Este es mi primer fic, inspirado en mi pareja favorita, Ron y Hermione, esta ambientada en 1909 durante las protestas a favor del voto femenino, intentaré hablar lo más realista posible de ese hecho, pero soy bastante mala en historia, si ven algún error me encantaría que me lo hicieran saber!

Disclamer: Todos los personajes pertenecen a la autora Jk Rowling. La historia si es toda mía!

Espero la disfruten!

...

Hermione Granger siempre fue una mujer hermosa, refinada, elegante y agraciada; además de testaruda, orgullosa, respondona y por demás de peleonera. Era por esto último que ningún hombre estaba dispuesto a casarse con ella, y, a decir verdad, ella tampoco quería casarse con ninguno. Según ella ninguno estaba a su altura, todos eran unos brutos barbaros que no merecían que ella les dirigiera ni una sola de sus miradas. Tan altiva como era, ningún hombre con un poco de orgullo estaba dispuesto a pedir una de sus valiosas atenciones, aunque la mujer fuera tan hermosa por fuera ninguno soportaba por mucho tiempo su dura personalidad.

Solo su hermano Harry era la excepción de aquello; con él ella cambiaba, se volvía dócil y hasta parecía una mujer dulce y muchas veces sumisa. Todo lo que Harry deseaba ella lo hacía sin chistar, y era por ello que se la invitaba a fiestas solo si iba en su compañía. Sin embargo todos sabían que Harry y Hermione no eran hermanos de sangre, ni siquiera de nombre. Ella se apellidaba Granger mientras él se apellidaba Potter, esto era porque ambos eran huérfanos; un matrimonio muy rico los adoptó, pero nunca cambiaron los nombres de los chicos. Hacía un par de años que el matrimonio había muerto y los pobres chicos quedaron huérfanos nuevamente. Ambos heredaron una buena suma de dinero y una mansión de la cual disfrutar a su gusto.

Harry siempre fue sencillo, nunca hacia gastos ostentosos y no le importaba impresionar a nadie; Hermione era una mujer de libros, le gustaba estar informada de todo, investigar acerca de cualquier tema y sumergirse de vez en cuando en historias que hacían volar su imaginación.

Corría el año de 1909 e Inglaterra era un hervidero de constantes ataques hacia las mujeres, quienes exigían el derecho al voto, Hermione fue una de las tantas en hacer huelga de hambre como medida de presión para que el gobierno diera el voto a las mujeres. Harry, quien estaba a favor de que a las mujeres se les permitiera votar y que dejaran de ser tratadas como inferiores, sino que comenzaran a ser tratadas como iguales a los hombres, no podía aceptar el rumbo que las protestas estaban tomando, él quería que hubiera un cambio, sí. Pero estaba seguro que ese no era el camino a seguir. Él estaba más de acuerdo con la actitud anterior del grupo que con la de ahora, se habían vuelto cada vez más extremistas. No quería que Hermione estuviera en un grupo tan radical como eran ellas, pero nada podía hacer. Esa mujer hacia lo que le daba la real gana y no se doblegaba ante nada.

El hombre de cabello negro y ojos verde esmeralda tomaba el desayuno solo en su casa, bebía una taza de café mientras leía el periódico. Una noticia llamó su atención, pues se trataba de dicha protesta en la que su hermana estaba involucrada. El gobierno presa de la presión y desesperación había comenzado a implementar una controvertida práctica: alimentación forzada. Obligaban pues a las mujeres a comer y las obligaban a marchar a casa. Ni bien hubo terminado de leer el periódico su querida hermana entro hecha una furia en la habitación, sus risos castaños estaban más alborotados que nunca, sus ojos marrones centellaban de furia contenida y sus mejillas estaban encendidas debido a la rabia que sentía. Harry no hizo ningún comentario y espero a que ella descargara toda su furia una vez que se hubiera calmado lo suficiente para encontrar su voz.

―Nos obligan a comer ―había gritado ella con la voz temblándole de rabia―, ¿prefieren hacerse los que no saben lo que sucede antes de darnos lo que pedimos? No es tan difícil para el maldito gobierno aprobar la ley, pero prefieren ignorar nuestra protesta, nuestras peticiones, nuestro derecho.

Hermione gritaba y pataleaba sin que la rabia disminuyera en lo más mínimo, Harry estaba convencido que si el primer ministro entrara por la puerta lo mataría a golpes sin que el pobre hombre pudiera hacer nada al respecto, el prefirió callar antes que su hermana recordara que él también era hombre y pagara su frustración en su persona.

―Lo peor es que me esposaron y me trajeron hasta aquí sin que pudiera hacer nada, ¡maldito Finnigan! Ya vera cuando lo vea pasando solo cerca de la casa, esto se va quedar así, de eso me encargo yo. Pero al menos lo patee donde más le duele a penas lo tuve lo suficientemente cerca. Y el muy imbécil me dice: señorita Granger, este no es lugar para una dama de su categoría. Pero, ¿qué le pasa a ese imbécil? ¿Quién es él para decir cuál lugar es el qué me corresponde y cuál no? Ni a ti, Harry, te permito que me digas qué hacer, mucho menos al imbécil ese. Y apenas me soltó salió corriendo y se montó en su condenado auto antes de que pudiera alcanzarlo.

―Hermione, el muchacho solo pensó que hacia lo correcto. No le hagas daño ―intercedió Harry en tono conciliador.

―No lo defiendas, Potter ―bramo Hermione con furia, Harry se encogió en su asiento, si Hermione lo llamaba por su apellido era signo de que debía correr por su vida. Prefirió no decir nada más por el momento y se dedicó a comer sin mirar directamente a la castaña para no sufrir su ira.

...

Una mesa se llenó de pelirrojos a primera hora de la mañana, mientras Molly Weasley se afanaba en la cocina para que su batallón de hijos tuviera su acostumbrado desayuno; ella debía pararse al alba para comenzar a cocinar antes que el sol siquiera pensara en salir por el horizonte, y es que era increíble lo mucho que sus hijos comían, además de la cantidad de hijos que tenía. Siete, nada menos que siete hijos, y todos ellos comían lo que un batallón. Pero milagrosamente ella lograba que todos ellos quedaran satisfechos y contentos en cada comida. Molly Weasley era una madre ejemplar, amaba a todos sus hijos, aunque la hicieran rabiar... y es que todos eran unos brutos y lo único que sabían hacer eran gastarse bromas cada vez más pesadas.

El ruidos de los platos y los cubiertos no se hizo esperar, todos comenzaron a devorar los alimentos sin piedad haciendo esfuerzos por no atragantarse, y es que ellos como que no tenían ni idea que antes de tragar había que masticar. Antes de comenzar a regañarlos Molly noto que uno de sus hijos faltaba en aquella lucha por la comida, actuaban como si no hubiera comida suficiente para todos. La ausencia del menor de sus hijos varones la hizo fruncir el ceño, Ron siempre se despertaba al último, y siempre se quejaba de que nadie le dejara la suficiente comida para saciarse como era debido. Dejó el plato que contenía una nueva ración de tortitas y caminó hacia la escalera con paso seguro, subió las escaleras gastadas que crujían con cada paso y pronto llegó a la habitación de su hijo.

―Ron, levántate ahora mismo o te quedaras sin desayuno ―había gritado la mujer a través de la puerta cerrada, toco con fuerza al no recibir contestación alguna por parte del chico.

El estruendo al otro lado de la puerta le dio a entender a Molly que Ron había caído de su cama, la mujer negó con la cabeza y bajó para seguir elaborando los ricos platillos que sus hijos seguirían devorando como bestias, mientras el último y más malhumorado de sus hijos se terminaba de levantar y vestir para bajar a comer.

Ron maldijo por lo bajo llevándose una mano a la cabeza herida por el golpe, ¿Por qué demonios no lo dejaban dormir? Siempre tenían que molestarlo de alguna manera en aquella casa, cómo desearía que todos lo dejaran en paz; esa casa siempre era un caos, siempre alguien lo molestaba, siempre querían imponerle responsabilidades que no le acontecían a él. Se levantó para vestirse y el sutil aroma a tortitas recién hechas inundo sus fosas nasales deleitándolo con el rico olor, toda su amargura y mal humor desapareció tan pronto como había aparecido. Ron Weasley era un tipo sencillo, para él la vida se resumía en dormir y comer. Él era un hombre muy trabajador, pero si tuviera opción no trabajaría nunca, pero lamentablemente debía hacerlo, debía trabajar como un burro todo el día y sus únicos momentos de plena felicidad eran: mientras comía o dormía.

Los ojos azules del chico brillaban de emoción al pensar en la rica comida de su madre, su boca se humedeció y su estómago rugió hambriento. Bajó corriendo las escaleras antes que sus muchos hermanos lo privaran de un buen desayuno. Se sentó a la mesa y junto con sus hermanos comenzó a devorar la rica comida preparada por su madre sin siquiera dar los buenos días, los modales no estaban hechos para él y mucho menos habiendo comida de por medio.

―Bill, cariño, ¿a qué hora sale tu barco? ―pregunto Molly al mayor de sus hijos.

―En unas horas, mamá ―respondió el aludido sin dejar de comer―. Cuando termine de comer me iré al puerto.

―Es una lástima que Fleur y Victorie no pudieran acompañarte, extraño a mi nieta ―replicó la mujer mirando con reproche al hombre.

―Sabes que Fleur está en el último trimestre de embarazo y es mejor que no viaje, pero después de que nazca el bebé vendremos para que lo conozcas.

―Si tan solo no vivieras tan lejos... ―se quejó la mujer dejando la frase suelta, pero Bill no estaba dispuesto a caer en la trampa: a su madre le gustaba tener la casa llena, y aunque a él le encantara estar rodeado de su familia, le gustaba más tener su propio hogar.

―Ya tengo que irme, mamá ―dijo levantándose de la mesa para abrazar y besar a su madre como despedida―. Pronto nos veremos, no te entristezcas.

Se despidió de cada uno de sus hermanos, menos de Percy quien lo llevaría al puerto antes de ir a la universidad. La familia Weasley era bastante particular, eran muy unidos aunque siempre estuvieran peleando; además que todos eran muy distintos uso de otros: Bill trabajaba en un banco en parís, estaba casado con una hermosa francesa con la quien tenía una hija y ya esperaban el segundo hijo, siempre vestía de una manera estrafalaria que extrañamente lo hacía lucir muy apuesto además tenía el cabello más largo de lo que a su madre le gustaría; Charlie, el segundo hijo era un solitario arqueólogo que muy poco estaba en casa y aunque solía tener novias, las relaciones no duraban mucho más de un mes; Percy, el tercero, era un hombre centrado, cursaba el último año de leyes en una respetada universidad (gracias a una beca que logro obtener por sus excelente calificaciones), tenía una novia que estudiaba repostería y que parecía tan distinta a él que en realidad nadie entendía como era que habían terminado juntos y tan enamorados; le seguían los gemelos quienes eran unos locos inventores cuyo sueño era tener una fábrica de juguetes, ambos tenían novias y ellas estaban tan locas como ellos, eran sumamente bromistas y el objeto de sus bromas siempre era su pequeño hermano Ron; Ron era el último de los varones de la familia, tenía un genio de los mil demonios, una boca que solo servía para maldecir a diestra y siniestra, y unos celos enfermizos por aquello que consideraba suyo, sin embargo tenía un corazón de oro y amaba a toda su familia con intensidad, él era el encargado de la granja junto con su padre, trabajaba día y noche sin parar, y aunque tuviera uno que otro romance ocasional nunca había tenido novia formal; la menor de todos era Ginny, la chica era lista, fuerte, hermosa e imperiosa, habiendo crecido entre tantos hombres su personalidad debía tener la fuerza de un huracán, y así era ella: un huracán poderoso que dejaba a todos enloquecidos tras su paso.

Todos y cada uno en la familia eran pelirrojos, los hombre eran altos y fornidos, hasta Percy quien le huía al ejercicio tenía un cuerpo bastante bien definido, Ginny en cambio era bastante más pequeña que sus hermanos y su delgado cuerpo tenía las curvas propias de las mujeres más hermosas.

Molly estaba orgullosa de su familia, no tenían muchos lujos, pero eran muy felices y unidos, y eso en su opinión era suficiente, no necesitaban nada más que estar siempre unidos. Y sus hijos pensaban igual que ella.

Un día sin embargo dos de sus hijos parecieron pensar que después de todo, la familia no era lo más importante...

Ese lunes amaneció más frio de lo usual, la señora Weasley se despertó como de costumbre antes que el sol, preparó el descomunal desayuno para sus hijos y fue despertándolos uno a uno, sin embargo de la habitación de los gemelos no salía ningún sonido cuando ella toco la puerta con fuerza. Molly no quería violar la privacidad de sus hijos, pero cuando pasaron más de veinte minutos sin que los gemelos dieran muestras de vida abrió la puerta asustada, pero nada podía prepararla para lo que vio: Los gemelos no estaban, y lo que era peor, sus pertenencias tampoco estaban. Tan solo una nota en la que explicaban que se mudarían a Londres a abrir su tan soñada fabrica, y, para terminar de causar la conmoción propia de las locuras de los gemelos, informaban que habían hipotecado la granja para tener el capital necesario para abrirla.

Molly Weasley no pudo sino ponerse a llorar desconsolada, los gemelos no podían hacerle aquello, ¿Cómo pagarían tan tremenda deuda? Ellos deberían haber pensado en su familia antes de cometer semejante locura, ella nunca pensó que los gemelos les harían eso y se irían sin mirar atrás. Fue su hija Ginny quien la encontró en tal estado de desesperación que corrió asustada a llamar a su padre, pronto todos supieron la noticia de lo que los gemelos habían hecho. Desesperados buscaron una solución a sus problemas económicos, los Weasley nunca habían tenido mucho dinero, principalmente por tener a tantos hijos a los cuales mantener, la granja les daba a penas para vivir, y por ahora el único que trabajaba fuera de ella era Charlie y en esos momentos sus fondos estaban comenzando a escasear. No veían solución para el problema... perderían la granja, su hogar y todo lo que eso conllevaba...

...

Harry caminaba en su despacho sin parar, estaba asustado, muy asustado. La visita de Dean no pudo sino ponerlo más nervioso de lo que había estado en toda su vida; debía tomar una resolución, debía encontrar una manera de que lo que quería hacer se hiciese sin tropiezos. Pero, ¿Cómo lo lograría? Hermione no iba a escucharlo, esa mujer era una fiera a quien nada le importaba... pero quizás, si ella comprendiera su posición... si le dijera toda la verdad ella daría su brazo a torcer... pero Harry no quería decirle la verdad, porque decirlo en voz alta seria aterrador. Antes de tomar una decisión definitiva a su problema con Hermione haría unas cuantas visitas, pues si convencer a la mujer sería complicado, convencer a un hombre de que aceptara sería imposible. Si tan solo Hermione no tuviera ese condenado carácter, si ella fuera una chica dulce que supiera mantenerse callada y no hablara de más... pero ese era justamente el encanto de Hermione, que siempre tenía una razón para contestar todo lo que alguien se atreviera a decirle.

Tomando una resolución Harry tomo las llaves de su auto y se dispuso a salir toda la tarde para encontrar a alguien adecuado, traducción: alguien tan desesperado como para aceptar su ofrecimiento. Pero para la hora de la cena todos sus esfuerzos fueron totalmente en vano, ningún hombre estaba dispuesto hacer semejante sacrificio... tendría que hacer entender a Hermione de hacer lo que él quería pedirle, ella tendría que obedecerlo por al menos una vez en su vida, él solo quería lo mejor para ella aunque ella no quisiera entenderlo. Harry se sentó en la mesa temblando de pies a cabeza, era increíble que ella lo hiciera ponerse tan nervioso, y era aún más increíble que los tercos del gobierno no hicieran lo que un grupo de mujeres, incluso más terribles que Hermione, les exigían.

― ¿No fuiste hoy a la protesta? ―preguntó Harry por hacer conversación.

―No ―gruñó Hermione evidentemente molesta―, hoy no pude ir, aunque debí haberlo hecho... pero en fin, mañana iré sin importar nada.

―No, ya no iras a esas protestas ―dijo Harry con un tono autoritario muy impropio de él.

― ¿Estas prohibiéndome protestar por mis derechos? ¿En serio, Harry? ―inquirió Hermione sin dar crédito a sus oídos, seguro Harry estaba bromeando con ella.

―Nunca había hablado más en serio en toda mi vida, Hermione ―continuo Harry aparentando una calma y frialdad que no sentía―, tu no volverás a ir a esas protestas, ni tienes permitido seguir frecuentando a esas mujeres, ¿entendido?

Hermione soltó una fuerte carcajada que inundo el lugar, Harry se tensó pero hizo lo imposible porque no se notara, debía ponerse firme.

― ¡Ay, Harry déjate de tonterías! ―exclamó la castaña sin inmutarse.

―Hablo en serio, Hermione.

― ¡Por favor, Harry! A mí nadie me prohíbe nada, y mucho menos tú. Y mucho menos si es para algo tan importante para mí como el derecho al voto para las mujeres.

―Hermione, sabes bien que siempre te he apoyado ―dijo Harry muy serio―. Sabes bien que estoy contigo en todo esto de exigir el derecho al voto no solo para ti, sino para todas las mujeres. Pero las cosas han cambiado, y necesito que tú cambies, Hermione. Necesito que seas una mujer diferente, necesito que busques un esposo.

― ¿Qué? ―Hermione estaba segura de haberse vuelto loca, ¿un esposo? ¿Ella? Ella nunca se casaría, ni ella quería hacerlo ni ningún hombre en su sano juicio lo haría con ella―, Harry, ¿estás bien?

―No, la verdad es que no estoy bien ―Harry suspiró, había llegado la hora de explicarse, solo esperaba que Hermione entendiera y se casara sin chistar...

...

Draco estaba impresionado, Harry Potter había estado en su casa y le había casi suplicado de rodillas que se casara con la loca de su hermana, pero quién en su sano juicio se casaría con aquella mujer. La chica era hermosa, eso ni Draco lo podía negar, pero siempre quería tener la última palabra, siempre peleaba y siempre lo sacaba de sus casillas; para nadie era un secreto que Draco no era del agrado de Hermione y Hermione no era del agrado de Draco. Sin embargo el semblante tan desesperado de Potter hizo que Draco considerara su oferta, y estuvo a punto de decir que si, hasta que su padre llego a darle la peor noticia.

―"Te casaras con Astoria Greengrass" ―las palabras de su padre aún se reproducían en su cerebro como si acabara de escucharlas.

Él no quería casarse, ni con ella ni con nadie en realidad. Él no veía a Astoria desde que eran niños y salía con su hermana, pero de eso habían pasado seis años y él ni siquiera podía recordar como lucia esa niña. Y ahora su padre lo obligaba a casarse con ella por sus dichosos negocios con los padres de la chica. Draco resopló molesto, él ni siquiera podía decidir lo que quería hacer con su vida, hubiera sido lindo que alguien le preguntara al menos qué era lo que él quería. Pero no, todo tenía que hacerse como Lucius Malfoy quería y él tenía que hacerse a la idea y aceptar sin chistar.

Tres días, en tres días llegaría la mujer que sería su esposa en pocos meses, al menos tendría tiempo para conocerla y hacerse a la idea. Su molestia no disminuía con nada, prefirió salir de la casa que comenzaba a asfixiarlo como siempre y dar un paseo a ningún lugar en concreto, al menos tendría soledad y cierta libertad por unos minutos, porque al menos él tenía una jaula lo suficientemente amplia para estirar las piernas.

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Diez largos minutos habían pasado desde que Harry explicara todo a Hermione y ella aún no había podido reaccionar, porque lo que Harry decía era totalmente irracional, eso no podía ser cierto, eso no era cierto... Harry solo bromeaba con ella, una broma muy pesada en su opinión, pero era mejor pensar que era una broma antes que aceptar la cruel verdad...

―Discúlpame, Harry ―dijo Hermione levantándose de la mesa sin mirarlo a los ojos―, debo ir a la biblioteca.

Harry asintió, él ya sabía que ella reaccionaria de esa manera y ya estaba preparado para eso.

―Hay unos libros en la mesa que te ayudaran a entender todo ―Hermione asintió con la mirada perdida y la vista empañada por las lágrimas que la chica se negaba en dejar salir.

Harry suspiro dejándose caer más pesadamente en la silla, eso había sido terrible, y apenas estaba comenzando. No quería seguir con aquello, pero era necesario que ella supiera la verdad y ahora que la sabía se aterraba de su reacción una vez que su mente procesara toda la información.

Hermione estuvo toda la noche encerrada en la biblioteca sin querer ver ni hablar con nadie, Harry le dio su espacio, el también necesitaba su espacio. Era increíble que en tan solo unas horas sus vidas cambiaran tanto, era increíble todo lo que había vivido en unas pocas horas, lo mejor era dormir y dejar que su mente y su cuerpo terminaran de aceptar y procesar la noticia.

A la mañana siguiente una Hermione llorosa y cabizbaja salía de la biblioteca, ella aun no quería aceptar la verdad, era en realidad terrible y ella se sostenía en la vaga esperanza de que todo fuera producto de su loca imaginación, pero la verdad es que ella carecía de imaginación... se cruzó con Harry de camino al comedor, él la miro con pena y una triste sonrisa se formó en su rostro. Fue entonces que ella no lo soporto más, se lanzó a sus brazos llorando con toda la fuerza que su cuerpo contenía y con voz ahogada le dijo:

―Lo hare, Harry... hare lo que tú me pidas... me casaré si es lo que quieres que haga... pero, por favor... por favor...

Y así los encontró la mucama, con un Harry que acariciaba el cabello de Hermione intentando consolarla en vano y aguantar las ganas que tenia de derrumbarse; y una Hermione totalmente destruida quien suplicaba una y otra vez a Harry algo que nadie más que ellos dos podía entender del todo.