Hola~ bueno, este es mi primer fic de Inuyasha ·3· qué decir más que el que amo la pareja de Sesshomaru y Rin 3 los amo, si por mí fueran al final del manga Rin hubiese tenido una camada de hijos de él 3
Es algo corto, y también raro e3e pero lo hice con amor (?)
¡Disfruten!
Lo miraba. Lo miraba atento, analizando. Lo miraba intrigado, parpadeando con una armoniosa pasividad. Sabía que él también estaba mirándolo, porque el imperceptible gruñido a oídos humanos que salía como un ronroneo de su boca, se lo estaba indicando. Ese débil ronroneo que amenazaba, que olía a sangre desparramada si su torpe boca hacía el comentario inadecuado.
Pero, oigan, no era él quien estaba en la mejor posición para hablar justamente en ese momento. Sus orejas acariciaban el cántico infantil que atiborraba el lugar, moviéndose graciosas. Frente a él, Sesshomaru todavía ronroneando peligrosamente, se mantenía impasible. Admirable, pensó. Aquel era el momento que siempre esperó para poder burlarse limpia y justamente de él, pero por algún extraño motivo que no podría describir, ahora sólo se transformaba en una increíble compasión.
Gracioso, pensarán. Él, el gran InuYasha, sintiendo compasión por nada más ni nada menos que la nefasta criatura de la naturaleza a la que solía considerar algo así como su hermano. Pero sí. Que quedara constancia en la historia, que se pintara en un pergamino eterno aquel momento, alguien debía hacer algo para grabar aquella maravilla que nada tenía que envidiar a un cielo de nueve colores. Los hermanos Inutaisho estaban, por fin, creando un invisible y profundo lazo fraternal.
Kagome, un poco más apartada, miraba divertida. Ella no tenía por qué contener la contagiosa risa que asomaba sus labios. Sango, atrapada por la espalda por una de las gemelas, reía suave también.
Y los hermanos peli plata no eran lo suficientemente sordos como para no sentir esa risa como una femenina y dolorosa patada a su poder. A su autoridad, su imagen. Imagen que con el arduo trabajo de duros años pudieron labrar. Pero que, al parecer, no habían endurecido lo suficiente.
Para InuYasha, bueno, era entendible. Era él después de todo, siempre se le podía manipular si se sabía las técnicas correctas. Kagome se encargaba de dejarlo muy en claro, muchas veces.
Pero Sesshomaru, oh, él era todo un cuento aparte. Si a InuYasha le hubiesen dicho hace un par de años que verlo como lo veía ahora, era siquiera una remota posibilidad, se hubiese echado a reír hasta que sus cuerdas vocales no resistieran y se rompieran por tanta presión, o hasta que su estómago se rompiera de una bien aceptada úlcera. Pero hoy, aquella situación le parecía algo extrema. Porque lo estaba viendo, aquella muestra de la mayor humanidad que aquel demonio jamás, en todos sus milenios planeados de existencia, pensó siquiera. Y debía de admitir que no era tan gracioso como imaginó.
De hecho, en cuanto aterrizó con su característico porte elegante, sacudiendo con suavidad su demasiado cómoda estola blanca, sus dorados ojos no vieron a Sesshomaru. No. Por unos increíbles segundos enteros, la fantasía de ver a Inu no Taisho allí, le había hecho dudar. Mas cuando vio a la ya no tan pequeña Rin correr a su lado, tirando de la ropa de Jaken, comprobó que sí se trataba de su hermano.
Kagome y Sango tardaron también en entender que aquel frente a ellas no era el fallecido padre de InuYasha. Las marcas distintivas de sus mejillas fueron clave, cabe decir.
Cuando Rin, con un nuevo y precioso kimono que sabían, su Señor le había regalado, saludó a sus amigas con un efusivo gesto, ambas pudieron notar el éxtasis en ella. Pues incluso para lo hiperactiva que era siempre, cuando estaba más feliz era algo que simplemente se notaba. Kagome, todavía algo asombrada, fue quien le preguntó por la apariencia del Inugami.
— ¿Les gusta? ¡Verdad que se ve muchísimo más hermoso así!
Ellas sonrieron ante el delicado tono de voz que sin darse cuenta usaba para hablar de él, dándole la razón sin dudarlo. De por sí, Sesshomaru no era nada feo. Pero ahora, definitivamente tenía un algo que daría color a sus mejillas sin pensarlo dos veces, de no ser porque ahora eran ellas dos felices esposas, felizmente consumando su matrimonio.
— ¿Tú lo hiciste?
— ¡Sí! Sesshomaru-sama me dejó hacerlo, antes sólo me permitía ponerle una corona de flores, de vez en cuando, pero siempre se las quitaba muy rápido y nadie podía notar que Rin había hecho algo –un débil puchero que, para sus dieciséis años de estreno, se veía endiabladamente hermoso. —Esta vez me dejó hacer algo distinto, como un regalo de cumpleaños ¡así que Rin aprovechó la oportunidad! mi Señor se ve increíble, ¿verdad que sí?
—Sí, sí, se ve realmente bien. Tienes un gran talento, Rin-chan. Pero todavía me parece increíble que se haya dejado, debe de tenerte un aprecio asombroso.
— ¡P-pero qué cosas dice, Kagome-san! –su cara pintándose de rojo, el bochorno plasmado en una tímida y avergonzada sonrisita. — ¿Usted cree… usted cree que mi señor me aprecia tanto?
Ah, linda Rin, parecía que todavía veías el mundo con unos ojos demasiado inocentes.
—Sé que lo hace, no me cabe ninguna duda. Sólo piénsalo un poco, ¿acaso crees que le hubiese dejado a Jaken hacerle algo así?
—Ah… bueno, no creo que al señor Jaken le hubiese dejado, tampoco le permite tocarlo mucho. ¡Ah, ¿quiere decir eso que Rin es alguien especial para el señor Sesshomaru?! –Su cara brillante, sus ojos abiertos como si le hubiesen dicho el halago más hermoso del mundo. Sango no pudo evitar reír por el tremendo cariño que le tenía a aquella joven, siendo ella quien le respondiera.
—Eres alguien muy especial para él, Rin-chan. Ese hombre jamás, jamás –recalcó–, hubiese permitido semejante cercanía con alguien más aparte de ti.
—Sango-san, ¿de verdad? –su jocosa pregunta forzó la sonrisa en las dos mujeres, quienes asintieron raudas. —Entonces… ¿entonces, el señor Sesshomaru… quiere a Rin?
Ambas se miraron, intercambiando unas silenciosas palabras con sus ojos. Kagome fue quien habló ahora.
—Bueno, supongo que eso tendrás que preguntárselo tú misma, pequeña Rin.
Mientras, afuera, ambos hermanos seguían en su imperturbable intercambio de silencios. Ámbar contra ámbar. Plata contra plata. Y unas persistentes risillas, entrometidas, que atiborraban sus sensibles oídos. Mas Sesshomaru se mantenía, estoico, sentado en pose india, al igual que su medio hermano. InuYasha seguía mirándole con un pariente cercano de la incredulidad, y estaría mintiendo si dijera que no estaba empezando a molestarle.
—Así que… Rin, ¿eh?
No se molestó siquiera en pretender que iba a responder. Su ronroneo amenazante rugiendo con claridad en las orejas de InuYasha.
—Sabes, no tienes nada de qué avergonzarte, sé cómo te sientes.
Cállenlo. Cállenlo o juraba que le haría tragar sus deshonrosas orejas de perro. Pero no, él seguía, seguía parloteando. Bakusaiga cosquilleó en su funda, clamando por sus dedos acariciando su empuñadura. Pero sabía que no podría saciar su ansia de sangre, no ese día, al menos.
Un tironeo de su cabello inclinó su cabeza ligeramente hacia la derecha. Pero no dijo nada. No hizo nada. Él, el poderoso, temible y respetado Lord de las tierras del Oeste, se dejó tironear, apretar, morder y ser llenado de ese característico aroma a cachorro híbrido. Respiraba, calmado, impasible. Su paciencia tenía grandes, vastos límites, él podía con eso. Tenía que poder.
Aunque desde esa mañana, sus límites hubiesen llegado a la mitad del recipiente sólo gracias a Rin.
—Oigan, oigan, ya bájense de ahí.
Los cachorros hicieron caso omiso a la pobre orden de su incompetente padre. Como era de esperarse, aquel inútil no podría siquiera tener control sobre sus propias crías. Uno de los dos, creyó reconocer, el más grande, olfateó gracioso el adorno sobre su cabeza. El simplista, delicado y aún así, significativo, adorno sobre su cabeza.
—Huele bien, a mamá también le gustan de este tipo. No sabía que a ti te gustaban también, ojisan (*)
Su ceja titiló, arrugando su ceño. Su boca se contrajo ligeramente. Sesshomaru tenía una muy amplia paciencia, debía hacer buen uso de ella.
—Podríamos conseguirte un par para tu cumpleaños, ¿quieres? Sé que a Rin-neechan también le gustarían.
Ahora la otra mocosa también. Qué modales más imprudentes para referirse a él que tenían, no cabía duda de que eran la semilla de un insolente como InuYasha. La niña haló de nuevo su cabello, más precisamente la coleta alta que ahora llevaba.
— ¡Te ves muy lindo así, ojisan, deberías usarlo más seguido! ¿puedo hacerte algo yo también?
—No.
— ¡Ah! Vamos, prometo que te quedará bien, ¿sí? A papá no le molesta y queda muy lindo ¿ves?
InuYasha desvió la mirada, alegando falsa demencia. Las dos coletas y cuatro trenzas que anudaban su largo pelo eran toda la imagen que Sesshomaru necesitaba para saber que su respuesta era un firme y rotundo no. Además aquella coleta alta, que le hacía ver como un calco de Inu no Taisho, había sido su valioso regalo para su protegida por su cumpleaños. Ni por asomo dejaría que las escandalosas, pegajosas y torpes manos de aquellos dos demonios de cinco años tocaran su cabellera. Ni siquiera la única flor de lirio rojo que también le decoraba.
Porque aunque Rin hubiese malinterpretado sus palabras, él le había concedido su deseo, le había dado total libertad para con él. Total. Y no, no quería resaltar el total, pero la realidad es que le había dado completa y total libertad, que ella sin dudas, no supo utilizar en todo su esplendor.
No todos los días, alguien como Sesshomaru te dice: "—Puedes hacer lo que quieras conmigo, sólo por hoy." Cualquier mujer sensata, con un cuarto dedo de frente, hubiese por lo menos tratado de abrazarlo. Como mínimo. Pero no Rin. Rin sólo le había hecho una coleta alta, le había puesto una flor y había reído. Con una hermosa risa, sí, pero nada más que eso. Nada.
Por eso también, es que se encontraba ahí ahora. En aquella aldea infestada de criaturas inferiores a él, tantos humanos y sus inquietos sobrinos, no eran su mejor opción de entretenimiento en su lista de quehaceres. Pero Rin quería pasar su cumpleaños ahí, y él estaba a su disposición aquel día, así que fue con ella. Lucía su nuevo kimono, otro regalo suyo, que le sentaba realmente bien. No por ser él quien lo escogiera, claro.
Miró a un costado, Jaken horrorizado por el atrevimiento de los niños con su amo bonito, trataba de ahuyentarlos con su báculo. No tenía un preciso apego con ellos, pero la cruda y fría mirada dorada se clavo en su verde cabeza, frenándolo. Mientras, las criaturas del infierno volvían a entretenerse con su ropa, su pelo y su cara.
Y por un segundo, Sesshomaru deseó el que Naraku siguiera con vida. Sólo para tener una excusa válida para llevar su importantísima persona lejos de ahí. Y por la cara de InuYasha, presentía que no era el único.
Pero su padre debía estar divirtiéndose hoy con él, porque el calvario parecía sólo crecer.
— ¡Sesshomaru-sama! ¡Sesshomaru-sama!
Rin, corriendo con una demasiado enorme sonrisa, se acercó hasta pararse justo frente a él, quien todavía seguía en pose india.
—Sesshomaru-sama, ¿qué siente usted por Rin?
Abrió un poco sus ojos, tomado por sorpresa. Pero la realidad era que en su cabeza cruzaron otros pensamientos, que lejos estaban de responder. InuYasha, su mujer y la mujer del monje pervertido estaban ahí, aparentemente interesados en una charla que nada les incumbía. Las criaturas bailando sobre él se calmaron también, ansiosas de escuchar la respuesta.
— ¿Qué es esa pregunta?
¿Recuerdan que dijo tener una vasta paciencia? Bueno, estaba rozando límites insospechados ahora mismo. Peligrosos y nunca recomendables límites.
—Usted… ¿usted quiere a Rin? –Para su edad, seguir hablando en tercera persona era algo que todavía no entendía. Pero Sesshomaru ahora no se concentraba en eso, oh no, él ahora batallaba internamente por no despertar a Bakusaiga para divertirse un rato matando hordas, hordas bien completas de demonios. Porque unas inmensas ansias de sangre cosquilleaban. Sus garras se sentían vacías de pronto, su boca fruncida y su bien visible ceño arrugado, no estaban dando un buen augurio. La joven estaba seria ahora, miraba muy directamente a su guardián, con una determinación envidiable, bajo el escrutinio de todos. Sesshomaru olfateaba los nervios en ella, oía su corazón palpitar con alarmante rapidez, tal vez por eso sus tersas mejillas tenían ahora un tinte rosado.
Pero no era suficiente. Él tenía gran paciencia, sí, pero parecía que acababa de rozar el fondo. ¿Qué si la quería? ¡¿Qué si la quería?! Por todos los cielos, ¿acaso ella pensaba que el gran Lord del Oeste iba por ahí, dejando que una humana jugara con él? No, más aún, ¿Qué él le daría semejante permiso, que le dejaría ser suyo por veinticuatro horas, si no la quisiera?
Estaba ahí, siendo baboseado por los hijos de su medio hermano, con un peinado, una flor en su cabeza, en una aldea de humanos. Pero ella todavía tenía el valor de venir a preguntar semejante barbaridad. Semejante obviedad.
—Vamos, Sesshomaru, responde. Está esperando tu respuesta.
La hilarante voz del mitad demonio raspó sus oídos, sus dos cachorros rieron encima suyo, enredados en su estola. Kagome y Sango, y la niña de Sango, sonreían incitándolo. Esas mujeres, ni tenía que considerarlo siquiera para saber que eran ellas las causantes de la situación.
—Sesshomaru-sama…
— ¡¿Tú, niña tonta, qué clase de preguntas le haces a mi amo bonito?! ¡no te das cuenta de que él no tiene por qué responderle nada a una mocosa como tú!
—Jaken.
— ¿Sí, Sesshomaru-sama?
—Silencio.
El fiel sirviente agachó su cabeza, disculpándose repetidamente. Era gracioso ver que hasta en situaciones así, él solía mantener tanto cariño por Rin y sólo lo demostraba con infantiles discusiones. Ella seguía insistiendo, el daiyokai sostuvo su mirada, pero era inútil. Aunque Rin hubiese aprendido a leer sus mínimas y austeras facciones, no podría descifrar aquella que hasta para él mismo era un misterio.
Fue una fortuna, una epifanía, que en ese momento de tensión el monje hubiese aparecido con el resto de los cachorros y el zorro también. Tal vez, como una manera de mostrar aprecio hacia él, las mujeres le dieron total atención a ellos que traían leña y comida. Su respuesta inconclusa quedó olvidada de momento, opacada por el anuncio del festín de cumpleaños. Pero sería él mismo quien se encargaría por voluntad propia de responderle a Rin. Cuando estuviesen solos, esa noche, lejos de toda la peste ansiosa de su respuesta.
Porque Sesshomaru era un ser de impresionante paciencia, pero incluso él tenía imprevistos en sus estrategias planeadas con meticulosidad. Porque cuando él armó la perfecta frase que esperaba, su protegida entendiera, en su cabeza se escuchó perfectamente bien, sin fallos. No había contado con que su peor fallo sería la misma inocencia de Rin…
Pues él no le había regalado a Rin únicamente el permiso de disfrazarle, lo que él en verdad le otorgó era algo muchísimo más valioso, pero claramente ella no supo entender semejante magnitud. Por eso se encargaría de dejárselo muy en claro esa noche. Ya que, si bien había prometido esperar hasta su mayoría de edad, no creía ser capaz de aguantar otros dos años con la incertidumbre de Rin acerca de sus sentimientos.
Porque con su permiso especial, él esperaba que ella al menos, como mínimo, le pidiera un beso. Un beso que esclarecería sus dudas de inmediato. Un beso que significaría asegurarla a su lado para siempre, lejos de todo insecto humano que le siguiera las huellas en su estadía en la aldea. Cosa que bien sabía, no eran pocos precisamente. Pero en vista de que era ella todavía demasiado ingenua, se veía obligado a demostrárselo más explícitamente.
Tal vez, sus dos colmillos marcando visiblemente en su pequeño y pálido cuello una distintiva mordida, tuvieran que ser involucrados.
Ojisan: Tío.
Bueno, lo dije, ¿raro, no? e.e
Espero les haya gustado, si llegaste hasta aquí, ¡muchas gracias! ^^
