Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece, pero de ilusiones también se vive ;O;9

Advertencias: Shonen ai (amor entre chicos). Cuidado, da hambre... o eso me dicen xD

N/A: ¡Hola! nOn Pues decidí publicar uno de mis fics por capítulos xD ¡Ya está bien de oneshots! De hecho este aún no lo he terminado, pero sólo son 3 capítulos o3o
Espero que les guste nvn

Galletas

Primera galleta.

Desde siempre le habían gustado las galletas.

Recordaba a su madre sacando la bandeja del horno y advirtiéndole que no las comiera aún. Pero él nunca hacía caso y siempre se quemaba la lengua.
Es más, recordaba a su madre haciendo la masa y reprochándole por meter el dedo y comerse la pasta cruda. Pero él sólo se reía y su madre sonreía a la vez.

La recordaba como una mujer fuerte y bondadosa.
Y el sabor de las galletas le transportaba a aquella cocina pequeña, a aquella mujer sonriente y embadurnada de harina.

Sonrió para si mismo, cambiando de canal y comiendo otra galleta.
Las había encontrado en el sofá de la sala y simplemente no había podido resistirse a comer una… tras otra.
Siguió apretando los botones del mando a distancia hasta que dio con un canal de música. Estaban reponiendo un concierto de un cantante que no conocía, pero le gustaba como sonaba.

El paquete de galletas se terminó y miró la caja de reojo.
Agarró un cojín cercano y lo palmeó primero antes de ponerlo sobre el apoyabrazos. Se tumbó con la cabeza sobre el cojín y la caja de galletas sobre el vientre, había abierto otro paquete.

No supo cuando, pero se quedó dormido.
Y eso que él no solía hacer la siesta.

Bostezó sin mano que ponerse sobre la boca, llevaba el teléfono móvil en una y una bolsa de papel en la otra.
Esperó los segundos pertinentes antes de que el servicio del proveedor de la línea le avisara por cuarta vez de que el número se encontraba apagado o fuera de cobertura.

No le dio mucha importancia. Nunca lo hacía cuando tenía sueño.
Ya reprocharía a Shun su falta de puntualidad en otro momento; cuando dejara de bostezar, por ejemplo.

Hacía viento y estaba frío, pero ni aquello le despertaba de su modorra.
Si no fuera por Shun seguiría tumbado en el sofá, comiendo galletas y con la televisión de fondo.

Se sentó en un banco para esperar al pequeño, pero ya llegaba tarde media hora y ese día no tenía mucha paciencia con nadie.

Shun le había pedido que comprara un regalo para su hermano. No sabía el motivo, aún faltaba medio año para su cumpleaños y no conocía ningún hecho relevante que justificara aquello.
Se había encogido de hombros y había aceptado. Pero no fue hasta después de colgar que se dio cuenta de algo importante.
Se estaba lavando la cara y después se miró en el espejo.

«¿Qué me había dicho que le comprara?» pensó.

Su expresión pasó de indiferente a perpleja y después a una de pánico.
Él se había comprometido a comprarle un regalo, pero Shun no había dicho que fuera de su parte o que era lo que quería que buscara por él.

Lo llamó tres veces, pero siempre recibió el mismo mensaje de apagado.

De todas formas había ido a la caza de algo que le gustara a aquel gruñón.

Shun cogió otra galleta del plato y se la comió mientras miraba por la ventana con expresión melancólica.

–¡Ey! –se quejó Seiya por el robo descarado de comida– ¡Qué son mías!

Seiya acercó el plato hacia su vaso de leche y frunció el ceño mientras cogía otra galleta y se la llevaba a la boca.
Shun rió para si mismo y apoyando la barbilla en las manos, suspiró largamente mientras iba separando poco a poco los codos que había dejado en la mesa.

–¿Tú crees que funcionará? –preguntó Shun.

Seiya levantó una ceja mientras empezaba a hablar, pero lo único que salió de su boca fueron migas de galleta.
Shun rió más aún, llevándose la mano a la cara y cerrando los ojos para no ver más de aquel espectáculo. Seiya se enfadó otra vez con él, pero su amigo sabía que se le pasaría en unos cinco minutos.

De todas formas, Ikki y Hyoga no eran como ellos dos.

Shun apartó un mechón de la frente de Seiya y quitó una miga de su boca con el pulgar. El castaño se sonrojó antes de tartamudear.

Ikki y Hyoga necesitaban un empujoncito para darse cuenta de lo que tenían.

Después de casi dormirse en aquel banco, Hyoga había decidido volver a la mansión.
Se suponía que Shun esa tarde tenía clase de dibujo y no había aparecido por la academia. Lo había esperado frente a aquella puerta durante una hora. Y nada.

Encima había tenido que volver andando porque se había gastado todo el dinero en el regalo y no le quedaba nada para volver ni en taxi ni en autobús.
Se había puesto tan nervioso al salir de la casa que se había dejado la cartera en la que llevaba las tarjetas de crédito. No había querido volver a por ella por si se encontraba con Ikki en la mansión.

¿Qué cara ponerle si le preguntaba donde iba con tanta prisa?
Estaba convencido de que se habría sonrojado como estaba haciendo en aquel mismo momento.
Sacudió su cabeza para quitarse aquel rubor de las mejillas.

Levantó el puño tembloroso jurando venganza, pero no sabía el porqué ni de quien se quería vengar.

Cuando por fin llegó a la mansión era casi hora de cenar, pero no le apetecía presentarse en el comedor con aquella bolsa.

Se había pasado toda la tarde dando vueltas y mirando cosas, pensando en Ikki. En si le gustaría aquello o no, imaginándolo con la bufanda de aquel mostrador o la gorra que colgaba en otra tienda.
Al final se había rendido y hambriento había entrado en una pastelería para comprarse algo de comer.
Había puesto las manos en la vitrina como un niño pequeño, mientras sus cejas se elevaban y una sonrisa se había dibujado en su rostro.
A la chica no le sorprendió demasiado que aquel rubio tan atractivo pidiera que le envolviese el paquete con el papel más bonito que tuviera. Sonrió pensando en quien sería el afortunado que recibiría el regalo.

Hyoga suspiró y fue hacia la sala.
La luz estaba apagada, pero podía oír la televisión desde fuera.
Dudó, no sabía si entrar o no… pero había dejado sus galletas sobre el sofá y las quería de vuelta, antes de que Seiya las encontrara.

Abrió la puerta y se sorprendió al no ver ninguna cabeza asomar por encima del respaldo del sofá. Se acercó silenciosamente, rodeando el mueble.
Parpadeó varias veces y se frotó los ojos antes de patear al ocupante del sofá.
Ikki cayó rodando al suelo.

–¡Aah! –gritó al darse con el hombro en la mesita– ¿¡Qué haces, loco!

La caja vacía había rodado también por la alfombra.

–¡Te has comido mis galletas! –acusó el mestizó con el dedo índice apuntando directamente a la cara de Ikki– ¡Ladrón!

A Ikki le latió fuertemente una vena en la frente. Iba a rebatir lo que Hyoga había dicho, pero tenía razón.
No sabía por que se sentía avergonzado.

–Es tu culpa por dejarlas en cualquier sitio… –dijo finalmente, con voz suave y mirando al suelo.

Hyoga torció los labios, mordiéndolos por dentro.
Movió los pies, nervioso, imaginando otra vez a Ikki con aquella chaqueta de la tercera tienda que había visitado. Le quedaría muy bien.

–Es igual. –sentenció el rubio sentándose en el sofá.

Ikki giró el rostro hacia él como un resorte.

–¿¡Si es igual por qué me pateas! –gritó indignado y empezando a levantarse.

Hyoga estaba sacando el paquete de la bolsa de papel, pero paró para mirar directamente a los ojos del otro. Apartó la mirada antes de que él notara lo que estaba pensando.

–Siéntate y ya.
–¿Por qué te tengo que hacer caso? –preguntó mientras se sentaba.
–Por que ibas a hacerlo, de todas formas. –replicó con una sonrisa de autosuficiencia en la boca.

Ikki gruñó algo ininteligible, cruzándose de brazos.
Hyoga puso el paquete sobre sus manos e inspiró para tomar fuerzas. Agachó la cabeza y estiró las manos hacia Ikki.

–Esto es para ti.

Ikki observó aquella melena que cubría el rostro de Hyoga y el bulto que sostenía en sus manos. Estaba envuelto en papel rojo oscuro con rayas negras y plateadas, llevaba un lazo de regalo de color azul.
Se señaló antes de preguntar.

–¿Para mí?
–¡Sí! –confirmó el mestizo, mirando a Ikki con algo de vergüenza pero con decisión– ¿¡Es qué estás sordo!

Ikki decidió no contestar, tenía demasiada curiosidad por aquello.
Un regalo. De Hyoga. Y ni siquiera era su cumpleaños.

Lo cogió y lo situó en su regazo, quitó el papel despacio, sin romperlo.
Cuando vio lo que era no pudo más que morderse el puño para no reír.

–Oye, ni se te ocurra reírte. –advirtió Hyoga.
–No, no… –empezó Ikki, sin poder contenerse muy bien– Je.

Las cejas de Hyoga casi se encontraron encima de su nariz, sus ojos se estrecharon y el flequillo le hizo cosquillas. Estuvo a punto de estornudar.
Ikki acabó riéndose a carcajada suelta.

Hyoga agarró la bandeja antes de que se cayera al suelo y lo miró enfadado.

–¡Eh! –se quejó el moreno– Devuélvemelas, son mías.
–No, tú te has comido mis galletas –decretó Hyoga–, así que ahora me como yo las tuyas.

Discutieron por las galletas, persiguiéndose por toda la sala como dos niños pequeños, saltando del sofá a los sillones, rodeando la mesa, gritándose enfadados o con ganas de molestar, tropezándose el uno con el otro mientras Hyoga daba cuenta de los dulces.
Al final, cansados, decidieron compartirlas.

–No sabía que te gustaran las galletas. –dijo Hyoga cuando sólo quedaba una.
–Me traen recuerdos…

El mestizo miró al japonés de reojo y después a la galleta única.
Ikki había sonreído de esa forma en que lo hacía cuando hablaba de Esmeralda o se dirigía a su hermano. Con amor.
Se las había comprado para molestarlo y comérselas todas él, porque estaba enfadado por la encerrona de Shun. Y al final resultaba que había acertado.

Se entristeció un poco al pensar que Ikki aún amaba a Esmeralda. Aunque él sabía lo que era quedarse atrapado en el pasado y no poder avanzar.
No sabía cuando se había suavizado el dolor que sentía al recordar a su madre.

–Cómetela. –oyó decir a Ikki.

Hyoga se dio cuenta de que se había perdido en sus pensamientos y miró a Ikki con sorpresa.

–No, es tuya… –empezó.
–Pero tú parece que la necesites más –cortó Ikki, poniendo la mano encima de la cabeza del rubio–. Venga.

Hyoga parpadeó, se frotó los ojos y cogió la galleta. La miró atentamente antes de dirigirla hacia la boca del mayor.
El moreno cogió la muñeca de Hyoga y redirigió la galleta hacia la boca de él.

–Vamos, que pesadito eres…

Hyoga no contestó, en cambio mordió la galleta con desgana y empezó a masticar.

Aquella era la galleta que le había regalado a Ikki, tendría que estar comiéndosela él. Debía comérsela él.
Tampoco sabía porque se preocupaba ahora tanto por el moreno.

Ikki observó a Hyoga fijamente. Tenía una expresión triste, como cuando se acordaba de su madre.
Un hijo no debería recordar a una buena madre con aquella congoja.

–En serio que eres… –susurró Ikki.

Tiró de la muñeca de Hyoga que aún mantenía en su mano y llevó aquellos dedos firmes hasta sus labios. Atrapó lo que quedaba del dulce entre sus dientes y se lo comió.
Cuando se giró para mirar a Hyoga este lo veía con los ojos muy abiertos y las mejillas sonrojadas. Nunca lo había visto así.

–¿Qué miras? –preguntó el moreno.

Hyoga no pudo más que sacudir su cabeza negativamente.
Ikki subió una ceja, Hyoga aún estaba sonrojado.

El moreno sonrió de lado.

–Así estás mejor. –volvió a palmear su cabeza con suavidad.

Ikki se levantó del sofá y estiró sus músculos mientras caminaba hacia la puerta.

–¿¡Qué hago ahora! –puso una mano en la cadera y con la otra se rascó la cabeza– He dormido toda la tarde y no tengo sueño.

Hyoga miraba a la televisión aún encendida. Seguía sonrojado.

–Hyoga. –llamó el mayor de espaldas a él.
–¿Qué? –preguntó el mestizo con voz suave y baja, sin volverse él tampoco.

El silencio llenó el vacío durante unos pocos segundos.

–¡Qué no te vea triste!

Los pasos de Ikki resonaron en la sala, la puerta se abrió y se cerró.
Al poco tiempo pudo oír los gritos de Seiya y Shun en el pasillo y las quejas de Ikki.

Hyoga subió los pies al sofá y rodeó sus piernas con los brazos.
Aunque había comido galletas su estómago rugió de hambre, pero había decidido no ir a cenar.
Estaba demasiado sonrojado como para dejarse ver en un buen rato.