La amante fingida
Bella se quedó atónita cuando Edward Cullen le contó su descabellado plan. Necesitaba una acom pañante y la hermosa y sofisticada Bella era exactamente lo que él necesitaba. Además ella también lo necesitaba para espantar a un desagradable pretendiente. Pero el papel no resultó tan fácil de representar pues Edward era tremendamente atractivo y Bella jamás había sentido antes una atracción como aquélla
No obstante, las circunstancias se encargaron de que no le quedara otra opción. Pero, ¿qué sucedería si la ficción se convertía en realidad?
Capítulo 1
Bella dio un sorbo del extraordinario vino que había en la copa de finísimo cris tal y miró de un lado a otro de la habita ción.
Los hombres estaban resplandecientes con sus esmóquines negros, sus camisas blancas, y las paja ritas negras Las mujeres vestían elegantes trajes de diseño exclusivo.
La fiesta no era más que una sencilla cena cele brada en la hermosa casa de Rosalie y Emmett Hale. Los Hale se habían ganado la reputación de ser los anfitriones que agasajaban a sus comensales con los mejores vinos y la comida más exquisita.
-¿Quieres otra copa, querida?
Bella sintió la poderosa mano de James sobre su cintura. Los padres de Bella los miraron complacidos.
Bella era consciente de la manipulación de la que era objeto. Sin duda no era una coincidencia que James hubiera asistido a la mayor parte de las fies tas a las que ella había ido en las últimas semanas.
Pero en su agenda ella no tenía escrita la palabra matrimonio y tampoco estaba dispuesta a entrar en una absurda relación carente de sentido, pues para ella James no significaba nada.
Gracias al apoyo de su maravillosa abuela, Bella gozaba de una buena posición social. A sus veinti cinco años, tenía su propio apartamento, llevaba una galería de arte en colaboración con un amigo y no te nía intención alguna de cambiar su modo de vida.
-Gracias -respondió Bella-. Prefiero espera ra a que llegue la cena.
¿Cuándo llegaría ese momento?
Los invitados se preguntaban, un poco ansiosos, cuál era el motivo de aquel retraso. ¿Quién se atre vía a llegar tarde a una cena en casa de los Hale?
-Mi madre se está poniendo un poco nerviosa -dijo James-. Pero Edward ya dijo que podría tener problemas para llegar a la hora.
-¿Edward? -preguntó Bella curiosa. James la miró con una media sonrisa.
-Cullen. Es italiano, nuevo rico que ha ga nado su dinero respetablemente.
Tiene una empresa dedicada a la electrónica. Tiene oficinas en Atenas, Roma, París, Londres, Vancouver y Sidney.
-¿ Y si la oficina está en Sidney, qué hace aquí, en la Costa Dorada?
-Tiene un ático en Main Beach -le dijo James-. Es un experimentado estratega. Parece ser que está a punto de cellar un gran negocio, que ha preferido negociar aquí, en la Costa Dorada.
-Impresionante -dijo ella.
-Sí, bastante -afirmó James-. Mi padre lleva parte de sus cuentas.
-¿Son amigos?
-Lo suficientemente amigos cuando se trata de negocios.
Suficiente era lo mismo que nada en aquellas circunstancias.
Edward Cullen se sentaría a la mesa de los Hale para tratar algún tema financiero. Era todo parte de un plan.
La política, los negocios y las relaciones socia les -formaban parte de un intrincado entramado que hería su sensible concepción altruista del mundo.
-Estaremos un par de horas aquí y después nos escaparemos a algún lugar de copas -dijo James.
Bella se sintió ofendida por aquel posesivo modo de hacer planes sobre su vida. Estaba a punto decírselo, cuando algo llamó su atención Instintivamente levantó la vista y se quedó sin respiración
-Ése es Edward-le dijo James.
No prestó atención a lo que su acompañante le decía, pues todos sus sentidos se volvieron hacia el hombre que acababa de entrar en la sala.
Era alto, fuerte y bien formado, pómulos salientes, una fuerte mandíbula, nariz recta, labios redondeados. Bella lo observó con detenimiento. Vestía como un caballero y se comportaba como un corte sano de la más alta alcurnia, pero seguramente tenía el corazón de un depredador, de un guerrero siem pre dispuesto a la batalla.
Su mirada heladora se volvió hacia ella.
La miró de arriba abajo, captando con deteni miento cada mínimo detalle: figura esbelta; envuelta en un sofisticado vestido negro de diseño; cabe llos de color chocolate, cayendo en una cascada de en sueño y esos grandes ojos chocolates.
Ningún poder supremo de la tierra o el cielo pudo ayudada a contener el escalofrío que su mira da le provocó. Se sintió físicamente desnuda al tac to de sus ojos posesivos.
Pero ella no apartó los suyos, continuó implaca ble con la mirada igualmente insistente en un reto innegable y doloroso. No estaba dispuesta a dejarse amedrentar.
Edward era la antítesis del italiana rechoncho y cal vo que ella se había imaginado. Alto, fuer te y guapo, vestía con elegancia suprema. Tenía unos treinta y tantos años.
No apartó su mirada de él ni un sólo segundo.
Tenía una de esas sonrisas devastadoras que hacen estragos a su paso y se movía con una agilidad prodigiosa.
Por fin, llegó a su lado.
-Bella Swan -Rosalie se la presentó en primer lugar- Es la novia de James.
Edward Cullen tomó la mano de Bella y se la llevó a los labios.
Bella se sobresaltó al notar que le daba la vuelta y le besaba voluptuosamente la palma.
El calor comenzó a recorre de las venas y alteró todo su sistema nervioso.
-Bella -dijo él, con un marcado acento-Nos encontramos de nuevo.
Sensaciones distintas se mezclaron con la confu sión. Su tacto era poderoso y letal, su comentario, incomprensible. «Nos encontramos de nuevo». ¿De qué hablaba? No lo había visto jamás en su vida. Si lo hubiera visto, se acordaría. ¡Era imposible olvidar a un hombre como aquel!
Rosalie la miró sorprendida.
-¿Ya os conocíais?
-Nos conocimos cuando Bella estaba estu diando en la Sorbona de París.
-¿De verdad? -preguntó Rosalie.
Bella lo miró sorprendida. ¿Cómo sabía eso? Edward le lanzó una sensual sonrisa y continuó.
-¿Cómo iba a olvidarla?
Bella se dispuso a negar que se conocieran.
-Me sorprende su memoria -iba a continuar, cuando, de pronto, decidió que sería mucho más interesante seguirle el juego.
Edward no apartaba ni un segundo su mirada de la de ella. Bella tenía la extraña sensación de que podía leerle el pensamiento, de que no había ningún lugar, ni dentro de su propia mente, en que pudiera estar a salvo.
Era una sensación incómoda.
Edward era un hombre poderoso, implacable, im predecible y tremendamente sexual. Un amante te rrenal y apasionado que lo daría todo en la cama y que exigiría que se le diera todo.
La sola idea de lo que aquel hombre podía ha cerle a un mujer fue suficiente para todo su cuerpo se alterara.
Las pupilas se le dilataron mientras un centenar de imágenes eróticas se agolpaban en su mente.
-¿No me digas? -respondió él a su comentario. Su voz era profunda, acariciaba un significado oculto que ella prefería no explorar.
Rosalie se dio cuenta e intervino para volver a hacerse con el control de la situación.
-Edward, Emmett te dará algo de beber -Rosalie posó su mano sobre el brazo del invitado. Hubo unos segundos de tensión. Bella temió que, de un momento a otro, él pudiera apartar el brazo. Pero no lo hizo.
Sonrió e hizo un gesto de irónico reconocimiento. Luego, permitió que la anfitriona se lo llevara.
-Lo conoces -dijo James.
Bella entreabrió los labios para decir que no. Pero no lo hizo.
- Y pensar que he hecho un gran esfuerzo por comportarme como un caballero! -continuó James mientras levantaba la copa, en una parodia de brin dis que Bela sintió insultante.
Indignada, le lanzó una fría mirada.
-Esta claro que cualquier relación de Edward con una mujer tiene que ser íntima -dijo James.
-¿No me digas? -Bella atemperó la respues ta con una fingida sonrisa - ¿Te estás atreviendo a acusarme basándote sólo en la reputación de un hombre como él?
Rosalie Hale anunció que la cena estaba servida. Una intervención realmente oportu na.
-¿ Te extraña que pueda sentir celos? -le dijo James mientras se dirigían al comedor.
Edward Cullen le debía una explicación a Bella. Tendría que responder a un montón de preguntas.
A lo lejos, la impresionante figura del griego se alzaba entre la de los demás invitados.
De pronto, sin que nada, aparentemente llamara su atención se volvió hacia ella y sus ojos intensos y verdes se fijaron en los de ella con tal fuerza que todo alrededor pareció desvanecerse durante unos segundos. Sus labios se curvaron en una sonrisa pero sus ojos permanecieron inalterables como si guardaran un secreto insondable e inaccesible.
Bella se quedó sin respiración y se forzó a despertar del estado de ensoñación que le había provocado.
Con un poco de suerte, Edward Cullen se sentaría al otro extremo de la mesa y evitaría tener que mantener una incómoda conversación con tan singular invitado.
Rosalie colocó a los comensales: seis en un lado y siete en el otro, su marido y ella ocuparían los ex tremos.
De pronto se dio cuenta ¡Eran trece comensa les en un viernes trece!
Un vocecita interior le dijo que no debía tentar a la fortuna pensando en ello.
Acababa de decirse aquello, cuando, al alzar la vista, se encontró a Edward sentado frente a ella, con la única barrera de un centro de flores entre ellos.
-Hola - dijo Edward con su acento italiano y su sonrisa seductora.
No apartó los ojos de Bella ni un solo segun do. La sopa era deliciosa pero después de la segun da cucharada Bella ya no pudo más.
Luego, sirvieron gambas sobre escarola, con una deliciosa salsa y vino blanco. Bella optó por el agua. Necesitaba tener la cabeza despejada
La conversación tocó todo tipo de temas gene ralmente económicos políticos o de negocios.
-¿Qué opinas tú Bella?
Bella alzó la vista y miró a Edward.
-Supongo que lo que yo opine no tiene ninguna importancia - James acercó la botella de vino hasta la copa de Edward en un gesto de ofrecimiento, que recibió, a su vez una tácita respuesta negativa. Eso no inhibió a James para llenar su propia copa.
-A pesar de todo me gustaría oír tu opinión.
El juego había empezado y Bella de un modo u otro había sentado las bases para ser parte de él.
-Si no recuerdo mal nunca estuviste particular mente interesado en mi cerebro.
Edward la miró fijamente y esbozó una sonrisa cómplice.
-Creo que nadie me podría culpar por ello - El comentario estuvo a punto de exaltar los ánimos de los presentes más próximos pero por suer te Rosalie intervino justo a tiempo.
-Podemos pasar al segundo plato.
El servicio se puso manos a la obra y retiró con esmero los platos que quedaban en la mesa.
-¿Un poco más de vino Edward? -ofreció Emmett el siempre perfecto anfitrión con una mirada de soslayo.
-No, gracias - rechazó Edward y volvió de nuevo su atención hacia Bella- No necesito ningún estimulante más.
Bella sintió que aquello empezaba a escapár sele de las manos. Además, se habían convertido en el centro de atención de la cena.
El segundo plato resultó delicioso pollo en salsa de limón acompañado de una selección de vegeta les de la huerta. Bella sólo pudo dar un par de bocados y optó por dejar el resto tristemente intacto en el plato.
Después llegó el postre y el queso. Pero hasta una hora después, no podría inventar ninguna excusa para desaparecer de allí. James estaba especialmente pesado e insistía en pasar su brazo por el respaldo de su asiento y en in clinarse exageradamente sobre ella.
-Dime - Bella comenzó él, en un tono de complicidad que no anunciaba nada bueno - ¿Es real mente bueno en la cama?
Bella no se molestó ni en contestar a seme jante pregunta. Se limitó a evitar la mirada de Edward y a hablar con la persona que tenía al otro lado.
-¿Pasamos al salón para tomar el café? -propu so Rosalie.
Bella pensó que era la mejor propuesta que le habían hecho en toda la noche. Se levantó rápidamente y se unió a sus padres. Charlie Swan miró a su hija interrogante.
-No sabía que conocieras a Edward Cullen.
El dinero era muy importante para Charlie. La cuna también por supuesto. Los Hale tenían ambas. Pero la inmensa fortuna de Cullen era algo a considerar muy seriamente.
Bella sabía muy bien lo que se escondía de trás de aquel comentario.
-Me marcharé enseguida.
-¿Vas a ir a algún sitio con James?
-No.
-Ya -dijo Charlie y continuó en un tono lige ramente amenazante - Hablaremos mañana por la mañana.
-No hay nada de lo que hablar - le aseguró Bella con una sonrisa burlona - Absolutamente nada.
-Te llevaremos a casa si esperas un poco.- Estaba claro que debería haberse llevado su pro pio coche. Sin duda, había sido poco inteligente por su parte haber accedido a que James la recogiera en su casa.
El dolor de cabeza que pensaba alegar como motivo de su huida ya no era una excusa sino una realidad.
James no era el chófer que necesitaba en aquel momento. Su casa estaba a escasamente un kilóme tro de allí pero un recorrido por corto que fuera en plena noche y vestida de aquel modo no era lo más recomendable.
-Pediré un taxi.
El café fue exquisitamente presentado y acom pañado de licores deliciosas galletas y chocolatinas belgas.
Bella lo pidió con leche y azúcar y se lo tomó todo lo deprisa que las leyes de la cortesía se lo permitían.
Devolvió la taza a la bandeja de origen y se de cidió a despedirse de los anfitriones.
Se dirigía hacia ellos cuando reparó en que Rosalie y Emmett estaban acompañados de Edward.
«Todo lo que tengo que hacer es sonreír agrade cederles la invitación y salir de aquí sin volver la ca beza», se dijo Bella.
En ese instante, Edward levantó la cabeza y la miró, como si un sexto sentido le hubiera alertado de que Bella se aproximaba. Se miraron durante unos segundos eternos y Bella se puso en mar cha hacia ellos.
James apareció por detrás y colocó posesiva mente su brazo sobre el hombro de Bella. Ella se apartó, pero él insistió en sujetarla esa vez del brazo.
-¿ Ya has terminado con tus obligaciones fami liares? - le preguntó.
Ella lo miró con desprecio.
-Hablar con mis padres no supone ninguna obli gación para mí.
-Será que tus padres no te agobian, a pesar de ser hija única - dijo él en un comentario cínico y fuera de lugar.
-No -respondió ella secamente.
. -¿Estás lista? - le preguntó Edward - Si no les im porta nos marchamos ahora Bella y yo tene mos algunas cosas de que hablar.
La agarró de la mano y se la llevó sin más.
-¿Qué cree que está haciendo? -preguntó ella indignada.
-Acercarla a su apartamento-dijo él.
-Bella! - James se apresuró a alcanzarlos - Yo te llevaré a casa.
Bella sintió unos deseos inmensos de abofe tear a los dos simultáneamente: a uno, por ser pose sivo e infantil; al otro por arrogante.
-No veo la necesidad de que dejes a tus padres solos ante tantos invitados -dijo Edward en un tono condescendiente - La casa de Bella está prácti camente frente a la mía.
¿ Cómo sabía eso?
-Pero Bella es mi novia -reiteró James con posesiva fiereza.
La situación iba empeorando por segundos ¿ Bella? -Edward la miró interrogante espe rando a que ella misma decidiera.
James posó la mano sobre su hombro.
-Dile que se vaya al infierno - la instó con ur gencia.
-No tengo nada que decirle James - le aseguró. Pero James la sujetó con fuerza.
-Creo que lo que estás haciendo no es del todo correcto - le dijo Edward - No quiere quedarse contigo Esto no es asunto tuyo.
-En eso te equivocas.
-¿Por qué te entrometes Edward?
-Porque Bella está conmigo.
-¡Mentira! - el rostro de James se descompuso de rabia.
-¿Quieres una prueba?
Bella no tuvo ocasión de decir nada. Edward la tomó en sus brazos y la besó.
Fue un gesto posesivo y tremendamente sen sual. La había tomado por sorpresa, sin darle op ción a reaccionar o a pensar en lo que iba a ocurrir. Simplemente, la apretó con fuerza contra su cuerpo y convirtió aquel instante en la experiencia más erótica que había tenido jamás.
Su corazón desbocado latía aceleradamente y re gaba con sangre caliente cada vena de su cuerpo.
Pasión, electricidad, magnetismo... y un deseo inflamado que carecía de vergüenzas o barreras. Era sexo, puro y primitivo sexo.
Era como si un conocimiento puramente instinti vo los hubiera poseído despiadadamente.
Para ella sólo existía o había existido aquel cuer po. Una parte de ella quería viajar junto a él a cual quier lugar la otra le advertía del peligro que entraba aquel encuentro.
Por fin, su parte cuerda la ayudó a reaccionar. Se apartó casi con fiereza y sus ojos la atraparon durante una fracción de segundo. Estaba hambrien ta y aquel cuerpo la podría satisfacer. Sólo tenía que…
-¿Qué se supone que estás haciendo?
La voz de James pareció emerger de un vacío lejano mientras Bella trataba de volver al presente.
En este momento, me dispongo a llevar a Bella a su casa - le dijo Edward -¿Bella?
¿Qué le ocurría? Edward parecía impasible por lo ocurrido mientras que ella todavía no había reco brado el aliento.
-Si te marchas con él, no vuelvas a mí nunca - la amenazó James.
-Nunca estuve contigo - le respondió ella.
El sonido de unas voces que se aproximaban al recibidor hizo que James cambiara abruptamente su gesto de ira por la más dulce de las sonrisas.
-Vámonos de aquí – dijo Edward, y la tomó del brazo.
Una vez fuera Edward la condujo hasta su coche. Rebuscó en su bolsillo, sacó las llaves y se las ofre ció cortésmente.
-Conduce tú, si quieres. Tal vez, eso te ayude a sentirte más segura conmigo.
Detrás de ellos resonaron unos pasos.
-Buenas noches Bella, Edward.
Edward se volvió y saludó a la pareja que salía de la mansión con una ligera inclinación de cabeza. Bella le devolvió las llaves abrió la puerta y se sentó en el asiento del copiloto.
Edward se sentó al volante y arrancó el coche.
Muy pronto llegaron a la calle principal y, a me nos de un kilómetro, torció para tomar la bocacalle que conducía a casa de Bella.
-Me gustaría parar para tomar un café, antes de llevarte a tu casa. Necesito hablar de una cosa con tigo.
-¿Algo del tipo tu casa o la mía? Pues olvídalo. No soy de las que sirven para una noche.
-Me alegra oír eso.
No hubo respuesta.
Después de recorrer unos pocos metros más, Edward detuvo el coche. Bella se dispuso a abrir la puerta pero de pronto se quedó paralizada. El aparcamiento era muy similar al de su bloque pero aquélla no era su casa.
