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NOTA 1: La ambientación de esta historia es de criterio y lenguaje adulto, con escenas violentas, sangrientas y posiblemente sexuales. Me hago responsable de advertir el contenido, mas usted se hace responsable por leerla.
NOTA 2: Esta historia es de mi biblioteca personal, debido a que por falta de tiempo y motivos personales no he podido actualizar los otros fics que tengo, decidí brindarles esta trama para que al menos sepan de mí mientras organizo mis asuntos y mi tiempo. La historia ya la tengo conclusa, pero estoy subiendo los capítulos poco a poco ya que debo adaptar los personajes a Candy Candy, los cuales pertenecen a Mizuki e Igarashi respectivamente y les brindo esta versión sin fines de lucro.
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Dedicatoria: Para una amiga que la ha estado esperando hace mucho…
Mi mejor venganza
Por: Wendy Grandchester
Prólogo
El amor no siempre se da en las mejores circunstancias, otras veces son las mismas circunstancias lo que nos hacen amar u odiar, incluso, amar lo que odiamos.
Mountain Heights, Winterland- siglo XVII
Casa Whitaker
—Siempre lo dije, esta niña posee muchos talentos.
—No todas las novias han hecho su propio vestido.
—Esta es una novia enamorada.
Candace Whitaker, la menor de las hermanas, había esperado toda su niñez poder casarse con Anthony Brandon. Tenía dieciocho años, de piel blanquísima, figura pequeña y esbelta, ojos verdes custodiados por espesas pestañas y una melena dorada de gruesas ondas que llegaba hasta la cintura. Sus labios jugosos eran de un rojo intenso, su nariz era pequeña y recta, cada rasgo en una proporción perfecta, como si los ángeles mismos hubieran tenido extremo cuidado y precisión al crearla. Bueno, tal vez uno de los ángeles que la pintaba tropezó y le salpicó la nariz con la pintura para que tuviera solo una pequeñísima imperfección, por así llamarle a las pecas que cubrín su nariz y una que otra había rodado hasta sus mejillas.
—¿Estás consciente de que puede que tu Anthony no regrese con vida?
—¡Esther!—la madre reprendió a su hija mayor, esta tenía veinticinco años, era mucho más alta que las mujeres promedio, pero nació con un pie entumesido y una deficiencia de calcio que hacía lucir sus dientes muy deteriorados.
—Si no creyera que regresará vivo de la guerra, no me molestaría en terminar mi vestido.
Se puso de pie y estiró el pedazo de tela que ya iba tomando forma. Se lo colocó por encima de su silueta y sonrió con todo el brío de la juventud y el amor.
—Tranquila, cielo, tanto Anthony como tu padre regresarán y tu boda será la más memorable de todos los tiempos.— su madre la besó en la mejilla.
A Candy le costaba entender la lógica de las guerras, el afán de conquistar tierras a precio de sangre. Winterland era el país más grande del continente, era una ciudad próspera, majestuosa, pero siempre había oído que mientras más se tenía, más se quería. Su padre era un hombre del Rey y estaba al mando del ejército, estaba arriesgando su vida por una causa ajena e innecesaria mientras su majestad se rascaba la barriga en su trono. Todo por querer recuperar Meaderlands, la isla que el otro reino les había arrebatado hacía más de un siglo. Se decía que Meaderlands cabía al menos diez veces en Winterland, pero era rica en minerales, especialmente oro y bronce y era desde donde se importaban las sales y las especias.
Tras perder la guerra en aquél entonces, se llevó a cabo un acuerdo amistoso, en donde ambas ciudades exportaban e importaban, beneficiándose ambos reinos, pero según el Rey actual, August Bredaux, eso no había sido más que mostrar sumisión y cobardía.
Días después, un alboroto, olor a pólvora y bullicio, despertó a las mujeres, Candy fue la primera en ponerse de pie y descalza bajó las escaleras seguida de su madre y hermana. Tocaban a la puerta con violencia.
—Señora Whitaker…—el joven soldado hizo una reverencia.
—Son malas noticias, ¿verdad? ¡hable!
—Hemos perdido…—anunció el joven y la cara de Margareth Whitaker se desfiguró.
—¿Y mi papá? ¿Y Anthony?—preguntó desesperada Candy.
—Sir Anthony Brandon fue de los primeros al frente…
Candy cayó de rodillas, su hermana la sostuvo mientras comenzaba a llorar y lamentarse como si le hubieran atravesado una espada en el corazón.
—¿Y mi papá…?
—Sir Thomas Whitaker está malherido… perdió su pierna izquierda y la derecha está tan infectada que…
—¡Vamos! Que nadie quede con vida. Llévense todo lo de valor.
El ejército contrario fue saqueando todo, matando a todo el que se interpusiera o se negara a entregar toda posesión voluntariamente.
—¡Primero muerta!—gritó Margareth aferrándose a su casa.
—Como usted desee, mi lady…—el soldado inescrupuloso clavó su espada en su vientre ante la vista de las dos hijas.
Esther trató en vano de defenderse, recibió un corte en la cara por la osadía. Candy temblaba ante tanto horror, fue a esconderse, pero no tuvo éxito.
—Que tenemos aquí… un delicioso manjar…—dijo un soldado robusto y mayor, acariciando con lascivia los pechos de Candy.
—Apuesto a que todavía es doncella…—dijo otro desabrochándose el cinturón del pantalón.
El primero la agarró fuerte y la lanzó a un sofá, Candy luchó y forcejeó, pero a cambio recibió una bofetada y el roce frío del filo de su espada en la garganta.
—Será más fácil si no te resistes, bonita.—le alzó el camisón y a fuerzas le separó las piernas.
—¡Prefiero morirme!—dijo escupiéndolo en la cara.
—¡Maldita Perra!—fue a clavarle la espada en ese momento.
—¡Qué pasa aquí! Les ordené llevarse todo lo de valor, no que mojaran la polla en la primera concha hedionda que se les presentara.
Candy no supo de quien venía la voz, pero sí que denotaba autoridad, porque el hombre guardó su espada y se puso de pie. Ella quedó temblando como un flan, expuesta ante la mirada curiosa del hombre dueño de la voz.
Tenía una estatura imponente, su piel era bronceada, los ojos azules y el pelo oscuro, amarrado en una coleta larga y una barba muy bien cuidada. No debía tener más de treinta años.
—Como usted ordene, Su gracia.
Todos se retiraron a seguir saqueando y amedrentando, Candy se quedó tirada en el mismo sofá donde hacía a penas unos minutos iba a ser violada y asesinada. El hombre que sin proponérselo le había salvado de un destino cruel, ahora le tendía una mano para que se levantara.
—Soy Terrance Iraski, no te haré daño…—se inclinó hacia ella, pero Candy lo rechazó con pavor y un odio latente en su mirada.
Parecía que Candy iba a tomar la mano que se le ofrecía, pero en cambio, le quitó la espada, se puso de pie le apuntó con ella.
—Váyase de aquí con sus hombres. ¡Ahora!—gritó temblándole el pulso y la voz.
Terrance alzó las manos en señal de rendimiento, pero le dedicó una sonrisa ladeada mientras iba acercándose a ella peligrosamente.
—Admiro tu valentía, pequeña…
—¡No se acerque!
—Pero esa espada es muy peligrosa en las manos equivocadas.
Candy no supo cómo, tal vez esa voz temible tenía el poder de hipnotizar, se encontraban ahora a la inversa, el la tenía en un agarre tan fuerte que no dudaba que le dejara moratones y la espada se encontraba otra vez al filo de su garganta.
—Esta es mi casa, usted no tiene ningún derecho…
—No te enseñaron cuándo callarte, ¿verdad? Ni siquiera cuando tu vida está en juego.
—Los hombres de aquí no son bestias cavernícolas como los de su tierra.
Terrance no pudo evitar soltar una carcajada. Había que ver la chiquilla era valiente.
—Tienes dos opciones, pequeña. La primera, salir de aquí voluntariamente y la segunda… quedarte.
—¿Quedarme?—preguntó con recelo.
—Quedarte a ver con tus propios ojos lo que les pasa a las niñatas imprudentes que creen que pueden desafiar a un hombre.
—¡No soy una niña! Le aseguro que tengo más valor que la mitad de sus charlatanes a quienes llama hombres.—Otra carcajada salió de la boca de Terrance.
—Puede que tengas razón, es más, te concedo toda la razón, pequeña, pero sabes… esos charlatanes, son al menos dos veces tu tamaño, tienen más fuerza que tú… y además cuentan con un apetito carnal insaciable… ¿qué crees que te pasaría si insistes en enfrentarlos?
Candy salió, pero poco quedaba de la ciudad que ella conocía. Sus calles estaban ahora tapizadas por cadáveres, olor a humo, pestilencia, hombres heridos, lamentos, llanto de niños huérfanos.
—¡Candy!—se le acercó una pequeña.
—Melanie… ¿dónde están tus padres?—la niña respondió con llanto.
—Candy… ¿eres Candy Whitaker?—le preguntó Terrance sorprendiéndola con su presencia.
—Soy Candace.—respondió con orgullo.
—Eres la hija de Thomas Whitaker…—un odio seguido de una sonrisa perversa se dibujó en el rostro de Terrance.
—¿Qué más da de quién soy hija?—Dio la espalda para marcharse sin rumbo.
—No vas a ninguna parte.—la agarró por un brazo.
—Usted dijo que podía irme.
—Y ahora te digo que no. Eres mi prisionera.
—¡Váyase al diablo!—lo escupió y se echó a correr.
Corrió y corrió y justo cuando se detuvo para tomar aliento, tres espadas se posaron en ella.
—¿A dónde con tanta prisa, preciosa?
Candy supo que estaba perdida, esos hombres la manoseaban, uno de ellos la había levandado del suelo, enroscándola en su cintura para tomarla. Justo cuando vio todas sus esperanzas perdidas, sintió como la punta de una espada atravesó el mentón del hombre que trataba de abusarla hasta salir por la cabeza. Los otros dos se apartaron.
Ella vio a Terrance limpiar su espada. A penas podía respirar. Terrance furioso era aún más intimidante. La agarró con más fuerza de la necesaria, ella chocó contra su pecho imponente, tenía que alargar mucho el cuello para poder verlo a los ojos.
—De ahora en adelante, harás lo que yo te ordene. ¡Has entendido!
—Sí…—balbuceó temblando.
—Muy bien.—dijo y se la echó al hombro como todo un neandertal.
—Puedo caminar…—protestó.
—Sí, y también podrías intentar huir una vez más.
Candy fue transportada al castillo que ahora ocuparía Terrance Iraski, el nuevo Rey.
—Papá…—Terry la había guiado hacia la cama en la que agonizaba Thomas Whitaker.
—Candy…—ella lo abrazó y lloró sobre él.
—¿Por qué estás aquí?
—Estás donde debes estar, eres una princesa…
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—No tengo fuerzas ahora para explicártelo, pero… te casarás con él y sé que harás un buen trabajo como reina para tu pueblo…
—Papá, esto es absurdo… ¿cómo voy a casarme con nuestro enemigo? ¡Papá!—había cerrado los ojos para siempre.
Continuará...
Reciban un cordial saludo. Espero que les guste, hasta pronto.
Wendy G.
