Sus bellos ojos azules y su cabello dorado, cual oro macizo, lo habían cautivado desde el mismísimo comienzo, cuando la mujer se había hecho pasar por su alegre y amable vecina Kate.
Y, algún tiempo después, el había descubierto que ella era un agente de SHIELD, cuya misión era vigilarlo. Entonces, en su corazón, los sentimientos entraron en conflicto. Sentimientos que lo sorprendían: Ira, por saberse engañado por alguien que le atraía, Decepción, porque aquella rubia con la que su corazón había vuelto a acelerarse, no fuera mas que fruto de un engaño creado para su misma "protección"... Pero, también, alegría, una pequeña y extraña alegría que el suponía se relacionaba con el hecho de por lo menos, si ella accedía a salir con él, estaría al tanto de los riesgos que implicaba su elección.
Por un tiempo, distraído por el desmantelamiento de SHIELD, la búsqueda de Bucky, y el asunto con Ultrón, el Capitán América logró olvidarse un poco de esa rubia que se hacía llamar la Agente 13, aunque el recuerdo de su sonrisa amigable permanecía en lo más hondo de su memoria.
O al menos eso fue hasta el momento en que, luego de el incidente en Lagos, el secretario Ross llegó con los Acuerdos de Sokovia, y un mensaje le llegó a su teléfono.
Un mensaje que, en su brevedad, se encargó de romper su corazón en dos grandes pedazos. Un mensaje en el cual se le explicaba que a Peggy, su Peggy, le había llegado la hora.
Así, con el resto de los Vengadores preocupados por los Acuerdos, Steve la tuvo fácil para tomar lo indispensable, y escabullirse de la base, para tomar un avión que lo llevara a Londres.
Cuando despertó del Hielo, todos aquellos que lo habían apoyado, que habían puesto sus esperanzas en él, que habían sido sus amigos, se habían ido. Excepto por ella, Margaret Cárter, a quien él conoció más por Peggy, la única mujer de la que tenía conciencia se había enamorado hasta entonces, aquella que, con su dureza, no lograba esconder su feminidad.
Y ahora se había ido, dejándolo solo entre un mar de rostros desconocidos, de personas que no lo entendían, porque no habían vivido lo que él.
Cuando, en el velorio, todos se sentaron y guardaron silencio, Steve se dio cuenta que era el momento en que los familiares dirían unas palabras y, en silencio, rogó para no tener que hacerlo él puesto que no se sentía capaz de hacerlo sin derrumbarse.
Por suerte para él, no dijeron su nombre, sino el de una mujer rubia a la cual tiempo atrás había podido considerar su amiga, quien se presentó a si misma como Staron Cárter, la "sobrina" de la difunta Peggy.
Ella se puso a dar un discurso que, pese a escucharlo de fondo por el hecho de estar muy sorprendido, le caló en lo más hondo.
En el funeral fue lo mismo con la única diferencia de que, cuando acabó, Steve permaneció junto al féretro se su antigua amada. Para hablar con ella, para despedirse...
Quiso decirle que la seguía amando como la primera vez, que para él el tiempo no había pasado, que la iba a extrañar, que aunque siguieran pasando los años, él nunca la iba a olvidar, pero no lo hizo: su mente quedó abstraída, con su mirada azulada fija en la rubia que se hallaba a varios metros de él. Una rubia especial que había logrado meterse bajo su piel como ninguna lo había hecho desde hacía mucho.
No, no estaba enamorado. Estaba a mitad de camino, dubitativo entre las dos Cárter, la que podría llegar a ser algo más que una amiga, o aquella con la que había perdido una oportunidad, un baile, una vez hacía mucho tiempo...
Sus labios se movieron sin que el se diera cuenta, y pronunciaron un par de palabras que solo podía significar una cosa: Steve había tomado una decisión.
«Perdoname, Peggy»
