla esto fue inútil. Desde ese día la familia quedó marcada.
Hiroshi cambió aun más las reglas del juego el mismo día del entierro de su esposa, embravecido comenzó a dictaminar nuevas leyes. En un principio quiso eliminar a todas esas bestias de sus tierras, pero gracias a sus consejeros no lo hizo, comenzar una guerra no sería lo más adecuado, de todas formas buscó la manera para comenzar a deshacerse de ellos. Cualquier error y esas bestias serían eliminadas, prohibió a las madres tener más de un hijo, y si lo tenía este iba a ser sacrificado, todo bajo un margen legal. El odio, las ansias de venganzas del mayor de los Sato no iba en decadencia, al contrario, iba en aumento, su propósito era eliminar a todas esas criaturas desagradables, pero no podía, era simplemente ir contra algo natural, pero eso jamás lo aceptaría.
En los últimos años todo esto había empeorado, la justicia comenzaba a volverse corrupta, se culpaba injustamente a esos seres elementales y sin derecho a juicio se les daba el exilio… o eso se suponía, la mayoría era sentenciado a muerte para luego tirar los cuerpos a unas catacumbas exclusivas para ello. Esto último era lo que había llegado a oídos de la menor de los Sato.
La joven de hermosos ojos verdes también había sufrido por la muerte de su madre, lloró mucho y aun era algo que le molestaba cuando dormía en esas incontables pesadillas del momento de su muerte, no podía negarlo. Pero a pesar de todo no encontraba rencor en su corazón, el asesino de su madre había muerto hace años a manos de los cazadores, los demás no tenían la culpa del arrebato de unos pocos. Asami era consciente del esfuerzo de toda la gente que vivía en el pueblo, tanto humanos como bestias, todos deberían vivir en igualdad, aunque fuese difícil.
Era dificultoso ir contra las órdenes de su padre, lo sabía, pero de algún modo hacerle enfadar mientras le daba a conocer su enojo por tal injusticia cometida la dejaba más tranquila. Era cierto que sentía impotencia al no poder salvar la vida de hombres inocentes, pero aun no estaba en sus manos crear un cambio.
Aquellos papeles arrugados que llevaba en sus manos momentos atrás eran de un caso donde se condenaba a muerta a un ser elemental por presunta violación. Los cargos eran casi absurdos, el supuesto violador era un panadero cualquiera, trabajador, no se aprovechaba del manejo sobre la tierra que tenía, pero por desgracia fue visto realizando en algún momento control y al tiempo fue acusado de tal atrocidad. Sin llegar a juicio fue simplemente ejecutado, todo sin llegar a salir a la luz. Por la mente de Asami pasaron miles de preguntas, seguramente este tipo de injusticias llevaban realizándose hace mucho tiempo.
Ella no era exclusivamente una defensora, al contrario, se dedicaba a buscar a esas criaturas para encerrarlas o darles un fin si aquel enfrentamiento ponía en juego su propia vida. Su rango era el de una cazadora. Desde pequeña comenzó a entrenar, volviéndose ágil y fuerte, el uso de las armas era su mayor facilidad, podía usar un amplio rango de estas, aunque sus preferidas eran las katares. Hace un par de meses se había dado el tiempo de fabricar un arma nueva, una que funcionaba con pólvora, simulando un pequeño cañón, aun no estaba lista pero pronto lo estaría. La joven no sólo era una buena luchadora, también poseía una inteligencia única y admirable.
Sus pasos la llevaron hasta el amplio jardín de ese palacio, perdida en sus pensamientos siempre terminaba caminando a cualquier parte, aunque en esta oportunidad el paisaje era hermoso. Todas las afueras de esa estancia estaban cubiertas de verde, los arboles se encontraban en una posición armónica con el entorno, las rosas entre otras flores adornaban como si fuese un verdadero paraíso. Se dirigió hasta una pequeña fuente de piedra salpicada con fineza, el agua era transparente y unas cuantas hojas reposaban sobre ella. Una pareja de peces koi vivía en aquel lugar, uno de tonalidades blancas con rojo y otro con dejos negros, eran hermosos.
Observó su reflejo en el agua antes de que los peces perturbaran su visión, esos animalitos estaban acostumbrados a recibir comida cuando alguien se les acercaba. Una sonrisa adornó los labios de la joven cazadora sin dejar de mirarles, era un buen momento para dejar los recuerdos desagradables del pasado, aquello sólo lograba nublar su juicio.
—Lo siento, esta vez no traigo comida conmigo —Se disculpó como si las pequeñas criaturas fueran a entender sus palabras.
—No se preocupe señorita, acabo de alimentar a los peces.
Reconoció esa voz porque la había escuchado muchas veces. Después de la muerte de su madre, Hiroshi se las arregló para que su pequeña hija siempre estuviese vigilada. Guardias, cazadores, guardaespaldas, todo un historial de personas tras la heredera que mejor ni recordar, aquello influenció aun más en la decisión de la mujer de ojos esmeralda para convertirse en cazadora, siendo alguien fuerte y habilidosa no era necesario andar siempre con un matón a sus espaldas para cuidarla… aunque no había servido mucho, su padre se había empeñado en dejar siempre un guardia a su disposición, a estas alturas Asami ya no le contradecía, era mejor dejar las cosas como estaban y por el mismo motivo aceptó tener una sombra en forma de hombre que en teoría la protegería si algo malo llegase a pasar.
En esta oportunidad el supuesto "cuidador" era un tipo joven, de cabellos negros y cejas pobladas, sus ojos eran de un color miel bastante bonitos. Parecía de su edad y eso le ayudó a entablar unas cuantas conversaciones antes, no era alguien desagradable y eso la joven lo agradecía en sobremanera.
—Que eficiente, Mako —alabó la cazadora mientras el hombre se iba acercando a ella.
—¿Todo ha ido bien con su padre? —en otras circunstancias Asami hubiese callado a su seguidor por entrometido, pero no en este momento. Había logrado llevarse bien con este muchacho, lo había aceptado y hasta le buscaba a veces para pedir su opinión en asuntos triviales. La verdad es que Mako parecía más un amigo que cualquier otra cosa, algo de lo que el Sato mayor no podía enterarse.
—No, pero era de esperarse —Sonrió para dejar a su compañero más tranquilo. Anteriormente le había pedido ir sola al despacho de su padre y este había aceptado, era lo mejor de Mako, le daba su privacidad aunque pudiese tener problemas después con los altos mandos.
—Es una lástima —parecía de verdad afectado por esto. —Cualquier cosa que necesite no dude en decírmelo, recuerde que estoy para servirle.
—Mako —aquello casi le saca una pequeña carcajada. Aun así se limitó a sonreír para no amedrentar en una burla no intencionada al guardaespaldas —No eres mi sirviente, estas para cuidarme de los malhechores ¿recuerdas? —Un pequeño tono de burla se le escapó, queriendo hablar como la típica damisela en peligro.
—Lo sé —un leve sonrojo cubrió sus mejillas. —Olvide lo que dije.
—Descuida —Se levantó sólo para palmar su hombro, queriendo reconfortarlo. —Tengo otra petición, por favor —rogó en una mueca de extrema súplica. Aquello era jugar sucio, lo sabía, tenía la sospecha de que Mako sentía cosas por ella desde ya hace tiempo, poner una carita de cachorrito siempre lograba doblegarle, era una forma de conseguir lo que quisiese, por lo menos con él.
—… —La observó un momento con el ceño fruncido, sabía lo que venía pero siempre terminaba cayendo en el juego, era un débil ante esa cara de rasgos perfectamente perfilados. Suspiró al final, resignado —¿Qué hará ahora?
"La mejor carta para la victoria"
—Deseo ir al gremio de cazadores, pero no quiero que me acompañes, si papá llega a preguntar dónde estoy le inventas algo —Aquello era poco probable debido al reciente encuentro, pero de todas maneras el plan estaba servido. —Te debo una, gracias —Y con eso último se despidió del guardia, trotando de forma rápida por el jardín para salir de ese grandioso campo verdoso.
Una de las mayores ventajas de pertenecer al gremio de cazadores era la vestimenta. Casi completamente de cuero y tela ligera, unas botas de tiro largo sobre unos pantaloncillos con diferentes entradas donde poder esconder diferentes tipos de armas, la zona superior no era muy distinta, a sus costados podían enganchar perfectamente un arma para usarla cuando más la necesitara, los guantes y brazales largos que cubrían sus antebrazos servían de apoyo para manejar su katar, un arma blanca de la familia de las dagas, con una empuñadura lateral antes de comenzar con la hoja. No era un arma que tuviese en ese momento con ella, pero siempre andaba con una que otra daga escondida entre sus ropas en caso de un atentado. No siempre tocaba enfrentarse a un ser elemental, muchas veces eran los mismo humanos buscapleitos los que iniciaban problemas en el pueblo, aunque en teoría los cazadores no tenían que meterse en esos asuntos.
Antes de salir por completo del palacio se dirigió a los establos, llevándose consigo a Sargento, su caballo y fiel amigo. Acarició a ese ejemplar de animal antes de prepararlo para así montarlo. No dejaba que ningún sirviente se le acercara a menos que tuviese que ser cepillado o alimentado, era un caballo un tanto especial, eso lograba encantar aun más el corazón de Asami.
—Vamos a dar un paseo, amigo —le habló al gran animal mientras este rechinaba antes de comenzar a galopar rumbo al pueblo por un sendero de tierra.
El famoso castillo Sato no estaba muy alejado del pueblo, de hecho desde los pisos más altos se podía ver parte del pueblo, como si aquella gran edificación custodiase sus alrededores.
Al cabo de unos cuantos minutos la joven heredera comenzaba a llegar al pueblo, las primeras casas, las que estaban más cerca del camino a la suya, eran las más elegantes, unas más grandes que otras, muchos de los dueños de aquellas viviendas eran comerciantes inteligentes y trabajadores, esa zona era definitivamente la más tranquila del pueblo. Su andar no se detuvo, adentrándose aun más al centro, los pasajes podían volverse cada vez más angostos debido a la cantidad de gente que transitaba por aquellos lados. Decidió que lo mejor desde este punto sería caminar. Aprovechando a un viejo amigo llamado Hisu, un señor ya mayor que comercializaba con ovejas, le dejó a su cuidado a Sargento. No era la primera vez que aquello sucedía, siempre que Asami decidía bajar al pueblo con ese caballo el buen Hisu lo cuidaba como si fuese un verdadero tesoro.
Esta vez a pie era mucho más sencillo avanzar, podía escabullirse por la gente o incluso tomar atajos por estrechos callejones. La taberna donde se juntaba el gremio de cazadores estaba justo en el centro del comercio. Este centro era una plaza enorme dictaminada por una estatua de Hiroshi Sato, a sus alrededores diferentes puestos de todo tipo se hacían presentes. Desde comida hasta ropa, lo que quisieses lo podías encontrar en aquel comercio donde la misma gente era la favorecida. Otro de los beneficios de ese centro eran los edificios, hostales, bares, tabernas, salones dedicados especialmente a la diversión masculina, y un sinfín de recreaciones que muchas veces eran cubiertas con actividades sin mucho interés, como el salón de juego "pai sho" que en realidad era un sitio clandestino dedicado a las apuestas.
Su destino no era ninguno de esos lugares puesto que no le llamaba la atención, ella estaba ahí para ver a sus amigos, los otros cazadores. No era muy común que estos siempre estuviesen en un mismo lugar todo el día, por lo general la mayoría tenía otros trabajos, entrenaban o simplemente se la pasaban en tabernas disfrutando del dinero ganado gracias a una buena recompensa.
Caminó hacia un local llamado "El loco feliz", sí, era una cantina cualquiera, pero en el piso inferior era donde solían hacerse las juntas donde parte del clan daba algún tipo de noticia sobre una bestia fuera de control o un ser elementar que causase problemas. Las campanillas del interior sonaron, alertando que alguien había entrado al local sólo con el movimiento de la puerta de madera roída. Sonrió al ver como el cantinero la saludaba, animado, Ghazan era un hombre de cabellos negros y largos, su bigote al estilo fu manchu era lo que más lo caracterizaba, él también era un cazador, además de ser el dueño de la cantera.
—¿Cómo va todo, pequeña? Tiempo sin verte, ¡nos tenías abandonados! —de forma inmediata le pegó la alegría a la recién llegada.
—Claro que no, me pasé por aquí la semana pasada —Asami alegó sin despegar una sonrisa de sus labios mientras se acercaba para saludarlo, Ghazan era como un padre dentro de esta fraternidad de cazadores.
—¡Sami! —Una joven de ojos color oliva se abalanzó sobre la de ojos esmeraldas, atacándola por la espalda en un abrazo. —Te extrañe un montón, vieras como se ponen los hombres de abusadores cuando no hay mujeres aquí —Un puchero fingido le regaló a su compañera cuando ésta se giraba para saludarla con un abrazo.
—Recuerda lo que te enseñé, los golpes bajos si cuentan cuando los dan las señoritas —una risa cómplice llegó a contagiar a Opal, la joven que la saludaba.
Aquella chica era la segunda mujer dentro del gremio de cazadores, todos los demás eran hombres, por algún motivo las mujeres se veían reacias a participar en estas actividades. Por lo que le había contado Ghazan, antes había muchas más, desgraciadamente el trabajo era riesgoso y no siempre salías con vida de las misiones, o si salías muchas veces era con una clase de lesión que impedía seguir ejerciendo en esto, eso lograba ahuyentar más a las mujeres que a los hombres.
—Buenas tardes, princesa —un saludo vino desde el final del salón. Sentado en una mesa con una pequeña botella de licor, un hombre de cabeza rapada miraba, gentil y calmado como siempre. Ese era Zaheer.
—Buenas tardes —respondió el saludo de forma educada, Zaheer no le desagradaba, pero lo encontraba un poco extraño, misterioso, puede ser por su personalidad, aun así no tenía mucha cercanía con él, a diferencia de Opal, por ejemplo, esa niña con grandes dotes y destreza era un encanto, su confidente. —¿Por qué hay tan poca gente aquí? —Cuestionó a los demás que se encontraban a su alrededor — ¿Dónde están los demás?
—Bumi está en una reunión con los Beifong —Comenzó a explicar el hombre alto tras una barra de madera. A pesar de mirar a la bella mujer de labios rojizos sus manos no dejaban de moverse entre un paño y un vaso, limpiando aquel pequeño objeto con dedicación. —Wan debe estar haciendo el loco por ahí, ya lo conoces, es peor que un crío buscapleitos —Sonrió al recordar cuando fue atrapado por la policía, el motivo era nada más y nada menos que espionaje a una residencia de "señoritas nocturnas". —Arik fue a cuidar a su madre que enfermó hace unos días y Viper comenzó a trabajar en el comercio del puerto. —Terminó, mencionando lo que creía sería útil para la joven pelinegra.
Bumi era lo más parecido a un líder dentro del gremio de cazadores. A pesar de ser alegre y verse un poco descuidado, era mano de hierro cuando la situación lo ameritaba. Llevaba bastantes años en este mundo y lo conocía a la perfección. Cuando ocurría un atentado que requiriese la presencia de cazadores entonces Bumi era el encargado –además de pelear– de escribir el reporte y entregarlo a la seguridad de la Colonia Republicana. La jefa de policía, y además tía de Opal, Lin Beifong, era la máxima seguridad, nada ocurría sin que pasase primero bajo su agudo escrutinio. Está demás decir que era intima de los Sato, o más bien del progenitor.
El imperio Sato era el verdadero dominante de la Republica, por él pasaba todo orden y ley a pesar de existir otras entidades, como la policía en este caso. Si pusiésemos un ejemplo a modo de comparación, el apellido Sato estaría en lo más alto de la cadena alimenticia, o eso era lo que debía aparentar.
Todo ese asunto era muy engorroso para la joven heredera, desde pequeña tuvo que aceptar miradas de odio o admiración, la envidia era muy evidente en ciertos momentos. Aun recordaba las primeras veces que comenzó a bajar al pueblo, en muchas ocasiones tenía que salir de ahí casi huyendo gracias a los desaires o intentos de ataques que al final no quedaban en nada, todos sabían que si algo le llegase a pasar a la señorita Sato entonces muchos inocentes pagarían con la muerte. El convertirse en cazadora cambió eso de forma casi radical, fue una forma de ganar el respeto de la gente, ya no era sólo una niña nacida en cuna de oro, se convirtió en alguien valiente, capaz de dar su vida a cambio de un desconocido. Con el paso de los años, y gracias a unos pocos que comenzaron el rumor, empezó a ser vista como una heroína. O por lo menos eso por parte de los humanos, aquellas bestias que aun vivían en el pueblo simplemente se limitaban a vivir sus vidas de forma tranquila, mudos a todo lo que veían.
—Sami, vamos a entrenar —la voz suave de su compañera la sacó de sus pensamientos.
— ¿Aprendiste a usar el arco? —La última vez que estuvo con la joven de mirada oliva se dedicó a observarla entrenar con esa arma a distancia. Esa joven tenía un don único en relación a la puntería, todos lo habían confirmado al ver los múltiples tiros con simples cuchillos que terminaban clavados justamente donde se lo habían ordenado.
—Por supuesto, es pan comido para la mujer más talentosa de este mugroso pueblo —el humor tan fanfarrón de Opal hizo sonreír a la mayor, aquella mujer poseía ese tipo de personalidad cuando estaba de muy buen humor, pero no era que de verdad tuviese el ego por las nubes, sólo bromeaba y todos los que la conocían lo sabían.
—Disculpe, señorita… —Aquella interrupción entre las dos féminas vino de parte del hombre rapado y con una cicatriz en la ceja. De forma lenta se levantó de su asiento para caminar hacia la mayor de las mujeres.
Para Asami ese tipo era un misterio, no había entablado muchas conversaciones con él en el pasado y dudaba que lo hiciese en el futuro, se le notaba un hombre serio, reservado. A pesar de todo era el mejor amigo de Ghazan, si él le tenía confianza entonces no había nada que temer. No podías juzgar un libro por su portada, y eso la joven de ojos verdes lo sabía a la perfección. No conocía el pasado de ese tipo, no sabía, por ejemplo, de qué forma se había ganado esa cicatriz en el rostro.
—Sólo si tiene un poco de tiempo —Comenzó mientras se acercaba a la heredera. —Me gustaría hablar con usted —A pesar de ser un enigma, Zaheer siempre se expresaba con educación.
—Claro —Aceptó la joven sin titubear, ésta podía ser la oportunidad de conocer un poco más a ese hombre que ahora la miraba con interés.
—Opal, ayúdame a limpiar las mesas, necesito todo limpio para los clientes —ordenó el hombre de bigote a lo que la menor sólo que quejó en voz baja mientras le obedecía, la pequeña junta con su amiga se había arruinado y eso la había frustrado, pero nada que fuese tan terrible, al poco rato ya estaría alegre de nuevo, no era fácil desanimar a esa fina mujer de tez morena.
Mientras Zaheer salía de la taberna Asami lo seguía, claramente quería una conversación algo más privada, o por lo menos sin ser presentes los oídos de sus amigos. El paso del hombre era lento, sin prisa, caminando por las calles de la plaza hasta llegar a un camino un poco más deshabitado gracias a la ausencia de comercio.
—Verá, señorita…
—Asami, dime Asami —le interrumpió con sutileza a lo que el hombre le respondió con una leve sonrisa.
—Asami —Volvió, esta vez con un tono más amistoso y menos servicial. —No sé si fue informada del último caso en la zona norte, de hecho, no sé si sea consciente de todas las cosas que están ocurriendo últimamente —Sin dejar de caminar, la charla atrajo de inmediato la atención de la joven, podía sospechar a donde iba a parar todo esto —Verá, nosotros somos protectores, como usted ya lo sabe, aun así con el paso del tiempo eso se ha ido distorsionando.
Todo eso era cierto, a pesar de ser en forma sutil, cada vez los cazadores eran más manipulables, y todo eso era a causa del deseo de venganza del mayor de los Sato. De alguna forma el gremio de cazadores tenía que obtener ingresos, no eran simples mercenarios que asesinaban sólo con el objetivo de obtener unas pocas monedas de oro. A diferencia de estos, la policía y los guardias, los cazadores sólo se limitaban a enfrentar a seres elementales, por tanto su entrenamiento era especial, mucho más extremo y arriesgado. La vida de aquellos que decidían albergar este rubro pendía de un hilo a la hora de los encuentros, aun así, estos cada vez eran menos frecuentes.
—Estas últimas semanas hemos sido testigo de prácticas un poco… —Se lo pensó un segundo, acariciando su barbilla con un dedo, dubitativo —Digamos que de dudosa procedencia, el orden policial actúa de forma barbárica, claramente siendo influenciados —Aclaró enseguida para que no se tomara como una ofensa sus actuales palabras. —Jamás me pondría de parte de las bestias, pero por la misma razón creo que su padre está moviendo las piezas de forma equivocada.
A esas alturas la joven heredera no podía decir nada, ya imaginaba las próximas palabras del hombre a su lado… y no iba a contradecirlo. La mujer sabía que su padre no estaba haciendo lo correcto, ella misma tenía discusiones con él por el mismo motivo, algo que nadie excepto los sirvientes eran testigos. El terror era un hecho demasiado real en el pueblo, pero no era equitativo, el pánico era un mantra constante en los seres elementales que cada vez se veían más escasos, de hecho, la mayoría se había negado a aceptar su naturaleza por toda esta represión, incluso cuando fuesen atacados. Eran víctimas de un sistema opresor.
—Créeme que lo sé, mi padre tiene un odio tan grande por aquellas criaturas que su juicio ha desaparecido —Y ella podría sentirse de la misma forma, pero no lo hacía a pesar de haber visto el descenso de su madre frente a sus propios ojos, un hecho que todo el pueblo, he incluso, las distintas naciones sabían. Aquella noticia recorrió con rapidez por todas partes. El sistema opresor no sólo era parte de la Colonia Republicana, los otros distritos también tenían gobiernos donde las víctimas eran estas criaturas distintas a los humanos.
—Por desgracia esa falta de juicio puede desencadenar un montón de problemas.
En ese momento ambos pararon. Su alrededor era una pintura llena de tranquilidad, sosiego puro. Unas pocas casas de adobe bañadas en pintura blanca carcomida era lo último de civilización que quedaba a sus espaldas. Al frente un campo abierto los saludaba, el ganado pastaba tranquilo a unos metros de distancia. Aun más lejos podía divisarse un bosque espeso y oscuro debido a la poca distancia entre los distintos arboles. Las montañas los abrazaban como el borde del marco a ese magnífico lienzo.
— ¿Qué tipo de problemas? —una suave brisa acarició la pálida piel de la joven, sus cabellos danzaron con ligereza ante esto. Una tensión invisible floreció entre ambos cuerpos, los dos sabían lo que seguiría, aun así tenían que enfrentar la realidad de la situación, una que muchos ignoraban o simplemente se negaban a aceptar.
—Una guerra.
Asami Sato era una joven inteligente, hermosa y habilidosa, no necesitaba ayuda para desenvolverse ni mucho menos para resolver sus problemas, solía encontrar siempre una solución a las dificultades, le gustaba ayudar y ver como los demás la seguían en aquellas andanzas. Una joven admirable y de buen corazón, si de ella dependiese, resolvería los problemas de todos… pero era algo que estaba fuera de sus manos, y este asunto definitivamente estaba muy por fuera de su alcance.
No podía negar que la palabra "rebelión" había paseado por su cabeza en bastantes ocasiones, era algo lógico. En una comparación física, los humanos estaban en completa desventaja, aun así ganaban en número, pero no todos sabían cómo defenderse, esos eran la minoría. En algún momento la bomba iba a estallar, la injusticia venía con una dosis considerable de odio para quienes eran atormentados. Todo eso ya había pasado por las mentes de los altos mandos, pero la solución que ellos adoptaron fue la de una mayor represión. Lo que querían era exterminar a todos estos seres sobrenaturales. No más dominio de elementos, no más hombres que pudiesen transformarse en animales o en parte de éste. Sólo humanos.
—Si estas criaturas llegaran a revelarse sólo ocurriría una masacre, ellos lo saben y por eso aceptan la vida que llevan —Murmuró como respuesta, era un pensamiento egoísta pero fue lo primero que llegó a sus labios.
—Señorita —Su mirada se posó sobre los verdes de la joven, volviendo a la formalidad porque en ese momento aquello era lo menos importante. — ¿Alguna vez ha escuchado sobre la leyenda del Avatar?
—No —Negó con la cabeza para acentuar sus palabras. —¿De qué se trata? —La joven Sato era una amante de las historias, pasaba gran parte de sus días enclaustrada en distintas bibliotecas leyendo sobre temas varios. Se le hacía curioso que una leyenda no hubiese llegado a ser parte de sus conocimientos.
—Sígame —El hombre de la cicatriz volvió a ponerse en marcha, siendo seguido por su acompañante. Unos metros más allá y reposando contra la tierra del camino, se encontraba parte de un árbol talado y un poco roído, seguramente era usado como banquillo para el hombre que cuidaba de su ganado. No dudó en sentarse en éste mientras invitaba a su acompañante. Aprovechando una larga rama de las tantas que se encontraban tiradas por el lugar, se dedicó a formar dibujos en la tierra. Un círculo grande primero y otros cuatro más pequeños dentro del primero, dejando un espacio vacío en el centro. —Antiguamente la tierra era habitada por grupos selectos de personas —Comenzó con el relato, la mujer a su lado tenía completa atención a lo que esa simple rama pudiese crear. —Todos ellos vivían en armonía, todos y sin excepción eran seres elementales. En éste lugar… —de forma lenta uno de los círculos pequeños era llenado con el signo del fuego. —habitaban las criaturas domadoras del fuego. En éste los de agua. Aquí los de tierra y por último los de aire —Cada uno de los círculos fue llenado con el signo de su elemento. Aquello facilitaría la explicación —No existía criatura incapaz de dominar un elemento… aun así ellos se consideraban humanos.
La joven sólo observaba, absorta a las palabras del mayor. Zaheer tenía, además de ese aire misterioso, también uno culto, parecía un hombre vivido y lleno de historias que contar. Dueño de una experiencia digna de un anciano aunque éste no lo fuera.
—Con el paso del tiempo, hubieron ciertos maestros que dominaron su elemento de manera casi perfecta —Observó de reojo a la mujer, cerciorándose de su atención. —Estos seres consiguieron la habilidad de transformarse en un animal sagrado. Por ejemplo, los nómades aire lograron cambiar su forma humana a la de un bisonte volador.
—¿Qué?
—Así es, aunque suene increíble —apresuró a decir, cualquiera pensaría que había enloquecido y Asami no era la excepción.
—Eso ni siquiera existe —era consciente de la transformación de ciertas bestias, había visto como estas criaturas se metamorfosearan en agilas u otro animal volador, pero jamás en bisontes, de hecho, los bisontes no volaban.
—Existió —Sentenció con la mayor seguridad en su voz. —Verá, no todos los maestros llegaban a conseguir tal hazaña —Continuó con su relato. —Pero no fueron sólo los nómades aire capaz de aquello, los otros dominios también siguieron avanzando. Llegó un momento donde todos estos seres comenzaron a conocerse, el nuevo conocimiento de no verse únicos en el mundo los devastó… y el miedo comenzó a crecer —Tachando líneas en la tierra unió estos cuatro círculos como si fueran parte de una cadena sin fin. —Es normal sentir miedo a lo desconocido, nosotros mismos somos una imagen de ello —Observó de frente esa mirada esmeralda, la cual guardó silencio para que siguiera con su relato. —En poco tiempo comenzó un conflicto entre distintos bandos, creando una Era de caos, el desequilibrio del mundo se hizo presente… Y fue en ese momento donde nació el Avatar —Un nuevo circulo nacía de entre los otros cuatro. Este se situaba al medio del más grande. Fue llenado de unos signos que la cazadora no pudo distinguir, jamás los había visto antes pero tampoco se atrevió a preguntar. —Este ser fue considerado una divinidad, capaz de controlar todos los elementos a su voluntad, con una fuerza sobrehumana sin derecho a comparación. El avatar es el puente entre lo natural, lo espiritual y lo terrenal —Nuevas líneas fueron creadas por esa rama, ésta vez uniendo cada uno de los círculos pequeños con el que se encontraba en el centro. —Su poder fue de tal magnitud que el miedo desapareció, el conflicto cesó y todo volvió a su equilibrio natural. Se dice que el avatar tiene el dominio de imponerse a cualquiera que le haga frente. ¿Ha visto cómo actúan los lobos en manada? —No esperó respuesta antes de seguir con su relato —Todos siguen al alfa… eso mismo es el Avatar.
—¿Qué sucedió con él? —Una pregunta un tanto apresurada emergió de los labios carnosos, aquella historia la había sumergido completamente en un mundo antiguo con parajes creados desde su propia imaginación.
—Por desgracia el Avatar no es un ser inmortal, pero algo increíble ocurrió cuando su descenso llegó. Comenzaron a nacer hombres carentes de poder elemental, lo que nosotros llamamos "humanos" —Esta vez los dibujos sobre la tierra fueron distintos, en los espacios vacíos de ese gran círculo comenzó a marcar figuras que semejaban hombres, un pequeño círculo que semejaba una cabeza para después seguirle líneas en forma de tronco, brazos y piernas. Eso último había arruinado un poco el arte que había creado con anterioridad, pero era lo de menos. —Cada cierto tiempo un nuevo Avatar nace para traer paz a la humanidad, sobre todo en época de conflicto y guerra.
—Aguarda un segundo —pidió la heredera enderezándose un poco en su improvisado asiento. Quería tragar toda la nueva información como mejor le fuese posible, era una historia un tanto fantástica y que jamás había escuchado antes, aunque entretenida podía ser una mentira. — ¿Quieres decir que si llegase a explotar una guerra entonces nacería un Avatar?
—No —La sonrisa triste de Zaheer la perturbó, era la primera vez que lo veía con esa clase de expresión. —El Avatar ya nació.
Eso bastó para dejar a la cazadora sin palabras pero a la vez con un montón de dudas. Si todo aquello llegase a ser cierto entonces la situación podía ser aun más complicada de lo que aparentaba.
—¿Si ya nació entonces por qué nadie lo ha visto? Quiero decir, ni siquiera sabía sobre la existencia de éste ser… divino —No supo que otro sinónimo darle.
—Señorita, el Avatar no llega del cielo iluminado celestialmente —su sonrisa había disminuido, pero aun así reposaba un atisbo de ella en esos pálidos labios. —Él tiene que nacer como cualquiera, tiene que crecer y criarse como todos… —sus facciones se tensaron de pronto —pero por desgracia el equilibrio del mundo está siendo manipulado.
—¿Cómo?
—El Avatar es prisionero desde hace años. No tengo mayor información de esto —La rama que tenía en sus manos cayó sobre el dibujo que antes había plasmado. De forma ruda pasó uno de sus pies cubiertos por el cuero de su bota sobre éste, borrando todo rastro de la anterior historia. —Como cazador deseo proteger a mi gente, pero si la situación continúa como está lo más seguro es que comience una guerra entre humanos y bestias. ¿Usted cree que ellos no conocen la existencia de un posible salvador? Claro que lo hacen y sólo están esperando el momento para actuar —Tomó una de las manos de la joven, observándola con intensidad. No hubo rechazo de la fémina. —Nosotros, Colonia Republicana, somos el centro del caos. Sobre estas tierras se encuentra prisionero el actual Avatar.
Aquella noticia fue como un balde de agua fría sobre el cuerpo de Asami, esa revelación era demasiado extensa como para poder razonar con claridad. La información que Zaheer le estaba entregando era muy seria y sin duda muy grave si es que todo llegase a ser cierto.
—¿Cómo sabes todas estas cosas? —comenzó a cuestionar la joven de negra melena. —Es una historia de verdad fantástica pero no hay pruebas de nada, bien podría ser un cuento en boca de las bestias para generar esperanzas sobre una posible libertad —Se levantó de su posición, alejándose un poco del hombre que la acompañaba.
—Sería fantástico que sólo fuese una historia, pero lo cierto es que sí hay pruebas… de hecho puede verlas por usted misma —Murmuró de forma calmada, sin cambiar de posición. — ¿Ve esa montaña? —apuntó con uno de sus gruesos dedos hacia el horizonte. En efecto, una montaña se situaba resaltando junto a las de sus compañeras debido a su pequeño tamaño. A simple vista no era nada del otro mundo. —Ese lugar esconde un pasaje subterráneo, fui testigo de ello gracias a una misión que su propio padre ordenó —Se levantó, mirando aquel montículo de tierra firme a la lejanía. —Bajo una seguridad exagerada se encuentra el cuerpo del Avatar.
—¿Por qué me cuentas todas estas cosas? —la congoja comenzaba a hacerse dueña del rostro con finos rasgos.
—Porque sólo en usted puedo lograr ver un cambio, su padre sólo conseguirá que una guerra sea desatada… y si el Avatar llega a ser liberado entonces estaremos ante un peligro de verdad desconocido.
—¿Mi padre es responsable de la custodia del Avatar? —de forma débil dejó escapar esa pregunta, sospechaba la respuesta pero aun así quería oírla.
—Su padre es el principal benefactor en este asunto.
Una maldición fue lo que la heredera soltó en su mente, aquello era grave. No sabía qué hacer, de pronto un peso enorme se situó sobre sus hombros en forma de responsabilidad. Ella llevaba consigo el apellido Sato, pero el verdadero poder no lo tenía ella, sino su padre, aquel hombre ambicioso y lleno de rencor por la muerte de su esposa.
—Mira, Zaheer… no se que pueda hacer en todo este asunto, si de mí dependiese entonces nada de esto estaría pasando, pero me encuentro de manos atadas…
—Señorita Sato —trató de tranquilizarla con su tono de voz calmo y que desbordaba educación —Usted es la heredera al mandato, lleva uno de los apellidos con más poder dentro del mundo, es hija del hombre que dicta toda ley dentro de la Colonia. No pido que enfrente a su padre para exigir un cambio inmediato, pero por favor… —guardó silencio un momento antes de hablar, observándola con ruego plasmado en la mirada. —Intente disminuir la brecha entre bestias y humanos, trate de tocar su lado razonable para que esto no se salga de control.
Era una petición muy noble por parte de aquel hombre, pero a pesar de la aceptación que la joven le estaba entregando, ésta no se sentía capaz de hacer algo. Sólo le bastaba con recordar todas esas veces donde intentó entablar una conversación donde el objetivo blanco fuesen aquellas criaturas especiales. Hiroshi no tenía paciencia cuando el tema era ese, la alteración llegaba de inmediato a las fibras de su sistema nervioso. Intentar hablar sobre eso era un caso perdido para la única hija de los Sato. Aun así iba a tener una conversación con él, se la debía por esconder tanta información, aunque todavía quedaba el comprobar que todo fuese cierto, y para eso sólo existía un modo, verlo con sus propios ojos.
—Prometo que habrá una conversación con mi padre —Por el momento no haría más preguntas al hombre frente a ella, para eso ya tendría más oportunidades. Lo cierto era que Zaheer ahora era una caja aun más grande y sombría, llena de secretos e historias. —Pero lo que no puedo prometer es que obtenga un cambio.
—Por supuesto, lo entiendo.
—Ahora exijo que me digas como puedo ingresar a esa prisión secreta, necesito ver todo esto para poder digerirlo y así tener fundamentos para enfrentarme al poderoso Hiroshi.
—Puedo acompañarla si gusta, sería un poco peligroso que ingresara sola, aunque tendría que esconderme de los guardias, si ellos me ven con usted seguramente terminaré sin cabeza —sonrió con levedad ante la idea para nada exagerada, después de todo acababa de revelar uno de los secretos más grandes a la joven heredera.
—No te preocupes, me las apañaré bien sola —dudaba que los guardias fuesen a ser un problema, no tendrían el descaro de enfrentarse a la hija del gobernante.
—De acuerdo, necesitará madrugar y así no la pisará la noche, el camino es largo. No desearía llevar conmigo el cargo de conciencia al ver todo lo que puede hacer su padre molesto por no verla en el castillo al caer la noche —Todos sabían lo aprensivo que se había vuelto Hiroshi con su hija luego de la pérdida de su esposa, de hecho era casi un milagro que la joven Sato se hubiese convertido en cazadora, algunos aun no creían que aquella muchacha sacrificase su vida por proteger a otros a costa de los caprichos de su padre.
—No te preocupes, esta noche mi padre sale rumbo al reino tierra por negocios, no pasa nada si paseo por la noche —Y con eso demostraba la ansiedad ante el asunto, era algo que quería comprobar ese mismo día y con un único compañero que sería Sargento, aquel animal imponente y de pelaje negro que la acompañaba como fiel amigo de aventuras.
Las instrucciones comenzaron a ser dadas con extrema claridad, Zaheer era bueno en eso, ni un ciego podría perderse bajo tantos detalles expuestos por la boca del hombre rapado.
En algún recóndito espacio de la mente de Asami se encontraban las esperanzas de que toda esta historia fuese sólo eso, una historia, una fantasía creada por algún desesperado, o tal vez alguien deseoso de fama o reconocimiento… uno que por parte de Asami sería a modo de patadas en el culo por mentiroso.
Sólo esperaba que a estas alturas de su vida no fuese demasiado tarde iniciar un cambio. No quiso imaginar más lo poderoso que podría llegar a ser ese tal Avatar, ni tampoco quiso pensar en el por qué de su reclusión si supuestamente era una divinidad. Si su poder fuese tan extremo como para iniciar o acabar una guerra, entonces ¿Por qué se dejaba atrapar por humanos? Aquellas dudas quedaron plasmadas en las paredes de su mente mientras volvía al centro del pueblo en busca de su caballo. No esperaría más por aquella visita a la prisión, tenía que salir de la duda en ese mismo momento aunque tardase debido a la lejanía del lugar mencionado.
La oscuridad gobernaba en cada rincón de ese lúgubre lugar. El metal pulido conformaba las paredes, conservando un ambiente gélido para cualquier humano, aun así no era lo suficientemente perturbador para una bestia. La humedad era apreciable gracias a las bajas temperaturas que entregaba el exterior. Durante las noches los grados negativos ejercían estragos sobre la naturaleza externa a aquella jaula.
Un bufido se escuchó en uno de los rincones de ese oscuro lugar, era el único sonido que se hacía presente de vez en cuando, la monotonía de una bestia que quería ser liberada.
Una prisión de hierro contenía un cuerpo de altura promedio, correas de acero sujetaban de múltiples formas los brazos y las piernas. Los puños eran prisioneros de la misma forma, sólo que completamente, no podía mover los dedos. La misma historia con los pies. Todo bajo esa coraza de hierro que contenía el cuerpo completo. La boca de la bestia que parecía humano se encontraba cubierta por una mascarilla de cuero solido, su ajuste era tal que no podía hablar con claridad, aun así alguno que otro sonido salía desde ese lugar.
Lo único visible de aquel cuerpo prisionero eran sus ojos, los cuales abría de vez en cuando, sólo en momentos donde le tocase algún tipo de tortura.
Cada cierto tiempo, unos hombres completamente armados entraban a esa prisión sin derecho a luz solar, su misión era el de administrar una sustancia dolorosa en el cuerpo prisionero. Brazos, piernas, abdomen, rostro, los puntos de punción eran variados. Aquella sustancia no era otra cosa que veneno.
Esa bestia no era una cualquiera, era los que su clase consideraba un "Avatar". Un ser majestuoso, una divinidad… el alfa y el omega. Su poder superaba cualquier historia de fantasía, capaz de controlar los elementos, de cambiar su cuerpo a voluntad en una metamorfosis extraña para los humanos. Una criatura reina del sol y la luna. Pero el veneno tampoco era uno cualquiera, aquella sustancia viscosa era la dueña de la debilidad del prisionero… o más bien prisionera. Muy pocos sabían del verdadero sexo de esa criatura peligrosa, pero eso era lo que menos importaba, según un grupo predilecto de humanos, aquel ser era la mayor amenaza y por lo tanto debería estar controlada.
¿Por qué no eliminarla? La respuesta era sencilla, los avatares reencarnaban en formas más poderosas y aquello no podía permitirse.
Los humanos odiaban a estas criaturas, les temían por su poder, su fuerza. Se veían amenazados por todo esto que ellos no podían controlar, si ya era difícil vivir entre criaturas con un poder superior entonces todo se acabaría si tuviesen que enfrentar a una deidad.
La bestia encerrada podía escuchar aun cada sonido proveniente del exterior aunque tuviese que concentrarse para ello. Su estado semi-consciente le dificultaba mucho las cosas, era así todo el tiempo, no tenía control de su cuerpo, pocas veces podía pensar con claridad… había perdido noción del tiempo. Sus estados de letargo podían durar mucho y solía "despertar" cuando la hora de tortura llegaba, realizándole alguna que otra clase de experimento. No podía defenderse, no tenía fuerzas para eso, ni siquiera cuando las ataduras de hierro desaparecían de su cuerpo. Todo ya era un ritual de costumbre para la prisionera.
Sus sentidos se alertaron levemente ante su instinto, podía sentir pasos provenir de afuera, eran los guardias, sabía que todo ese alrededor estaba repleto de ellos… era curioso que ninguno entrara a su celda… ¿era posible que aun le tuviesen miedo a pesar de encontrarse en esas condiciones? Posiblemente, los humanos, como solía pensar aquella bestia, eran criaturas débiles y llenas de un temor irracional.
Mantuvo los ojos cerrados y simplemente se dignó a oír todo lo que sucedía, en sus mayores momentos de cordura, cuando no llegaba ninguna visita desagradable para aletargar sus sentidos, era encerrada bajo esas ataduras de metal, siempre se preguntó el por qué de dejar sus ojos expuestos, seguramente una burla debido a la oscuridad del lugar o a la ausencia de material que tuviese algún tipo de detalle al cual apreciar. Ahora que lo pensaba mejor, no era necesario torturar su cuerpo para que perdiese parte de la cordura, bastaba con mantenerla en esa celda encerrada por todo ese tiempo para que su juicio se resquebrajase.
Murmullos diferentes a los de siempre eran la tonalidad que el Avatar disfrutaba, no era capaz de captar bien las palabras, nunca lo hacía pero por lo menos podía escuchar algo y eso era un pequeño atisbo de felicidad en ese mar tan oscuro de desesperanza. Los pasos anteriores se iban acercando aun más a esa celda y eso obligaba a tensar un poco el cuerpo de la prisionera, aunque este doliera con sólo ese hecho. No podía evitarlo, sabía lo que venía, alguna clase de experimento nuevo que quisieran probar con su cuerpo, una sustancia nueva a la cual poder despreciar.
No quiso abrir los ojos cuando el leve chirrido de la puerta metálica se abría. Pasos, ¿Cuántos eran esta vez? Sólo uno, era extraño, era la primera vez que sólo entraba uno. Lo podía sentir cada vez más cerca, con lentitud, seguramente miedo, no sería nada nuevo. Una cosa llamó la atención de la bestia, bajo sus parpados pudo apreciar un brillo especial que no lo había hecho antes, una sensación extraña recorrió su cuerpo, era familiar y aun así no supo que era… sólo en ese momento abrió los ojos, la visión fue lo más lejano a lo que esperaba.
A unos cuantos metros podía visualizar a una mujer, era la primera vez que entraba una a esa celda, sus ropas eran extrañas pero aun así podía recordarlo con claridad, era una cazadora. Sobre una de las manos de esa mujer se hallaba una pequeña antorcha, eso fue lo que había llamado la atención de la criatura encerrada, el fuego, la luminosidad de este, el calor que a pesar de la lejanía podía sentir como recorría su cuerpo dándole una fuerza leve pero extraña, agradable, un bálsamo para sus heridas. Observó ese pequeño astro sin siquiera pestañar, temía que fuese parte de su imaginación o simplemente de su delirio, un sueño más que agregar a la lista de los dolores emocionales, aunque se veía muy real.
Su reciente admiración sólo se vio perturbada por una voz, la voz de esa mujer que traía consigo la antorcha. No pudo interpretar sus palabras, seguramente sus tímpanos estaban dañados y por eso no podía entenderle, tenía sentido, la última vez que los humanos la habían visitado ellos se encargaron de jugar mucho con su cabeza.
Un paso más de la extraña, titubeante si acercarse más o no. A la bestia le hubiese gustado hablar, preguntar qué era lo que venía en esta oportunidad, pero no podía, su lengua se encontraba inmovilizada. Observó los ojos de la cazadora y descubrió que ésta la miraba también, un dialogo silencioso llenó el ambiente, las dudas eran las protagonistas en ambas partes. Los segundos pasaron en ese momento extraño, ninguna de las dos quería ceder al abandono, para la bestia aquello era lo más cercano al contacto con otro ser que no viniese directamente a dañarla durante todo ese tiempo de reclusión.
Un paso más de la cazadora bastó para alertar a la prisionera, y seguido de ese vino otro… y otro. Se estaba acercando demasiado y aquello activó sus instintos defensivos, era normal para alguien que había sido protagonista de tantos episodios de tortura. Un gruñido bajo y desgarrador se formó desde el pecho de la criatura, poniendo de inmediato fin al andar de la visita. El sonido fue una clara amenaza que el receptor captó enseguida.
Para la mujer con vestimenta de cazadora eso fue una invitación a marcharse, no dudo en aceptarla y por lo mismo dio la vuelta para irse, justo en ese momento la antorcha que tenía en sus manos sufrió un colapso. La llama aumentó considerablemente en su tamaño antes de extinguirse por completo. El objeto ahora carente de luz y calor fue a parar al suelo antes de quemar la mano de su dueña. La fría celda volvió a las penumbras después de ese pequeño incidente.
No fue necesario nada más para que la bestia quedara sola de nuevo. En un intento por evitar que el fuego se alejara de su cuerpo, la misma prisionera había jugado con éste desde la lejanía en un intento fallido. La soledad volvía a ser partícipe de ese encierro, la oscuridad y los vagos pensamientos de una mente que se encontraba atada de muchas formas.
No supo que había pasado, no sabía quién era esa mujer y a que había ido, pero lo que sí sabía era lo agradable del fuego, de su cercanía, de su leve calor… y de esos ojos. Era la primera vez desde que estaba encerrada que la visitaba alguien con ese color de ojos. La primera vez que podía apreciar el color esmeralda en un rostro que además estuvo ajeno a hacerle daño.
En una maraña de dudas gracias a aquella nueva vivencia se dejó caer en la inconsciencia.
Primero que todo y si llegaste a esta parte entonces te doy las gracias por leer jaja
Bueno, si tienen dudas o comentarios, lo que sea, no duden en darlos, todo siempre es bien recibido.
