Disclaimer: espero que mi Pansy sea tan odiosa como la de la rubia, la originá.
Este fic ha sido creado para el «Amigo Invisible 2015» del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
¡Hola Aedea! Bueno, pues resulta que me ha tocado a mí escribirte este año en el AI. La verdad que desde el primer momento decidí que las peticiones fácil y media no eran mucho para mí, porque ya había escrito sobre ello y pensaba que lo que acabaría haciendo sería repetirme. Además, tengo la sensación de que no estoy escribiendo nada que no haya tocado antes y que, en el fondo, no estoy siendo nada valiente.
Pero bueno. Espero que te guste.
NEVER EVER PRESS THE RED BUTTON
INTRODUCCIÓN
Millicent cambió el peso de una pierna a otra y miró a su alrededor. Le dolían los pies y estaba realmente cansada, apenas había podido pegar ojo la noche anterior.
—Es imposible que Potter se presente —murmuró Daphne y lo dijo lo suficientemente fuerte como para que todas lo oyeran. Hubo un breve murmullo de afirmación a su alrededor e, incluso, una risa de burla por parte de Pansy; Millicent apenas parpadeó.
Tenía la mirada fija unos metros más allá, donde iniciaba la larga cola para entrar en el tren. Donde unos funcionarios del Ministerio se aseguraban que no fueran un nacido de muggles ni Harry Potter. Era enfermizo, apenas un par de minutos antes habían arrastrado a una chica que debía de ser de cuarto. Y ella había gritado y pataleado y nadie había movido ni un músculo.
Como si en realidad nunca hubiese pasado.
—Necesito salir de aquí.
—¿Estás bien? —Notó la mano de Daphne sobre su hombro.
—Necesito ir al baño un momento —explicó negando levemente con la cabeza. Les estaban llamando por orden de curso y todavía quedaba media hora, según sus cálculos, para que llamaran a los de séptimo.
—Uhm, deja que te acompañe. —Daphne le sonrió, mostrando levemente los incisivos—. Chicas, nosotras vamos a ir un momento al baño.
—Sí, yo también necesito ir. —Sally-Anne, que había estado sentada sobre su baúl, se levantó—. Llevamos aquí siglos, ¿verdad?
Miró hacia Tracey y Pansy, que estaban sentadas las dos juntas en uno de sus baúles, con las cabezas bien juntas y leyendo una revista de moda. Millicent apretó los labios, en cierta manera también quería huir de ellas.
—No me vendría mal refrescarme —dijo Tracey bajando su revista y dejándola a un lado.
Pansy puso los ojos en blanco.
—Bien, vamos. —Pansy se incorporó, alisando la falda de su túnica con las manos en el proceso—. ¡Crabbe, Goyle, vigiladnos las cosas! —gritó señalando sus pertenencias y, sin esperar respuesta, se giró hacia ellas de nuevo.
Ambos chicos parecían un poco perdidos. Estaban igual de grandes y musculados que el año anterior, pero parecían poca cosa sin la compañía de Malfoy.
Daphne también debió de fijarse, porque expresó su preocupación por Draco en voz alta.
—Me escribió la semana pasada —replicó Pansy con un tono de superioridad. Como si el hecho de que fuera a ella a la que había escrito fuera una especie de logro—. Me dijo que vendría, pero que no lo haría en el tren. Ya sabéis… como tiene conexiones.
No necesitaba girarse para saber que estaba sonriendo y que había hinchado el pecho. Era más, no quería girarse para ver su sonrisita estúpida.
Empujó a uno de sexto («¡ten cuidado!») que estaba hablando con sus amigos en un tono confidencial y se encaminó directamente hacia el pasillo que llevaba a los baños. Estaba señalizado con un gran cartel de latón, en cuyo interior habían recortado la silueta de un mago y una bruja.
—Pues a mí me encantaría que Potter apareciera —comentó Pansy con voz tranquila una vez accedieron al pasillo—. Que vea por fin que el mundo no gira a su son, ¿sabéis lo que quiero decir? Seguro que se llevaría un escarmiento.
Se detuvo de golpe. Todo aquello la ponía muy nerviosa, parecía que mucho más que a sus amigas.
—Si Potter aparece no le van a castigar sin cenar, Pansy —dijo con voz aguda, mirándola fijamente y dando un par de pasos hacia ella—. Le van a matar. Ma-tar.
Ella la levantó la cabeza para poder mirarla a los ojos y frunció el ceño.
—Ya sé eso, Bulstrode.
—Venga, chicas, no… —Daphne colocó una mano en cada una de ellas y sonrió—. Venga, no vamos a pelear por esto… ¿no?
Millicent retrocedió un par de pasos y la miró con furia.
—Es que «esto» es todo.
Sally-Anne abrió la boca para decir algo, pero debió de cambiar de opinión porque volvió a cerrarla rápidamente. Daphne parecía un poco triste. Se sintió desinflar y negó levemente la cabeza.
»Da igual. Dejadlo.
—No es culpa nuestra que estés enamoradita perdida de Potter. Ni que seas una mestiza. Así que no lo pagues con nosotras, ¿vale? —le espetó Pansy cruzándose de brazos.
Millicent entrecerró los ojos y apretó los labios. Aquella era la respuesta de Pansy a prácticamente todos los problemas que había tenido. Que le gustaba Potter y que era una mestiza. Y que era grande. Y gorda. Y fea. Y que su única oportunidad en la vida para ser feliz sería conseguir engañar a Crabbe o a Goyle para que se casara con ella.
—Eres… —susurró con un tono amenazante.
—Señoritas. —Una voz masculina detuvo por completo a Millicent, haciendo que se incorporara y se sonrojara aún más, si es que era posible. Era un hombre algo mayor, probablemente rondaría los cincuenta años, aunque aún se conservaba en buena forma—. Se supone que deberían estar esperando en el andén.
—Es que necesitábamos ir al baño —explicó Daphne utilizando su mejor voz de niña buena—. Solo será un momentito, de verdad.
El hombre las analizó un instante. Millicent bajó la mirada, incómoda y sintiéndose demasiado grande y torpe.
—¿Las cinco a la vez? —replicó el hombre con tono divertido—. Bueno, bueno. Vamos, vosotras id yendo, daros prisa. —Señaló a Daphne, Pansy, Sally-Anne y Tracey con el dedo.
Pansy sonrió descaradamente a Millicent antes de encabezar el camino.
—Buena suerte, mestiza —dijo con malicia.
Millicent se cruzó de brazos. No sabía por qué seguía aguantándola. Debería hundirle la cabeza en su almohada y esperar a que dejara de respirar. Seguro que podía hacerlo. Era mucho más fuerte que ella y, además, el mundo sería un lugar mucho mejor.
—¿Qué quiere? —le espetó. En seguida se arrepintió. Probablemente aquel hombre era un funcionario del Ministerio y acabaría teniendo problemas (si es que no los tenía ya)—. Disculpe, ¿qué puedo hacer por usted?
No habló hasta que las chicas desaparecieron por la puerta del baño. Millicent se sintió tentada de reñirle por no apartar la vista de ellas hasta que se cerró la puerta.
—Perdona. —Volvió a mirarla y sonrió con cierto cansancio—. Me tenía que asegurar que no nos escucharían… vaya, pensé que nadie vendría.
Y sin decir más, metió una de sus manos dentro de su túnica.
Millicent también: buscó su varita, solo por si acaso. No se había dado cuenta antes, claro. El tipo era un poco raro. Llevaba una ropa algo sucia, con un lamparón de lo que podría haber sido café en el pecho. Y sobre uno de sus brazos llevaba la capa más fea que había visto en su vida. Capa que, al moverse en determinados ángulos, parecía absorber lo que había detrás de ella. Había estado tan sorprendida por su aparición y su tono seguro que…
—Yo… yo no me he atrevido a usarlo —explicó, sacando una especie de estuche de latón con un gran botón rojo sobre él—. Y le he oído decir a su amiga que conoce a Potter… y leí en el periódico que en el colegio había un qu-que se oponía a Él…
Millicent entrecerró los ojos y lo miró de pies a cabeza. El corazón le latía con fuerza, ¿qué…?
»Mira, no pulses el botón, ¿vale? No cuando estés con gente. No debería durar demasiado… tres o cuatro horas como máximo. Quizá más… ¿cómo se supone que voy a saberlo?
Le tendió el estuche.
—¿Qué…?
—Gracias —replicó él soltándolo sobre su mano libre. Millicent miró el objeto y parpadeó, sin saber muy bien cómo reaccionar—. ¡Y por la Resistencia!
El hombre se pasó la capa por encima de sus hombros, desapareciendo tras ella. La capa debía de ser vieja porque empezaba a fallar. Se podía vislumbrar su figura si sabías hacia dónde mirar. Esperó a que desapareciera, con el objeto tontamente en su mano.
—Esto es una broma…
Cuando entró en el baño todavía estaba conmocionada y no entendía demasiado bien que era lo que acababa de pasar. Pansy estaba mirándose en el espejo y peinándose con las manos y Daphne, apoyada en una de las paredes, tenía una expresión taciturna. Millicent la conocía lo suficiente como para saber que se había enfrentado a Pansy.
Era una buena amiga.
—¿Qué te ha dicho? —le preguntó nada más verla, dando un par de pasos hacia delante.
Millicent negó con la cabeza.
—Tonterías, nada.
Miró hacia el espejo y sus ojos se encontraron frente a los de Pansy. Seguía con aquella sonrisita estúpida. Dejó el pequeño estuche a un lado y abrió el grifo. Colocó ambas manos debajo del grifo y se lavó la cara.
—¿Qué es esto?
Cuando abrió los ojos, aún con el agua chorreando, Pansy lo había cogido.
—¿Eso? —Millicent suprimió el impulso de gritarla y, pensándolo bien, era el momento ideal para molestarla un poco—. Eso que estás cogiendo es el asqueroso artefacto muggle.
Funcionó, claro. Pansy arrugó su nariz chata y apretó los labios.
—¿Y para qué sirve? —Pansy lo giró sobre sí mismo, observándolo con ojo crítico—. Qué feo es.
Y sin más, pulsó el botón rojo.
Millicent abrió la boca. Por un momento, estuvo a punto de gritar «¡cuidado!», pero luego cambió de opinión. No tenía claro que aquello fuera a hacer algo y, de hacerlo, sería divertido ver su reacción.
Evidentemente no pasó nada.
—¿Qué miras? —le espetó dejándolo de nuevo junto al lavamanos—. Vaya cosa más absurda.
Se secó la cara con la manga de su túnica y se encogió de hombros.
—Nada, Pansy, nada.
El ruido del tirar de la cisterna las interrumpió.
—¿Oís eso? —preguntó Daphne mientras la segunda cadena era accionada.
—¿Oír el qué? —Tracey salió de uno de los baños.
—Da igual, será mejor que volvamos —replicó Millicent con poca gana.
tbc.
