Capítulo I
Problema.
"Existen en nosotros varias memorias. El cuerpo y el espíritu tienen cada uno la suya". - Honoré de Balzac.
"¿Cuánto tiempo tenemos así, Camus? ¿Cuándo decidimos llevar nuestra relación a algo más allá de una simple amistad? ¿En qué momento logré romper tus barreras y corromperte?... Simplemente no lo sé, pero… me gusta ser la única persona con la que eres capaz de derretirte, dejándome conocerte como nadie más lo hace.
Me encontré con la entrada de tu templo, como en tantas ocasiones, pero tú no estabas para recibirme, en su lugar escuchaba una melodía proveniente de aquella biblioteca que tanto te gusta. Camino hacia ella. La mayoría de las veces suelo encontrarte custodiando la onceava casa; algunas otras, sumergido en las páginas de un libro; y, sólo en raras ocasiones, detrás del piano… como ahora.
Entro a la guarida de todos esos libros, la mayoría heredados del santo de Acuario de la anterior Guerra Santa. Todo estaba perfectamente en orden, ni un solo ejemplar fuera del estante, cada uno cuidadosamente colocado en su lugar para recibir un poco de esa luz matutina que se colaba por la ventana. Avanzo hasta encontrarte, sentado en un banquillo mientras inundas cada rincón de Acuario con esa melodía. Aparto el mechón de cabello que oculta tu mejilla y le otorgo un beso tierno… aunque por dentro me carcomían las ganas de robarle uno a tu boca. Tú finges que ese tipo de acciones te desagradan pero sé que es mentira, pues siempre te esfuerzas en morder tus labios para no dejar escapar una sonrisa.
Dejo mi casco sobre el instrumento musical donde también yacía el tuyo… nuestras armaduras siempre parecían resplandecer más cuando estaban juntas. Coloco mis codos sobre el blanco piano, de modo que la cabeza quede reposando entre mis manos, cierro los ojos para perderme en la música… las notas son tan melancólicas… ¿Qué ocurre? ¿Acaso hay algo que quieres decirme? La melodía continúa y me dejo invadir por ese sentimiento. Sin darme cuenta, una lágrima traicionera cae de mi ojo... me has hecho llorar. Silencio. Siento cómo tus labios limpian el recorrido de esa gota salada que murió en mi mejilla, mientras me rodeas el cuello… tal vez, en el fondo, he entendido lo que quieres decirme, pero me rehúso a aceptarlo.
─ Te amo─ te escucho decir.
Abro los ojos sorprendido por tus palabras, encontrándome con tus expresivos zafiros… Me confundes, nunca lo habías dicho, ni siquiera en aquellos encuentros donde ambos dejamos las apariencias y nos entregamos completamente uno al otro. Todavía estoy estático, después de tanto tiempo me habías dicho las palabras que tanto ansiaba escuchar de tu boca haciendo latir mi corazón con el doble de fuerza, pero no sé cómo actuar, no sé si preocuparme o alegrarme. Jamás lo dijiste y el que lo hagas ahora, en esta situación, parece tener algo oculto. Sé que desde hace mucho el destino de Escorpio y Acuario está marcado por el amor y tragedia... ¿Eso es lo que piensas? ¿Qué terminaremos así?
─ ¿Qué ocurre?
─ No mataré a tu pupilo─ fue lo único que la garganta me permitió pronunciar.
─ Gracias─ me susurras aliviado recargando tu cabeza en mi hombro─. Milo, te amo─ repites esperando una respuesta igual de mi parte… entiéndeme Camus, no puedo. También te amo, pero no es la circunstancia en la que hubiese querido escucharlo de ti.
─ Yo igual─ contesto correspondiendo a tu abrazo sujetándote de la cintura. Buscas mis labios y cuando llegas a ellos siento tu agitado aliento chocar contra el mío. Te uniste a mí de modo demandante, iniciando un beso cargado de deseo y amor. Te siento arrimar más mi rostro hacia el tuyo queriendo profundizar el contacto, a pesar de que nuestras lenguas ya jugaban entre ellas. Me separo súbitamente, tú no me reclamas… ambos lo sentimos─. Tengo que regresar a mi templo─ mi pulgar limpia tus labios de los restos del beso─. Nos vemos luego─ me despido dándote un beso fugaz.
─ Nos vemos después─ respondes mientras ambos nos colocamos los cascos para completar nuestras armaduras. Caminamos hacia la salida del lugar, cuando llegamos a la escalera yo ya estaba adelantado. Te miro sobre el hombro.
─ No mueras─ te pido y tú sonríes con melancolía. Las sospechas en mi continúan, aunque decido ignorarlas pues un santo dorado de tu nivel es incapaz de morir a manos de un santo de bronce".
─ Nos vemos después─ repitió inconscientemente el santo de Escorpio abriendo sus ojos con lentitud. Se vio rodeado del mismo escenario que en su recuerdo, incluso escuchaba una melodía que, traicionera, lo había transportado a esa memoria. Recargó la cabeza en la pared y comenzó a observar con desánimo todo lo que le rodeaba… todo era exactamente igual, excepto algo, o más bien, alguien. Una triste sonrisa se dibujó en su boca al recordar su último momento con Camus. Ahora lo entendía todo…había sido una despedida, tal y como él lo había temido.
─ ¿Dijiste algo?─ preguntó el caballero que se encontraba sentado frente al piano, sin desviar la mirada del teclado para no arruinar su interpretación que, a pesar de ser la de un principiante, era hermosa.
El caballero de Escorpio aprovechó que el otro dorado le daba la espalda para someterlo a un minucioso escrutinio… en verdad eran muy parecidos: la elegancia, el porte, el físico…
─ Milo, ¿todo bien?─ cuestionó el santo de Acuario, sintiéndose examinado por su acompañante.
─ Sí, sólo pensaba─ exhaló resignado y dejó que sus pasos siguieran un camino iluminado por la luz del sol que tenía como final a Dégel.
El acuariano interrumpió su práctica de piano al escuchar las palabras del octavo custodio, observó el teclado, como si en las piezas blancas y negras fuese a encontrar una solución al problema que tenían. Sabía perfectamente quien era el dueño de los pensamientos del escorpión y eso lo hacía recordar a él también… lo hacía recordar a la persona que ocupaba los suyos. Sintió unos brazos rodearle el cuello haciéndolo estremecer, sus barreras parecían quebrarse con facilidad ante ese caballero que tanto le recordaba a Kardia. Milo lo estaba abrazando, juntando sus cabezas para observarlo mejor. Dégel, por su parte, no quería regresarle la mirada, porque Milo poseía rasgos de la persona que más quería y al mirarle le recordaba, y eso dolía.
Aunque él siempre había poseído un autocontrol envidiable, parecía que éste lo hubiese abandonado desde que se enteró de la terrible broma de los dioses hacia Atenea. Los Olímpicos habían decidido concederle a la diosa su petición de revivir a los santos que protegían las doce casas pero las deidades, con el fin de castigar todos los atrevimientos de Atenea, resucitaron a la mitad de la generación de este tiempo y completarla con santos del siglo XVIII… y entre esos no se hallaba Kardia.
─ Ella prometió encontrarlos─ recordó para ambos, tratando de apaciguar la desesperación.
─ Lo sé, Dégel─ le hizo saber al aludido rompiendo el contacto. Milo era conocedor de eso, pero también sabía que habían pasado ya un par de meses desde que un mensaje alentador se hizo conocer en el Santuario. Hermes se había hecho presente ante la diosa Atenea para hacerle llegar un rumor que rondaba en el Inframundo: alguien se había tomado la libertad de revivir al resto de sus santos. Pronto, la diosa mandó buscar en el cementerio los cuerpos de sus caballeros y, aunque las tumbas estaban en perfecto estado, éstos ya no estaban allí. Poco después, confirmó la información con Perséfone.
─ Disculpe, señor Dégel─ escucharon la voz de una mujer proviniendo de la entrada sacando de sus pensamientos a los custodios. Ambos se dirigieron hacía ella en completo silencio, sin mirarse, cada uno sufriendo en silencio por la misma causa pero por distinta persona.
─ ¿Qué se te ofrece?─ preguntó el escorpión llegando al lugar como si fuera el propietario del templo.
─ La diosa Atenea me envía con un mensaje para sus caballeros─ la muchacha hizo una reverencia ante los dos hombres─. Pide a sus santos que se preparen para viajar─ hizo otra reverencia y se retiró.
Ambos santos se quedaron atónitos, eso sólo podía significar una sola cosa: los había encontrado.
...
Se habían trasladado a una mansión en un acogedor pueblo de Inglaterra cerca de la costa. La casa era tan grande que tenía las habitaciones suficientes para ofrecer una estancia satisfactoria a todos los del Santuario. Al entrar, los recibió un espacioso salón que, en otras circunstancias, servía para realizar diversos eventos para la caridad; las estancias contaban con diferentes figuras de criaturas marítimas y con vista al mar o, en algunos casos, al área verde que completaba la propiedad. La sala donde se encontraban tenía pequeña chimenea y sobre de ella, colgado en la pared, había una pintura de la familia de comerciantes marítimos: los Solo. Los sillones eran perfectamente blancos con cojines de un color tan azul como el mar, y en cada terminación de éstos, se hallaba una mesita plateada donde se podía encontrar un tipo de bebida alcohólica contenida en algún recipiente de cristal; había ventanales sustituyendo la pared a sus espaldas dejando ver un conjunto de árboles que cada vez se ponían más oscuros debido a que el sol comenzaba a despedirse dándole la bienvenida a su hermana y a sus eternas compañeras.
─ ¿Qué pidió a cambio?─ preguntó Kanon de inmediato tras analizar el sitio y encontrarse con la pintura familiar, atrayendo la atención de todos los que se estaban concentrando en el lugar.
─ Nada, el joven Solo está apoyando nuestra causa─ Shion se sentó junto a la diosa en el par de sillones individuales que conformaban la cabeza de la estancia.
─ ¿Quién es el joven?─ indagó Aspros.
─ El dueño de este lugar─ informó Atenea antes de que alguno de sus caballeros les comunicara a los santos de la anterior Guerra Santa la relación entre Julian y el dios Poseidón, pues no quería malentendidos o que llegaran a desconfiar de él─. Ustedes saben por qué estamos aquí─ dijo la diosa consiguiendo la atención de todos─. Los Dioses Olímpicos me han dicho la ubicación de sus compañeros, todos ellos se encuentran en el mismo lugar, así que encontrarlos no será un problema. Sin embargo…─ permaneció en silencio por unos segundos─. Ninguno de ellos recuerda algo sobre su vida como santo─ soltó al no verle sentido retener esa información─. Aunque, podemos hacerles recobrar sus memorias─ aseguró la diosa tras observar las caras serias de los jóvenes.
─ Sé que cada uno de ustedes tiene una relación estrecha con alguno de los santos que no se encuentran con nosotros, han pasado por momentos que han forjando fuertes lazos y sentimientos difíciles de olvidar, por eso consideramos que si ellos vuelven a pasar por alguna situación igual, ellos podrían recordar─ continuó el Patriarca con la explicación.
─ Ustedes irán al lugar donde están sus compañeros y deben hacer que recuerden su vida como caballeros─ comentó Saori─. Excepto Aspros, Asmita y Albafica, ustedes se quedarán aquí.
─ Con todo respeto, diosa Atenea, pero considero que yo debo de ir, tengo excelentes habilidades en combate y, además, mi hermano…
─ No dudo de las habilidades de ninguno de ustedes─ interrumpió la diosa al geminiano─. Nadie irá a alguna pelea, el ambiente del lugar a la que sus compañeros irán será… distinto. Ustedes se quedarán─ sentenció la joven dejando su tono amable─. Estoy al tanto de la condición de Asmita y Albafica y sé que no es ninguna desventaja en pelea, pero puede ser un impedimento para la misión, por el tipo de lugar al que se dirigen─ el de Piscis se limitó a asentir desde la esquina en la que se encontraba como muestra de comprensión─. Aspros, permanecerás en este sitio porque… aún no sabemos si tu hermano está vivo─ finalizó la diosa dejando un lúgubre silencio en el lugar y a un par de santos afectados ─. Lo siento─ se limitó a decir tras su falta de tacto─, pero no es el momento de estar con rodeos. Les confió a sus compañeros.
La diosa se levantó junto con el Patriarca y, tras las reverencias de todos los presentes, se retiró.
─ Vayan a arreglarse, en sus habitaciones se encuentra lo que tienen que usar. No toleraré reclamos─ advirtió el Patriarca mirándolos severo─. Iremos por sus compañeros.
Abandonó la estancia después de dar el aviso, siguió el rastro de Atenea hacia el área boscosa, reuniéndose en la única parte de lugar donde escaseaban los árboles. Los pocos que habían eran enormes y frondosos, ocultaban perfectamente la zona a cualquiera que pasara por las alturas, el cántico de las aves acompañaban el crujir de las hojas caídas. Una zanja no muy profunda era la causa de la falta de vegetación grande, a la orilla de ésta la diosa se inclinó.
─ ¿Cree que lo logren?─ preguntó Shion, velando por la seguridad de la señorita a nula distancia.
─ Por supuesto, no en un solo día, desde luego─ miró a su acompañante─. Pero estoy segura que lo lograrán, incluyéndote, porque tú también tienes a alguien con el que debes regresar─ le sonrió.
─ Mi prioridad es su bienestar, diosa Atenea─ respondió, imaginándose a quién se refería, aunque no estaba del todo seguro hasta dónde sabía la pelilila.
─ No digas eso, Shion. Comprendo el deber que tienen como santos pero no por eso quiero que olviden su lado humano─ se incorporó, tirando la tierra que había agarrado─. Muchos de ustedes han estado destinados ha estar juntos desde tiempos inmemorables y ahora por fin reencarnaron... No quiero que su deber sea un obstáculo para alcanzar ese sueño. Aunque claramente no pueden recordar, estoy segura que lo pueden sentir. Por eso estoy segura de que esta misión sera un éxito.
─ Aún así, Atenea, como en cualquier guerra habrá bajas.
─ Lo sé. Ahora que ustedes irán a ese lugar, el enemigo pondrá en marcha su juego, de eso quiero hablarle, Patriarca. Nosotros tenemos que iniciar con el nuestro.
